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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Humano demasiado humano (27 page)

276. Microcosmos y macrocosmos de la cultura.

Los mejores descubrimientos sobre la cultura los hace el hombre en sí mismo, cuando descubre allí la acción de dos potencias heterogéneas. Si un individuo siente un amor intenso hacia las artes plásticas y hacia la música, y al mismo tiempo se ve arrebatado por el espíritu de la ciencia comprendiendo la imposibilidad de superar esa contradicción aniquilando una de estas poderosas tendencias y potenciando libre y plenamente la otra, no le quedará otro remedio que hacer de él un edificio cultural lo suficientemente amplio para que esas dos potencias puedan habitarlo, aunque lo hagan en alas opuestas, y alojar entre ellas a otras potencias mediadoras y conciliadoras, que dispongan de una fuerza preponderante para aplacar en caso de necesidad el conflicto, o nada más estallar. Ahora bien, este monumento cultural individual y personal se parecerá extraordinariamente al edificio de la cultura de períodos enteros y suministrará por analogía una serie ininterrumpida de enseñanzas a este respecto. Porque donde se ha desarrollado la gran arquitectura de la cultura, su tarea ha sido hacer que se concilien las fuerzas en conflicto, reagrupando a las otras potencias menos irreconciliables de un modo que se asegure su supremacía, sin tener por ello que reprimir ni encadenar a las primeras.

277. Felicidad y cultura.

Nos conmueve contemplar los lugares donde transcurrió nuestra infancia: al kiosco del jardín, las iglesias con sus tumbas, el estanque y el bosque; no volvemos a ver estas cosas sin tener pena en el alma. Nos compadecemos de nosotros mismos, ya que, ¡cuánto hemos sufrido desde entonces! Mientras todas esas cosas permanecen allí tan serenas y eternas, sólo nosotros hemos cambiado tanto y nos sentimos tan compungidos; volvemos a encontrar incluso a personas que parecen haber envejecido menos que una encina: son los mismos campesinos, pescadores, guardabosques. La emoción, la compasión hacia uno mismo en presencia de una cultura inferior son signos de altura superior, de lo que se deduce que esta cultura no aumenta en ningún caso la felicidad. Quien espere cosechar en la vida felicidad y bienestar, no tiene más que tomar un camino distinto al de la cultura superior.

278. Comparación sacada de la danza.

Actualmente hay que considerar como un índice fundamental de gran cultura la posesión de esa fuerza y de esa flexibilidad que permiten tanto ser honrado y riguroso en el conocimiento, como ser capaz, en otros momentos, de ceder, por así decirlo, cien pasos a la poesía, la religión y la metafísica, y experimentar su poder y su belleza. Semejante posición entre dos exigencias tan diferentes resulta muy difícil, porque la ciencia tiende a un dominio absoluto de su método, y si no se satisface esa tendencia, se corre al riesgo de quedarse vacilando entre diversos impulsos. Sin embargo, para abrir al menos, mediante una comparación, alguna perspectiva sobre la solución de esta dificultad, podemos recordar que la danza no se reduce a un absurdo y vacilante vaivén entre diversos impulsos. La cultura elevada será como una arriesgada danza; por eso requiere, como he dicho, mucha fuerza y agilidad.

279. Sobre el aligeramiento de la vida.

Uno de los grandes medios de hacer la vida más ligera es idealizar todos los acontecimientos, pero conviene pedir a la pintura que nos dé una idea clara de lo que es idealizar. El pintor ruega al que contempla el cuadro que no lo mire desde demasiado cerca, ni con demasiada agudeza ni exactitud; le pide que retroceda un poco para contemplar su obra desde lejos, porque está obligado a contar con una determinada distancia entre el cuadro y el que lo contempla; ha de admitir incluso en este último un grado de agudeza visual también determinado; en estas cuestiones no te está permitida la más mínima duda. Quien quiera idealizar su vida deberá, entonces, no tratar de verla demasiado al detalle, y obligar siempre a su vista a retroceder a una determinada distancia. Este artificio lo entendía muy bien un Goethe, por ejemplo.

