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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (75 page)

El vaso que tenía en la mano se resquebrajó y una gota del líquido ambarino comenzó a descender por el lateral, seguida de una segunda.

—Minias… —dijo casi en un gruñido mientras dejaba el vaso, con las man­díbulas apretadas por la rabia y sus órbitas negras terroríficamente penetrantes.

Su mirada recayó sobre mí, y yo me quedé [petrificada. Entonces se puso en pie, y Al dio marcha atrás, colocándose entre nosotras con indiferencia.

—¿Sí o no, querida? —le preguntó obligándome a esconderme tras él.

—Sí —farfulló ella. Entonces solté un grito y empecé a sacudir el pie al sentir una punzada.

Al me sujetó, pero sentí que inspiraba agitadamente por el éxito.

—¿Te la pusiste en el pie? —me preguntó.

—No tuve elección —dije con las piernas temblorosas. Lo había consegui­do. Había conseguido apoderarse de la marca de Newt en un abrir y cerrar de ojos. A partir de ese momento, solo tenía que canjeársela por su nombre y me habría librado por completo de ella.
Está funcionando
, pensé mirando fijamente a Trent, que lo observaba todo con una expresión entre traumati­zada y aturdida.

—Cuéntame qué es lo que olvidé —dijo Newt, escrutándome con recelo.

Al sonrió, se colocó un dedo junto a la nariz y se inclinó hacia ella.

—Es capaz de invocar magia demoníaca —le indicó alzando un dedo para anticiparse a un posible arranque de rabia de Newt—. Convirtió a un humano en su familiar, aunque yo rompí el vínculo.

—Tiene que haber algo más —entonó apartándose de Al y dirigiendo la mirada hacia las falsas aguas como si estuviera empezando a cabrearse.

—Me robó el nombre y se apoderó de él.

Newt se giró y se quedó mirándolo con indiferencia.

—Y, gracias a ello, alguien la invocó.

De pronto, sus negros ojos se abrieron de par en par y a Al se le cortó la respiración.

—¡Maté a mis hermanas! —exclamó, y la breve sensación de euforia que había sentido cuando le había traspasado la marca a Al se transformó en mie­do—. ¡No puede estar emparentada con nosotros!

—Pues lo está —dijo Al con una sonrisita tirando de mí y apretándome con más fuerza cuando notó que intentaba soltarme—. Su parentesco no nació de nosotros, sino de los elfos. Los estúpidos elfos, que olvidaron reparar lo que ellos mismos habían roto. Tú lo descubriste, y Minias te arrebató ese conocimiento durante el tiempo suficiente para que yo también me diera cuenta y me hiciera con ella antes que ningún otro.

—¡Debería ser mía! ¡Dámela!

Dali, que seguía detrás de la mesa, se puso tenso, pero Al se limitó a negar con la cabeza con una sonrisa mientras aspiraba el olor de mi pelo. Yo estaba demasiado aturdida y desconcertada como para impedírselo. ¿Parentesco? ¿Real­mente las brujas estaban emparentadas con los demonios? Aquello iba en contra de todo lo que me habían enseñado pero ¡maldita sea!, tenía bastante sentido.

De improviso, un leve desplazamiento de aire acompañado de una pequeña explosión me hizo dar un respingo. Acto seguido, sobre los gastados tablones de madera, apareció Minias. Llevaba su habitual túnica violeta y los pies cu­biertos por unas sandalias. Entonces me llevé la mano al cinturón y empecé a pensar que era el color con el que los demonios vestían a sus familiares cuando estaban satisfechos con ellos.

—¡Newt! —exclamó Minias. Entonces se dio cuenta de quién más estaba allí y retrocedió, sin apenas dignarse a mirar a Trent—. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó. Acto seguido, su rostro empalideció al ver la mirada cargada de odio de la diablesa.

—Hiciste que me olvidara de lo que es —dijo ella en un susurro—. Ven aquí, Minias.

