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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (28 page)

—Rachel, no tienes por qué contarme todo esto —dijo alzando la mano.

—Sí. —En ese preciso instante miré el sake y me lo bebí de un trago con la esperanza de que me soltara la lengua durante unos minutos—. No puedo empezar una relación con nadie en un futuro próximo —dije mientras sentía cómo me quemaba—, de manera que, si has venido con la esperanza de meterte en mi cama, ya puedes coger la puerta y largarte. De hecho, deberías largarte de todos modos.

—Esto… —balbució Marshal, y Jenks soltó una risita cuando vio que se bebía lo que le quedaba de sake.

—Tengo un trabajo muy arriesgado —dije poniéndome a la defensiva y apoyando el brazo sobre la mesa con tal fuerza que casi volqué mi plato de arroz—. Y me encanta. Pero podría ponerte en peligro. —Entonces apreté la mandíbula con fuerza. Estaba convencida de que Kisten había muerto porque se negó a matarme cuando Piscary se lo pidió.

Jenks echó a volar, y yo me quedé mirando los destellos mientras aterrizaba en el hombro de Marshal con un suspiro.

—No le hagas caso. Es muy teatrera —le susurró al oído, aunque lo suficien­temente fuerte para que yo lo oyera y me cabreara aún más con él.

—Cierra la boca, Jenks —dije lentamente para que no se me trabara la lengua. No estaba borracha, pero el alcohol estaba haciendo efecto. Entonces me giré hacia Marshal—. Tengo una marca demoníaca desde el día en que mi exnovio pagó para viajar por las líneas cuando Al me abrió la garganta en ca­nal. Tengo otra en el pie porque un gilipollas me arrastró hasta siempre jamás para entregarme a Al y yo tuve que comprarle un viaje de vuelta a casa a una diablesa absolutamente pirada y que podría presentarse en cualquier momento si se acuerda de mí.

—¿Pirada? —preguntó Marshal alzando las cejas, aunque aceptándolo.

—También tengo un par de cicatrices vampíricas no reclamadas que me convierten en una mujer susceptible a las feromonas vampíricas —añadí sin importarme lo que pudiera pensar—. Si no fuera por la protección de Ivy, en este momento estaría muerta o habría perdido la cabeza.

Jenks se inclinó hacia el oído de Marshal y dijo en voz alta:

—Si quieres mi opinión, yo creo que le gusta tenerlas.

—Estoy metida en un lío, Marshal —dije ignorando a Jenks—. Si fueras un poco listo, saldrías ahora mismo de la iglesia, te meterías en tu furgoneta y te largarías. ¡Dios! Ni siquiera sé qué estás haciendo aquí.

Marshal apartó su plato y se cruzó de brazos haciendo que se le marcaran los músculos bajo la camisa y yo me esforcé por no mirarlo. Maldita sea, no estaba borracha, pero sentí que los ojos se me estaban llenando de lágrimas.

—¿Has terminado? —preguntó él.

—Supongo que sí —dije deprimida.

—Jenks, ¿te importaría dejarnos solos? —sugirió Marshal.

El pixie se puso las manos en las caderas y su rostro se ensombreció, pero cuando vio cómo lo miraba, se dirigió enfurruñado hacia la puerta. Hubiera apostado lo que fuera a que se quedaría escuchando en el pasillo, pero al menos tendríamos la sensación de tener algo de privacidad.

Tras ver cómo se marchaba, Marshal se inclinó y me cogió las manos por encima de la mesa.

—Rachel, cuando te conocí en mi barco me pediste ayuda para rescatar a tu exnovio de un puñado de hombres lobo militantes. ¿Crees que no sé que vas dejando tras de ti un rastro de migas que atraen los problemas?

Yo levanté la vista.

—Sí, pero…

—Ahora me toca a mí —me interrumpió obligándome a cerrar la boca—. No estoy sentado en tu cocina porque soy nuevo en la ciudad y busco un cuerpo con curvas con el que meterme en la cama. Estoy aquí porque me gustas. Solo tuve oportunidad de hablar contigo un par de horas en mi barco pero, a pesar del poco tiempo del que dispusimos, pude verte tal y como eres. Sin pretensiones, sin jueguecitos. ¿Sabes lo difícil que resulta conocer a alguien de ese modo? —En ese momento me apretó los dedos con suavidad y yo levanté la vista—. En una cita es imposible ver a una persona de ese modo, ni siquiera después de una docena de citas. A veces puedes pasar años con una persona sin llegar a conocer cómo es realmente debajo de la máscara que nos ponemos para sentirnos mejor. Me gustó lo que vi cuando estabas bajo presión. Además, lo que menos necesito en este momento de mi vida es una relación estable. —Seguidamente me soltó la mano y se apoyó en el respaldo de la silla—. La última fue una auténtica pesadilla, y en este momento prefiero tomármelo con calma y dejar que las cosas fluyan por sí solas. Como esta noche. Bueno, exceptuando lo de la vista del demonio.

