Read Hermoso Final Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (42 page)

—Link, ¿qué fue lo que hiciste en el sótano de casa cuando tenías nueve años? —Hasta ahora Link se había negado a contarme lo que Amma tenía guardado contra él. Siempre deseé saberlo, pero era el único secreto que no le había podido sacar.

Link se revolvió en su asiento.

—Vamos, tío. Algunas cosas son privadas.

Ridley le miró suspicaz.

—¿No fue esa vez cuando hurgaste en sus licores y vomitaste por todas partes?

Él sacudió la cabeza.

—¡Qué va! Eso fue en otro sótano. —Se encogió de hombros—. Oye, hay un montón de sótanos por aquí.

Todos nos quedamos mirándole.

—Está bien. —Pasó una mano por su pelo de punta nerviosamente—. Ella me pilló… —vaciló—. Me pilló vestido…

—¿Vestido? —Ni siquiera quería plantearme lo que significaba aquello.

Link se frotó la cara, apurado.

—Fue horrible, colega. Y si mi madre lo supiera alguna vez, te mataría por haberlo contado y a mí por haberlo hecho.

—¿Qué es lo que llevabas? —preguntó Lena—. ¿Un vestido? ¿Zapatos de tacón?

Él sacudió la cabeza. Su cara roja de vergüenza.

—Peor.

Ridley le golpeó en el brazo, con aspecto de estar también bastante nerviosa.

—Escúpelo. ¿Qué demonios llevabas puesto?

Link agachó la cabeza.

—Un uniforme de soldado de la Unión. Lo robé del garaje de Jimmy Weeks.

Solté una carcajada, y en pocos segundos también Link. Nadie más en la mesa podía entender el pecado de un chico sureño —cuyo padre había estado al frente de la Caballería Confederada en la Reconstrucción de la Batalla de Honey Hill, y cuya madre era un orgulloso miembro de las Hijas de la Revolución Americana—, que intentó probarse el uniforme de la Guerra Civil del bando opuesto. Había que ser de Gatlin.

Era una de esas verdades no habladas, como la de que no se podía hacer una tarta para los Wate porque la de Amma siempre sería mejor; o como la de que no te podías sentar enfrente de Sissy Honeycutt en la iglesia porque no paraba de hablar durante el sermón del pastor; o la de que no se podía elegir el color de la pintura de tu casa sin consultar a la señora Lincoln, salvo que te llamaras Lila Evers Wate.

Gatlin era así.

Una gran familia, todos y cada uno de ellos, con sus cosas buenas y malas.

Incluso la señora Asher le había dicho a la señora Snow que le dijera a la señora Lincoln que le dijera a Link que me dijera que se alegraba de tenerme de vuelta de una pieza tras mi estancia con la tía Caroline. Le dije a Link que le diera las gracias, porque lo sentía de verdad. Tal vez la señora Lincoln me hiciera algún día uno de sus famosos
brownies
.

Si lo hacía, podía jurar que dejaría el plato limpio.

* * *

Cuando Link nos acercó con el coche, Lena y yo nos dirigimos directamente hasta Greenbrier. Era nuestro rincón, y por muchas cosas terribles que hubieran sucedido allí, siempre sería el lugar donde encontramos el guardapelo. Donde vi a Lena mover las nubes por primera vez, aunque no me diera cuenta. Donde prácticamente aprendimos latín, tratando de traducir el
Libro de las Lunas.

El jardín secreto de Greenbrier contenía nuestros secretos desde el principio. Y, de alguna forma, nosotros también estábamos empezando de nuevo.

Lena me lanzó una mirada extrañada cuando finalmente desplegué el periódico que había estado llevando toda la tarde.

—¿Qué es eso? —Cerró su cuaderno de espiral, aquel en el que se pasaba el día escribiendo, como si no pudiera plasmar con suficiente rapidez las ideas en sus páginas.

—El crucigrama. —Nos tumbamos boca abajo en el césped, acurrucados el uno contra el otro en nuestro viejo lugar bajo el árbol, cerca del limonar, junto a la lápida. Haciendo honor a su nombre, Greenbrier era la zona más verde que había visto nunca. No había un solo cigarrón ni un trozo de hierba seca a la vista. Gatlin realmente había vuelto a la mejor versión de su antiguo yo.

Nosotros hicimos esto, L. No sabíamos lo poderosos que éramos.

Ella apoyó la cabeza en mi hombro.

Ahora lo sabemos.

No tenía idea de cuánto podría durar aquello, pero me juré a mí mismo que no volvería a dar nada por sentado de nuevo. Ni un solo minuto que pudiéramos disfrutar juntos.

—Pensé que podríamos hacerlo. Ya sabes, por Amma.

—¿El crucigrama?

Asentí y ella se rio.

—¿Sabes que nunca en mi vida me había fijado en los crucigramas? Ni una vez. No hasta que te marchaste y empezaste a usarlos para hablar conmigo.

—Muy astuto, ¿no crees? —Le di un codazo.

