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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (29 page)

—Te veo un poco torpe esta mañana —dijo soltándome el codo cuando oyó el taconeo de Ivy por el pasillo. Luego se apartó un poco y yo intenté no po­nerle cara de enfadada a mi compañera de piso. Llevaba en la mano el abrigo de Marshal, que se había quedado en la cocina, y lo apoyó en el respaldo de la silla de mi escritorio.

—¿Te apetece un poco de café antes de irte? —preguntó. Sonaba sincera, pero haber traído el abrigo lo contradecía.

Marshal dobló el cuello hasta hacerlo crujir echándole un vistazo al abrigo y luego volvió la vista hacia Ivy, que estaba en el borde del pasillo con la cadera ladeada y un aspecto depredador con aquellos brillantes pantalones de cuero y el abrigo.

—No gracias, Ivy. Tengo una cita. Hasta luego.

A continuación cogió la prenda del respaldo de la silla y yo me giré lentamente y lo seguí hacia la puerta. El cansancio me hacía arrastrar los pies y bostecé intentando mantenerme despierta.
Dios. Debo de tener un aspecto horrible
.

—¡Adiós, Marshal! —dijo Ivy sin moverse de su sitio. Su rostro no mostraba ninguna expresión, lo que me daba a entender que no estaba contenta. Yo le lancé una mirada asesina cuando Marshal se detuvo para ponerse las botas y, tras mostrar finalmente su enfado, se dio la vuelta y se largó.

Entonces, en la penumbra del vestíbulo, pude por fin relajarme.

—No le hagas ni caso —le dije a Marshal mientras se ataba las botas—. En realidad le caes muy bien.

—¿Ah, sí? Pues casi consigue engañarme —dijo mientras se ponía el abrigo embriagándome con el olor a aceite, gasolina y secuoya—. Gracias por lo de anoche. No me apetecía nada quedarme en el hotel y soy demasiado mayor para salir de bares. Tengo la sensación de estar utilizándote para combatir la soledad.

Yo esbocé una sonrisa algo triste, pero también de felicidad.

—Sí, yo también. —A continuación vacilé. No quería sonar agobiante pero había sido muy agradable no sentirse sola—. Si te parece, te llamo esta tarde, cuando sepa a qué hora estaré libre.

Él inspiró profundamente y soltó el aire con rapidez mientras intentaba ordenar sus pensamientos.

—Vale, aunque es posible que te llame yo primero. —A continuación, me sonrió y salió al rellano—. Adiós, Rachel.

—Hasta luego —dije yo apoyándome en el marco de la puerta y dedicándole una sonrisa insegura cuando miró hacia arriba desde la acera con las llaves en la mano. Sus botas apenas hacían ruido y yo me quedé mirándolo mientras el aire frío de la mañana hacía que se me congelaran los tobillos y provocaba que un mechón de pelo rizado se me pusiera en los ojos. Esperaba de todo corazón que todo aquello no fuera un error. Había tenido relaciones de amistad con hombres anteriormente, pero normalmente acababan convirtiéndose en algo más y echándolo todo a perder.

El vecino humano del final de la calle pasó con su furgoneta y, cuando aminoró la marcha para cotillear a Marshal, yo me metí corriendo para esconderme. Eran las siete de la mañana. ¿Qué demonios estaba haciendo a aquellas horas? Era una hora absurda para estar despierto. Aun así, me sentía bien. Algo melancólica, pero bien.

La oscuridad del vestíbulo resultaba reconfortante y yo me crucé de brazos mientras volvía al santuario. Luego recogí el cuenco y las botellas vacías y me dirigí a la cocina. Ivy estaba allí y yo sentía curiosidad por saber si Rynn Cormel, el carismático líder mundial, se había aprovechado de su posición y había mordido a mi compañera de piso.