Entonces esbozó una sonrisa y yo no pude hacer otra cosa que devolvérsela. Había conocido a un número suficiente de hombres como para saber que no debía tomarme sus palabras al pie de la letra, pero me di cuenta de que estaba intentando reprimir un escalofrío provocado por algún recuerdo.

—No quiero que te hagan daño por mi culpa —murmuré avergonzada. La mejor manera de conseguir que un hombre se interesara por ti era decirle que tú no lo estabas.

A continuación Marshal se irguió.

—No me pasará nada —dijo mirando hacia la oscura ventana y en­cogiéndose de hombros—. Sé cómo defenderme. Tengo una licenciatura en manipulación de líneas luminosas de bajo nivel. Debería ser capaz de enfrentarme a un demonio, e incluso a dos —continuó con una sonrisa—. Eso sí, se trataba de una licenciatura breve.

Aquello no estaba yendo como yo esperaba.

—Yo no… No puedo… —Entonces inspiré profundamente y dije—: Todavía no me he recuperado del todo. Estás perdiendo el tiempo.

Marshal volvió a mirar el oscuro cuadrado que formaba la ventana.

—Ya te he dicho que no estoy buscando pareja. Las mujeres estáis todas locas, pero me gusta cómo hueles y es divertido bailar contigo.

Yo sentí un breve estremecimiento en el centro del pecho.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?

Marshal me miró fijamente a los ojos.

—No me gusta estar solo y me ha parecido que tú también necesitas la compañía de alguien… al menos durante un tiempo.

Yo bajé la mirada lentamente y luego volví a alzarla. ¿Realmente podía creer sus palabras? Entonces vi mi espejito, lo sopesé en la palma de la mano, y lo metí en el bolso. En cierto modo sentí que ya no tenía que demostrarle nada, y que, de hecho, me había equivocado al creer que era una buena idea. ¡Dios! No me extrañaba que no dejara de meterme en líos. De manera que no iba a poder salir. ¿Y entonces?

—Umm… ¿te apetece ver una peli? —pregunté avergonzada por haberle desnudado mi alma, a pesar de que hubiera resultado liberador.

Marshal se desperezó y emitió un suave sonido de satisfacción con los labios cerrados.

—Claro. ¿Te importa que me lleve la página de clasificados del periódico? Todavía estoy buscando un apartamento.

—Suena muy bien —dije yo—. Suena realmente genial.

12.

El suave sonido de la tela al rozar con el cuero hizo que me despertara de golpe. Con la adrenalina por las nubes, abrí los ojos como platos y empecé a respirar afanosamente. En ese momento sentí el agradable tacto de la manta de punto acariciando mi rostro y me erguí con un movimiento rápido pero sutil.

No me encontraba en la cama, sino sobre el sofá del santuario y descubrí que la potente luz del amanecer entraba por las altas vidrieras iluminando toda la estancia. Al otro lado de la mesa de centro, Marshal, que se estaba levantando de la silla, se detuvo en seco. La expresión de su cara daba a entender que se había pegado un buen susto.

—¡Uau! —dijo terminando de incorporarse—. Estaba intentando no hacer ruido. Tienes el sueño realmente ligero.

Yo parpadeé dándome cuenta de lo que había pasado.

—Me he quedado dormida —dije como una tonta—. ¿Qué hora es?

Con un ligero suspiro, se acomodó de nuevo en la silla donde había pasado la mayor parte de la noche. Sobre la mesa había un cuenco con los restos de las palomitas junto a tres botellas de refrescos y una bolsa vacía de ga­lletas de jengibre. Él, que todavía no se había puesto los zapatos, estiró las piernas y echó un vistazo al reloj. Era analógico, lo cual no me sorprendió. La mayoría de los brujos evitan lo digital.

—Algo más de las siete ——dijo echando un vistazo a la televisión, que tenía el sonido quitado, y en la que se veía bailar a unas marionetas.

—¡Oh, Dios! —me quejé derrumbándome de nuevo sobre el lugar todavía caliente en el que había estado durmiendo—. Lo siento mucho.

Marshal tenía la cabeza gacha y se estaba ajustando los calcetines.

—¿Qué es lo que sientes?

Yo le indiqué con la barbilla las vidrieras de la ventana delante de la que se balanceaban los murciélagos de papel.

—Son las siete.

—Yo no tengo que ir a ningún sitio. ¿Y tú?

Ummm, la verdad es que sí, pero más tarde
. En ese momento las ideas que se me agolpaban en la cabeza empezaron a fluir más lentamente poniendo de manifiesto que hubiera necesitado dormir un poco más. Entonces me levante de golpe para no parecer tan… atontada.

—¿Te apetecería quedarte el resto de la mañana? —le pregunté sin poder apartar la vista de las alegres marionetas de la televisión. Sin duda había que ser un humano para querer ver un motón de marionetas a esas horas de la mañana, porque, desde luego, los brujos no les encontrábamos la gracia por ninguna parte—. Tenemos un sofá en la sala de estar. Allí hay menos luz.

Marshal apretó los labios con fuerza y sacudió la cabeza.

—No gracias. No he querido despertarte. Iba a dejarte una nota para avisarte de que me había ido. Llevo tres años guiándome por los horarios de los humanos y me he acostumbrado a despertarme a estas horas.