280. Lo que abruma alivia y viceversa.

Muchas cosas que, en ciertos niveles de la humanidad, hacen más pesado el fardo de la vida, en otro nivel más elevado, sirven de alivio, porque los hombres de ese nivel han aprendido a conocer fardos más abrumadores. También se da lo inverso; así, la religión, por ejemplo, tiene un doble semblante, según que se eleve la mirada hacia ella para descargarse de un peso y de una angustia; o que se baje la mirada hacia ella como las cadenas que se nos han puesto para no dejarnos subir demasiado alto por los aires.

281. La cultura elevada se interpreta mal necesariamente.

Quien no le ha puesto más que dos cuerdas a su instrumento, como los sabios, que además de su instinto de conocimiento no tienen más que el instinto
religioso
adquirido por la educación, no comprenden a los hombres que saben tocar con más cuerdas. Pertenece a la esencia de esa cultura superior
de varias cuerdas
ser siempre mal interpretada por la cultura inferior; como sucede, por ejemplo, cada vez que se considera el arte como una forma disfrazada de religiosidad, lo mismo que los sordomudos ignoran lo que es la música, fuera del movimiento que perciben en los intérpretes al tocar.

282. Lamento.

Puede que las ventajas de nuestra época impliquen un retroceso y, a veces, una depreciación de la vida contemplativa. Pero hay que reconocer que en nuestra época escasean los grandes moralistas, que casi nadie lee ya a Pascal, a Epícteto, a Séneca y a Plutarco; que el trabajo y el celo (que antaño formaban parte del cortejo de la gran diosa Salud) parecen a veces prevalecer como una enfermedad. Como también falta tiempo para pensar y seriedad para hacerlo, no se toman ya en consideración las opiniones que se salen de la regla: basta con odiarlas. El ritmo monstruosamente acelerado de la vida acostumbra al espíritu y a la mirada a una visión a mi juicio parcial o falsa, y todo el mundo se parece a esos viajeros que sólo conocen los países y a sus gentes sin salir del tren. Una actitud independiente y discreta en la búsqueda de la verdad es juzgada casi como una especie de locura: el librepensador se ve desacreditado sobre todo por los sabios apenados de no encontrar su profunda meticulosidad y su trajín de abejas en su arte de considerar las cosas; su gusto sería mantenerlo en un lugar apartado de la ciencia, siendo así que éste tiene la tarea totalmente diferente y más elevada, desde su posición aparte, de dictar bandos y de reclutar a los sabios y a los eruditos, y de mostrarles las vías y las metas de la cultura. Un lamento como el que se acaba de oír tendrá probablemente su momento y resonara por sí mismo, cuando el genio de la meditación vuelva con todo su poder.

283. El grave defecto de los hombres activos.

Lo que les falta ordinariamente a los hombres activos es la actividad superior, es decir, la actividad individual. Actúan en calidad de funcionarios, de hombres de negocios, de expertos, como representantes de una categoría, y no como seres únicos, dotados de una individualidad muy definida: en este aspecto, son perezosos. La desgracia de los hombres activos es que su actividad resulta siempre un tanto irracional. No cabe preguntar al banquero, por ejemplo, el objetivo de su compulsiva actividad, porque está desprovista de razón. Los hombres activos ruedan como lo hace una piedra, según el absurdo de la mecánica.

Todos los hombres, tanto de hoy como de cualquier época, se dividen en libres y esclavos; porque quien no dispone para sí de las tres cuartas partes de su jornada, es un esclavo, sea lo que sea: político, comerciante, funcionario o erudito.

284. En favor del ocioso.

Una señal de que ha descendido el valor de la vida contemplativa es que los sabios rivalizan hoy en una especie de goce apresurado que parecen estimar más que la forma de gozar que les es propia y que, de hecho, resulta más placentera. Los sabios se avergüenzan del ocio, pese a que la ociosidad y la inactividad son una cosa noble. Si es cierto que la ociosidad es la
madre
de todos los vicios, entonces, al menos, se encuentra muy cerca de todas las virtudes. El desocupado supera siempre como hombre al atareado.

