Authors: Josep Montalat
—Una —exclamó esta vez Tito, haciendo girar la vista de todos hacía él—. Otra. He encontrado dos buenas.
—¿A ver? —preguntó Belén de lejos.
—Venid todos, que os la enseño —dijo, cansado de tanto ir y venir.
—¿Éstas son buenas? —preguntó su novia al llegar junto a él—. Creo que he visto varias de éstas, pero pensé que eran malas.
—¿Dónde?
—No sé, por ahí —señaló hacia un lado del monte.
Tito repartió a las chicas una de aquellas setas para que la tuvieran de muestra.
—¡Ah, vale! —dijo Mamen, cogiendo la suya—. Setas, setas bonitas ¿Dónde estáis? No os escondáis —empezó a decir mientras miraba el suelo.
—Menuda
troupe
—comentó Tito—. Así sí que vamos a comer setas. Al final, tendremos que comprarlas.
—Una, he encontrado una buena —gritó Cobre, que estaba un poco más lejos.
—Muy bien —lo animó su amigo.
—Muy bien —dijo también Mamen mirando ahora con más atención el suelo del bosque—. Si Cobre ha encontrado alguna, no debe de ser tan difícil —. Comentó a su amiga riéndose las dos.
Poco a poco, se animaron en la búsqueda. Unas horas más tarde las chicas tenían sed y siguieron a Tito hasta lo alto del monte, donde les dijo que había una masía con una fuente. Entretanto, echó una ojeada a las setas cogidas y fue echando al suelo las que no eran comestibles.
—Ostras, no te pases, deja alguna, ¿no? —dijo Mamen, viendo cómo iba vaciando su cesto—. ¿Ésta no es comestible?
—Si quieres, puedes comértela. En realidad, todas las setas son comestibles.
—¿Ah, sí? —dijo, recogiéndola de nuevo.
—Sí, al menos una vez, seguro que podrás comerla.—respondió, riéndose de ella, mientras seguía sacando setas.
Llegaron a la fuente y después de beber el agua fresca se sentaron bajo los frondosos árboles a comer los bocadillos. Belén caminó hacia unas flores.
—¡Ostras, una cagarruta! ¡He pisado una cagarruta de algo! —exclamó a los pocos pasos, mostrando su zapato sucio.
—Trae suerte —le dijo Mamen, mirándola de lejos.
—Pues menuda suerte, me han quedado las Nike hechas una mierda, nunca mejor dicho.
—Son de vaca —observó Tito, viendo otras boñigas cercanas a él.
—¿Hay vacas? —preguntó Belén.
—Sí, y si hay vacas seguro que hay algún toro —dijo Cobre, queriendo asustarla.
—¿Un toro? Ostras, no fastidies... —profirió, regresando al grupo.
—¡Mirad! —exclamó Tito.
—¿Qué pasa? —preguntó su novia, asustada.
—Nada, tranquila. Mirad esto —señaló una boñiga seca de vaca.
—¿Qué? Otra cagarruta de vaca —advirtió Mamen, observándola de cerca.
—No, esto —indicó cogiendo una pequeña seta que crecía sobre ella.
—No me dirás que éstas son buenas.
—No, no son comestibles. Son setas alucinógenas.
—¿Podríamos probarlas? —manifestó Mamen, dispuesta.
—No lo dirás en serio, una seta cogida encima de una mierda —dijo su amiga con asco—. A menos que sea de otro sitio más limpio, yo no me las como.
—No hay en otros sitios —le dijo Tito–, sólo crecen encima de la mierda de vaca, creo. Mira, aquí hay más.
Las iban cogiendo y poniendo en una bolsa de plástico que llevaba Tito. Siguiendo las huellas, llegaron a un sendero por el que las vacas habían pasado y unos minutos después Belén señaló asustada un caballo que apareció detrás de ellos.
—¿De donde habrá salido? —preguntó Tito—. Acabamos de pasar por ahí hace un momento y no estaba.
