Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
Había algo peor que malo en este lugar, desde la arañada mesa de acero en el centro de la habitación hasta el extraño altar en un rincón, rodeado de velas, tallas, y una varilla de incienso negro que apestaba a regaliz y gasolina.
Link me dio un codazo, señalando una rana muerta que flotaba en una jarra.
—Este lugar es peor que el laboratorio de biología del colegio de verano.
—¿Estás seguro de que Amma está aquí abajo? —No lograba imaginarla en esta versión retorcida del sótano de mis tías abuelas.
Link asintió señalando hacia el fondo de la habitación, donde titilaba una luz amarilla.
—Red Hots.
Caminamos entre las hileras de estanterías y, en pocos segundos, pude escuchar la voz de Amma. Al final del pasillo, dos librerías bajas flanqueaban un estrecho pasillo que llevaba al fondo de la tienda —o como quiera que se llamara este sitio—. Nos pusimos a gatas escondiéndonos detrás de las librerías. Unas patas de pollo flotaban en un frasco junto a mi hombro.
—Necesito ver la yapa. —Era una voz de hombre, grave y con un fuerte acento—. Te sorprendería saber cuánta gente encuentra el camino hasta aquí y no son quienes dicen ser.
Me dejé caer sobre el estómago arrastrándome hacia delante para poder echar un vistazo por el lateral de la librería. Link tenía razón. Amma estaba delante de una mesa de madera negra, aferrada a su bolso con ambas manos. Las patas de la mesa tenían forma de patas de pájaro, sus garras a pocos centímetros de los pequeños zapatos ortopédicos de Amma. Estaba de perfil, su piel oscura brillando bajo la luz amarilla, su moño cuidadosamente recogido bajo el sombrero de flores de la iglesia, el mentón levantado y la espalda recta. No podría decir si tenía miedo. El orgullo de Amma era una parte tan esencial en ella como sus arrugas, sus galletas o sus crucigramas.
—Lo supongo. —Abrió su bolso y sacó el bulto rojo que la mujer criolla le había entregado.
Link también estaba tendido boca abajo.
—¿No es eso lo que la señora de las rosquillas le entregó? —susurró. Asentí y le hice un gesto para que se callara.
El hombre de detrás de la mesa se inclinó hacia la luz. Su piel era de ébano, más oscura y tersa que la de Amma. Llevaba el pelo retorcido en toscas y descuidadas trenzas sujetas en la base de su nuca. Cuerdas y pequeños objetos que no pude reconocer estaban entremezclados en las trenzas. Se acarició la perilla mientras observaba fijamente a Amma.
—Entréguemelo. —Alargó la mano, el puño de su oscura túnica deslizándose por el brazo. Su muñeca estaba cubierta por finas hebras de cuerda y cuero, cargadas de amuletos. Tenía cicatrices en su mano, la piel abultada y brillante, como si se hubiera quemado más de una vez.
Amma dejó caer el bulto en su mano sin tocarle.
Él advirtió su precaución y sonrió.
—Vosotras, las mujeres isleñas, sois todas iguales, practicáis el arte de protegeros contra mi magia. Pero vuestras hierbas y polvos no son rival para la mano de un bokor.
El arte. Vudú. Ya lo había oído llamar así con anterioridad. Y si mujeres como Amma proporcionaban protección contra esa magia, eso sólo podría significar una cosa. Que practicaba magia negra.
Abrió el bulto y sacó una única pluma. La examinó detenidamente, haciéndola girar en sus manos.
—Veo que no eres una intrusa, bueno ¿qué es lo que quieres?
Amma lanzó un pañuelo sobre la mesa.
—No soy una intrusa ni una mujer isleña como esas que está acostumbrado a ver.
El bokor levantó el delicado tejido, examinando el bordado. Sabía cuál era el diseño, aunque no podía verlo desde donde estaba: un gorrión.
El bokor miró el pañuelo, y de nuevo a Amma.
—Es la marca de la Profetisa Sulla. Así que es una Vidente, ¿una de sus descendientes? —Sonrió ampliamente, sus dientes blancos resplandeciendo en la penumbra—. Bueno, eso hace que esta pequeña visita sea aún más inesperada. ¿Que podría traer a una Vidente a mi taller?
Amma lo observó detenidamente, como si fuera una de las serpientes que se deslizaban por el terrario de la tienda.
—Esto ha sido un error. No tengo tratos con los de su clase. Voy a salir de aquí. —Se colocó el bolso en el hueco del brazo y giró sobre sus talones para marcharse.
—¿Se marcha tan pronto? ¿No quiere saber cómo cambiar las cartas? —Su risa amenazadora resonó por toda la habitación.
Amma se paró en seco.
—Sí quiero. —Su voz era tranquila.
—Y sin embargo ya sabe la respuesta, Vidente. Por eso está aquí.
Ella se dio la vuelta para encararlo.
—¿Cree que es una visita social?
—No se pueden cambiar las cartas una vez que se han repartido. No las cartas de las que hablamos. La fortuna es una rueda que gira sin necesidad de nuestra mano.
Amma dio una palmada sobre la mesa.