Minias abrió de par en par sus encarnados ojos de carnero y desapareció.

—¡Espera! —grité. Luego me giré hacia Al—. Lo necesito. ¡Me prometiste a Trent!

Al reaccionó a mi arrebato con una expresión de profundo desprecio, y cuando Newt se giró hacia mí, deseé haber tenido la boca cerrada.

—¿Quieres convertir a ese elfo en tu familiar? —preguntó.

Yo me pasé la lengua por los labios.

—¡Me encerró en una jaula! —exclamé intentando encontrar la manera de justificarme, sin que se notara que quería liberarlo. Trent se puso en pie y el bote empezó a mecerse hasta que consiguió aferrarse al muelle. Dali aprovechó la ocasión para darle una patada y tirarlo de nuevo al fondo de la embarcación.

—Es el familiar perfecto para mi discípula —intervino Al con voz pausada, mientras me apretaba el brazo con fuerza para que me callara de una vez—. Se lastima con facilidad, es testarudo, y tiene tendencia a morder, pero, básica­mente, resulta inofensivo. Antes de montar a un purasangre, conviene practicar con un poni. Le debe un favor a Minias. Lleva su mácula voluntariamente, de manera que podía hacer presión para conseguirlo. No obstante, para serte sincero, resulta mucho más sencillo comprar una marca. —Al sonrió con una exquisita ironía—. Tal vez le ofrezca hablarle de mi nueva discípula. Eso tiene que tener algún valor.

Newt entrecerró los ojos y yo me puse tensa.

—¿Volverás a contármelo, si me olvido? —Al asintió con la cabeza, y el rostro de Newt adoptó una expresión aún más desagradable—. El elfo no tiene ninguna obligación con Minias. Puedes quedarte con su marca.

Trent cayó hacia atrás con un alarido, y su mueca de odio me produjo un escalofrío.

Dali alzó las cejas.

—No sabía que pudieras hacer algo así.

Newt se giró desplegando su túnica.

—Él es mi familiar. Pagué por él y puedo reclamar cualquier cosa que le pertenezca. Incluso su vida.

Al se aclaró la garganta nerviosamente.

—Bueno es saberlo —dijo con ligereza—. Es un buen consejo de seguridad. Rachel, toma buena nota. Está será la lección número uno.

Con los labios fruncidos, Newt desvió la vista del falso horizonte y se concentró en mí. Sentí como si me cubriera una capa de hielo y mi rostro perdía el color.

Tenía todo lo que había ido a buscar. Había logrado librarme de la marca de Newt o, al menos, lo haría cuando le devolviera el nombre a Al. Y también había salvado a Trent, o eso creía. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que estaba a punto de armarse una buena?

—¿La vas a instruir? —quiso saber Newt observándome con sus negros ojos.

Al asintió con la cabeza, me acercó a él y yo se lo permití.

—Como si fuera hija mía.

Newt dio un paso atrás, entrelazó las manos a la altura de la cadera e inclinó la cabeza. Era una actitud extraña, y me dio la impresión de que estaban cerrando un trato que no alcanzaba a comprender.

—Eres un buen maestro —dijo finalmente, alzando la vista—. Ceri era muy diestra.

—Lo sé. Y la echo de menos.

Después movió la cabeza de arriba abajo y se giró hacia mí.

—Cuando estés lista, búscame. Tal vez, para entonces, habré recuperado la memoria y sabré qué demonios está pasando.

Yo entrelacé los dedos para que no se dieran cuenta de que estaban temblando, pero cuando cogí aire para responderle, se desvaneció.

Dali soltó un largo y sonoro suspiro.

—Minias tiene las horas contadas. Le doy dos días.

Al relajó los hombros.

—Está acostumbrado a rehuirla. Yo le doy… siete. —Luego se removió intran­quilo y se quedó mirando los destellos que despedían las olas—. Rachel, recoge a tu elfo. Estoy cansado y me gustaría deshacerme de este maldito olor a celda.

