Read Hermoso Final Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (29 page)

Boo
agachó la cabeza y luego dio la vuelta, moviéndose pesadamente a través de la alta hierba.
Bade
bostezó, mostrando sus enormes colmillos blancos, y le siguió, con su cola oscilando como la de un león en uno de esos programas de naturaleza que Link se pasaba la vida viendo en el Discovery Channel. Aunque él le echaba la culpa a su madre, en los últimos meses, le había pillado viéndolos por su cuenta en bastantes ocasiones.

El cuervo volvió a trazar un círculo y descendió en picado hacia nosotros, aterrizando en la lápida. Sus pequeños y brillantes ojos negros parecían mirar directamente hacía mí.

—¿Cómo puede estar examinándote así? —preguntó Link.

Devolví la mirada al pájaro negro.

Por favor. Llévate el libro o haz que desaparezca. Lo que quiera que tengas que hacer para llevárselo a Ethan.

Tío Macon me miró desde el otro lado de la lápida.

No puede oírte, Lena. Me temo que no se puede hablar kelting con un pájaro.

Miré fijamente a mi tío. Llegados hasta aquí, sería capaz de cualquier cosa.

¿Cómo lo sabes?

El cuervo dio un salto, sus garras tocaron la gruesa cubierta de cuero durante una fracción de segundo antes de graznar y retirar sus patas de allí rápidamente.

—Creo que el libro le ha quemado —advirtió John—. Pobrecillo.

Supe que tenía razón. Sentí las lágrimas agolparse en mis ojos. Si el cuervo no podía tocar el libro, ¿cómo podríamos hacérselo llegar a Ethan? Aunque había dejado la piedra negra que Ethan me había pedido, la que llevaba en mi collar de amuletos, justo allí, sobre la tumba, no sabía lo que había pasado después con ella.

—Tal vez el pájaro no tenga nada que ver, y sea sólo un mensajero o algo así —sugirió John.

Resoplé, golpeándome la cara.

—¿Entonces cuál es el mensaje?

John me apretó el hombro.

—No te preocupes.

—¿Cómo vamos a entregarle el libro a Ethan? Lo necesita, o no conseguirá… —No pude terminar. Ni siquiera podía soportar pensarlo.

Habíamos arriesgado nuestras vidas para averiguar el paradero de Abraham Ravenwood, y habíamos encontrado una forma de matarlo, al menos Link la había encontrado. El
Libro de las Lunas
estaba allí delante, junto a mis pies, y no había forma de hacérselo llegar a Ethan.

—Ya se nos ocurrirá algo, prima. —Ridley cogió el libro, la contraportada rozó la piedra—. Alguien tiene que saber la respuesta.

John me sonrió.

—Alguien la sabe. Especialmente cuando se trata de este libro. Vamos —preguntémosle a ella.

Una chispa de esperanza inundó mi pecho.

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

Asintió.

—Es el Día del Presidente, y aún seguía siendo festivo la última vez que lo comprobé.

Ridley tiró del borde de su minifalda, que no se movió ni un centímetro.

—¿Quién está pensando qué, y adónde vamos?

La agarré del brazo, tirando de ella colina abajo.

—A tu lugar favorito, Rid. La biblioteca.

—No está tan mal —repuso, inspeccionando su laca de uñas púrpura—. Excepto por todos esos libros.

No respondí. Sólo había un libro que ahora importase, y todo mi mundo —y el futuro de Ethan— dependían de él.

26
Física cuántica

D
esde el interior de la oculta reja que llevaba a la
Lunae Libri
podía ver todo el trecho de la escalera que descendía hasta su interior. Marian estaba sentada detrás del mostrador circular de recepción, exactamente donde pensaba que estaría. Liv caminaba de un lado a otro al fondo de la habitación, donde comenzaban las estanterías.

Mientras descendíamos a la
Lunae Libri
, Liv levantó bruscamente la cabeza y echó a correr hacia John en cuanto lo vio.

Pero él fue más rápido. Con un desgarro se materializó frente a Liv rodeándola con sus brazos. Mi corazón se partió un poco al observar el alivio que mostraba el rostro de ella. Traté de no sentir envidia.

—¡Estás bien! —Liv pasó sus brazos alrededor del cuello de John. Luego se echó hacia atrás, y su expresión cambió—. ¿En qué estabas pensando? ¿Cuántas veces vas a escabullirte para hacer una locura? —Liv volvió su mirada hacia Link y a mí—. ¿Y cuántas veces vais a permitírselo?

Link levantó las manos en señal de rendición.

—Oye, que ni siquiera estábamos allí la última vez.

John apoyó su frente contra la de Liv.

—Tiene razón. Soy el único con el que tienes que enfadarte.

Una lágrima rodó por la mejilla de ella.

—No sé lo que hubiera hecho si…

—Estoy bien.

Link aprovechó para sacar pecho.

—Gracias a mí.

—Es cierto —confirmó John—. Mi protegido nos ha salvado el culo.

Link levantó una ceja.

—Más vale que eso quiera decir algo bueno.