—No trate de venderme el lado bueno de una nube tan negra como su alma.
Sé
que puede hacerse.
El bokor dio un golpecito a un frasco de cáscaras de huevo machacadas que estaba junto al borde de la mesa. De nuevo sus dientes blancos brillaron en la oscuridad.
—Todo puede hacerse por un precio, Vidente. La cuestión es qué está dispuesta a pagar.
—Lo que haga falta.
Me estremecí. Había algo en la forma en que Amma lo dijo, incluso en el tono cambiante de su voz, que me hizo sentir como si una barrera invisible entre ellos dos hubiera desaparecido. Me pregunté si esa barrera sería más profunda que la que había cruzado la noche de la Decimosexta Luna, cuando ella y Lena utilizaron el
Libro de las Lunas
para traerme de regreso de los muertos. Sacudí la cabeza. Todos habíamos cruzado ya demasiadas barreras.
El bokor observó fijamente a Amma.
—Déjeme ver las cartas. Necesito saber a qué nos estamos enfrentando.
Amma sacó de su bolso un fajo de lo que parecían ser cartas de tarot, pero las imágenes de las cartas no estaban bien. No eran cartas de tarot: éstas eran otra cosa. Las colocó con cuidado sobre la mesa, desplegándolas. El bokor observaba, agitando la pluma entre sus dedos.
Amma dejó caer la última carta.
—Aquí está.
Él se quedó inmóvil, susurrando en una lengua que no entendí. Pero estaba claro que no estaba contento. El bokor despejó violentamente su desvencijada mesa de madera, botellas y viales estrellándose contra el suelo. Se inclinó tanto sobre Amma como nunca había visto hacerlo a nadie.
—La Reina Furiosa. La Balanza Desequilibrada. El Niño de la Oscuridad. La Tormenta. El Sacrificio. Los Gemelos Divididos. El Cuchillo Sangrante. El Alma Fracturada.
El bokor escupió, agitando la pluma frente a ella, su versión de la Amenaza Tuerta.
—Una Vidente de la estirpe de la Profetisa Sulla es lo suficientemente lista para saber que esto no es un despliegue de cartas cualquiera.
—¿Me está diciendo que no puede hacerlo? —Era un reto—. ¿Que he hecho todo este camino por unas cáscaras de huevo machacadas y ranas de pantano muertas? Eso puedo conseguirlo de cualquier adivino de tres al cuarto.
—¡Lo que digo es que no puede pagar el precio, anciana! —Su voz se alzó, y me puse rígido. Amma era la única madre que me quedaba. No podía soportar que nadie le hablara de esa forma.
Amma alzó los ojos al techo, murmurando. Hubiera apostado lo que fuera a que hablaba con los Antepasados.
—Ni un solo hueso de mi cuerpo querría venir a este nido del mal olvidado de la mano de Dios…
El bokor cogió una larga vara envuelta en la crujiente piel de una serpiente y caminó alrededor de Amma como un animal esperando para atacar.
—Sin embargo, ha venido. Porque sus pequeñas muñecas y hierbas no pueden salvar al
ti-bon ange
[3]
. ¿No es así?
Amma le miró desafiante.
—Alguien va a morir si no me ayuda.
—Y alguien morirá si lo hago.
—Eso ya lo discutiremos otro día. —Dio unos golpecitos a una de las cartas—. Ésta de aquí es la muerte que me preocupa.
Examinó la carta, acariciándola con la pluma.
—Interesante que haya escogido la única que ya está perdida. Y más interesante aún que haya venido a mí en vez de recurrir a sus preciosos Caster. Esto les concierne a ellos, ¿no es así?
Los Caster.
El estómago me dio un vuelco. ¿Quién estaba ya perdido? ¿Estaría hablando de Lena?
Amma lanzó un fuerte suspiro.
—Los Caster no pueden ayudarme. Apenas pueden ayudarse a sí mismos.
Link me miró, confuso. Pero yo no entendía mucho más que él. ¿Cómo podía el bokor ayudar a Amma en algo que los Caster no podían?
Las imágenes se abatieron sobre mí antes de que pudiera detenerlas. El insoportable calor. La plaga de insectos que infestaba cada centímetro del pueblo. Las pesadillas y el pánico. Caster que no podían controlar sus poderes, ni siquiera utilizarlos. Un río de sangre. La voz de Abraham resonando en la caverna después de que Lena Cristalizara.
Habría consecuencias.
El bokor dio la vuelta para mirar a Amma, evaluando su expresión.
—Querrá decir que los Caster de Luz no pueden.
—No pediría ayuda a otra clase.
Pareció complacido con su respuesta, pero no por la razón que yo creía.
—Y, sin embargo, ha venido a mí porque puedo hacer algo que ellos no. La antigua magia que nuestro pueblo trajo a través del océano con nosotros. Una Magia que no puede ser controlada por Mortales o Caster. —Estaba hablando del vudú, una religión nacida en África y en el Caribe—. Ellos no entienden el
ti-bon ange.
Amma le miró fijamente como si quisiera convertirlo en piedra, pero no se movió.