Con los ojos guiñados por culpa de a luz, y sintiendo que el cuerpo me pe­saba debido a la hora, enjuagué las botellas, las metí en el contenedor del cristal y me derrumbé sobre mi silla con las palomitas que habían sobrado. Ivy, que todavía llevaba el abrigo puesto, estaba sentada en el borde de la suya revisando el correo electrónico antes de irse a dormir. Tenía una caja de cereales junto al teclado y masticaba lentamente. Yo me incliné hacia ella, intentando echarle un vistazo a su cuello, pero se apartó.

—Parece majo —dijo con el rostro inexpresivo, aunque en su voz se percibía un atisbo de enfado.

—Lo es —dije yo, poniéndome a la defensiva—. Por cierto, gracias por fingir que te cae bien. Ha sido todo un detalle por tu parte.

—¿Qué te hace pensar que no es así? —preguntó guiñando ligeramente los ojos.

¡Oh, Dios! Esto es absolutamente ridículo.

—Que nunca te caigan bien las personas que me prestan atención —le re­proché enfadada porque tratara de tomarme por tonta y sintiendo que el pulso se me aceleraba.

—Kisten me caía bien.

Con las emociones a flor de piel, y mucho más enfadada por que intentara hacerme sentir culpable por intentar pasar página y superar su muerte, me arrebujé la manta, cabreada.

—La única razón por la que te caía bien es porque consiguió que me relajara y me acostara con un vampiro —le reproché con resentimiento.

—Esa es solo una de las razones —respondió moderadamente.

—Y porque sabías que nunca sería una auténtica amenaza —añadí—. Que si se creaba tensión, él se retiraría. Lo utilizaste.

Ivy se puso rígida. Sus dedos pasearon por las teclas hasta que presionó el botón de enviar con una fuerza excesiva.

—No te digo que no —admitió suavemente, aunque visiblemente irritada—. Pero… también… lo… quería.

De repente, me di cuenta de qué iba todo aquello. Entonces me recliné sobre el respaldo de la silla y me crucé de brazos.

—Que pase algún tiempo con Marshal no quiere decir que esté traicionando la memoria de Kisten. No te permito que me juzgues por ello. Es solo un amigo, nada más. Además, tú acabas de pasar la noche con Rynn Cormel. ¿Tienes una nueva cicatriz? —le pregunté con sorna.

A continuación me incliné para apartarle el cuello del abrigo, pero ella le­vantó el brazo para evitar que pudiera hacerlo. En el momento en que su brazo encontró el mío sentí un golpe seco, aunque no demasiado fuerte, que me hizo dar un paso atrás sorprendida.

—Es mi maestro —dijo mientras sus pupilas se dilataban—. Se supone que debo hacerlo.

Pero se había girado, y había dejado al descubierto un nuevo mordisco, con los bordes rojos, que evidenciaba que había sido dado con mucho cuidado. En ese momento sentí un inesperado estremecimiento y el pálido rostro de Ivy adquirió un leve color rosado.
Maldita sea
.

—Ya sé que se supone que es tu deber, joder, pero también sé que has disfru­tado —le reproché visiblemente alterada—. Y no pasa nada porque te gustara pero, si te sientes culpable, no tienes por qué pagarlo conmigo.

Las largas manos de Ivy empezaron a temblar y mi corazón dio un vuelco cuando se apartó del ordenador y se concentró exclusivamente en mí con la mezcla de rabia y dominación sexual que utilizaba para protegerse y que tan familiar me resultaba. Yo me enfrenté con la mirada a su expresión de enfado y sentí una punzada en el cuello. La ignoré. Las puntas doradas de su pelo em­pezaron a moverse al ritmo de su respiración y noté que me invadía un senti­miento de desasosiego, como si tuviera dentro uno de esos seres asquerosos que viven debajo de las camas y cuya existencia conocen solo los niños. El pelo de la nuca se me erizó y apreté fuertemente la mandíbula mientras luchaba contra el impulso de girarme. Ella estaba proyectando un aura vampírica. Hacía por lo menos un año que no la proyectaba. Yo la miré con el ceño fruncido, a pesar de que estaba temblando y de que me picaban las palmas de las manos. Tal vez había llegado el momento de recordarle que las brujas también teníamos dientes.