—Mejor que lo de intentar hacer canciones. Aunque tus crucigramas tampoco eran gran cosa. —Sonrió mordiéndose el labio inferior. No pude resistirme y la besé una y otra vez, hasta que finalmente se apartó, riéndose.

—Bueno, vale. Eran muy buenos. —Se acercó tanto que apoyó su frente contra la mía.

Sonreí.

—Admítelo, L. Mis crucigramas te encantaron.

—¿Estás de broma? Pues claro que sí. Era como si volvieras a mí cada vez que miraba esos estúpidos pasatiempos.

—Estaba desesperado.

Desplegamos el periódico entre nosotros, y saqué el lápiz del número dos. Debí imaginar lo que nos encontraríamos.

Amma me había dejado un mensaje, igual a los que yo le había dejado a Lena.

Cinco horizontal. O sea, ser o…

E.S.T.A.R.

Cuatro vertical. Lo opuesto al mal.

B.I.E.N.

Cinco vertical. La víctima de un accidente de trineo, en una novela de Edith Wharton.

E.T.H.A.N.

Siete horizontal. Es decir, expresión de alegría.

A.L.E.L.U.Y.A.

Estrujé el periódico y tiré de Lena hacia mí.

Amma estaba en casa.

Amma estaba conmigo.

Y Amma se había ido.

Lloré casi hasta que el sol desapareció del cielo y la pradera a mi alrededor estuvo tan oscura y tan luminosa como yo mismo me sentía.

39
Un himno para Amma

E
l orden no está ordenado

no más que las cosas son siempre cosas

aleluya

no hay ningún sentido en depósitos de agua

ni en ciudades navideñas

cuando no puedes diferenciar lo de arriba de abajo

aleluya

las tumbas son siempre tumbas

desde dentro o desde fuera

y el amor rompe lo que dicen irrompible

aleluya

a quien amé amé, a quien amé perdí

ahora ella es fuerte aunque no esté aquí

su camino encontró y por él pagó

a un remoto lugar voló

aleluya

ilumina la oscuridad, canta a los Antepasados

un nuevo día

aleluya

Epílogo
Después

A
quella noche me acosté en la antigua cama de caoba de mi habitación, al igual que habían hecho generaciones de Wate antes que yo. Los libros apilados bajo la cama. El móvil roto junto a mí. El viejo iPod colgando de mi cuello. Incluso mi desgastado mapa de carreteras estaba de nuevo en la pared. Lena lo había pegado ella misma. Sin embargo, por muy confortable que fuera todo, no podía dormir, tenía demasiadas cosas en qué pensar.

O recordar.

Cuando era pequeño, murió mi abuelo. Quería a mi abuelo, por miles de razones que no puedo explicar y miles de historias que apenas puedo recordar.

Después de que falleciera, me escondí fuera, en el árbol que crecía a medio camino de la valla, donde los vecinos solían tirarnos melocotones verdes a mis amigos y a mí, y desde donde nosotros acostumbrábamos a tirárselos a los vecinos.

No podía dejar de llorar, por mucho que apretara mis puños contra los ojos. Supongo que hasta entonces no había comprendido que la gente podía morir.

Mi padre apareció primero y trató de hablar conmigo desde debajo de aquel estúpido árbol. Luego lo intentó mi madre. Nada de lo que decían me hacía sentir mejor. Pregunté si el abuelo estaría en el cielo, tal y como explicaban en la escuela de verano. Mi madre dijo que no estaba segura. Era su parte de historiadora. Dijo que nadie sabía realmente lo que sucedía cuando nos moríamos.

Tal vez nos convertimos en mariposas. Tal vez regresamos de nuevo como personas. Tal vez simplemente morimos y no sucede nada.

Lloré con más fuerza. Una historiadora no es precisamente lo que uno necesita en esa clase de situación. Fue entonces cuando le conté que no quería que el abuelo muriera, pero por encima de todo, no quería que ella muriera, y por encima de eso, yo tampoco quería morir. Entonces se vino abajo.

Era su padre.

Descendí del árbol por mis propios medios, y lloramos juntos. Ella me estrechó entre sus brazos, allí mismo, al pie de los escalones de Wate’s Landing, y dijo que yo no moriría.

No moriría.

Lo prometió.

No iba a morir, y tampoco ella.

Después de aquello, lo único que recuerdo fue volver a entrar y comer tres trozos de pastel de grosellas y cerezas, de esos que tienen una cruz de azúcar tostada. Alguien tenía que morir para que Amma hiciera ese pastel.

Con el paso de los años crecí, me volví más maduro, y dejé de buscar el regazo de mi madre cada vez que sentía ganas de llorar. Incluso dejé de subir a aquel viejo árbol. Pero transcurrió mucho tiempo hasta que comprendí que mi madre me había mentido. No fue hasta que me dejó cuando volví a recordar lo que me había dicho.

No sé adónde quiero llegar. No sé qué propósito tiene todo esto.

Por qué preocuparse.