Le necesitaba, aunque yo no entendiera el porqué.
—Ponga un precio. —Su voz vaciló.
Observé cómo calculaba el coste tanto de la petición de Amma como de su integridad. Eran fuerzas opuestas, trabajando en los extremos de un misticismo compartido que era tan negro y blanco como la Luz y la Oscuridad del mundo Caster.
—¿Dónde está ahora? ¿Sabe dónde lo han ocultado?
—¿Ocultado qué? —murmuró Link por lo bajo. Sacudí la cabeza. No tenía ni idea de lo que estaban hablando.
—No está oculto. —Por primera vez, Amma buscó sus ojos—. Está libre.
En un primer momento él no reaccionó, como si ella se hubiera equivocado. Pero cuando el bokor comprendió que Amma hablaba en serio, se dio la vuelta hasta su mesa y escudriñó las cartas desplegadas. Podía escuchar fragmentos dispersos de francés criollo en su voz nudosa.
—Si lo que dice es cierto, anciana, sólo hay un precio.
Amma pasó la mano sobre las cartas, formando una pila.
—Lo sé. Pagaré por ello.
—¿Comprende que no hay vuelta atrás? ¿Que no hay forma de deshacer lo que hagamos? Cuando se manipula la Rueda de la Fortuna, ésta continúa girando hasta que te aplasta en su camino.
Amma amontonó las cartas y las metió de nuevo en su bolso. Pude advertir que su mano temblaba, moviéndose dentro y fuera de las sombras.
—Haga lo que tenga que hacer, que yo haré lo mismo. —Cerró bruscamente el bolso y se dio la vuelta para marcharse—. Al final, la Rueda nos aplasta a todos.
—Y
entonces Link y yo echamos a correr como si Amma nos estuviera persiguiendo con la Amenaza Tuerta. Estaba tan asustado de que supiera que la habíamos seguido que no me levanté de la cama hasta bien entrada la mañana. —Omití la parte en la que me despertaba en el suelo, como me sucedía siempre después de alguno de mis sueños.
Para cuando terminé de contarle la historia a Marian, su té se había quedado frío.
—¿Y qué pasó con Amma?
—Escuché cerrarse la puerta mosquitera cuando empezaba a amanecer. Cuando bajé las escaleras esta mañana, estaba haciendo el desayuno como si tal cosa. La misma sémola con queso de siempre, los mismos huevos de siempre. —Excepto que ninguna de las dos cosas sabía como siempre.
Estábamos en el archivo de la Biblioteca del Condado de Gatlin. Era el santuario privado de Marian, el que había compartido con mi madre. Y era, también, el lugar donde Marian buscaba respuestas a preguntas que la mayoría de la gente de Gatlin no sabía ni formular, que era la razón por la que yo estaba allí. Marian Ashcroft había sido la mejor amiga de mi madre, pero siempre la había considerado más como a una tía que a la mía de verdad. Lo que supongo que era la otra razón por la que estaba allí.
Amma era lo más cercano que me quedaba de una madre. No estaba dispuesto a asumir sus cosas malas, y no quería que nadie lo hiciera. Pero, aun así, no me sentía cómodo sabiendo que andaba por ahí con un tipo que estaba en el lado malo de todo lo que Amma creía. Tenía que contárselo a alguien.
Marian removió su té, distraída.
—¿Estás absolutamente seguro de lo que escuchaste?
Asentí.
—No es la clase de conversación que se olvida. —Había intentado borrar de mi mente la imagen de Amma y del bokor desde el momento en que los vi—. No es la primera vez que veo a Amma ponerse como loca cuando no le gusta lo que las cartas dicen. Cuando supo que Sam Turley iba a salirse con el coche en el puente de Wader's Creek, se encerró en su habitación y no pronunció palabra durante una semana. Esto era diferente.
—Una Vidente nunca intenta cambiar las cartas. Especialmente, no la retataranieta de la Profetisa Sulla. —Marian miró dentro de su taza de té, cavilando—. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?
—No lo sé. El bokor dijo que podía hacerse, pero que tendría un coste para ella. Amma respondió que pagaría el precio. Sin importar el que fuera. No le veo ningún sentido, pero sé que tiene que ver con los Caster.
—Si él era un bokor, no lo habrá dicho a la ligera. Utilizan el vudú para herir y destruir más que para iluminar y curar.
Asentí. Por primera vez desde que podía recordar, estaba asustado por Amma. Lo que parecía tan absurdo como que un gatito tuviera miedo por un tigre.
—Sé que no puedes interferir en el mundo Caster, pero el del bokor es Mortal.
—Razón por la cual has acudido a mí. —Marian suspiró—. Puedo hacer alguna indagación, pero la única pregunta que no podré responder es la que de verdad importa. ¿Qué podría haber llevado a Amma hasta una persona que cree justo lo opuesto a ella? —Marian sacó un plato de galletas, lo que significaba que no tenía la respuesta.
—¿HobNobs? —Me estremecí. No eran unas galletas cualquiera. —La maleta de Liv había venido repleta de ellas cuando aterrizó en Carolina del Sur a principios de verano.