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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (38 page)

Aunque menos claustrofóbico. Una pequeña abertura en el techo dejaba pasar la suficiente luz natural como para sumir toda la habitación en un deslumbrante resplandor. El efecto me recordó a la cueva de las mareas donde nos encontramos por primera vez con Abraham Ravenwood, la noche de la Decimoséptima Luna de Lena. En el centro de esta habitación, había un estanque de agua del tamaño de una piscina. La masa lechosa de agua blanca se agitaba como si hubiera fuego por debajo. Tenía el mismo color que los ojos invidentes y opacos de Sarafine, antes de morir…

Me estremecí. No podía pensar en ella, ahora no. Tenía que centrarme en sobrevivir a Angelus. En derrotarle. Respiré hondo y traté de concentrarme en lo que me había llevado hasta allí. ¿Con qué me estaba enfrentando?

Mis ojos se fijaron en el burbujeante líquido blanco. En medio del estanque, una pequeña franja de tierra rosada sobresalía del agua, como una minúscula isla.

En el centro de la isla había un pedestal.

En el pedestal había un libro, rodeado de velas que titilaban con extrañas llamas verdes y doradas.

El libro.

No necesitaba que nadie me dijera qué libro era, o qué estaba haciendo allí. Ni tampoco el motivo por el que toda una biblioteca estaba consagrada a un solo libro, rodeado por un foso.

Sabía exactamente por qué el libro estaba allí, y por qué estaba yo.

Era la única parte de todo ese peregrinaje que entendía. La única cosa que estaba perfectamente clara desde el momento en que Obidias Trueblood me contó la verdad sobre lo que me había sucedido. Eran
Las
Crónicas Caster
, y yo estaba allí para destruir mi página. La que me había matado. Y tendría que hacerlo antes de que Angelus pudiera detenerme.

Después de todo lo que había aprendido sobre ser un Wayward y encontrar mi camino, aquí es adonde conducía. No había otro camino que tomar, ningún otro sendero que encontrar.

Estaba al final.

Y todo lo que deseaba era regresar.

Pero primero tenía que llegar a esa isla, a ese pedestal y a
Las
Crónicas Caster
. Tenía que hacer lo que había venido a hacer.

Un grito desde el otro lado de la habitación me hizo dar un respingo.

—Chico Mortal. Si te vas ahora, te dejaré tu alma. ¿Qué te parece ese desafío? —Angelus surgió al otro lado del estanque. Me pregunté cómo habría llegado hasta allí, y deseé secretamente que hubiera tantas formas de abandonar esta habitación como las que había de acceder a ella.

O al menos, tantas formas de volver a casa.

—¿Mi alma? No, no lo harás. —Me quedé al borde de la piscina y lancé una piedra a la burbujeante agua, observando cómo desaparecía. No era ningún estúpido. Sabía que él nunca me dejaría marchar. Terminaría como Xavier o Sarafine. Con alas negras o los ojos blancos, no es que hubiera mucha diferencia. Al final, todos estábamos atados por sus cadenas, pudiéramos verlas o no.

Angelus sonrió.

—¿No? Supongo que es cierto. —Hizo un gesto con la mano, y una docena de piedras surgieron en el aire a su alrededor saliendo disparadas hacia mí, una tras otra, y golpeándome con extraordinaria puntería. Me llevé los brazos a la cara cuando uno de aquellos proyectiles pasó rozándome.

—Muy maduro. ¿Ahora qué piensas hacer? ¿Atarme y plantarme en tu viejo patio de huesos? ¿Cegarme y encadenarme como a un animal?

—No te sobreestimes. No quiero una mascota Mortal. —Trazó un círculo con el dedo y el agua empezó a girar en una especie de remolino—. Simplemente te destruiré. Será lo más sencillo para todos nosotros, aunque no suponga un gran desafío.

—¿Por qué torturaste a Sarafine? No era Mortal. ¿Por qué molestarse? —grité.

Tenía que saberlo. Sentía como si nuestros destinos estuvieran de alguna forma entrelazados: el mío, el de Sarafine, el de Xavier, y el de todos los Mortales y Caster que Angelus había destruido.

¿Que éramos nosotros para él?

—¿Sarafine? ¿Era ése su nombre? Ya casi la había olvidado. —Angelus se rio—. ¿Acaso esperas que me preocupe de cada Caster Oscuro que acaba aquí?

El agua se agitó con virulencia. Me arrodillé y la toqué con una mano. Estaba gélida y un poco viscosa. No quería nadar a través de ella, pero era incapaz de discernir si había otra forma de cruzar.

Levanté la vista hacia Angelus. No sabía en qué acabaría concretándose todo este rollo del desafío, pero pensé que lo mejor sería hacerle hablar hasta que lo averiguara.

—¿Acaso ciegas a cada Caster Oscuro y les haces luchar hasta la muerte?

Volví a mirar el agua. Se rizaba suavemente donde la había tocado, volviéndose clara y tranquila.

Angelus se cruzó de brazos sonriendo.

