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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (19 page)

—Palatina está cumpliendo las funciones de mi secretaria, ya que la auténtica está enferma —nos explicó Hamílcar—. La tripulación de uno de mis buques halló a Palatina flotando a la deriva sobre los restos de un naufragio y fue traída aquí. No recuerda de dónde viene ni quiénes son sus padres, aunque es muy inteligente y de refinada educación.

Estaba dejando mi copa en la mesa cuando se oyeron pasos provenientes de la antecámara y Palatina apareció en el portal. Debo decir que por fortuna la había apoyado ya, pues de otro modo hubiese volcado todo su contenido.

En el mismo momento en que mis ojos se fijaron en ella supe que me recordaba a alguien que conocía muy bien. Pero me llevó unos cuantos segundos comprender a quién. Ella me estaba mirando.

Sus cabellos eran de un castaño claro inusual en el Archipiélago, donde lo más común era el cabello castaño oscuro o negro. También su piel era mucho más pálida que la de cualquiera de los que estábamos en la sala. Sin embargo, fue-su rostro lo que me fascinó. No era especialmente hermosa, pero tenía un no sé qué que cautivaba las miradas. Y además, sin ninguna duda, era muy parecida a mí.

Yo no pertenecía a la sangre de mi padre; él me lo había dicho ocho años atrás, cuando resultó evidente que mis rasgos no se asemejaban a los de mis padres y tampoco a los de mis abuelos o parientes cercanos. Lo que es más, mi rostro finamente cincelado y mi contextura delgada eran propios de los thetianos y exiliados de sangre más noble. Ninguno de esos dos grupos era muy numeroso.

Los ojos de Palatina eran de un color gris oscuro en lugar de azul verdoso, y nos separaban las diferencias lógicas de género, pero su rostro era el más parecido al mío que jamás hubiera visto.

—Palatina —dijo Hamílcar observándome con curiosidad—, éstos son el conde de Lepidor y su hijo, Cathan. Conde, vizconde, ella es mi secretaria y amiga, Palatina.

Palatina nos hizo una reverencia como si estuviese acostumbrada a hacerla (algo inhabitual pues se trataba de un saludo típicamente masculino) y se sentó junto a Hamílcar. Mientras duró la negociación, sin embargo, mi mente vagó retornando al viejo pasatiempo de fantasear sobre mi origen, en el que tantas veces me había sumergido siendo más joven durante las tutorías más aburridas. Cuando mi padre (Elníbal, claro) me contó el modo en que me halló, dijo que había sido entre las ruinas de una población arrasada en lo más profundo de la jungla de Tumarian, en el Archipiélago, donde luchaba como mercenario el año anterior a convertirse en conde. Tanto mis padres biológicos como el resto de los habitantes del poblado, me aseguró en aquel momento, habían sido asesinados por los bandidos que él y sus compañeros estaban persiguiendo. Desde el mismo momento en que oí eso no dejé de preguntarme quiénes y cómo habían sido mis padres biológicos, pero se trataba sólo de hacer volar la imaginación. En lugar de crecer en medio del peligro de la jungla, había pasado a ser heredero de una ciudad y, además, era feliz. Por ese motivo, conocer mi auténtico origen nunca me había obsesionado.

Ahora, sin embargo, tras la súbita aparición de otra persona de la misma edad y apariencia tan similar a la mía, alguien que, de modo frustrante, no recordaba su propio pasado, me sentí realmente perturbado. ¿Era posible que fuésemos parientes? Y en ese caso, ¿cómo había llegado ella aquí sin ningún recuerdo de su pasado' Y entonces, cuando Hamílcar me hizo una pregunta y debí alejar mi mente del asunto, recordé algo más: los nombres acabados en <

Al caer la tarde, mi padre firmó un contrato con Hamílcar en presencia de los cuatro testigos prescritos por la ley de Taneth. Moritan y Courtiéres fueron los testigos de mi padre y los líderes de otras dos grandes familias, Telmoun y Eiza, hicieron lo mismo para Hamílcar. Cuando lord Telmoun se fue, Hamílcar nos invitó a todos y a lord Eiza, quien era obviamente su amigo, a quedarnos para cenar.

Fue un evento agradable, sobre todo teniendo en cuenta que había allí dos grupos de personas que casi no se conocían entre sí. Hamílcar parecía casi eufórico, y después de contarnos por qué su familia había caído tan bajo pude entender su alegría.

—Nuestras dificultades surgieron hace unos veintidós años _empezó a narrar no bien acabó su cuarto vaso de vino—. Fue en el año de la cruzada del Archipiélago, el año en que el Dominio destruyó Paraíso. Al menos, así es como lo llamaba mi madre, yo jamás he ido al Archipiélago en persona, pero, por lo que puedes apreciar en esta casa, siento verdadera pasión por ese lugar y su historia. Especialmente por Qalathar.

Conque ése era el extraño estilo que no había sido capaz de reconocer, el de Qalathar.

—No desearías estar allí, al menos no ahora —intervino mi padre—. Estuve allí antes de la matanza, cuando tenía diecisiete años. Sin duda, algunas zonas estuvieron cercanas al paraíso, pero ya no queda nada de eso, sólo los recuerdos.