Yo me quedé donde estaba y él me empujó hacia Trent, antes de girarse hacia Dali.

—Doy por hecho que se retirarán los cargos por estupidez supina…

—Sí, sí —respondió Dali con una sonrisa—. Puedes coger al familiar de tu discípula y largarte. ¿Vas a cumplir tu palabra de recordárselo a Newt?

Al esbozó una sonrisa.

—Sí. Todos los días hasta que se lo cargue.

Insegura, eché un vistazo a Trent, que me miraba como si quisiera matarme, y luego a Al.

—Ummm… ¿Al? —le instigué.

—Llévate a tu elfo, bruja piruja —dijo entre dientes—. Quiero salir de aquí antes de que a Newt le venga a la mente alguna ley o algo parecido y decida presentarse de nuevo.

Sin embargo, Trent seguía mirándome como si quisiera clavarme un bolígrafo en el ojo. Temblorosa, tomé aire, y me dirigí a él dando grandes zancadas. A continuación me agaché y le tendí la mano para ayudarle a salir del inestable bote. Él emitió un sonido grave y yo me quedé mirándolo, petrificada, cuando se abalanzó sobre mí.

—¡Trent! —acerté a decir antes de que me echara las manos al cuello. Caí de espaldas y él aterrizó encima, obligándome a expulsar todo el aire de los pulmones. Estaba sentando a horcajadas sobre mí, intentando estrangularme y, de pronto, desapareció y pude respirar de nuevo. Entonces oí un fuerte golpe y, cuando alcé la vista, descubrí que había sido Al el que me lo había quitado de encima.

Trent cayó sobre el muelle, con una pierna colgando y a punto de acabar en el agua. Estupefacta, me quedé mirando cómo rodaba sobre sí mismo y le empezaban a dar arcadas.

—Lección numero dos —dijo Al ofreciéndome su mano enguantada para que me pusiera en pie—. Nunca te fíes de tu familiar.

—¿Qué coño te pasa? —le grité a Trent sin poder dejar de temblar—. Ya podrás matarme después pero, en este momento, me gustaría salir de aquí.

Seguidamente, volví a tenderle la mano, y esta vez no hizo nada cuando le empujé hacia Al. Yo no sabía cómo viajar por las líneas, pero daba por hecho que el demonio nos ayudaría a saltarlas, teniendo en cuenta que acababa de salvarle el culo.

—Gracias —farfullé, consciente de que Dali nos observaba con expresión intrigante.

—Ya me lo agradecerás en otro momento, bruja piruja —dijo Al nerviosa­mente—. Ahora te mandaré de vuelta a tu iglesia con tu familiar, pero dentro de quince minutos, espero verte en tu línea luminosa con un buen surtido de hechizos y un trozo de tiza magnética. Necesito un poco de tiempo para, ummm, alquilar una habitación.

Yo cerré los ojos en un lento parpadeo. Al estaba realmente arruinado.
Genial
.

—¿No podríamos empezar la semana que viene? —pregunté. Desgraciada­mente, era demasiado tarde y justo en ese instante sentí que Trent me agarraba con fuerza mientras el tiempo hacía trizas mi cuerpo para luego volver a darle forma. Estaba tan cansada que solo tenía ganas de echarme a llorar.

Esta vez ni siquiera me mareé cuando el hedor a siempre jamás se desvane­ció. El aroma ácido de la hierba recién cortada se abatió sobre mí e, intentando mantener el equilibrio, abrí los ojos y descubrí los tonos grises y verdes de mi jardín. En ese momento me derrumbé. Estaba en casa.

—¡Papá! —gritó una vocecilla. Yo di un respingo y encontré a uno de los hijos de Jenks mirándome fijamente—. ¡Ha vuelto! ¡Y se ha traído al señor Kalamack!

