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Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

Halcón (21 page)

—Todo menos dos cosas —añadió Wyrd—. Una, ¿por qué lo hiciste?

—Esos reptiles amarillos me prometieron llevarme con ellos y dejarme vagar libremente en su compañía por los bosques sin ser esclavo; pero una vez obtuvieron lo que querían, se rieron de mí y me dijeron que me marchase… y que diera las gracias de que no me hubiesen quitado la vida. No me quedó

más remedio que regresar y fingir que había sido también víctima —dijo, mirando atemorizado de reojo al
legatus, que contenía su cólera—. Y ¿qué he sido sino víctima? Wyrd lanzó un bufido y añadió:

—La otra cosa que quiero saber es a dónde han llevado a la señora y al niño.

— emMeins fráuja, no tengo ni idea.

—Pues, ¿dónde está su campamento, su guarida, su escondrijo? No puede estar muy lejos de aquí, ya que han estado por los alrededores y, además, han huido con una litera pesada.

— emMeins fráuja, de verdad que no lo sé. Si, como me prometieron, me hubiesen llevado con ellos lo sabría. Pero no lo sé.

—Te aseguro, desgraciado imbécil, que no habrías ido muy lejos con ellos. Pero has hablado con esos hunos y sabrás si mencionaron algún lugar, una señal, una dirección… El esclavo frunció el entrecejo, haciendo, sudoroso, esfuerzos por recordar, y acabó diciendo:

—Señalaban de vez en cuando, pero sólo en dirección a los Hrau Albos; nada más. Lo juro, emfráuja.

—Te creo —dijo Wyrd, resignado—. Los hunos son mucho más prudentes y astutos que tú, desgraciado.

—¿Mantendrás tu promesa? —añadió el esclavo con voz lastimera.

—Sí —contestó Wyrd, y el emlegatus, al oírlo, estiró los brazos con un rugido, dispuesto a estrangularle, pero Wyrd se le adelantó y, sacando el puñal, lo hundió veloz en el abdomen del esclavo, por encima del taparrabos, rajándole hacia arriba hasta que la hoja chocó con el esternón. Al desgraciado se le salieron los ojos de las órbitas a la vez que los intestinos, pero no profirió grito alguno y cayó muerto en brazos de los guardianes, que, encabezados por Paccius, salieron del jardín con aquel siniestro fardo.

—Por la Estigia, Uiridus, ¿por qué lo has hecho? —inquirió el emlegatus entre dientes.

—Cumplo lo que prometo y le había prometido librarle del molino.

—Yo habría hecho igual, pero muchísimo más despacio. De todos modos, ese desgraciado no nos ha dicho nada que nos sirva.

— emNihil —gruñó Wyrd, asintiendo—. Ahora tendré que esperar a que vuelva el huno para seguirle cuando marche. Calidius, dile que aceptas todas sus exigencias para que salga sin pérdida de tiempo a comunicárselo a los suyos.

—Muy bien. ¿Y qué harás entonces?

—¡Por los pesados pies de bronce de las Furias!, ¿cómo voy a saberlo?

—Hay que hacer preparativos. Soldados, caballos, armas… te daré cuanto necesites.

—No puedes. Ni el emperador podría. Lo que necesito es ser invisible como Alberico y tener la suerte infalible de Arión. Tendré que hacer un secuestro por sorpresa igual que los hunos, pero, a continuación, no puedo huir por el bosque con una débil mujer, que, además, está en cinta e irá herida; pues, a pie o a caballo, seguro que nos capturan. El emlegatus reflexionó un instante.

—Uiridus, lo que dices es tan implacable como tus anteriores palabras. ¿No podrías, al menos, salvar al niño?

— emAj, así sí sería más factible, ya lo creo. Mucho más factible. ¿Dices que tiene seis años? Podrá

seguir mi paso. De todos modos, no es nada fácil sacar a un niño pequeño de un campamento bien guardado y con centinelas.

