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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (70 page)

—¡No me da la gana! —exclamó acercándose a mi cara—. Escúchame, Rachel. Tú hueles a bruja. Bueno, en realidad, ahora mismo, apestas a siempre jamás, pero cuando te laves un poco, olerás como una bruja. Y cuando salga el sol, seguirás aquí. No regresarás a siempre jamás. ¡No lo permitiré!

La expresión de su rostro era de desesperación, y yo extendí la mano con des­gana para que pudiera posarse. Luego contuve la respiración e intenté suprimir mi malestar tragando saliva con tal ímpetu que me hice daño en la garganta.

Él apoyó los pies, pero volvió a quedarse suspendido en el aire durante unos segundos cuando Ivy irrumpió en la estancia golpeando la puerta contra la pared.

—¡Por el amor de Dios! —exclamé dando un respingo—. ¡He cerrado la puerta porque quería estar sola!

Las facciones de Ivy, generalmente serenas, estaban contraídas por la preocu­pación. Tenía los hombros encogidos y la brusquedad con que se sujetó los mechones de pelo corto detrás de las orejas dejaba bien clara la tensión que sentía.

—Estás en el interior de una iglesia. Ningún demonio puede hacer algo así. Glenn dice que mentiste para salir del círculo y no te pasó nada. No te detuvieron por incumplir la ley. No eres una diablesa y no te verás arrastrada a siempre jamás cuando salga el sol.

—Eso espero —respondí consciente de que no les iba a gustar un pelo lo que estaba a punto de decir—, pero si lo fuera, me resultaría más sencillo rescatar a Trent.

31.

Las cosas se habían calmado, y el único sonido que alteraba el silencio era el incesante golpeteo de uno de los pies de Jenks contra la cafetera de porcelana de Ceri. Me sentía fatal por arruinarles la vida a todos, pero en tan solo unas horas o bien estaría muerta, o me vería obligada a instalarme definitivamente en siempre jamás. Todavía cabía la posibilidad de que todo concluyera felizmente, pero las opciones eran prácticamente nulas. Evidentemente, esperaba que así fuera, aunque tenía que admitir que me parecía bastante improbable.

Glenn se había ido a recoger a mi madre después de que echara a todo el mundo del baño para darme una ducha, así que nos habíamos quedado los cua­tro solos, con el ambiente cargado de tensión y de palabras duras que nadie se había atrevido a pronunciar. Dios. Estaba agotada, y la taza de café que sostenía entre las manos no conseguía liberarme de aquel profundo cansancio. Cerca de mí había un cuenco lleno de galletas saladas, y me eché una a la boca. El fuerte sabor a queso chédar hizo que me picaran las comisuras y comencé a masticar lentamente. A continuación agarré un buen puñado y me las comí una a una, sintiéndome culpable por estar saboreando aquellas galletas después de haber disfrutado de una buena ducha mientras que Trent se encontraba en una jaula.

Al ver que me movía, Jenks echó a volar y lo intentó de nuevo.

—¿Por qué? —me preguntó con ganas de discutir despidiendo una pequeña cantidad de polvo rojo que formó un diminuto charco a sus pies. Seguidamen­te se posó en la mesa adoptando la típica postura de Peter Pan—. ¿Por qué te preocupa lo que pueda pasarle a Trent?

Yo deslicé la yema del dedo por encima del nombre de Ivy, como si pudiera sentir el pasado. En algún momento, había sido una niña inocente. Al igual que yo. ¿
Quizá porque Trent puede explicarme qué demonios me hizo su padre
? ¿
Porque necesito que me diga que no soy una diablesa
? ¿
O tal vez porque necesito que descubra la manera de revertirlo
?

—Porque si no lo hago —respondí quedamente—, todos pensarán que se lo entregué a los demonios para que me dejaran libre. —Jenks resopló y mi presión sanguínea aumentó—. Y porque le prometí que le traería de vuelta a casa —añadí a regañadientes—. No puedo dejar que se pudra allí.

—Rachel… —dijo Jenks adoptando un tono algo más conciliador.

—Le prometió que lo protegería a condición de que pagara por su viaje de ida y vuelta —le espetó Ivy desde el ordenador, echando fuego por los ojos—. A mí tampoco me hace ninguna gracia, pero ha llegado el momento de que cierres la boca y escuches. Si encontramos la manera de resolver este enredo, lo haremos.

—¡Pero él no la trajo de vuelta a casa! —protestó Jenks—. ¡Lo hizo sola! Además, ¿a quién le importa que se pudra en siempre jamás?

Ivy se puso rígida, mientras Ceri observaba en silencio evaluando la situación.

—A mí —dije apartando las galletas e intentando sacarme el queso de entre los dientes.

—De acuerdo, Rachel. Pero…

—¡Él no ha vuelto! —le grité, cada vez más cabreada—. ¡Y ese era el trato!

Jenks golpeó la mesa con los pies, me dio la espalda y, con las alas quietas, agachó la cabeza.