Mantuve mi mano en el agua mientras la corriente transparente se extendía por toda la piscina, aunque mi mano se estaba quedando entumecida. Por fin pude distinguir lo que había realmente bajo la lechosa superficie.

Cadáveres. Igual a los que había en el río.

Flotando boca arriba, con el cabello verde y los labios azules, sus rostros como máscaras sobre sus abotargados cuerpos muertos.

Como yo
—pensé—.
Ése es el aspecto que debo tener ahora mismo. En alguna parte, donde aún tengo un cuerpo.

Escuché a Angelus reírse. Pero apenas conseguía oírle, y mucho menos pensar. Tenía ganas de vomitar.

Me aparté del agua. Sabía que estaba intentando asustarme, y decidí no volver a mirarla.

Mantén tu mente en Lena. Consigue la página y podrás volver a casa.

Angelus observaba, riéndose cada vez más fuerte. Me llamaba como si yo fuera un niño.

—No tengas miedo. Tu muerte final no tiene por qué ser así. Sarafine falló al cumplir las tareas que se le habían encomendado.

—Así que ahora sabes su nombre. —Mostré una sonrisa.

Él me miró fijamente.

—Sé que me falló.

—¿A ti y a Abraham?

Angelus se puso tenso.

—Felicidades. Veo que has estado escarbando en asuntos que no te conciernen. Lo que significa que no eres más listo que el primer Ethan Wate que visitó el Gran Custodio. Y que no estás mucho más cerca de ver al Caster Duchannes al que amas de lo que lo estaba él.

Todo mi cuerpo se quedó paralizado.

Por supuesto. Ethan Carter Wate había estado aquí. Genevieve me lo había dicho.

No quería preguntar, pero tenía que hacerlo.

—¿Qué le hiciste?

—¿Tú qué crees? —Una sádica sonrisa se extendió en el rostro de Angelus—. Trató de llevarse algo que no le pertenecía.

—¿Su página?

Con cada pregunta, el Guardián parecía más satisfecho. Podría jurar que se estaba divirtiendo.

—No. La de Genevieve, la chica Duchannes a la que amaba. Quería retirar la maldición que ella había hecho caer sobre sí misma y sobre los descendientes Duchannes que vendrían tras ella. Y en cambio, perdió su estúpida alma.

Angelus bajó la vista al agua burbujeante. Asintió, y un único cuerpo emergió a la superficie. Unos ojos vacíos enormemente parecidos a los míos me miraron fijamente.

—¿Te resulta familiar, Mortal?

Conocía ese rostro. Lo habría reconocido en cualquier parte.

Era el mío. O mejor dicho, el suyo.

Ethan Carter Wate aún llevaba el uniforme confederado con el que murió.

Mi corazón se desplomó. Genevieve no volvería a verlo nunca, ni en este mundo ni en ninguno otro. Había muerto dos veces, como yo. Pero nunca volvería a casa. Nunca rodearía a Genevieve con sus brazos, ni siquiera en el Más Allá. Había intentado salvar a la mujer a la que amaba, y a Sarafine, Ridley y Lena y el resto de los Caster que vinieran después de ellas en la familia Duchannes.

Y había fracasado.

Lo cual no hacía que me sintiera mejor. No mientras estuviera de pie donde me encontraba. Y no mientras dejara atrás a una chica Caster de la forma que ambos lo habíamos hecho.

—Tú también fracasarás. —Las palabras resonaron a través de la cámara.

Lo que significaba que Angelus me estaba leyendo la mente. Llegados a ese punto, casi resultaba el hecho menos sorprendente de todo lo que estaba ocurriendo en la habitación.

Y sabía lo que tenía que hacer.

Traté de vaciar mi mente lo mejor que pude, imaginando el viejo campo con forma de diamante donde Link y yo solíamos practicar el béisbol infantil. Observé a Link lanzar una pelota en semifallo en la novena entrada mientras yo estaba en la base golpeando mi guante. Traté de visualizar al bateador. ¿Quién era? ¿Earl Petty mascando chicle debido a que el entrenador había prohibido el tabaco de mascar?

Luché para concentrar mi mente en el juego mientras mis ojos hacían otra cosa.

Vamos, Earl. Sácala fuera del parque.

Fijé los ojos en el pedestal, y luego en los cuerpos flotando a mis pies. Nuevos cuerpos continuaban emergiendo, entrechocándose unos con otros como sardinas en lata. No pasaría mucho tiempo antes de que estuvieran tan apiñados que ni siquiera me dejaran ver el agua.

Si esperaba un poco más, tal vez pudiera utilizarlos como escalones…

¡Para! ¡Piensa en el juego!

Pero era demasiado tarde.

—Yo que tú no lo intentaría. —Angelus me observaba desde el otro lado de la piscina—. Ningún Mortal puede sobrevivir en esa agua. Necesitas un puente para cruzar, y como puedes ver, ha sido retirado. Una precaución por motivos de seguridad.

Extendió su mano delante de él, retorciendo el aire en una corriente que me llegó por encima del agua.

Tuve que clavarme al suelo para mantenerme en pie.

—No recuperarás tu página. Morirás de la misma forma deshonrosa que tu tocayo. La muerte que todos los Mortales merecen.