Entonces parpadeé para contener las lágrimas, inspiré hondo y miré hacia la iglesia, bañada por el sol matutino. No era posible que fuera tan temprano. Me sentía como si hubiera transcurrido toda una vida. Al ver a Trent en el suelo, le tendí la mano para ayudarlo a ponerse en pie.

—Ya hemos llegado —dije dándole un pequeño tirón—. Será mejor que te levantes. ¿No querrás que Ceri te vea de esa guisa?

Sin moverse del suelo, Trent me tiró del brazo con fuerza. Yo contuve la respiración e intenté caer de frente, pero él me hizo perder el equilibrio y aterricé sobre el costado.

—¡Trent…! —empecé a decir, pero él me puso en pie de un tirón y me gol­peó la cabeza contra una tumba, de manera que solo pude soltar un alarido—. ¡Eh! —acerté a decirle, pero entonces aullé de nuevo, porque Trent empezó a retorcerme el brazo.

Antes de que pudiera darme cuenta, volvió a estamparme la cabeza contra la lápida, provocándome un dolor lacerante. La vista se me nubló y, mientras intentaba averiguar qué demonios estaba pasando, permití, como una imbécil, que me rodeara la garganta con un brazo y empezara a apretar.

—Trent… —farfullé. Entonces solté un grito ahogado y sentí que la cara se me hinchaba.

—¡No pienso permitírtelo! —me gruñó al oído—. ¡Antes te mataré!

¿
Permitirme qué
?, me pregunté luchando por respirar. ¡
Pero si acabo de salvarle el culo
!Seguidamente clavé los talones en el suelo y empujé hacia atrás, pero solo conseguí que ambos cayéramos al suelo. Trent aflojó levemente la presión, permitiéndome recuperar el aliento, pero enseguida volvió a apretar.

—¡Emparentada con los demonios! —exclamó con una voz ronca que no se parecía en nada a la suya—. ¡Lo tenía ahí, delante de mis narices, pero no podía creerlo! Mi padre… ¡Maldito sea!

—¡Trenton! —oí gritar a Ceri, cuya voz me llegaba débilmente desde el otro lado del jardín justo cuando empezaba a perder el conocimiento—. ¡Basta! ¡Suéltala!

A continuación sentí que sus dedos intentaban interponerse entre mi piel y los brazos de Trent y solté un grito ahogado cuando la presión disminuyó de nuevo. No conseguía liberarme de él, y sentía como si mis músculos, a falta de oxígeno, se hubieran convertido en papel mojado.

—¡Tiene que morir! —dijo Trent arañándome el oído con su voz—. Los oí. Mi padre… mi padre la curó —farfulló angustiado, apretando aún más—. ¡Podría volver a empezarlo todo! ¡Pero ahora no! ¡No se lo permitiré!

El músculo de su brazo se contrajo, y mientras el dolor me invadía, oí que mi garganta emitía un último estertor.

—¡Déjala! —suplicó Ceri, y yo atisbé su vestido—. ¡Basta ya, Trent!

—¡La llamaron pariente! —gritó Trent—. ¡Se apoderó del nombre de un demonio y la invocaron! ¡Lo vi con mis propios ojos!

—¡Rachel no es una diablesa! —gritó Ceri, categórica—. ¡Suéltala!— En­tonces se agachó para agarrarle los dedos y su delantal me golpeó la cara—. ¡Trenton! ¡Salvó a Quen! ¡Nos salvó a todos nosotros!

El elfo aflojó la presión y, mientras boqueaba, intentando recuperar la res­piración, me alejó de él de un empujón.

Choqué con la lápida contra la que había estado golpeándome la cabeza y me agarré a ella, con los dedos temblorosos, mientras inspiraba profundamente una y otra vez, sujetándome la garganta e intentando buscar la manera de respirar sin que me doliera.

—Tal vez no sea un demonio —dijo Trent desde detrás de mí, haciendo que me girara—, pero sus hijos lo serán.

Al oír sus palabras me derrumbé sobre la lápida, sintiendo que se me helaba la sangre.
Mis hijos

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