A esto siguió un largo silencio reflexivo, tras el cual hablé yo. Por primera vez, sin que me lo pidieran, pero tímidamente y con una vocecita, dije una palabra: em«Substitutus.»

Los dos se volvieron a mirarme, como si hubiese surgido de pronto de entre las losas que pisaban. Se quedaron mirándome en silencio y no porque hablase latín igual que ellos, o por la simple osadía de hablar, sino porque estaban pendientes de lo que fuera a decirles.

—Sustituidle por uno de los carismáticos. Tras otra larga pausa, los dos dejaron de mirarme y se miraron mutuamente.

—Por Mitra, es una idea ingeniosa —dijo el emlegatus a Wyrd. ¿Quién dijiste que era el aprendiz? —

añadió en tono humorístico.

—Por Mitra, Júpiter y Guths, este cachorro aprende rápido —exclamó Wyrd ufano—. El aprendiz ya ha asimilado gran parte de la misantropía del maestro. Sí, la sustitución es una idea ingeniosa, y mejor que sea un carismático, Calidius, porque sería difícil que te apropiaras de un niño de la guarnición o de la ciudad.

—No he visto la manada de capones de ese tratante y no sé si habrá alguno que pueda servirnos —

añadió el emlegatus, dirigéndose a mí.

—Hay dos o tres que tendrán la edad adecuada, emclarissimus —contesté—. Vos mismo comprobaréis si hay alguno que se parezca lo bastante a vuestro nieto. El sirio los llevó a los baños, pero si queréis verlos, seguramente ya habrán vuelto al barracón.

—No —replicó el emlegatus—, aún estarán en los baños. Se ve que no conoces lo que es un baño romano, muchacho —añadió sin asomo de desprecio—. Bueno… ninguna clase de baño.

—Calidius, es de mala educación responder a un favor con un insulto —terció Wyrd mordaz—. El chico es una persona muy limpia —como yo— y nada más llegar lo primero en que hemos pensado es en un baño..

—Perdona, Torn —dijo el emlegatus—. Yo también quisiera darme hoy otro baño después de haber tenido tan cerca a ese asqueroso esclavo. Vamos los tres a las termas ahora mismo. Conforme nos dirigíamos a los baños, yo iba pensando en que Calidius había oído mal mi nombre y por eso lo había dicho incorrectamente, pero luego supe que los romanos de pura cepa eran constitucionalmente incapaces de pronunciar el sonido «th», pese a que muchas palabras de su idioma procedían del griego o del gótico y se escriben con las dos letras. Los romanos me llamarían siempre Torn y comprobé que no era el único caso en que eludían la «h»; los romanos se referían constantemente a su emperador Theodosius como Teodosius y, cuando el imperio de Occidente quedó bajo el mando de Theodoric, todos los ciudadanos romanos le denominaban Teodorico.

En las termas comprendí por qué Calidius había dicho tan convencido que el sirio y sus pequeños eunucos estarían aún entretenidos bañándose. Un baño romano es un ritual prolongado, agradable y fastuoso, aunque el establecimiento en una guarnición militar no sea, evidentemente, comparable a las termas de una auténtica ciudad romana. Pero aun así, en aquéllos había piscinas, estanques y fuentes con agua a distinta temperatura, desde fría como el hielo hasta tibia, caliente y casi hirviendo; tenían también otras instalaciones, como patio para ejercicios atléticos o juegos, divanes para tumbarse, leer o conversar, y estaban decorados con esculturas y mosaicos agradables a la vista. Había muchos soldados exentos de servicio; dos de ellos luchaban desnudos y sus compañeros les animaban entre risas, otros jugaban a los dados y había un grupo tumbado junto a uno que leía en voz alta un poema. Y por todas partes se veían esclavos en taparrabos, que eran quienes bañaban a los romanos y atendían sus órdenes y deseos. Calidius, Wyrd y yo nos desnudamos en una sala llamada el emapodyterium ayudados cada uno por un esclavo, y antes de comenzar el baño nos dirigimos a un cuarto que había al fondo llamado el embalineum, en donde los carismáticos, desnudos, esbeltos y relucientes como tritones —y con similar carencia de órganos sexuales— estaban regodeándose jocosos en la piscina de después del baño. Al otro lado de la misma, el sirio, totalmente vestido, se hallaba sentado en un banco de mármol, mirándolos con ojos de avaricia. En otros bancos había soldados que también los miraban intensamente, haciendo comentarios sarcásticos, burlescos o lujuriosos.

