Read Hasta luego, y gracias por el pescado Online

Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

Hasta luego, y gracias por el pescado (3 page)

a) Han intentado de buena fe pagar por su servicio en la forma acostumbrada;

b) Su vida corre peligro;

c) Les viene en gana.

Como invocar la tercera norma significaba darle una participación al editor, Ford siempre prefería hacerse el tonto con las dos primeras.

Salió a la calle y echó a andar a paso vivo.

El aire era sofocante, pero le gustaba porque era un aire sofocante de ciudad, lleno de olores excitantes y desagradables, de música peligrosa y del lejano rumor de tribus policiales en guerra.

Llevaba la bolsa con un movimiento de suave balanceo que le permitiera lanzarla contra cualquiera que pretendiese quitársela sin pedírsela. Contenía todas sus pertenencias, que por el momento no eran muchas.

Una limusina pasó por la calle a toda velocidad, sorteando los montones de basura humeante y asustando a un lobo viejo que merodeaba por allí y, dando tumbos, se apartó de su camino, tropezó contra el escaparate de un herbolario, disparó una gimiente alarma, avanzó a trompicones por la calle y luego fingió caer por los escalones de un pequeño restaurante italiano donde sabía que le tomarían una fotografía y le darían de comer.

Ford iba en dirección norte. Pensaba que tal vez llegaría al puerto espacial, pero eso ya lo había pensado antes. Sabía que estaba atravesando esa parte de la ciudad donde los planes de la gente cambian a menudo de forma bastante brusca.

- ¿Quieres pasar un buen rato? - preguntó una voz desde un portal.

- Hasta el momento - repuso Ford -, lo estoy pasando bien. Gracias.

- ¿Eres rico? - preguntó otra voz.

Eso arrancó una carcajada a Ford.

Se volvió y extendió los brazos con un gesto amplio.

- ¿Tengo pinta de rico? - inquirió.

- No lo sé - contestó la chica -. Quizá sí, quizá no. A lo mejor te haces rico. Hago un servicio muy especial para la gente rica...

- ¿Ah, sí? - dijo Ford, intrigado pero cauteloso -. ¿Y en qué consiste?

- Les digo que ser rico está muy bien.

Hubo una erupción de disparos desde una ventana muy por encima de ellos, pero no se trataba más que de un bajista a quien mataban por tocar tres veces seguidas un riff equivocado, y los bajistas abundan muchísimo en la ciudad de Han Dold.

Ford se detuvo y atisbó en el interior del oscuro portal. - ¿Que haces qué? - preguntó.

La chica rió y salió un poco de la oscuridad. Era alta, y tenía esa especie de timidez serena que da tan buenos resultados si se sabe utilizar.

- Es mi especialidad - explicó -. Soy licenciada en Economía Social y tengo facilidad para ser muy convincente. A la gente le encanta. Sobre todo en esta ciudad.

- ¡Jodonar! - dijo Ford Prefect, que era una palabra especial de Betelgeuse que empleaba cuando sabía que debía decir algo, pero no sabía qué debía decir.

Se sentó en un escalón y sacó de la bolsa una toalla y una botella de Ul' Janx Spirit. La abrió y limpió el gollete con la toalla, lo que tuvo el efecto contrario del que se pretendía: al momento, el aguardiente mató millones de microbios que poco a poco habían creado una civilización compleja e ilustrada sobre los trozos más hediondos de la toalla.

- ¿Quieres un poco? - ofreció, después de tomar un trago.

La chica se encogió de hombros y aceptó la botella que le tendían.

Se quedaron sentados durante un rato, oyendo apaciblemente el clamor de las alarmas antirrobo de la manzana de al lado.

- Da la casualidad de que me deben un montón de dinero - dijo Ford -. Así que, si lo cobro alguna vez, ¿podría venir a verte?

- Pues claro, aquí estaré - contestó la chica -. ¿Cuánto es un montón de dinero?

- Quince años de salarlo atrasado.

- ¿Por hacer qué?

- Por escribir dos palabras.

- ¡Zarquon! - exclamó la chica -. ¿Cuál de las dos te llevó más tiempo?

- La primera. Una vez que pensé en ésa, la segunda se me ocurrió de pronto una tarde, después de comer.

Una enorme batería electrónica fue lanzada por la ventana de arriba y se hizo pedazos en la calle, delante de ellos.

En seguida se comprobó que algunas de las alarmas antirrobo de la manzana de al lado habían sido deliberadamente accionadas por una de las tribus policiales para tender una emboscada a otra. En la zona convergieron coches con sirenas ululantes, sólo para ser eliminados uno a uno por helicópteros que aparecían zumbando por el aire entre los gigantescos rascacielos de la ciudad.

- En realidad - dijo Ford a gritos, para que se le oyera por encima del estrépito -, no fue exactamente así. Escribí muchísimo pero me lo mutilaron.

Volvió a sacar la Guía del bolso.

- Y entonces, el planeta fue demolido - gritó -. Un trabajo que valió realmente la pena, ¿eh? Pero a pesar de todo, me lo tienen que pagar.