Tío Macon se aclaró la garganta ajustándose el puño de su almidonada camisa blanca.

—Por supuesto que sí, señor Lincoln. Por supuesto que sí.

Con los brazos cruzados, Marian dio un paso hacia nosotros saliendo del mostrador.

—¿Quiere alguien contarme exactamente qué ha pasado esta noche? —Clavó una mirada expectante en mi tío—. Liv y yo hemos estado terriblemente preocupadas.

Él me devolvió la mirada.

—Como puedes imaginar, el pequeño espectáculo con mi hermano y Abraham no salió de acuerdo con el plan. Y el señor Breed estuvo a punto de encontrar su fin.

—Pero tío Macon nos salvó el día. —Ridley ni siquiera intentó disimular su sarcasmo—. Le provocó a Hunting graves quemaduras solares donde el sol no brilla. Ahora vayamos a la parte en la que nos sueltas un sermón y nos castigas sin salir.

Marian se volvió hacia mi tío.

—¿Está diciendo que…?

El tío Macon asintió.

—Hunting ya no está entre nosotros.

—Y Abraham también ha muerto —añadió John.

Marian se quedó mirando al tío Macon como si acabara de dividir las aguas del mar Rojo.

—¿Has matado a Abraham Ravenwood?

Link carraspeó ruidosamente, sonriendo.

—No, señora. Lo hice yo.

Durante un instante Marian se quedó sin habla.

—Creo que necesito sentarme —declaró, sus rodillas empezaban a flaquear. John se apresuró a sacar una silla de detrás del mostrador.

Marian apretó los dedos contra sus sienes.

—¿Me estáis diciendo que Hunting y Abraham están muertos?

—Diría que eso es exacto —confirmó tío Macon.

Marian sacudió la cabeza.

—¿Algo más?

—Sólo esto, tía Marian. —El apodo con que la llamaba Ethan se me escapó antes de que me diera cuenta. Dejé caer el
Libro de las Lunas
sobre la pulida madera de la mesa frente a ella.

Liv inhaló profundamente.

—¡Oh, Dios mío!

Me quedé mirando el desgastado cuero negro, grabado con una luna creciente, y la importancia del momento se abatió sobre mí de golpe. Mis manos empezaron a temblar y sentí que las piernas se me aflojaban como si también estuvieran a punto de ceder.

—No puedo creerlo. —Marian inspeccionó el libro, suspicaz, como si estuviera devolviendo con retraso algún ejemplar de la biblioteca. Nunca dejaría de ser cien por cien bibliotecaria.

—Es el auténtico. —Ridley se apoyó contra una de las columnas de mármol.

Marian se levantó colocándose delante de su mesa como si tratara de interponerse entre Ridley y el libro más peligroso de los mundos Caster y Mortal.

—Ridley, no creo que éste sea tu sitio.

Ridley empujó sus gafas de sol hasta dejarlas sobre la cabeza, sus ojos amarillos de gato parpadearon mirando a Marian.

—Lo sé, lo sé. Soy una Caster Oscura, y no soy miembro del club secreto de los chicos buenos, ¿no es eso? —Puso los ojos en blanco—. Estoy tan harta de todo ese rollo.

—La
Lunae Libri
está abierta a todos los Caster, ya sean Luminosos u Oscuros —contestó Marian—. A lo que me refería es a que no estoy segura de que tú pertenezcas a los nuestros.

—No pasa nada, Marian. Rid nos ha ayudado a conseguir el libro —expliqué.

Ridley hizo un globo con su chicle y esperó a que estallara, el sonido retumbó estrepitosamente entre las paredes.

—¿Ayudaros? Si por
ayudar
te refieres a dejar a Abraham a vuestra disposición para que pudierais conseguir el
Libro de las Lunas
y matarlo, entonces, sí, supongo que os he ayudado.

Marian se quedó mirándola fijamente, boquiabierta. Sin decir palabra, se acercó al mostrador y sacó una papelera que levantó hasta la boca de Ridley.

—En mi biblioteca no. Escúpelo ahora mismo.

Ridley suspiró.

—¿Sabe que es sólo un chicle, verdad?

Marian no se movió.

Ridley lo escupió y Marian dejó la papelera en su sitio.

—Lo que no entiendo es por qué habéis arriesgado vuestras vidas por este espantoso libro. Agradezco el hecho de que ya no esté en manos de Íncubos de Sangre, pero…

—Ethan lo necesita —dejé escapar—. Encontró una forma de contactar conmigo y necesita el
Libro de las Lunas
. Está tratando de volver con nosotros.

—¿Has recibido otro mensaje? —preguntó Marian.

Asentí.

—En el último
Barras y Estrellas
. —Respiré hondo—. Necesito que confíes en mí. —La miré directamente a los ojos—. Y necesito tu ayuda.

Marian me estudió durante un largo rato. No sé lo que estaba pensando, o debatiendo, o incluso decidiendo. Pero no pronunció palabra.

No creo que pudiera.

Finalmente hizo un gesto de asentimiento, arrastrando su silla un poco más cerca de mí.

