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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (62 page)

—¡Serás imbécil! —mascullé sintiendo que el corazón me seguía latiendo—. ¡No eres más que un maldito elfo estúpido! —grité haciendo que Jenks se apartara con una sonrisa aliviada.

—¡Estás bien! —suspiró mientras las chispas que despedía adquirían una tonalidad plateada.

—¿Qué coño te pasa? —grité. Mi voz retumbó contra la lejana techumbre—. ¿No se te ha ocurrido pensar que podía estar protegida?

Trent alzó la vista.

—Jenks estaba sentado encima.

—¡Jenks es un pixie! —exclamé para liberar un poco de angustia—. Nadie los toma en consideración porque no saben lo peligrosos que pueden llegar a ser, ¡estúpido hombre de negocios! No tienes ni idea de los retos a los que nos enfrentamos, así que quédate quietecito de una puñetera vez, ¿de acuerdo? Deja trabajar a los profesionales, de lo contrario tu maldita convicción de que eres más listo que nadie va a conseguir que nos maten a todos. Te dije que te protegería y que te llevaría de vuelta a casa, pero necesito que dejes de hacer tonterías. Y ahora… ¡siéntate y no hagas nada!

Pronuncié estas últimas palabras a voz en grito, estaba realmente furiosa.

—¡Maldita sea! —dije levantándome y sacudiendo el brazo para eliminar los restos de la descarga—. ¡Ahora me duele la cabeza! ¡Muchísimas gracias!

Jenks sonreía con malicia y yo fruncí el ceño al darme cuenta de lo poco profesional que había sido perder los estribos de aquel modo.

—Ya era hora de que lo pusieras en su sitio —dijo provocando que mi gesto se agriara aún más.

—Tienes razón —farfullé acercándome renqueante a la estatua y situándome frente a la petulante sonrisa de la virgen María con los brazos en jarras—. Pero ¿cómo vamos a conseguir las muestras?

Las alas de Jenks se empezaron a mover cada vez más deprisa y me quedé mirando su expresión de satisfacción. De inmediato sentí que también mis facciones se relajaban.

—¿Ya has averiguado cómo entrar? —le pregunté.

El pixie asintió con la cabeza.

—Hay una grieta en la base lo suficientemente grande como para que pase un ratón. Yo las cogeré.

El aire se escapó de mis pulmones emitiendo un suspiro audible. La magia que protegía la estatua no lo reconocía. No lo habían tenido en cuenta. Pero en realidad Jenks sí que contaba. Contaba mucho, e iba a salvarme el culo una vez más.

—Gracias —susurré.

—¡Eh! ¿Qué te crees que hago aquí? —dijo antes de desaparecer detrás de la estatua.

Todavía podía contar con el pasaje de vuelta. Estaba prácticamente conven­cida. Bueno, tal vez.

El templo se quedó en completo silencio y me giré para ver a Trent, que seguía ocupado con su nariz. Aparentemente, el olor a sangre levantó unos susurros que provenían de las sombras que rodeaban la pila bautismal y pensé que era solo mi imaginación y que estaba empezando a desvariar. Entonces me acerqué al borde del terreno consagrado y me senté en el último escalón recordando que había estado justo allí el día de la boda de Trent. Justo antes de arrestarlo. Podía sentir su presencia detrás de mí, pero no me giré. Permaneció inmóvil durante, al menos, seis latidos de mi corazón, y luego se levantó. Al otro lado de la base de la puerta principal se oía un ruido, como de alguien escarbando, que me puso los pelos de punta. De pronto se detuvo, como si tuviera miedo, pero la madera era mucho más gruesa que los cristales de las ventanas.

Cuando Trent se colocó a metro y medio de mí y se me quedó mirando, me obligué a mí misma a respirar más despacio. Después tiré de mi riñonera y me liquidé de un trago el agua que me quedaba. Mi pistola de bolas estaba al lado de la botella; la saqué y apunté a la puerta principal.

—¿No piensas hacer nada más?

El pulso se me aceleró y me quedé mirando a la parte de la puerta de la que provenían los arañazos.

—Si no aparece nada por ahí, es posible que me tome un tentempié.

En aquel momento se oyó a lo lejos la voz de Jenks, que sonaba apagada.

—He encontrado un terminal —gritó—. Está en el interior de una cámara de cemento sin puertas. He conseguido colarme por el cableado, pero me he rasgado un ala. ¡Por el consolador de Campanilla! Estoy perdiendo tanto polvo que parezco un pararrayos. Tardaré un rato en piratearlo e introducirme en el sistema, pero puedo hacerlo.

Yo tiré de la bolsa para tener los hechizos más a mano. Si Jenks estaba usando el nombre de Campanilla en vano, quería decir que estaba bien. El sol saldría a las siete y Minias estaría libre. Si no lográbamos escapar de allí antes de esa hora, las cosas se iban a poner mucho más feas, independientemente de que estuviéramos en terreno consagrado. Una puerta de madera y una posible gárgola no iban a detener a un verdadero demonio. ¡Ya me gustaría a mí!