- ¿Trabajas para eso? - gritó la chica, a su vez.

- Sí.

- Vaya número.

- ¿Quieres ver lo que escribí? - preguntó Ford, - chillando - ¿Antes de que lo borren? Las últimas revisiones se emitirán esta noche por la red. Alguien debe de haber averiguado que el planeta en el que pasé quince años ya ha sido demolido. En las últimas revisiones se les pasó, pero no se les puede pasar siempre.

- Se está haciendo imposible hablar, ¿verdad?

- ¿Cómo?

La chica se alzó de hombros y señaló hacia arriba.

Sobre sus cabezas había un helicóptero que parecía envuelto en una escaramuza particular con el grupo musical del piso de arriba. Del edificio salía humo. El ingeniero de sonido estaba colgado de la ventana por la punta de los dedos, y un guitarrista enloquecido aporreaba una guitarra en llamas. El helicóptero disparaba contra todos ellos.

- ¿Nos marchamos?

Deambularon por la calle, lejos del ruido. Se encontraron con un grupo de teatro callejero que intentó representarles una obra corta sobre los problemas del centro de la ciudad, pero luego desistieron y desaparecieron en el pequeño restaurante cuyo cliente más reciente había sido el lobo.

Ford no dejaba ni por un momento de hurgar en los mandos del interface de la Guía. Se metieron en un callejón. Ford se puso de cuclillas encima de un cubo de basura mientras la pantalla de la Guía se inundaba de información.

Localizó su artículo.

«Tierra: Esencialmente inofensiva»

Casi Inmediatamente, la pantalla se convirtió en una masa de mensajes del sistema.

- Ahí llega - anunció.

«Espere, por favor», decían los mensajes. «La Red Sub-Etha está actualizando los artículos. El presente artículo se encuentra en revisión. El sistema estará parado durante diez segundos.»

Una Iimusina de color gris metálico pasó despacio por el final del callejón.

- Oye - dijo la chica -, si te pagan, ven a verme. Soy una chica trabajadora, y por ahí hay gente que me necesita. Tengo que marcharme.

Desechó las protestas medio articuladas de Ford, y lo dejó deprimido, sentado sobre el cubo de basura, dispuesto a ver cómo un largo período de su vida laboral se disipaba electrónicamente en el éter.

En la calle, las cosas se habían calmado un poco. La batalla policial se había trasladado a otros sectores de la ciudad; los pocos supervivientes del grupo de rock decidieron aceptar sus diferencias musicales y proseguir sus carreras en solitario; el grupo de teatro callejero salía del restaurante italiano acompañado del lobo, a quien llevaban a un bar que conocían donde lo tratarían con cierto respeto; y un poco más allá, la Iimusina gris metalizada se había estacionado silenciosamente junto a la acera.

La chica se apresuro hacia el coche.

Tras ella, en la oscuridad del callejón, una luminosidad parpadeante y verdosa bañaba el rostro de Ford Prefect, a quien poco a poco el asombro le fue poniendo los ojos dilatados.

Pues donde esperaba no encontrar nada, un artículo borrado, cancelado, vio en cambio un incesante torrente de datos: textos, diagramas, cifras e imágenes, emocionantes descripciones de la práctica del surf en playas de Australia, de la fabricación del yoghurt en las islas griegas, de restaurantes de Los Angeles a los que no había que ir, de trueques monetarios que no había que hacer en Estambul, del mal tiempo que había que evitar en Londres, bares adonde ir en todas partes. Páginas y páginas. Allí estaba todo, todo lo que él había escrito.

Con el ceño cada vez más fruncido por la absoluta incomprensión, lo repasó todo hacia adelante y hacia atrás, deteniendo se aquí y allá en diversos artículos.

«Consejos para extranjeros en Nueva York:

»Aterrice en cualquier sitio, en Central Park, donde sea. Nadie se molestará y, en realidad, nadie se enfadará.

»Supervivencia: Consiga inmediatamente un empleo de taxista. El trabajo de taxista consiste en llevar a la gente a donde quiera ir en grandes coches amarillos llamados taxis. No se preocupe si no sabe cómo funciona el coche, ni habla la lengua, ni comprende la geografía o incluso la topografía fundamental de la zona; tampoco piense en si le brotan de la cabeza largas antenas de color verde. Créame, ésa es la mejor manera de pasar inadvertido.

»Si tiene usted un cuerpo verdaderamente extraño, trate de exhibirlo por la calle y pida dinero a cambio.

»Las formas de vida anfibias procedentes de los mundos encuadrados en los sistemas de Swuling, Noxlos o Nausalia disfrutarán de manera especial en el río East que, según dicen, es mucho más rico en esas exquisitas sustancias nutritivas y regeneradoras que el fango más fino y virulento que se haya conseguido hasta la fecha en un laboratorio.