Tras contemplar brevemente la escena, el emlegatus musitó a Wyrd:

—Ese niño del fondo —el que ahora salpica al sirio— tendrá la misma edad y estatura de mi nieto. Sólo que éste es moreno y el pequeño Calidius es rubio; y tampoco se le parece mucho de cara.

—Los rasgos no importan —dijo Wyrd—. A los hunos de Oriente todos los de Occidente les parecen iguales, como nos sucede a nosotros con ellos. Manda que un esclavo le tiña el pelo con cenizas de emstruthium y ya está.

Cuando el emlegatus alzó un brazo para llamar a un esclavo, el sirio lo advirtió y se llegó

apresuradamente desde el otro lado de la piscina, haciendo una rastrera reverencia.

—Ah, emclarissimus magister, habéis aguardado a ver mis encantadores jovencitos tal como deben verse: desnudos, mostrando todos sus encantos, irresistibles. ¿Debo entender que uno de ellos ha sido objeto de vuestro magistral capricho? —Sí —contestó el emlegatus tajante—. Aquél —añadió, dirigiéndose al esclavo que se había arrodillado ante él, para que fuera a por el niño.

—¡Ashtaret! —exclamó Natquin con gesto de éxtasis, juntando las manos—. ¡El emlegatus tiene un gusto excepcional! El pequeño Becga, que era el que yo pensaba quedarme. Casi parece una auténtica hembra, ¿no es cierto? Ah, emclarissimus, se me parte el corazón por tener que separarme del precioso Becga. No obstante, vuestro humilde servidor no osará protestar porque lo hayáis elegido. Muy al contrario, en honor a vuestro buen gusto, lo tasaré en un precio especial y…

—¡Calla, vil alcahuete! —espetó el emlegatus—. No voy a comprártelo sino a llevármelo.

— em¿Quid…? ¿Quidnam…? —balbució estupefacto el tratante.

—Conforme a la emjus belli, tengo potestad para confiscar propiedades privadas y me quedo con ése. El pequeño carismático estaba ya ante nosotros, chorreando, y era evidente que la operación de mutilación se la habían practicado con notable precisión. En el sitio de sus partes pudendas no quedaba más que un hoyuelo; y yo me pregunté qué clase de «juguete» podría ser semejante ser asexuado para un amo. El pequeño eunuco debía pensar lo mismo, pues nos miraba atemorizado de hito en hito y el miedo debió hacerle orinarse, porque vi que por sus ya mojados muslos chorreaba un líquido amarillento que surgía por aquel hoyuelo en la entrepierna.

—Llévatelo —dijo Wyrd al esclavo que le había traído—, y tíñele el pelo con emstruthium; ya te dirá

el emlegatus si queda suficientemente rubio.

— em¡Ger-qatleh! —gimoteó el tratante en lengua siria—. Por favor, emmagisters, el emstruthium es para teñir lino y es muy posible que se le caiga el pelo.

—Lo sé —replicó Wyrd—, pero le durará hasta que le hayamos utilizado para nuestros propósitos.

— em¡Magisters! —exclamó el sirio—. Si deseáis divertiros con un carismático rubio, ¿por qué no elegís a Blara o a Buffa? Son todavía más preciosos y tiernos que Becga.