—Ha debido de saltar aquella valla que hay ahí. Dentro hay dos caballos más —señaló Cobre.
Para regresar a la fuente debían pasar forzosamente al lado del caballo. Con no mucha tranquilidad fueron yendo en dirección al animal, que seguía parado en medio del camino.
—¿Veis? Se queda quieto —dijo Tito, andando con aparente normalidad, mientras Belén también lo hacía con menos valentía, cogida a su cintura.
De pronto, el caballo se puso al galope en dirección a ellos y Tito empezó a correr, separándose de sus amigos. Los otros se quedaron ahí plantados un instante pero Cobre reaccionó más rápido que las chicas y se puso tras un árbol. Las dos amigas gritaron al ver el animal más cerca y buscaron refugio entre la maleza, fuera del camino. El caballo pasó al galope por su lado y saltó la valla de donde se había escapado, reuniéndose con sus compañeros. Los amigos se recuperaron del susto. A Tito no se le veía.
—Vale, Tito. ¡Menuda protección! —dijo Belén, viéndolo salir del bosque.
—Es que os habéis quedado sin reaccionar... —se excusó.
—Anda, menudo gallina...
—Ha corrido como un conejo —reía Cobre.
—Sí, pues tú también has corrido. Me has dejado bien plantada —se quejó ahora Mamen de su novio.
—No, he estado con vosotras hasta el final, lo que pasa es que he sido más rápido de reflejos.
En Maçanet de Cabrenys, al recoger el equipaje del hotel para ponerlo en el coche, Belén apartó los cestos y se percató de que no estaba la bolsa de plástico con las setas alucinógenas. Tito dijo que se le había debido de caer de la cesta al correr por culpa del caballo.
—¡Tantas como teníamos! —se quejó Mamen, desilusionada—. Es una pena, hubiese sido divertido tomarlas.
—Sí, yo también tenía ganas de probarlas —dijo su amiga—. Hubiese sido muy divertido tomarlas todos juntos.
—Yo quizás pudiera conseguir «tripis» —sugirió entonces Cobre pensando en los que tenía guardados en su casa, que había cambiado por cocaína—. O sea, LSD. Es lo mismo que las setas. Bueno, mejor. Es para reírse. Podemos tomárnoslo todos, un día de éstos.
—Buena idea —dijo Mamen, animada.
Bajando en el coche, hicieron planes para tomarse los «tripis» un fin de semana en que vinieran de nuevo de Barcelona. Lo harían después de una cena en casa de Cobre, bueno, en realidad de Gunter, claro, el último viernes del mes, aprovechando la fiesta de Halloween, y la harían disfrazados. Se apuntaron otras dos parejas de Barcelona que también tenían casa en la zona, Gus y Yolanda, y Jordi, el dueño del
pub
donde iban en verano, que ahora estaba cerrado, y su novia Sonia.
Ese día encargaron pato con salsa de naranja en una tienda de platos preparados y los entrantes los hicieron Mamen y Belén: una ensalada, calamares rebozados y distintos tipos de croquetas. Tito y Gus se ocuparon de las bebidas y Cobre decoró el salón con material sobrante de una «fiesta» de Gunter del anterior verano.
Todos se disfrazaron y se rieron mucho viendo los atuendos de unos y otros a medida que fueron llegando a la casa. Mamen y Belén vestían unos trajes de vampiresas que habían alquilado y Cobre había conseguido uno de Drácula. Tito iba de bruja, al igual que Yolanda. Gus llevaba un divertido disfraz de Frankenstein que le había dejado un amigo de los últimos carnavales de Roses, con unos zapatos altísimos que le hacían unos veinte centímetros más alto de lo que en realidad era. Los últimos en llegar fueron Jordi y Sonia, vestidos con harapos, parecidos a los que vestía Michael Jackson en Thriller.
—¡Hey! Hay trampa, llevas ropa debajo —señaló Cobre, viéndole una tela rosada debajo de uno de los agujeros de la vestimenta de Sonia.
—¿Qué querías? ¿Verme el culo?