Moritan asintió con convicción. Sus ojos estaban ya desenfocados; no parecía tener mucha tolerancia a la bebida.

—La familia Barca tenía muchos intereses comerciales en el Archipiélago y , tras la cruzada, dejaron de existir. Mi abuelo adoraba el Archipiélago y murió con el corazón roto al año siguiente. Eso dejó a mi padre al cargo, pero no estaba preparado para la tarea de reconstruir lo perdido. Así fue que luchamos durante cinco años, perdiendo de forma gradual clientes y capital. Mi tío Komal comenzó a desviar un gran porcentaje de los beneficios que obteníamos, lo que nos generó una mala reputación. Mi padre no lo descubrió hasta que ya fue demasiado tarde. Entonces intentó contener a Komal, pero no era lo suficientemente fuerte. Komal lo asesinó y tomó las riendas de la familia. Mi madre y yo quedamos relegados a una fortaleza decrépita que poseíamos más allá del estrecho y, durante los siguientes doce años, Komal manchó de sangre una familia hasta entonces inmaculada. Como nunca habitó esta mansión, he podido decorarla con lo poco que pudimos conservar.

La madre de Hamílcar alimentó en él la sed de venganza hasta que, unos ocho años atrás, Hamílcar pudo al fin deponer a Komal. Pero, para entonces, la familia Barca conservaba sólo dos fieles clientes. Ninguno de ellos era demasiado lucrativo Y, aunque Hamílcar intentó devolver el buen nombre a la familia, no había tenido mucho éxito en lograr nuevos clientes. Hasta este momento.

El tono de Hamílcar me parecía demasiado objetivo y distante cuando hablaba de su familia, como si los eventos narrados le hubiesen sucedido a otra persona y no le causasen ninguna emoción.

Algo después, Palatina me hizo preguntas sobre mí, mi familia y Lepidor. Era vivaz y amable, aunque parecía frustrarle la pérdida de la memoria. Era de mente ágil y risa fácil, y disfruté de su compañía casi desde el primer instante. De todos modos, lo que había entre nosotros era sólo amistad, y nunca habría nada más.

Los acontecimientos eran prometedores, pensé cuando partimos de la mansión, el futuro de Lepidor parecía asegurado. Habíamos encontrado lo que buscábamos y mi viaje no había sido en vano. Me sentí sereno y, satisfecho, y el mal humor de mi padre pareció haberse esfumado por completo, incluso bromeaba.

Moritan opinó que Hamílcar carecía de alma. Courtiéres lo miró de frente y le dijo a su vez:

—Vale, pero tú tampoco tienes, amigo.

Estaban ambos perdidamente borrachos y formulaban sus alegres comentarios casi a gritos. Mi padre les clavó una severa mirada.

—Despertaréis a toda la calle —les advirtió.

—¿Y eso qué importa? —respondió Moritan—, si son todos unos maleantes.

—¿Incluso nuestro anfitrión?

—Ése carece de alma —repitió Moritan con solemnidad—, entonces no puede ser un maleante. Ya lo ha dicho Courtiéres. Pensé en ese momento que alguien que sentía por un sitio la fascinación que Hamílcar sentía por Qalathar debía de tener alma forzosamente, pero no era una discusión demasiado importante
.
Yo no había bebido ni la mitad que ellos, pues tengo baja tolerancia al alcohol. Superar las dos copas de vino o de cualquier bebida semejante me colapsa, sin pasar antes por ninguna sensación de bienestar.

Durante los días siguientes asistí con mi padre a algunas reuniones de la conferencia, aunque en su mayor parte fueron muy aburridas y versaron sobre los intentos del rey de sacarle dinero a todo el que pudiese para financiar las misiones contra los haletitas. El verdadero trabajo se hacía fuera de la sala de conferencias, cuando pequeños grupos de condes conversaban en privado gestando propuestas para que fueran luego votadas durante las sesiones o acordando pactos entre sí.

Cinco días después de haber desembarcado en Taneth le transmití a mi padre el mensaje de Etlae.

—¿Tan pronto? —fue su reacción—. Si los veteranos te han convocado, Cathan, tu deber es acudir. De todas formas hubieses pasado allí el próximo año.

No me resistí. Cuando mi padre tomaba una decisión, podía decirse que ésta era irrevocable. De cualquier modo, la idea de estar fuera de Lepidor durante un año no me alegraba en absoluto. Le hice a continuación todas las preguntas que se me ocurrieron acerca de ese lugar.

—Es una academia edificada sobre una de las islas del Archipiélago. Yo mismo estuve allí cuando tenía tu edad. Pondrán en duda todo aquello en lo que crees, pero puedo asegurarte que son los mejores maestros que podrías tener.