Ceri tomó asiento en la silla que estaba junto a mí y colocó sobre la mesa un libro de hechizos abierto. Llevaba unas gafas en la punta de la nariz y un lápiz entre los dientes. Los pixies le habían hecho una trenza mientras yo vociferaba desde la ducha, y presentaba un aspecto decididamente intelectual. Se había sonrojado cuando advertí que se había puesto gafas, pero no le dije nada. Creo que estaba orgullosa de necesitarlas, porque significaba que volvía a envejecer.

A decir verdad, me extrañaba que Ivy se hubiera puesto de mi parte. Me habría gustado pensar que era porque creía que las promesas había que cumplirlas, o porque consideraba que Trent se merecía que lo rescatáramos, pero la verdad es que la ausencia de Trent habría alterado el soterrado equilibrio de poder que reinaba en Cincy. La idea de que Rynn Cormel sacara pecho y volviera a hacerse con el control no le atraía demasiado. Resultaba mucho más difícil amar a un hombre cuando se dedicaba a cometer asesinatos.

Alcé la vista y me quedé mirando la extraña figura que Ceri dibujaba con desgana en una de las hojas amarillas del bloc de notas que tenía sobre el libro de hechizos. Estaba segura de que el glifo obedecía a alguna maldición demonía­ca, pues emitía un débil destello negro. Busqué su mirada y ella se estremeció mientras trazaba un círculo a su alrededor para contener la fuerza que había engendrado. Seguidamente arrugó el papel, lo introdujo en su taza de té y le prendió fuego con un hechizo de líneas luminosas.

Al ver la llama negra Jenks hizo una pedorreta, pero Ivy se tragó el sermón que estaba a punto de soltar y murmuró algo con desagrado que no conseguí entender.

—¿Y si tú me enseñas a saltar las líneas? —pregunté intentando trazar los primeros pasos de un plan—. Si pudiera viajar hasta allí sin que me detectaran, tendríamos media batalla ganada. Tal vez más. Solo tendría que cogerlo y salir pitando.

La cosa no era tan sencilla, pero podíamos intentar perfeccionarlo.

Ceri agarró el extremo superior del lápiz y machacó las cenizas hasta que se convirtieron en polvo.

—¿Quieres aprender a viajar por las líneas antes del amanecer? Lo siento, Rachel, pero no es posible. Se necesitarían décadas.

Ivy asomó la cabeza por detrás del dañado monitor.

—¿Y por qué tiene que ser antes del amanecer?

Los hombros de la hermosa elfa se encorvaron.

—Porque una vez que las líneas queden cerradas a posibles invocaciones, los demonios tomarán una decisión. En este momento lo más probable es que Trent siga esperando, pero en cuanto estén seguros de que no excluirán a nadie de las negociaciones, lo pondrán en venta.

Venta. Era una palabra espantosa, y sentí que mi rostro se crispaba. Al verlo, Ceri se encogió de hombros.

—No sé exactamente qué quieres hacer, pero tendrá que ser antes de que alguien lo compre, de lo contrario no tendrás que enfrentarte a un comité, sino a un único demonio. Los comités son complicados, pero los demonios, por separado, pueden ser muy tenaces. Al comité, en cambio, solo le interesa conseguir algo a cambio.

Todo aquello era un error, un gravísimo error. Yo resoplé y Jenks le dijo algo a Ivy colocándose la mano en el pecho como si estuviera haciendo una promesa para luego dirigirse al cuenco de las galletas.

—Como familiar, Trent no vale gran cosa —explicó Ceri con la cabeza gacha, casi como si estuviera avergonzada—, pero no es habitual que un familiar en potencia se presente en siempre jamás sin que ningún demonio lo haya recla­mado. Muchos de ellos estarían dispuestos a pagar sin importarles tener que esperar un largo periodo de tiempo hasta que estén listos. Así es cómo Al se gana la vida.

Yo titubeé, y de pronto pensé que aquello explicaba que Al hubiera mostrado tanto interés primero por Nick, y luego por mí.

—¿Se dedica a entrenar familiares? —le pregunté.

Ceri asintió con la cabeza y retomó el dibujo que estaba garabateando en el papel amarillo. Yo me quedé mirando el par de ojos atormentados que empe­zaban a coger forma detrás de unas líneas azules.

—En cierto modo, sí —respondió—. Primero busca candidatos idóneos, después los instruye lo suficiente para que resulten rentables, y finalmente los embauca para que vayan a siempre jamás. Se le da muy bien, y ha hecho una fortuna vendiéndole gente a aquellos demonios que no tienen ganas de cruzar las líneas para procurarse sus propios familiares.

Jenks batió las alas con fuerza e Ivy apagó el ordenador. Por lo visto se había cansado de fingir que estaba trabajando.

—¿Es un traficante de esclavos? —preguntó.

Ceri terminó de dibujar una figura que representaba a un hombre tirado a los pies de una lápida.

—Efectivamente. Esa es la razón por la que le molesta tanto que te hayas apropiado de su nombre. Se necesita mucha astucia para construirse una lista de personas que conocen su nombre y que podrían convertirse en familiares. Por no hablar del esfuerzo que supone la fase previa al robo de sus almas, la pesadez de entrenarlos para incrementar su valor, y la dificultad de mantener un equilibrio entre disponer de suficiente gente que conozca su nombre, y que el número no sea tan alto como para convertirse en un engorro. Además, existe el riesgo de que, después de todas las molestias que supone entrenar a un posible familiar, acaben pagándole menos de lo que esperaba.

