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Authors: David Simon

Homicidio (90 page)

El resto del día se pasó seleccionando el jurado, un proceso que se llama
voir diré
y durante el cual se interroga a los posibles jurados para ver si tienen prejuicios sobre temas relativos al caso.
Voir diré
es, en sí mismo, una parte fundamental de la estrategia del juicio en la que los fiscales utilizan su limitado número de «vetos» para eliminar a aquellos jurados que hayan recibido una paliza de la policía, tengan parientes en el sistema penitenciario o en general consideren el sistema penal de Estados Unidos como una estafa más de los pérfidos perros capitalistas que gobiernan el mundo. Al mismo tiempo, el abogado defensor utiliza sus vetos para eliminar todos aquellos que tienen familiares en la policía, que hayan sido víctimas de un crimen o que de verdad crean que si el hombre que está sentado en la mesa de la defensa está acusado de un crimen, es que debe de ser culpable. Puesto que la población de Baltimore por lo general pertenece a una o más de estas categorías, el
voir diré
del caso Lucas llevó bastante tiempo y se prolongó hasta que ambos abogados hubieron agotados sus vetos.

Desde su silla en la mesa de la acusación, Doan contempla el producto de sus esfuerzos del día anterior salir de la sala del jurado. Es un típico jurado de Baltimore, mayoritariamente negro, mayoritariamente femenino. Polansky no se esforzó mucho en conseguir jurados blancos dispuestos a juzgar a su cliente negro ni, en el mismo sentido, Larry Doan eliminó a ninguno de los pocos candidatos blancos. Aun así, viendo cómo los miembros del jurado toman asiento, Doan se siente satisfecho. La mayoría son trabajadores, pero, con la única excepción de la chica de la primera fila, todos parecen ser inteligentes y estar atentos, lo que resulta clave en un caso como este. La chica de la primera fila, sin embargo, traerá problemas. Doan la ve hundida en su asiento, con los brazos cruzados y mirando al suelo. Ya está aburrida y el juicio todavía no ha empezado; sólo Dios sabe cómo estará después de cuatro días de testimonios.

El juez Clifton Gordy llama al orden y empieza su preámbulo explicando los rudimentos legales del juicio al jurado. Alto, tranquilo y serio, Gordy resulta una figura impresionante en el estrado. Su lenguaje es preciso, su humor afilado y su carácter a veces parece, al menos a ojos de los abogados, tener cierta tendencia a la tiranía. Los abogados que no se levantan cuando protestan en el juzgado de Gordy suelen ser ignorados. Gordy conoce bien la ley y a sus abogados; Doan, por ejemplo, trabajó para Gordy cuando el juez dirigía la división jurídica. Y hay otro detalle del juez que le viene bien a Doan en este caso: Gordy es negro, y eso le quita un poco de mordiente al hecho de que dos judíos blancos estén debatiendo sobre la libertad de un hombre negro en un tribunal. Ciertamente ayudará a los miembros negros del jurado a creer que el sistema de justicia criminal de verdad los repre senta también a ellos.

Mientra Gordy termina su introducción y Doan se levanta para empezar su alegato inicial, Garvey espera en la antesala, peleándose con el crucigrama del
Sun.

—Arma británica —dice Garvey—. Cuatro letras.

—S-T-E-N —dice Dave Brown desde el otro extremo del banco, donde espera por si acaso los testimonios hacen que el juicio se centre en Purnell Booker—. En los crucigramas siempre que se refieren a un arma británica es una Sten.

—Tienes razón —dice Garvey.

Se pierden el saludo de Doan al jurado, su advertencia de que este es un caso de asesinato, un asesinato horrible y truculento en el que se ha arrebatado de forma premeditada una vida humana. A continuación, Doan empieza el largo y trabajoso proceso mediante el cual se libera a los jurados de las ideas incorrectas que tienen sobre lo que es un juicio.

—Esto no es la televisión —le asegura al jurado—. A diferencia de las series de televisión, el móvil o motivo del asesinato no es un elemento del asesinato en primer grado. No se sabe exactamente por qué sucedió. Es algo que te gustaría saber, es algo que la persona que juzga el caso querría saber, pero no es necesario saberlo para probar que se ha cometido un crimen.

Y entonces, siguiendo un guión estándar, Doan habla del rompecabezas, la metáfora judicial que utilizan prácticamente todos los fiscales de Estados Unidos para ganarse el sueldo. Verán, le dice Doan al jurado, este caso es como un rompecabezas. E igual que un rompecabezas que lleva un tiempo en casa, puede que le falte alguna pieza.

—Pero, señoras y señores, a pesar de las piezas que faltan, cuando se reconstruye el rompecabezas, todavía puede verse cuál es su imagen y qué es lo que refleja.