Pero cuando hablo de ocio y de ociosidad, ¿no van a creer, sin embargo, que me estoy refiriendo a ustedes, los perezosos?…

285. La inquietud moderna.

Al avanzar hacia el oeste no deja de aumentar la agitación moderna, hasta el extremo de que a los ojos de los americanos, los habitantes de Europa responden al estereotipo del individuo amante del reposo y del placer, cuando por el contrario se afanan constantemente como abejas y avispas que vuelan de una forma embrollada. Esta agitación crece de tal modo que la cultura elevada no tiene tiempo de madurar sus frutos; es como si las estaciones del año se sucedieran demasiado rápidamente. Por falta de serenidad, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época se ha estimado a los hombres de acción, es decir, a los agitados. Una de las correcciones necesarias que hay que tratar de hacer en el carácter de la humanidad será, entonces, fortalecer en gran medida el elemento contemplativo. Pero desde ahora, todo individuo que disponga de un corazón y de un espíritu, serenos y perseverantes, tiene derecho a creer que no sólo posee un buen temperamento, sino una virtud de interés general, y que cumple una honrosa tarea salvaguardando esa virtud.

286. En qué sentido es perezoso el hombre de acción.

Creo que, sobre todo lo que sea materia opinable, todo hombre debe tener una opinión personal, por el hecho de ser él mismo un individuo singular y único que ocupa, respecto a los demás, una situación nueva y original. Pero la pereza que tiene el hombre de acción en el fondo de su alma, le impide extraer el agua de su manantial. Con la libertad de opiniones sucede como con la salud; ambas son individuales y no se puede establecer una regla general para ninguna de las dos. Lo que necesita un individuo para estar sano, es para otro causa de enfermedad, y muchos medios y vías que llevan a la libertad de espíritu pueden no representar, para naturalezas de un nivel superior de evolución, más que medios y vías que conducen a una falta de libertad.

287. Censor de la vida.

La alternancia de amor y de odio caracteriza durante largo tiempo a los estados internos de ánimo del hombre que quiere ser libre en su juicio sobre la vida; no se olvida de nada, llevando buena cuenta de todo, de lo bueno y de lo malo. Al final, cuando haya escrito todas sus experiencias en la pizarra de su alma, habrá dejado de despreciar y de odiar la existencia, sin amarla tampoco, para mantenerse por encima de ella, unas veces con una mirada de alegría y otras de tristeza, y, como la naturaleza, unas veces tendrá sentimientos estivales y otras otoñales.

288. Un resultado adicional.

Quien quiere liberarse seriamente perderá por ello al mismo tiempo, sin la menor coacción, sus inclinaciones defectuosas y viciosas; sus ataques de cólera y de despecho irán disminuyendo cada vez más. Nada necesitará su voluntad con más apremio que el conocimiento y el medio de llegar a él, es decir, ese estado permanente en que se está en las mejores condiciones para conocer.

289. Valor de la enfermedad.

Puede suceder que el enfermo acostado en su lecho descubra que el resto del tiempo está enfermo de su trabajo, de sus problemas o de sus relaciones sociales y que ha perdido toda conciencia de sí; esa sabiduría se la proporciona el ocio al que lo obliga su enfermedad.

290. Sensación experimentada en el campo.

Cuando nuestro horizonte no tiene una línea apacible y clara, como la que dibujan los montes y los bosques, nuestra voluntad se vuelve inquieta en lo más profundo de sí misma, distraída y ansiosa como el alma de los habitantes de las ciudades: Ni tiene ni da felicidad.