—Claro, así hubiese sido más real el disfraz.
—Pues mira, te quedas con las ganas, llevo un body debajo, que además va bien para el frío.
—Si no dejas en paz ese culo, voy a chuparte toda la sangre —le dijo Mamen, atenta a su comentario, acercando la boca a su cuello, con los dientes de vampiresa bien visibles.
—Otra cosa me gustaría que me chupases —le respondió Cobre.
—No seas indecente... —dijo ella, riéndose.
Se sentaron a la mesa y Cobre se mofó de Gus.
—Estás más guapo que de costumbre. Deberías dejarte siempre este maquillaje —le dijo, mientras todos se reían de su cara de Frankenstein.
—No les hagas caso, mi pequeñín —dijo Yolanda, sentada a su lado, dándole un tierno beso.
—¿Qué, se ha hecho crecer también el cipote, para que te guste tanto? —preguntó Cobre—. ¿O quizás es que ahora tiene un semen más dulce?
—Tito, ya que vas de bruja, haz que venga volando otra botella de vino de la cocina —pidió Jordi.
Las risas siguieron durante la cena y después de los cafés, Tito propuso tomar las pastillas de LSD.
—Mejor sentarnos en los sillones, junto al fuego —sugirió Belén.
Mientras todos colaboraban en la recogida de la mesa, Cobre puso unos leños en el fuego y luego fue en busca de las pastillas a su habitación. Tito apagó algunas luces del comedor.
—No lo dejes tan oscuro —se quejó Yolanda—. Deja al menos ésa de ahí encendida —señaló una lámpara de pie.
Entretanto, Mamen y Belén pusieron dulces en unos platos de cartón sobre la mesita del centro de los sofás.
—Galletas Trias, de Santa Coloma de Farners —anunció Mamen—. Son buenísimas. Irán bien para acompañar las pastillas.
—Yo no sé si voy a tomar —dijo Yolanda.
—Venga, Yolanda, todos vamos a probarlo —le dijo Gus.
—No sé, me da un poco de cosa —respondió pensativa.
—Aquí están los «tripis» —anunció Cobre, poniendo las diez pastillas junto a las galletas.
—¡Ostras, qué pequeñitas! —observó Belén, cogiendo una—. Si no es por el papel de celofán, ni se ven.
—¿Cuánto dura el efecto? —preguntó Yolanda, todavía renuente a probarlas.
—Dos horas, creo. Tres, máximo —respondió Cobre.
—¿No has tomado nunca? —preguntó extrañada.
—Sí, pero hace mucho, en Canarias. Cuando hice la mili. Casi no me acuerdo.
—¿Y qué tal?
—Bien, se veían colores y hacía reír, pero creo que no me hizo mucho efecto. No me acuerdo de mucho. Espero que éstos sean mejores.
—Venga, ¿las tomamos ya? —animó Tito a probarlas.
—Una para cada uno —dijo Cobre, repartiéndolas—. Si alguno quiere repetir, hay dos que sobran —añadió, ingiriendo la suya con un sorbo de bebida.
—Yo no voy a tomar —dijo Yolanda, rechazando la que le habían dado, poniéndola de nuevo sobre la bandeja de cartón—. Más tarde, cuando vea los efectos que os hace, quizás me anime.
—No tengas miedo, ¿no ves lo pequeñas que son? —le dijo Belén—. Tómate media, si es que se pueden cortar. Yo ya he tomado la mía, ahora no te rajes.
—Voy a por un cuchillo fino y la partimos por la mitad. Te tomas la mitad, ¿vale? —propuso Cobre, yendo hacía la cocina con una de ellas en la mano.
La cortó con la ayuda de su Gillette y al volver le informaron de que Yolanda ya se la había tomado, por lo que él se puso una de las dos mitades en la boca y se la tragó con la ayuda de su cerveza. Pensó que si en Canarias apenas le habían hecho efecto quizás fuese conveniente aumentar la dosis.
—Esta música es muy sosa —dijo Belén.