»Diversiones: Esta es la sección más importante. Resulta imposible encontrar mayor diversión, sin electrocutarse, los centros del placer...» Ford dio al interruptor, que ahora tenía la inscripción de «Mode Execute Ready», en vez del anticuado «Access Standby», que desde mucho tiempo atrás sustituyó al pasmoso «Off», tan de Edad de Piedra.

Se trataba de un planeta que él había visto completamente destruido con sus propios ojos o, más exactamente, cegado por la infernal disolución del aire y la luz; que sintió bajo sus pies cuando el suelo empezó a golpearle como un martillo, brincando con violencia, surgiendo, absorbido por oleadas de energía que manaban de las odiosas naves amarillas de los vogones. Y al final, cinco segundos después del momento que creía último y definitivo, experimentó el nauseabundo vaivén de la desmaterialización cuando Arthur Dent y él fueron precipitados a la atmósfera convertidos en un rayo de luz, como en una retransmisión deportiva.

No cabía error, no había posibilidad de equivocación. La Tierra estaba completa y definitivamente destruida. De una vez por todas, para siempre. Fundida en el espacio.

Y sin embargo, ahí -volvió a conectar la Guía- estaba su propio artículo sobre cómo divertirse en Bournemouth, en el condado de Dorset, Inglaterra, del que siempre se había sentido orgulloso por considerarlo como uno de los mayores ejemplos de barroca que jamás hubiera escrito. Volvió a leerlo y movió la cabeza de puro asombro.

De pronto comprendió la solución del problema, que era la siguiente: estaba ocurriendo algo muy extraño; y si pasaba algo verdaderamente raro, quería que también le sucediera a él.

Volvió a guardar la Guía en la bolsa, salió de prisa hacia la calle y prosiguió la marcha.

Otra vez en dirección norte, pasó delante de una limusina gris metalizado estacionada junto a la acera, y oyó en un portal cercano una voz suave que decía:

- Está bien, cariño, está muy bien, tienes que aprender a no tener remordimientos. Fíjate en cómo está estructurado toda la economía...

Ford sonrió, dio la vuelta por la siguiente manzana, que estaba en llamas, encontró un helicóptero de la policía que parecía vacío y abandonado en la calle, forzó la puerta, entró, se puso el cinturón de seguridad, cruzó los dedos y se lanzó hacia el cielo con una maniobra inexperta.

Ascendió en zigzag, peligrosamente, entre los muros de la ciudad, que formaban profundos desfiladeros, y una vez que los hubo rebasado, se precipitó entre la nube de humo que pendía de manera permanente sobre la ciudad.

Diez minutos después, con todas las sirenas del helicóptero sonando con estruendo y el cañón de fuego rápido disparando al azar entre las nubes, Ford Prefect descendió a toda velocidad entre las torres de señalización y las luces de las pistas de aterrizaje del puerto espacial de Han Dold, donde se paró como un mosquito gigantesco, sorprendido y muy ruidoso.

Como no lo había estropeado demasiado, pudo cambiarlo por un billete de clase preferente para la primera nave que salía del sistema, instalándose en una de sus enormes y voluptuosas butacas, que envolvió su cuerpo.

Esto va a ser divertido, se dijo para sí mientras la nave parpadeaba en silencio por las demenciales distancias del espacio profundo y el servicio de pasajeros iniciaba su extravagante actividad.

- Sí, por favor - decía a las azafatas siempre que se acercaban a ofrecerle cualquier cosa.

Sonrió con una extraña especie de alegría maniática al repasar de nuevo el artículo, misteriosamente reintroducido, sobre el planeta Tierra. Tenía una parte muy importante del trabajo sin acabar a la que podría dedicarse ahora, y se sentía sumamente contento de que la vida le hubiese brindado de pronto un objetivo serio que alcanzar.

De repente se le ocurrió pensar dónde estaría Arthur Dent, y si sabría lo que pasaba.

Arthur Dent se encontraba a mil cuatrocientos treinta y siete anos luz de distancia, a bordo de un Saab y preocupado.

A sus espaldas, en el asiento trasero, había una chica por la que, al entrar, se dio un golpe en la cabeza contra la puerta. No estaba seguro de si se debió a que era la primera hembra de su especie en la que ponía los ojos desde hacía años o a otra cosa, pero el caso es que se quedó estupefacto al ver... Es absurdo, pensó. Tranquilízate, dijo para sí. No te encuentras, prosiguió con la voz interior más firme de que era capaz, en buenas condiciones para juzgar las cosas de manera racional. Acabas de hacer autostop a lo largo de más de cien mil años luz a través de la Galaxia, estás muy cansado y un tanto confuso; además, te hallas en una situación sumamente vulnerable. Relájate, no te dejes dominar por el pánico, concéntrate y respira hondo.

Se volvió en el asiento.

- ¿Estás seguro de que se encuentra bien? - preguntó de nuevo.

Aparte del hecho de que, para él, la chica era enloquecedoramente hermosa, apenas podía distinguir algo más: si era alta, qué edad tenía, cuál era el tono exacto de sus cabellos. Y tampoco podía hacerle ninguna pregunta directa, porque, lamentablemente, estaba del todo inconsciente.

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