—Me está protegiendo —dijo en voz baja, haciendo que la frecuencia de su voz oscilara como un pedazo de seda gris—. Es más, nos está protegiendo.

—¡Oh, sí! —respondí sarcástica—. Ya me lo ha contado. Resulta que somos su jodido experimento. —Cabreada, me puse en pie. Si estaba intentando apropiarse de mi aura, había llegado el momento de marcharse. No me gustaba la oleada de sensaciones que me bajaba desde el cuello y que daban a enten­der que la cosa no quedaría así—. Mi vida es un completo desastre —dije. A continuación me dirigí al pasillo. Tenía que escapar de todo. Absolutamente de todo—. No es más que otro vampiro muerto que se dedica a chuparte la sangre —murmuré sintiendo que todos los músculos de mi cuerpo se tensaban cuando pasé junto a ella.

—Y eso te molesta, ¿verdad? —preguntó Ivy alzando la voz.

Yo me di la vuelta justo antes de adentrarme en el pasillo. Ivy había girado la silla y me estaba mirando. Seguía teniendo las piernas cruzadas a la altura de la rodilla, y la ropa de cuero que se ponía para trabajar le daba un aspecto coqueto e insinuante. Sus ojos se habían vuelto completamente negros. Una repentina oleada surgió de mi cicatriz, me bajó por el costado y se detuvo en mi vientre, calentándome y haciendo que me faltara la respiración. Yo me puse rígida e intenté deshacerme de aquella sensación.

—¡Te está utilizando! —le grité gesticulando enérgicamente—. ¡Por el amor de Dios, Ivy! ¿No te das cuenta? Él no te quiere. ¡No puede!

Ivy me lanzó una mirada provocadora que daba a entender que ya lo sabía. A continuación arqueó las cejas con expresión desafiante, se metió un Cheerio en la boca y lo masticó.

—Todo el mundo utiliza a los demás. ¿No crees que Marshal te está utilizan­do? ¿No lo utilizas tú para sentirte segura en la limitada aceptación de cuáles son tus necesidades?

—¿Cómo has dicho? —le grité furiosa—. Ahora lo entiendo todo. El pro­blema está en que me intereso por los hombres y que no me acuesto contigo, ¿verdad? —le espeté. Ella me miró con una burlona expresión de sorpresa—. ¡Maldita sea, Ivy! Yo me acuesto con quien me da la gana y cuando me da la gana. Quiero encontrar un equilibrio de sangre contigo, pero tu ultimátum de que «o se hace como yo quiero o no se hace» no cuela. No pienso acostarme contigo solo para que esto funcione. Me estoy rompiendo los cuernos para en­contrar la manera de moderar tu ansia de sangre y evitar que pierdas el control y para que, al menos, podamos compartir algo.

Ivy dejó la caja de cereales sobre la mesa con un pequeño golpe.

—¡No pienso someterme a una castración química para que puedas continuar escondiéndote de lo que realmente eres!

Mi rabia era tal que estuve a punto de atragantarme.

—No has probado ni siquiera uno, ¿verdad? —farfullé indignada. A con­tinuación abrí mi armario de hechizos para mostrarle el montón de pociones sin invocar en el que había estado trabajando—. ¿Qué has hecho con todos los que te he dado? —exclamé.

Ivy alzó la barbilla mientras los bordes marrones que quedaban alrededor de sus pupilas se reducían aún más.

—¡Los tiré por el váter!

Era evidente que no se arrepentía lo más mínimo y yo empecé a temblar de la rabia.

—¿Te deshiciste de ellos? —le grité, furiosa—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo tardé en prepararlos? ¿Acaso no viste las horas que pasé modificán­dolos para que pudieras controlarte y fueras capaz de separar tu ansia de sangre del amor? ¿Cómo puedes saber qué efecto te harán si no los pruebas ni siquiera una vez?