Yo torcí el gesto imaginándome lo que eso suponía.

—Pues yo no —dije—. La verdad es que necesito seguir durmiendo.

Él esbozó una sonrisa mientras recogía las botellas vacías para llevárselas a la cocina.

—No te molestes —dije en medio de un bostezo—. Ya me ocupo yo. Tengo que enjuagarlas, de lo contrario, la reina del reciclaje me echará la bronca.

Con una sonrisa, las soltó y las dejó donde estaban.

—Esta mañana tengo que ir a ver algunos apartamentos más, pero creo que bastarán unas pocas horas para visitar todos los de la lista. ¿Te apetece quedar luego?

Yo sentí una punzada de ilusión, amortiguada por la falta de sueño, aunque no pude evitar preguntarme adonde nos llevaría todo aquello. Aquella noche lo habíamos pasado bien. Se podía decir que nos habíamos sentido a gusto. Haciendo honor a lo que él había dicho anteriormente acerca de tomarse un descanso de las mujeres, nos limitamos a sentarnos en el sofá y ver la televi­sión. Le había revelado mis instintos de cazarrecompensas y, aunque hubiera sido muy ingenuo por mi parte creer que no le preocuparían más adelante, en aquel momento parecía disfrutar de mi compañía. Y bien sabía Dios que yo me sentía igual.

—¡Claro! —dije con cautela—. Pero primero tengo que ir con David a la casa de ese brujo o bruja.

El hecho de que fuera tan temprano hacía que me sintiera cansada y torpe y que no me apeteciera nada moverme. Me había resultado extraño que se quedara dormido en la silla durante las noticias de medianoche pero, si se había acostumbrado al horario de los humanos, era normal que le hubiera entrado sueño.

Mi intención había sido dejarle dormir hasta que acabara la película, visto que resultaba muy agradable poder verla en compañía sin tener que preocuparme de provocar instintos sanguinarios cuando me emocionaba con las escenas en las que había una persecución. En ningún momento se me pasó por la cabeza la posibilidad de quedarme dormida durante los anuncios, pero alguien había bajado el volumen. Lo más probable era que se hubiera despertado en algún momento y decidiera dejarme dormir. Tenía que reconocer que había sido todo un detalle por su parte.

—¿Vais a necesitar ayuda? Con la casa, quiero decir —preguntó Marshal.

—No gracias —le contesté con una sonrisa.

—Entonces me voy —dijo poniéndose en cuclillas junto a mí. Se había acer­cado demasiado y yo me eché atrás con los ojos muy abiertos.

—¡Qué graciosa eres! —comentó poniéndose a gatas y mirando debajo del sofá—. No pretendía besarte. Eres demasiado complicada para ser mi novia. Los costes de mantenimiento saldrían demasiado caros. Tan solo intentaba coger mis botas.

Yo esbocé una sonrisa avergonzada mientras él se apartaba con las botas en la mano.

En ese momento se oyó el ruido de la puerta delantera. Marshal se puso en pie y se giró lentamente hacia la entrada, mientras que yo me erguí de golpe.

—¿Ivy? —pregunté al reconocer el sonido de sus botas.

Caminando erguida y con expresión apacible pasó por delante de Marshal y de mí.

—Buenos días —dijo mientras desaparecía en la oscuridad de la entrada sin ninguna pista en su voz que diera a entender su estado de ánimo. Llevaba el cuello de la chaqueta levantado y yo pensé que había dejado que le mordieran en un lugar evidente a propósito. Entonces recordé a Rynn Cormel y sentí que la rabia crecía dentro de mí. Se la había llevado la noche anterior mostrando de forma evidente e indiscutible sus derechos sobre ella. Yo sabía que tenía que pasar, e Ivy decía que era lo que se esperaba de ella, pero eso no quitaba para que me pareciera degradante.

Marshal se removió incómodo y yo dirigí de nuevo mi atención hacia él. Estaba justo por encima de mí y de pronto me di cuenta de la impresión que debía haberse llevado Ivy. No estaba allí para darme un beso, pero estaba en el lugar exacto para hacerlo.

Ivy cerró uno de los armarios de la cocina con un portazo y Marshal dio un respingo.

—Ummm… Creo que será mejor que me vaya.

Yo me coloqué la manta sobre los hombros mientras él se dirigía hacia la puerta principal. Entonces me desperecé y, sintiendo que me dolía todo el cuerpo por culpa de haber dormido en el sofá, me fui tras él. En el exterior se oía el jaleo de los pixies y, por la forma en que se movían las sombras de sus alas, supuse que estaban retirando las telas de araña del exterior de las ventanas para evitar que las hadas pudieran ins­talarse. Mientras rodeaba la mesa estuve a punto de perder el equilibrio y Marshal me agarró por el codo.

—Gracias —farfullé mirando hacia arriba y dándome cuenta de que era con­siderablemente alto. Yo debía estar horrible teniendo en cuenta la hora que era, pero él tenía un aspecto estupendo con su camisa arrugada y su barba incipiente.

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