Trent suspiró y se sentó en los escalones con las rodillas casi a la altura de la barbilla.

Y ahora toca esperar
.

27.

Me saqué la pistola de bolas de la cinturilla del pantalón y, antes de apuntar a la lejana puerta, la hice girar como si fuera un revólver. Los rasguños habían cesado hacía varias horas, poco después de que el estruendo de una roca al gol­pear el pavimento sacudiera el polvo del techo. Por lo visto las gárgolas todavía merodeaban por allí. Aquello me hizo sentir lo suficientemente segura como para dar una cabezadita un par de horas antes mientras Trent hacía guardia.

El reloj de pulsera que me había prestado Ivy indicaba que faltaban veinte minutos para el amanecer. Veinte minutos para que se armara un revuelo de mil demonios, y allí estaba yo, jugando a los pistoleros. Si la situación se complicaba, Trent desaparecería en un abrir y cerrar de ojos gracias a su jodida «palabra mágica», pero yo había tenido que dibujar un círculo junto al altar para refugiarme con Jenks en el caso de que las cosas se pusieran realmente feas. Tendría que resistir hasta que se presentara Newt. En su interior estaban los complementos necesarios para apoderarme del nombre de Al en espera del foco. Tenía previsto realizar la maldición en cuanto Jenks encontrara el ADN de demonio. Si no lograba salir con vida, al menos las personas que me importaban estarían a salvo.
Date prisa, Jenks
.

—Bang —susurré. A continuación retiré la pistola y me la volví a meter en la parte trasera del pantalón. Me moría de ganas de salir y averiguar lo que había golpeado el suelo delante de la puerta principal. Cansada, eché un vistazo a la estatua y luego me quedé mirando a Trent, que estaba sentado en el suelo con la espada apoyada en el altar profanado. Él también se había quedado dor­mido alrededor de la medianoche, confiando en que yo lo protegiera. Nuestra aventura estaba llegando a su fin, si dábamos por hecho que yo dispondría de un viaje de vuelta. Mierda. Estaba cansada de todo aquello. La supuesta tienda de hechizos, con la que a menudo bromeaba Jenks, estaba empezando a parecerme una opción nada desdeñable. A pesar de que me había mostrado indignadísima y con tajante rotundidad cuando le había dicho a Trent que Jenks no había utilizado mi viaje de vuelta al presentarse en siempre jamás, las horas previas al amanecer habían minado mi alma y me temía que estaba viviendo en un cuento de hadas si esperaba que Minias aceptara que Jenks era como un mechón de pelo encrespado y que mereciera un viaje gratis.

Trent sintió que lo miraba y se despertó. Tenía los párpados hinchados por culpa de la arenilla, y su rostro reflejaba cansancio y tensión. Aparté la vista, estiré el brazo para coger la gorra y me la calé para no verlo. Luego exhalé para liberar el estrés. Tal vez podría idear la forma de utilizar las líneas luminosas para salir de ella si no sintiera en mi nuca el aliento de un montón de demo­nios al igual que la última vez. Hasta que no apareciera Jenks con la muestra de células de Al, no podía hacer nada. Me había pasado la noche buscándola manera de resolverlo.

Con los ojos cerrados, intenté relajar los músculos. Si Jenks tenía razón, las líneas luminosas eran lo que permitía que siempre jamás estuviera conectado con la realidad. Si conseguía averiguar cómo utilizarlas, Jenks y yo volveríamos a casa sanos y salvos.
Claro, como si fuera tan sencillo
.

Por enésima vez en lo que llevábamos de noche, alargué la mente en dirección a la línea más cercana, pero no la toqué por miedo a que un demonio percibiera lo que estaba haciendo. Me limité a quedarme allí quieta, sintiendo cómo la oleada de energía pasó junto a mi conciencia como una cinta plateada con matices rojizos. De pronto caí en la cuenta de que fluía en una sola direc­ción, hacia nuestra realidad. ¿Acaso siempre jamás se estaba comprimiendo? ¿Cabía la posibilidad de que la sustancia de la que estaba hecho se estuviera traspasando a nuestro mundo del mismo modo que una pequeña gota de agua se veía arrastrada hacia otra mayor? Tal vez aquel era el motivo por el que todo se encontraba en ruinas.

La tensión volvió a apoderarse de mí, contrayéndome los músculos uno a uno mientras intentaba recordar lo que había sentido cuando me había visto transportada por las líneas de energía. Pensar en Ivy ya me había devuelto a casa en una ocasión.

En ese momento sentí que las mejillas se me encendían. Newt había dicho que amaba mucho más a Ivy que a mi iglesia. No podía negarlo, pero existían muchas clases de amor y hubiera sido una persona muy superficial si lo único que me mantenía anclada a la realidad fuese una propiedad inmobiliaria. Era la gente que había allí la que le daba significado.

El rubor se mitigó cuando recordé cómo me había sentido cuando mi alma se partió en dos y cómo Newt había aguantado mi conciencia hasta que volvía a tener un cuerpo. ¿Desplazarme de una realidad a otra habría causado una fractura en mi alma, o solo en mi cuerpo?