Ivy cerró la tapa de la caja de cereales y se puso en pie, apuntándome con su largo dedo de pianista.

—¿Y tú cómo puedes saber que no te gustará acostarte conmigo si no lo pruebas ni siquiera una vez? —preguntó en tono burlón remarcando todas y cada una de las palabras.

De pronto fue como si sus palabras hubieran desmontado el último de mis argumentos. Entonces me subí la manta, cabreada por tener que mirarla desde abajo por el hecho de que llevara las botas puestas.

—Yo no estoy a tu cargo —le reproché. Sentía que el cuello me ardía, pero estaba tan cabreada que no significaba nada—. Soy una persona independiente. No lo olvides nunca. Además, en este momento preferiría mil veces acostarme con alguien como Trent que contigo.

Seguidamente me giré con intención de marcharme, pero ella tiró de mí haciéndome soltar un grito ahogado. De pronto sentí un subidón de adrenalina y todo empezó a darme vueltas mientras notaba que mi espalda chocaba con la isla central. El miedo se apoderó de mí, provocando que mi alma prendiera fuego y que me sintiera más viva que nunca. Los ojos de Ivy se habían vuelto negros, de un negro precioso que me impedía moverme de donde estaba. De mi cicatriz surgió una oleada que hizo que mis rodillas amenazaran con ceder. No podía apartar mis ojos de los suyos, e intenté averiguar lo que había sucedido.

Estaba… ¡Oh, no! ¡Había estado discutiendo con Ivy! ¡Estúpida vampiresa! Aunque, pensándolo mejor, la estúpida había sido yo.

De pronto me quedé fría como una piedra y la miré fijamente. Quería morderme, pero yo no pensaba permitírselo hasta que no estuviera segura de que podía controlarlo. O, para ser más exactos, hasta que estuviera segura de que yo podía controlarlo. Además, estaba el ultimátum que me había dado el año anterior: o todo o nada. Sexo y sangre. ¡Ah, no! No de aquel modo.

—¡Quítate! —le dije dándole un empujón para apartarla de mi camino—. No pienso hacerlo.

Moviéndose con una provocativa lentitud, Ivy me puso la mano en el hombro y me empujó hacia atrás, sujetándome para ralentizar mi movimiento, hasta que choqué de nuevo con la encimera. Yo sentí un hormigueo y mi antigua cicatriz de vampiro empezó a soltar chispas enviando, a su vez, una pulsión gemela que hizo que prendiera la que me había hecho ella en primavera.
Mierda
.

—Te he dicho que no pienso hacerlo —repetí enfadada y, al mismo tiempo asustada—. Ivy, yo no he empezado esto y no voy a acostarme contigo para compartir sangre. Y ahora, quítate de en medio.

—He sido yo la que ha empezado esto, y no tienes que acostarte conmigo para compartir sangre —respondió ella con toda tranquilidad.

Yo me quedé helada. ¿
No tenía que acostarme con ella
? En aquel momento levanté la vista y la miré a los ojos, que se habían vuelto de un negro impecable. Ella sonrió dejando entrever los extremos de sus colmillos.

—¿Qué crees que he estado haciendo con Rynn Cormel durante los últimos dos meses? —preguntó con ternura.

En aquel momento mis ojos se dirigieron a su nueva cicatriz y luego la miré a los ojos. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, dejándome helada y sin saber cómo reaccionar. ¿Puede separar las dos cosas?

—Creía que… —farfullé. Entonces me di cuenta de lo imbécil que había sido. Rynn Cormel quería que lo nuestro funcionara. Y para ello la había estado ayudando a que aprendiera a coger sangre sin necesidad de mezclarlo con el sexo, rompiendo así las viejas costumbres. Me quedé boquiabierta. «Un ángulo nuevo», había dicho. ¿De manera que no se refería a una postura sexual, sino a una nueva forma de morder? ¿Una que la ayudaría a mantener el control?

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