—Cuéntamelo todo.

De modo que empecé a hablar. Nos íbamos turnando para rellenar los vacíos de la historia, Link y John, escenificando nuestro encuentro con Abraham, y Rid y el tío Macon ayudándome a explicar nuestro plan para intercambiar a John por el
Libro de las Lunas
. Liv escuchaba con mirada torva, como si aún le costara oírlo.

Marian no dijo una palabra hasta que terminamos, aunque no era difícil leer sus expresiones, que pasaban de la conmoción y el horror a la simpatía y la desesperación.

—¿Y eso es todo? —Me miró, agotada por nuestro relato.

—Hay algo peor. —Miré a Ridley.

—¿Quieres decir aparte del hecho de que Link diseccionara a Abraham con sus tijeras gigantes? —Rid hizo una mueca.

—No, Rid. Cuéntale lo de los planes de Abraham. Cuéntale lo que escuchaste sobre Angelus —pedí.

La cabeza del tío Macon se giró al escuchar el nombre del Guardián.

—¿De qué está hablando Lena, Ridley?

—Angelus y Abraham estaban tramando algo, pero no conozco los detalles —dijo, encogiéndose de hombros.

—Dinos exactamente lo que sabes.

Ridley retorció nerviosamente un mechón de pelo rosa alrededor de su dedo.

—Ese tal Angelus está como un cencerro. Odia a los Mortales, y cree que los Caster Oscuros y el Custodio Lejano deberían controlar el mundo Mortal, o algo así.

—¿Por qué? —Marian parecía estar pensando en voz alta. Sus puños se habían cerrado con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos. El desencuentro de Marian con el Custodio Lejano aún estaba fresco en su memoria.

Rid se encogió de hombros.

—¿Tal vez porque es un Special K—amikaze?

Marian alzó la vista hacia mi tío, una conversación sin palabras se cruzó entre ellos.

—No podemos permitir que Angelus logre establecer aquí su punto de apoyo. Es demasiado peligroso.

El tío M asintió.

—Estoy de acuerdo. Necesitamos…

Le interrumpí antes de que pudiera terminar.

—Lo que necesitamos es enviarle cuanto antes el
Libro de las Lunas
a Ethan. La posibilidad de que pueda regresar aún está ahí.

—¿De verdad lo crees? —Marian lo dijo serenamente, casi en un susurro.

Aunque no podía estar segura, parecía como si yo fuera la única que pudiera oírlo. Aun así, sabía que Marian creía en las imposibilidades del mundo Caster —las había vivido de primera mano—, y que quería a Ethan tanto como yo. Él era como un hijo para ella.

Ambas queríamos creerlo.

Asentí.

—Lo creo. Tengo que hacerlo.

Se levantó de su silla y dio la vuelta a la mesa, con gran parsimonia.

—Entonces está decidido. Entregaremos a Ethan el
Libro de las Lunas
, de una forma u otra. —Le sonreí, pero ya estaba sumida en sus pensamientos, recorriendo la biblioteca con la vista como si contuviera las respuestas a todos nuestros problemas.

Lo que, a menudo, era así.

—Tiene que haber una forma, ¿verdad? —preguntó John—. Tal vez en uno de esos manuscritos o en los libros antiguos…

Ridley desenroscó la tapa del frasco de su laca de uñas, frunciendo la nariz.

—Mmm, qué maravilla. Libros viejos.

—Intenta mostrar un poco más de respeto, Ridley. Un
libro
fue la razón por la que los niños de la familia Duchannes sufrieron durante generaciones. —Marian se estaba refiriendo a nuestra maldición.

Rid cruzó los brazos haciendo un mohín.

—Lo que sea.

Marian le arrebató el frasco de la mano.

—Otra cosa que no permito hacer en mi biblioteca. —El frasco emitió un chasquido cuando cayó al fondo de la papelera.

Ridley le lanzó una mirada furiosa, pero no dijo una palabra.

—Doctora Ashcroft, ¿ha enviado alguna vez un libro al Más Allá? —preguntó Liv.

Marian sacudió la cabeza.

—No puedo decir que lo haya hecho.

—Tal vez Carlton Eaton pueda entregarlo. —Link parecía esperanzado—. Usted podría envolverlo en uno de esos papeles marrones de embalar, como hace con los libros de mi madre. Y, ya sabe, hacerlo circular o algo así.

Marian negó con la cabeza.

—Me temo que no puede ser, Wesley. —Ni siquiera Carlton Eaton, que solía meter las narices en cada carta que llegaba a la ciudad, ya fuera del mundo Mortal o Caster, podría conseguir entregar algo así.

Frustrada, Liv repasó las hojas de su cuaderno rojo.

—Tiene que haber una forma. ¿Cuántas posibilidades había de que pudierais quitarle el libro a Abraham? Y ahora que lo tenemos, ¿vamos a darnos por vencidos? —Se sacó el lápiz de detrás de la oreja, garabateando y murmurando para sus adentros—. Las leyes de la física cuántica tienen que prever este tipo de eventualidad…

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