Mientras estemos aquí.

Mientras amemos.

Tenía una familia que lo era todo para mí, y ni siquiera era consciente de ello cuando los tenía. Tenía una chica que lo era todo para mí, y era consciente de ello cada segundo que pasaba con ella.

Los perdí a todos. Perdí todo lo que un chico puede querer.

Y había encontrado el camino de vuelta a casa, pero no os engañéis. Nada es lo mismo que antes. Y tampoco estaba seguro de querer que fuera así.

En cualquier caso, aún sigo siendo uno de los chicos más afortunados de los alrededores.

No soy una persona religiosa, no cuando se trata de rezar. Para ser sincero, en mi opinión rezar no sirve para mucho más que para darte esperanzas. Pero sí sé una cosa, y quiero decirla. Y espero que alguien esté escuchando.

Hay un sentido. No sé cuál es, pero todo lo que tenía, y todo lo que perdí, y todo lo que dejé significaban algo.

Tal vez no haya un significado en la vida. Tal vez sólo hay un significado en vivirla.

Eso es lo que había aprendido. Y eso es lo que voy a hacer a partir de ahora.

Vivir.

Y amar, por tonto que suene.

Lena Duchannes. Su nombre rima con lluvia.

Ya no voy a caer nunca más. Eso es lo que L dice, y tiene razón.

Porque supongo que en cierto modo podría decirse que estoy volando.

Que ambos lo estamos.

Estoy totalmente seguro de que en algún lugar ahí arriba, en la inmensidad del auténtico cielo azul lleno de abejorros carpinteros, Amma también está volando.

Todos lo estamos, dependiendo de cómo quieras mirarlo. Volando o cayendo, depende de nosotros.

Porque el cielo no está hecho de pintura azul, y no hay solamente dos clases de personas en este mundo, las estúpidas y las atrapadas. Somos nosotros los que creemos que las hay. No pierdas tu tiempo con ninguna de ellas, con nada. No vale la pena.

Puedes preguntarle a mi madre, si es una noche de cielo estrellado. De ésas con dos lunas Caster y una Estrella del Norte y otra del Sur.

Al menos, yo sé que puedo.

* * *

Me levanto en plena noche y camino entre el crujido de las tablas del suelo. Parecen increíblemente reales, no hay un solo momento que no piense que estoy soñando. Una vez en la cocina, cojo un montón de vasos impecables del armario que está sobre la encimera.

Uno a uno los voy colocando en fila sobre la mesa.

Vacíos excepto por el reflejo de la luna.

La luz de la nevera es tan brillante que me sorprende. En la balda de abajo, encajonado detrás de una marchita cabeza de repollo, lo encuentro.

Batido de chocolate.

Justo como sospechaba.

Puede que hubiera dejado de tomarlo, y puede que no estuviera aquí para beberlo, pero sabía que de ningún modo Amma habría dejado de comprarlo.

Abro el cartón y doblo el pico hacia fuera, algo que podía hacer incluso dormido, que es prácticamente el estado en que me encuentro. Seguramente sería incapaz de hacer la tarta que le gusta al tío Abner aunque mi vida dependiera de ello, y ni siquiera sé dónde guarda Amma la receta de la tarta de chocolate.

Pero esto lo sabía.

Uno a uno voy llenando los vasos.

Uno por tía Prue, que veía todo sin pestañear.

Otro por Twyla, que renunció a todo sin dudar.

Otro por mi madre, que me dejó marchar no una, sino dos veces.

Otro por Amma, que ocupó su lugar entre los Antepasados para que yo pudiera ocupar el mío de nuevo en Gatlin.

No es que un batido de chocolate sea suficiente, pero no es realmente la leche lo que cuenta, y todos lo sabemos, todos los que estamos aquí, al menos.

Porque la luz de la luna reluce en las vacías sillas de madera a mi alrededor, y sé, como siempre, que no estoy solo.

Que nunca estoy solo.

Empujo el último vaso hacia el haz de luz de luna que atraviesa la rayada mesa de la cocina. La luz fluctúa como el parpadeo del ojo de un Sheer.

—Bebedlo —ordeno, aunque no quería decir eso.

Y menos aún a Amma y mi madre.

Os quiero, y siempre os querré.

Os necesito, y os llevo conmigo.

Lo bueno y lo malo, el azúcar y la sal, las patadas y los besos, lo que vino antes y lo que vendrá después, vosotros y yo…

Todos estamos mezclados en esto juntos, bajo la cálida corteza de un pastel.

Todo lo que se refiere a mí recuerda a todo lo que se refiere a vosotros.

Entonces saco un quinto vaso de la balda, el último limpio. Lo lleno hasta el borde con leche, tan hasta el borde que tengo que dar un sorbo para que no se derrame.

Lena siempre se ríe por la forma en que lleno mi taza hasta el límite. Puedo sentir cómo sonríe en su sueño.

Levanto mi vaso hacia la luna y me lo bebo.

La vida nunca me ha sabido tan dulce.

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