291. La prudencia de los espíritus libres.

Los hombres de espíritu libre, que no viven más que para el conocimiento, llegarán pronto a la meta extrema de su existencia, a su situación definitiva ante la sociedad y el Estado; se declararán con gusto satisfechos cuando cuenten con un pequeño empleo o con lo suficiente para vivir; porque se las arreglarán para vivir de forma que un gran cambio de las finanzas públicas o, incluso, una profunda conmoción del orden político, no los arrastre al mismo tiempo a la ruina. Dedican a todas estas cosas la menor energía posible, para sumergirse con todas sus fuerzas reunidas y con todo el aire que quepa en sus pulmones en el océano del conocimiento. Así pueden esperar descender lo suficiente y quizás incluso ver el fondo. A un espíritu tal no le agradará más que tomar un palmo de ropa de un acontecimiento, porque no le gustan las cosas en toda la amplitud y minuciosidad de su ropaje, por miedo a quedarse enredado en sus pliegues. Conoce también los días laborables con su falta de libertad, su dependencia y su servidumbre. Pero necesita de vez en cuando ver llegar un domingo de libertad, ya que en caso contrario no soportará la vida. Es posible que hasta su amor a los hombres sea prudente y de corto aliento, porque no se embarca en el mundo ciego de las inclinaciones sino en la medida que lo precisa para el conocimiento. Sólo puede apelar al genio de la justicia para que defienda a su discípulo y protegido cuando se alcen algunas voces acusándolo de falta de amor. En su forma de vivir y de pensar hay un
heroísmo refinado
que desdeña ofrecerse, como hace su hermano más vulgar, a la veneración de las masas, atraviesa el mundo tan silenciosamente como sale de él. Aunque recorre algunos laberintos y pasa entre rocas que a veces estrechan su camino, en cuanto llega la luz prosigue su marcha limpia, ligera y casi sin ruido, dejando que los rayos del sol penetren hasta el fondo de su ser.

292. Adelante.

Así, entonces, ¡camina hacia delante por la vía de la sabiduría, a buen paso, con toda confianza! Allí donde estés, ¡sírvete de esa fuente de experiencia que eres tú mismo! Echa por la borda el descontento que tengas de ti mismo, perdona a tu propio yo, ya que, en cualquier caso, tienes en ti una escalera de cien peldaños por la que puedes subir al conocimiento. El siglo en que te duele sentirte arrojado te considera feliz por tener esa suerte; te grita que te ha tocado aún una parte de experiencias que los hombres de otros tiempos deberán sin duda pasar. No desdeñes haber sido todavía religioso; descubre todo el sentido que sigue teniendo aún un verdadero acceso al arte. ¿No tienes, gracias a esas experiencias, el poder de rehacer y de comprender mejor inmensas etapas de la humanidad que te ha precedido? ¿No es precisamente en ese suelo que tanto te desagrada a veces, en ese terreno del pensamiento confuso, donde han brotado los frutos más hermosos de nuestra antigua cultura? Hay que haber amado la religión y el arte como se ama a una madre y a una nodriza, porque de lo contrario no se alcanza sabiduría. Pero hay que ver más lejos que ellos, hay que mirar por encima de ellos; permanecer sometido a su maléfico encantamiento sería no entenderlos. Asimismo, la historia debe serte familiar, al igual que el juego prudente con los platillos de la balanza: "de un lado… de otro… «Vuelve sobre tus pasos, anda sobre las huellas que ha dejado la humanidad en su largo y doloroso peregrinar a través del desierto del pasado; así serás el que conozca con más seguridad la dirección que la humanidad futura no podrá o no deberá emprender. Y mientras concentres todas tus fuerzas en descubrir por anticipado cómo se está anudando el futuro, tu propia vida adquirirá con ello el valor de un instrumento y de un medio de conocer. De ti depende que todos los momentos de tu vida, tus tentativas, tus errores, tus faltas, tus ilusiones, tus pasiones, tu amor y tu esperanza se integren perfectamente en la meta que te has propuesto. Esa meta es convertirte en un eslabón necesario de la cadena de la cultura y deducir de esta necesidad tuya el carácter necesario de la marcha de la cultura universal.

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