Yo solté un bufido, me recliné en la silla y crucé las piernas mientras pensaba en Nick.

—Vamos, que es un jodido proxeneta.

A Tom le convenía andarse con cuidado, o el próximo sería él. Aunque, per­sonalmente, no es que me quitara el sueño.

Jenks echó a volar despidiendo una columna de chispas plateadas que cayó sobre el cuenco como si fuera escarcha.

—Ivy, su trabajo consiste en raptar personas. Tienes que apoyarme en esto. Rachel no tiene por qué hacerlo. ¡Es una estupidez! ¡Incluso para ella!

Yo entrecerré los ojos, pero Ivy se desperezó como si nada, dejando al des­cubierto el pirsin del ombligo.

—Si no dejas de darle la lata, voy a estamparte contra la pared con tanta fuerza que te pasarás una semana sin conocimiento —dijo. Jenks perdió altura, e Ivy se le arrimó—. Alguien tiene que salvarle el culo a Kalamack. ¿Quién va a hacerlo si no? ¿Yo?

—No —protestó el pixie débilmente—. Pero ¿por qué tiene que ser Rachel? Trent conocía los riesgos.

Conocía los riesgos y confió en mí para que lo protegiera
, pensé, incapaz de mirar a la cara a Ceri.

Ivy apoyó los codos en la isla central y se reclinó.

—¿Por qué no dejas de intentar convencerla para que no vaya y empiezas a averiguar la manera de acompañarla?

—¡Porque sé que no me lo permitirá! —gritó.

—Nadie va a acompañarme —intervine tajante.

Jenks dejó escapar una ráfaga de polvo dorado.

—¿Lo ves? —exclamó apuntándome con el dedo.

Yo apreté los dientes e Ivy se aclaró la garganta a modo de advertencia.

—Le dije que lo sacaría de allí —mascullé echando un vistazo al boceto de una ciudad demoníaca subterránea que había dibujado Ceri.

—Y yo iré contigo —declaró Jenks en tono belicoso.

Llegados a ese punto, exhalé para relajar la mandíbula, pero no funcionó. Después de pasar todo un año compartiendo casa y trabajo con Ivy y Jenks, había aprendido a confiar en otros, pero esta vez debía recordar que también podía confiar en mí misma. Que podía hacerlo sin ayuda. Y así sería.

—Jenks…

—¡No te pongas paternalista! —dijo aterrizando en los folios enrollados del bloc amarillo, acusándome con el dedo e intentando mantener el equilibrio con las alas—. Solo tenemos que entrar, cogerlo, y largarnos.

—No funcionará —interrumpió Ceri con delicadeza.

Jenks se giró hacia ella.

—¿Y por qué no? Si el plan B funcionó con ese pez, también servirá para salvar a Trent.

Ceri me buscó con la mirada y después se dirigió de nuevo a Jenks.

—Sea quien sea el demonio al que Rachel le compre el viaje, intentará aprovechar la ocasión para capturarla. O peor aún, se lo dirá a Newt, que tiene razones de peso para reclamarla.

En aquel momento raspé el suelo con los zapatos. Casi podía sentir cómo se alzaba el círculo grabado justo debajo de ellos.

—¿Y si contacto directamente con Newt? —sugerí desesperada—. Tal vez acceda a olvidarlo todo.

Ceri se puso rígida.

—No —respondió rotundamente, haciendo que Ivy se pusiera en guardia ante su expresión aterrorizada—. No puedes recurrir a ella. Está loca y ya llevas una de sus marcas. No te puedes fiar de su palabra. Te dice una cosa y luego hace otra. No se rige por las normas demoníacas, se las inventa.

En aquel momento eché un ojo al siguiente dibujo, que mostraba la distri­bución de la biblioteca de la universidad. Jenks, mientras tanto, se posó en mi hombro, lo que me permitió valorar su nerviosismo a razón de la corriente de aire que levantaban sus alas. Era tan fría que tuve que taparme los mordiscos del cuello con la mano.

—¿Y qué me dices de Minias? —propuso Ivy.

Ceri sacudió la cabeza.

—Minias está intentando volver a congraciarse con Newt, y Rachel se con­vertiría en el regalo ideal. Solo le faltaría llevar un enorme lazo y ponerse a cantar
Cumpleaños feliz
.

Yo me acerqué un poco más a los mapas.

—¿Por qué? —pregunté comiéndome otra galleta salada—. Por lo que tengo entendido, lo despidieron.

El semblante de Ceri adoptó una expresión grave.

—Porque Newt es la única diablesa que queda. Y, como cualquier otro, Mi­nias daría cualquier cosa por engendrar un vástago. En eso consistía su trabajo. Hicieron una votación, y perdió. Ya te lo expliqué en otra ocasión.

Su voz se había vuelto tirante, pero utilizaba el mal genio para esconder su miedo. O, tal vez, para exorcizarlo.

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