Doan se lanza entonces a explicar la historia de Charlene Lucas. Toca todos los puntos esenciales: su relación con Robert Frazier, su adicción a las drogas, la propia escena del crimen y la investigación que siguió al asesinato. Doan le habla al jurado sobre Romaine Jackson, que identificó a Frazier como el hombre que regresó con Lena la noche del asesinato; habla sobre la entrevista inicial de Frazier con Garvey, en la que el acusado ofreció una coartada y se comprometió a llevar su propia .38; les habla de Sharon Denise Henson, «Nee-Cee», que no pudo corroborar la coartada de Frazier. Les habla del montón de ropa y de la desnudez de la víctima y de la ausencia de señales de que nadie hubiera entrado en la casa forzando una puerta o ventana, señales todas ellas de que Lena Horne fue asesinada por alguien a quien conocía íntimamente.

—Denle al señor Frazier un juicio justo —le dice Doan al jurado—. Denle su juicio y hagan justicia también a Charlene Lucas y a su familia, que está aquí hoy. Y después de que hayan reunido todas las piezas y terminen el rompecabezas, van a ver una imagen, y esa imagen será la del acusado matando a Charlene Lucas. Gracias.

El fiscal no menciona el asesinato de Purnell Booker ni que los informes balísticos relacionan ese crimen con el de Lucas. No menciona a Vincent Booker, que había admitido haberle dado a Frazier sus balas
wadcutter
del .38 antes de los dos asesinatos y les había dicho a los policías que su padre había sido asesinado por quitarle la droga de Frazier. Por decisión del tribunal en una moción previa al juicio, el asesinato de Booker provocaría prejuicios, y no puede mencionarse en presencia del jurado, una regla que conviene a ambas partes, puesto que igual que Doan sabe que Vincent Booker es un riesgo, también lo es para Polansky. Un buen abogado no hace nunca una pregunta cuya respuesta ignore, y con Vincent Booker Polansky no puede estar seguro de cuáles serán las respuestas. Como abogado de Frazier necesita agitar el espectro de Vincent Booker lo justo para convencer al jurado de que existe un sospechoso alternativo viable. Pero también él ha decidido no arriesgarse a llamar a Booker como testigo. Los cañones sueltos en cubierta pueden ir hacia cualquiera de los dos lados.

Durante su alegato inicial, Polansky asegura a los jurados que Robert Frazier «ha estado luchando en la prisión municipal de Baltimore durante los últimos ocho meses para venir aquí y contarles la historia de la muerte de Lena, para decirles que, debido a una quizá deficiente investigación policial, arrestaron al hombre equivocado, a decirles que él no es de ninguna manera, forma o modo culpable de este asesinato».

Mi cliente no es un santo, le dice Polansky al jurado. ¿Drogas? Sí, vendía drogas. ¿Una pistola del calibre .38? Sí, tenía una pistola. Escucharán cosas buenas y cosas malas sobre Robert Frazier, declara Polansky, pero ¿acaso algo de todo eso le convierte en culpable de este asesinato?

—En varias ocasiones a lo largo de este caso —dice Polansky—, hay un hombre llamado Vincent Booker que está relacionado con Charlene Lucas y que tiene acceso a su apartamento… Bueno, esto no es
Perry Masón
y la gente no se pone en pie y confiesa un asesinato. Pero la historia que ha venido a contarles Robert Frazer indica que Vincent Booker fue quien cometió el crimen.

Polansky continua su refutación, explicando que Frazier cooperó plenamente con la policía, que se presentó voluntariamente en comisaría, pero que pronto quedó claro que los inspectores se centraban en él como sospechoso con exclusión de todas las demás vías de investición. No trajo su revólver, cierto; tenía miedo de que le acusaran de sesión ilícita de armas, y estos inspectores obviamente estaban intentando cargarle el asesinato. Y lo estaban haciendo después de que él intentara ayudarlos a encontrar al asesino de Lena.

—El señor Doan les ha hablado de un rompecabezas y tiene razón —dice Polansky, encontrando un punto de coincidencia con la acusa ción—. Pueden ver una imagen aunque les falte una pieza, o tres, o cuatro, o cinco piezas. Pero si les faltan demasiadas piezas…

En la antesala, Garvey se está desesperando por un rompecabezas de distinta naturaleza. Cuando el juzgado suspende la sesión para comer, sigue sumergido en el crucigrama del
Evening Sun
después de haber luchado duro y alcanzado un empate con ese rompecabezas del periódico. Dave Brown está dormido sentado en el banco, con la carpeta del caso Booker sobre el regazo.

La justicia hace una pausa para comer. Los inspectores se marchan, comen y regresan al banco de la antesala, desde donde ven un continuo desfile de testigos del Estado entrar y salir durante la sesión de la tarde: la hija mayor de Lena Lucas, para que testifique sobre la relación de Frazier con su madre y para que desmienta la noción de que Vincent Booker tenía acceso a su apartamento; el vecino de arriba del 17 de North Gilmor, para que testifique cómo descubrió el cuerpo y la hora de la muerte; el primer agente del distrito Oeste que llegó al lugar, para que atestigüe que la escena del crimen permaneció intacta y cuente cómo se encontraron las pruebas; Wilson, del laboratorio Criminal, para que traiga las fotos de la escena del crimen y hable de los intentos de conseguir huellas; Purvis, de la sección de pruebas, para que testifique sobre la comparación de huellas latentes y sobre cómo todo lo que se tomó de la calle Gilmor estaba relacionado con Charlene Lucas y nadie más.