Eso era todo lo que diría mi padre, ni una palabra más. Durante la quincena que pasé en Taneth forjé una gran amistad con Palatina, que me acompañó durante muchas horas a explorar la vasta colmena humana que era Taneth. La ciudad era un tesoro infinito, tan repleto de todo, y me propuse satisfacer mi curiosidad visitando hasta los rincones más oscuros. Deseaba ver tantos sitios como pudiese y averiguar qué actividades se desarrollaban en ellos. Visité cada una de las islas, el gran mercado, innumerables cafés, el zigurat (aunque Sarhaddon ya se había ido de allí) y a los oceanógrafos. Además, en una minúscula tienda de instrumentales en la isla de Laltain, que no era la misma tienda que habíamos visto con Sarhaddon el primer día, conseguí el analizador de agua que no había tenido tiempo de comprar en Pharassa. Durante ese tiempo no tuve ninguna noticia más acerca de la familia Foryth.

A pesar de todas las maravillas de Taneth, concluí que nunca sería un sitio en el que quisiese vivir o pasar más que poco tiempo. Hacia el final de las dos semanas comencé a extrañar la presencia

de un océano grato y vacío para nadar —las aguas que rodeaban Taneth estaban bastante sucias, mientras que las más cercanas al estrecho eran maravillosas para nadar, pero siempre había muchísima gente.

El día de mi partida, con mis pertenencias ya empaquetadas, Palatina y yo fuimos por última vez a la ciudad, ya que no esperábamos volver a vernos durante mucho tiempo. Yo estaría en el Archipiélago durante un año y Palatina en Taneth y, a mi regreso, lo más probable es que fuese necesario que pasara la mayor parte del tiempo en Lepidor.

No nos percatamos de las dos figuras que nos seguían cuando nos abríamos paso por el barrio de los artesanos en la isla de Isqdal. Sólo oí un golpe y el grito de dolor de Palatina pero, antes de tener la oportunidad de hacer otra cosa que volverme un poco, un objeto duro se estrelló contra la parte de atrás de mi cabeza y me desplomé sumido en la más absoluta oscuridad.

Segunda Parte
CAPITULO IX

Desperté completamente aturdido y me llevó bastante tiempo orientarme y discernir arriba de abajo. Sentía la cabeza como si estuviese llena de lana y no veía nada en absoluto. Fui presa del pánico. ¿Me había quedado ciego?

Poco a poco logré convencerme de que no era así, pero todo estaba completamente oscuro y lo único que sabía era que estaba a bordo de una manta. Después de pasar gran parte de mi niñez en rayas y tras el último mes de travesía, podía reconocer al instante el profundo y grave murmullo de las calderas de leña de mar. Pero ¿en que manta me hallaba? Me pregunté por qué sitios navegábamos y por qué motivo me llevaban.

Yacía en el suelo, pero cuando intenté sentarme descubrí que tenía las manos atadas por delante a algún objeto áspero que me causaba picazón. Luego me atravesó una oleada de agudo dolor y sentí como si me hubieran partido la cabeza. La bodega en la que estaba parecía herméticamente cerrada, como una prisión. No soy claustrofóbico, pero la penetrante oscuridad y la sensación de encierro pueden poner nervioso a cualquiera.

Oía crujidos de vez en cuando, los sonidos habituales de una manta cuando navega por las profundidades, pero por encima de éstos había otro ruido, que en un principio no conseguí identificar. Lo que crujía no pertenecía a la manta, era un sonido demasiado regular. Tardé en comprender que era el sonido de una respiración. Había alguien más en la bodega. Me estiré con la intención de averiguar con exactitud dónde se hallaba, pero sentí una nueva oleada de dolor, tras la cual seguí tendido en el suelo, encontrándome cada vez peor a medida que mi cabeza recuperaba la lucidez. Tenía los brazos acalambrados.

La respiración cambió de ritmo, volviéndose más rápida e irregular. Fuera quien fuera, estaba despertando. ¿Era alguien que conocía? Lo último que retenía mi memoria era la imagen de una calle de Taneth y un terrible golpe en la cabeza (y recordar eso me había costado un esfuerzo considerable). ¡Palatina! ¡Eso era! Ella estaba conmigo cuando caímos en la emboscada. ¿Significaba eso que era ella quien yacía conmigo a cierta distancia? Deseé que así fuera: la perspectiva de estar confinado en ese pozo negro con alguien totalmente extraño, incluso si ambos estábamos atados con firmeza, no alegraba mi corazón.

No debí haberme preocupado. Desde algún sitio a mi lado alguien profirió una apagada maldición. Reconocí la voz. —¿Dónde estoy? —preguntó en seguida—. ¡Este lugar está más oscuro que el corazón de Ragnar!

—¿Quién es Ragnar? —pregunté.

—¿Quién está ahí? —indagó a su vez Palatina—. Ah, eres tú. Lanzó un quejido, sin duda tras descubrir lo mismo que yo, que alguien le había propinado un feroz golpe en la cabeza con algo sólido.

—No tengo la menor idea de quién es Ragnar. ¿Sabes dónde estamos?

Palatina hablaba empleando la lengua del Archipiélago, el lenguaje común, con un llamativo acento que no había notado en nuestros encuentros previos.

—A bordo de una manta, en las profundidades —respondí—. Aparte de eso, no sé nada de nada.

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