—¿Por qué yo, y por qué él? ¿Por qué cualquiera de nosotros? ¿Qué te hemos hecho a ti, Angelus? —le grité por encima del viento.

—Eres inferior, nacido sin los dones de los Sobrenaturales. Nos obligáis a permanecer ocultos mientras vuestras ciudades y colegios se llenan de niños que crecerán para no hacer nada más que ocupar espacio. Habéis convertido nuestro mundo en una prisión. —El aire empezó a levantarse a medida que retorcía su mano con más fuerza—. Es absurdo. Como construir una ciudad para roedores.

Esperé, recreando aquel estúpido partido de béisbol —a Earl balanceándose, el chasquido del bate— hasta que las palabras se formaron, y pude pronunciarlas.

—Pero tú naciste Mortal. ¿En qué te convierte eso?

Sus ojos se agrandaron, su cara se transformó en una máscara de auténtica rabia.

—¿Qué es lo que has dicho?

—Ya me has oído. —Hice que mi mente volviera a la visión que había tenido, forzándome a recordar los rostros, las palabras. Xavier, cuando sólo era un Caster. Angelus cuando sólo era un hombre.

El viento arreció y me tambaleé, la punta de mis zapatillas se salpicó con el borde de la piscina llena de cuerpos. Intenté mantenerme firme, esperando que mis pies no resbalaran.

El rostro de Angelus se había vuelto aún más pálido que antes.

—¡No sabes nada! Mira lo que has sacrificado… ¿para salvar el qué? ¿Una ciudad llena de patéticos Mortales?

Cerré los ojos dejando que las palabras le alcanzarán.

Sé que naciste mortal. Todos esos experimentos no pueden cambiarlo. Conozco tu secreto.

Sus ojos se ensancharon, el odio asomó a su rostro.

—¡No soy un Mortal! ¡Nunca lo fui y nunca lo seré!

Conozco tu secreto.

El viento sopló aún más fuerte, y las rocas volvieron a volar por el aire, esta vez con más violencia. Traté de protegerme la cara mientras golpeaban mis costillas, estrellándose contra la pared de detrás. Un hilo de sangre resbaló por mi mejilla.

—Te desgarraré hasta hacerte jirones, Wayward.

Grité por encima del estruendo.

—Tal vez tengas poderes, Angelus, pero muy en el fondo, sigues siendo un Mortal, igual que yo.

No puedes utilizar fuerzas Oscuras como Sarafine y Abraham, ni Viajar como un Íncubo. No puedes cruzar sobre el agua mucho más de lo que pueda hacerlo yo.

—¡No soy un Mortal! —gritó.

Nadie puede.

—¡Embustero!

Demuéstralo.

Hubo un segundo, un terrible segundo, en el que Angelus y yo nos miramos a través del agua.

Entonces, sin decir palabra, Angelus se elevó en el aire, precipitándose por encima de los cadáveres de la piscina, como si no pudiera contenerse ni un momento más. Hasta ese punto llegaba su desesperación por mostrarme que era mejor que yo.

Mejor que un Mortal.

Mejor que cualquier otro que alguna vez intentara caminar sobre el agua.

Yo estaba en lo cierto.

Los cadáveres putrefactos estaban tan apiñados que corrió por encima de los cuerpos hasta que empezaron a moverse. Brazos estirándose para intentar atraparlo, cientos de manos hinchadas emergiendo de la superficie. No se parecía en nada al río que había tenido que cruzar para llegar aquí.

Este río estaba vivo.

Un brazo se enroscó en su cuello, tirando de él hacia abajo.

—¡No!

Me estremecí mientras su voz retumbaba contra las paredes.

Los cuerpos tiraban de su túnica desesperadamente, arrastrándole hacia el abismo de pérdida y miseria. Las mismas almas que había torturado, ahora le estaban ahogando.

Sus ojos se clavaron en los míos.

—¡Ayúdame!

¿Por qué debería?

De todas formas, no había nada que pudiera hacer, aunque hubiera querido. Sabía que esos cuerpos me ahogarían a mí también. Era un Mortal, igual que Angelus, o como mínimo una parte de él.

Nadie puede caminar sobre el agua, no de donde yo vengo. Nadie excepto el tipo del cuadro enmarcado en la clase de la escuela de verano.

Una pena que Angelus no fuera de Gatlin; de ser así, lo habría sabido.

Sus manos crispadas golpearon la superficie del agua hasta que no quedó nada salvo un mar de cuerpos. El hedor de la muerte estaba por todas partes. Era sofocante, y traté de taparme la boca, pero el característico olor a putrefacción y desechos era demasiado fuerte.

Sabía lo que había hecho. No era inocente. Como no lo era en la muerte de Sarafine y tampoco en ésta. Estaba leyendo en mi mente y le había empujado a hacer esto, aunque fueron su odio y su orgullo los que le habían propulsado a la piscina.

Era demasiado tarde.

Un brazo putrefacto se enroscó alrededor de su cuello, y en pocos segundos había desaparecido bajo el mar de cuerpos. Era una muerte que no hubiera deseado para nadie.

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