En aquel instante moví las rodillas y me di cuenta de que se me habían aga­rrotado. Abrí los ojos y me quedé mirando los nuevos anillos de polvo que se habían formado bajo las lámparas de araña. Ya ni siquiera sentía el olor a ámbar quemado, y eso me preocupaba. Entonces Trent se sentó junto a mí y di un respingo. Me había olvidado de que estaba allí. Con el pulso a cien, me desplacé unos cinco centímetros preguntándome qué querría. ¿Estaba poniéndose nervioso?

—Ummm, quería darte las gracias —dijo cuando resultó obvio que no iba a ser yo la que rompiera aquel incómodo silencio.

Sorprendida, eché un vistazo al reloj de Ivy.
El tiempo apremia, Jenks
.

—De nada.

Entonces subió las rodillas, lo que hizo que, con aquel mono, tuviera un aspecto extraño.

—¿No quieres saber por qué te estoy agradecido?

Con una expresión indiferente para mantener la fachada de que todo estaba procediendo según lo planeado, señalé a nuestro alrededor con la barbilla.

—¿Por mantenerte con vida en este viaje en alfombra mágica?

Él observó la iglesia derruida.

—Por interrumpir mi boda.

Yo parpadeé.

—No estabas enamorado de ella —sugerí con prudencia.

Con el polo blanco por el polvo y la expresión sombría, contestó:

—No tuve oportunidad de averiguarlo.

¡
Qué curioso
!
A Trent le gustaría tener a alguien a quien amar
.

—Ceri…

—Ceri no quiere tener nada que ver conmigo —sentenció. A continuación estiró las piernas apoyándolas sobre los escalones. Sus facciones, por lo gene­ral contenidas, estaban fruncidas—. De todos modos, ¿qué necesidad tengo de casarme? Al fin y al cabo, se trata solo de maniobras políticas, nada más.

Me quedé mirándolo e intenté imaginar cómo debió sentirse un hombre joven e influyente cuando se le planteó la posibilidad de tener mujer e hijos y llevar una vida aparentemente tranquila de cara a la galería, pero llena de intrigas encubiertas. ¡
Pobre señor Trent
!

—Eso no supuso un obstáculo en el caso de Ellasbeth —le dije intentando sonsacarle algo más.

—No siento ningún respeto por Ellasbeth.

¿
No querrás decir que no le tienes miedo
?

—De nada —respondí mirándole de las botas la gorra—, pero que quede claro que te arresté para meterte en la cárcel, no para salvarte de Ellasbeth.

Jenks había ayudado a Quen a robar las pruebas que demostraban que Trent había matado a los hombres lobo y la AFI tuvo que soltarlo. Aun así Trent es­taba dispuesto a utilizar el último viaje de vuelta de siempre jamás, en vez de quedarse y ayudarnos a negociar para conseguir dos pasajes más. Pero, al fin y al cabo, no era problema suyo.

Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.

—No se lo digas a Quen, pero la estancia en la cárcel mereció la pena.

Yo le devolví la sonrisa, pero esta se desvaneció rápidamente.

—Yo también quiero darte las gracias por traer a Jenks a casa. Y por los zapatos. Son mis favoritos.

—No hay de qué —respondió con cierto recelo, y un atisbo de sonrisa.

—Pero no me ha hecho ninguna gracia que pusieras a mis futuros hijos en el punto de mira de los demonios —le reproché. Él pareció descolocado. Dios. Ni siquiera era consciente de lo que había hecho. No sabía si aquello mejoraba las cosas o las empeoraba. Con la mandíbula apretada, añadí—: Estoy hablando de cuando dijiste que tendría hijos sanos y que serían capaces de utilizar la magia demoníaca.

Él se quedó con la boca abierta y yo me crucé de brazos.

—¡Serás idiota! —musité. ¡No tenía ni idea de lo que había provocado!

Entonces arrastré la mirada hacia el reloj y luego hacia las ventanas cubiertas de espuma. En el exterior la luz debía de ser cada vez más oscura y plomiza, y la fuerza del viento habría aumentado. Es posible que las gárgolas hubieran conseguido mantenernos a salvo durante la noche pero, apenas saliera el sol, entrarían en letargo. Y lo que era aún peor, no solo no iba a tener tiempo de hacer el conjuro, sino que lo más probable es que ni siquiera consiguiéramos la muestra. Tenía el presentimiento de que Minias aparecería en cuanto estuviera libre.
Vamos, Jenks
.

Las botas de Trent deshicieron el alfombrado en descomposición dejando al descubierto la madera de debajo.

—Lo siento.

Sí, claro. Ahora ya me siento mucho mejor.

—Si quedara solo un viaje de vuelta, intentaré sacaros de aquí —dijo de repente.

Alcé la cabeza de golpe invadida por una sensación de sorpresa que casi me hizo daño.

—¿Disculpa?

Estaba mirando hacia la puerta con un gesto que parecía que tuviera mal sabor de boca.

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