—¡Cerdo! —dijo el emlegatus, abofeteándole con tal fuerza que le hizo doblar la cabeza—. Ningún romano ni extranjero decente se entregaría a vuestros obscenos vicios orientales. Este tierno cerdillo de tu rebaño tendrá el honor de hacer algo heroico, no perverso ni asqueroso. ¡Vete fuera de mi vista con el resto! Comienza a teñirle el pelo mientras nos bañamos —añadió, dirigiéndose al esclavo—. Luego veré

cómo va quedando.

Así, el emlegatus, Wyrd y yo volvimos a la primera sala de los baños, el emunctuarium, en donde los esclavos nos untaron de aceite de oliva, y los que nos atendían a Wyrd y a mí torcían el gesto al ver lo sucios que estábamos. A continuación, pasamos al patio de atletismo y los esclavos nos trajeron una especie de paleta ovalada cruzada por tiras de cuerda de tripa con la que nos dedicamos a lanzarnos una pelota de fieltro hasta que el sudor del ejercicio se mezcló al aceite que nos habían frotado. Luego, fuimos al emsudatorium, una sala llena de vapor más denso que la niebla de los Hrau Albos, y nos sentamos en unos bancos de mármol hasta perder la untura de sudor y aceite, tras lo cual nos tumbamos en las mesas de tablillas de un cuarto llamado el emlaconicum en donde los esclavos fueron eliminando con diversos utensilios curvados parecidos a cucharas llamados emstrigiles los humores que rezumábamos. Sólo cuando el esclavo que me atendía quiso meter el emstrigiles en mis partes pudendas, le

aparté la mano, indicándole que yo mismo me las limpiaría. Ni Calidius ni Wyrd se percataron y el esclavo se limitó a encogerse de hombros, pensado sin duda que era el consabido patán pudoroso. A continuación, nos sumergimos en la piscina más caliente del emcalidarium, en donde estuvimos chapoteando y sacudiéndonos hasta que nos cansamos. Al salir, los esclavos nos lavaron la cabeza, y a Wyrd la barba, con jabones fragantes para después ir al emtepidarium a bañarnos en piscinas cada vez menos calientes hasta que pudimos, sin que nos causara fuerte impresión, sumergirnos en la piscina de agua helada del emfrigidarium. Después de este último baño yo me sentía aterido, pero los esclavos se apresuraron a frotarnos con unas gruesas toallas y en seguida noté una estupenda sensación de hormigueo que me dejó como nuevo y muy hambriento. Finalmente, los esclavos nos espolvorearon con talco de delicado aroma y regresamos al emapodyterium para vestirnos. No habíamos tardado mucho en bañarnos —

ya que omitimos los ejercicios de natación y de relajamiento— pero los esclavos de las termas ya nos tenían las ropas perfectamente lavadas y secas. Hasta a mi piel de carnero y a la enorme capa de piel de oso de Wyrd les habían quitado las manchas de barro y sangre, y hojas y tallos secos, mi piel de carnero volvía a ser blanca y mullida, y la piel de oso de Wyrd brillante y encrespada y su pelo y barba, antes grisáceos y enmarañados, ahora los llevaba peinados hacia abajo como heléchos y con una textura erizada que se conjugaba perfectamente con su hosco carácter.

El emsignifer Paccius nos aguardaba afuera del emapodyterium con el esclavo y el carismático Becga. El pequeño eunuco seguía desnudo, pero ya no estaba asustado. En realidad, sostenía un emspeculum y sonreía viendo su nueva imagen, pues su pelo marrón oscuro era ya color oro claro, muy parecido al mío. El emlegatus no quiso tocarle, pero hizo que le volvieran la cabeza para un lado y el otro y, después de examinarle un rato, dijo:

—Sí, yo creo que es ése el color. Muy bien, esclavo. Paccius, lleva al niño a los aposentos de Fabius y vístele con ropa de Calidius —tienen que sentarle bien— y vuelve a traérmelo. El emsignifer hizo un saludo para retirarse, pero antes de que hubiera girado sobre sus talones, Wyrd inquirió:

—Paccius, ¿no estaba el emcoquus de la guarnición preparando el emconvivium? Me comería un uro entero, con cuernos y pezuñas.

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