Cuando el alguacil viene finalmente a por Garvey, el inspector casi ha terminado el crucigrama, atascado por un río francés de cinco letras. Tras dejar el periódico en el banco, Garvey avanza hacia el estrado vestido con su traje azul oscuro de rayas, el vestido del poder que le da la necesaria seguridad en sí mismo. La corbata republicana, las gafas…, señoras y señores del jurado, les presento al vicepresidente de márquetin y ventas del departamento de policía.

—Buenas tardes —dice Doan con voz de actor de teatro—. ¿Cuanto tiempo lleva usted en el Departamento de Policía de Baltimore?

—Más de trece años —dice Garvey ajustándose la corbata.

—De esos trece años, ¿cuántos ha pasado en la unidad de homicidios?

—Los últimos tres y medio.

—¿Sería tan amable de decirle a los señores y señoras del jurado cuantos casos de asesinato ha investigado usted durante ese periodo de tiempo?

—Me han asignado personalmente más de cincuenta casos.

—Y —dice Doan, guiándolo—, supongo que habrá estado usted implicado de una forma u otra en más casos.

—En muchos más, sí —dice Garvey.

Lentamente, Doan lleva al inspector a la escena del crimen del 17 de North Gilmor. Garvey describe el apartamento, prestando especial atención a los detalles de seguridad, incluida la alarma antirrobo que había sido desactivada. Aporta una descripción detallada de la escena, y el jurado de nuevo oye que no se forzaron ni puertas ni ventanas, que había un montón de ropa apilada y que había arañazos en el cabezal de la cama, todo lo cual sugiere que fue apuñalada mientras estaba echada en la cama. Entonces, cuando Doan se lo pide, Garvey se acerca al jurado, donde Doan le hace repasar las fotos de la escena, inmediatamente admitidas como pruebas.

Las fotos en sí mismas son siempre fuente de considerables problemas en la sala, pues los abogados defensores argumentan que las fotos de la víctima ensangrentada es innecesariamente perjudicial, y los fiscales rebaten que las fotos tienen valor probatorio para un jurado. Los fiscales suelen ganar este debate, como lo gana Doan en este caso. Entonces Lena Lucas y sus heridas se muestran a los jurados en todo su esplendor desde varios ángulos a pesar de las continuas objeciones de Polansky. Los jurados parecen impresionados.

Garvey está junto al jurado durante diez minutos antes de regresar al estrado, donde Doan le hace repasar cómo se peinó la escena del crimen y cómo fueron las entrevistas con los vecinos. El fiscal pregunta expresamente por la iluminación en la calle Gilmor frente a la casa adosada, y Garvey describe la luz de vapor de sodio que hay en mitad de la manzana, el cimiento sobre el que se sostendrá el posterior testimonio de Romaine Jackson.

—En este momento no tengo más preguntas para el inspector Garvey —dice Doan después de veinte minutos de testimonio—. Sin em bargo, me gustaría volver a llamarlo más adelante.

—De acuerdo —dice Gordy—. ¿Quiere usted preguntar al testigo, señor Polansky?

—Por los mismos motivos limitaré mis preguntas al testigo a lo sucedido en la escena.

Por mí, perfecto, piensa Garvey, tranquilo y sereno en el estrado. Si sólo se tiene que preocupar de las preguntas típicas sobre la escena del crimen, tiene poco de lo que preocuparse. No habrá mucha controversia esta tarde.

Polansky se detiene un rato en el tipo de heridas, haciendo que el inspector se muestre de acuerdo con él en que las heridas de arma blanca se produjeron antes que la herida de bala en la cabeza, como prueba la presencia de heridas defensivas en las manos. El abogado de la defensa también pasa un rato hablando del bolso vacío, la bolsa de arroz rota y las cápsulas de gelatina vacías en el suelo del dormitorio.

—Así que, por lo que parece, los asaltantes que atacaron y asesinaron a la señorita Lucas probablemente se llevaron las drogas que guardaba en el bolso.

—Protesto —dice Doan.

El juez coincide en que la pregunta del abogado es demasiado especulativa, pero la imagen de Vincent Booker planea sobre el juzgado. ¿Para qué, después de todo, iba Frazier a asesinar a alguien para quitarle unas drogas que ya eran suyas de antemano? No había motivo a menos que, desde luego, quisiera que el asesinato pareciera estar motivado por las drogas.

Polansky sigue avanzando, relatando los instrumentos relativos al consumo de drogas que había dispersos por la escena, para transmitir la misma idea al jurado de otro modo. Hace que Garvey vuelva a la ropa apilada. El apartamento estaba muy ordenado ¿no era así? Sí, muy ordenado, concede Garvey.

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