—Sí, pon alguna cosa más animada —pidió Sonia.
Cobre cambió la música y empezó a sonar «
Into the groove
» de Madonna.
—Esto está mucho mejor —dijo Mamen, moviéndose al compás de la música.
—¿Cuándo empieza el efecto? —preguntó Belén.
—En media hora, o tres cuartos. Como el éxtasis, más o menos —respondió Cobre, fumando relajadamente un cigarrillo recostado en el sofá.
Nadie hablaba.
—Cuenta un chiste —pidió Belén a Cobre.
—No, en este momento no quiero hablar de ti —le respondió, recordando una frase de su amigo Gaspar y haciendo reír a todos—. No sé contar chistes —se excusó—. Tengo una memoria fatal.
Jordi y Gus contaron uno cada uno y todos se rieron. Cobre se atrevió a contar uno verde, pero no hizo mucha gracia porque se embarulló al final.
—¿Ya te hace efecto? —le preguntó Belén, viendo el lío que se había hecho.
—Ya dije que soy malo para los chistes.
—Y sólo se acuerda de los verdes —comentó Mamen.
—Estoy madurando, pero por lo visto sigo verde —plagió de nuevo otra gracia de su amigo vasco.
Continuaron hablando, en espera de que les hiciera efecto el LSD.
—Creo que empiezo a notar algo —anunció Mamen al cabo de un rato—. Me parece ver más colores en el fuego.
—¡Es verdad! Yo también veo el fuego más verde y azul que antes —dijo Belén, con su mirada enfocada en la chimenea—. Y ahora fucsia también.
Las miradas estaban dirigidas a la chimenea cuando se oyó el ruido del golpe de un ventanal contra la pared que los sobresaltó.
—¡Ahhh! —gritó Belén, asustada.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Yolanda.
Es el viento que ha golpeado por fuera uno de los portones —respondió Cobre, levantándose de su asiento.
—¡Ostras, qué susto me he pegado! —dijo Belén.
—Es tramontana. Ya decían en la tele que iba a hacer viento —explicó, cerrando ese ventanal y los otros.
—Así de lejos, con la capa, pareces el verdadero Drácula —le dijo Tito, mirándolo desde los sofás
—Es verdad. ¡¡Uuuuhhh!! —hizo broma Jordi.
—¡Callad! ¡Que me estáis asustando! —pidió Yolanda.
—Sí, parad de hacer el idiota —pidió también Belén.
—Poned la música más alta, así no oiremos el viento —sugirió Mamen.
Gus se levantó de su asiento para dar más volumen al radiocasete.
—Mirad a Gus, menudo discjockey con ese careto —señaló Jordi, viéndole al lado del equipo de música—. Es surrealista esta escena. Frankenstein contemplando la tecnología de otro tiempo —apostilló, provocando algunas risas.
—Sí, esto es para ganar un concurso de fotografía —dijo Tito.
—¿Nadie ha traído una cámara de fotos? —preguntó Mamen—. ¿No tienes una aquí, Cobre?
—Sí, pero no hay carrete.
—Nosotros tenemos una en el coche —anunció Sonia, y Jordi se levantó a buscarla.
—¿No veis el fuego? Las chispas parece que se expanden y salen de la chimenea —comentó Belén.
—¡Huauuu, es increíble! —dijo Mamen—. Las chispas no se apagan del todo. Algunas rebotan contra las paredes de la chimenea y otras salen. ¡Mirad ésa! —señaló algo en el aire.
—Sí, sigue subiendo por ahí —observó Belén—. ¿La veis?
—¡Ah, sí, ahora la veo! Te refieres a esa azul turquesa que va por ahí arriba, al lado de aquella rosada y verde. ¿no? —preguntó Sonia, también flipando en colores.
—Sí. Y ahí hay otra malva —añadió, señalando en otra dirección.
—Yo no veo nada —dijo Cobre, mirando hacia donde señalaban las tres chicas.
—Está justo delante de ti —le dijo Mamen.