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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Fuego Errante (35 page)

-¿Qué es, pues? -preguntó Shalhassan de CathaI-. ¿Qué es Cader Sedat?

-Un lugar de muerte -dijo Arturo-. Pero vosotros lo sabéis de sobra.

Una quietud total reinaba en la sala.

-Estará defendida -dijo Aileron-, y la muerte estará aguardando también en el mar.

Pensamiento, Memoria. Paul se levantó.

-Con toda seguridad -dijo mientras todos se volvían a mirarlo-, pero creo que podré arreglármelas en este asunto.

Después todo transcurrió con rapidez. Con la sensación de un propósito inexorable, todos abandonaron la sala tras Aileron y Shalhassan cuando hubo acabado el consejo.

Paul aguardaba junto a la puerta. Junto a él pasó Brendel con expresión preocupada, pero no se detuvo. Dave también lo miró mientras salía en compañía de Levon y Torc.

-Luego hablaremos -le dijo Paul.

Sabía que Dave se iba a marchar al norte con los dalreis. Si estallaba la guerra durante la travesía del Prydwen, con seguridad empezaría en la Llanura.

Niavin de Seresh y Mabon de Rhoden salieron a continuación, enfrascados en la conversación; y luego Jaelle, con la cabeza erguida y sin dirigirle la mirada. Otra vez su mirada era fría a pesar de que había vuelto la primavera. Pero tampoco la estaba esperando a ella. La habitación se había quedado prácticamente vacía; sólo quedaba en ella un hombre.

Paul y Arturo se miraron uno a otro.

-Tengo que hacerte una pregunta -dijo Paul mientras Arturo alzaba la cabeza-. Cuando estuviste allí la última vez, ¿cuántos de tus hombres sobrevivieron?

-Siete -dijo Arturo en voz muy baja-, sólo siete.

Paul asintió con la cabeza. Era como si lo estuviera recordando. Uno de los cuervos había hablado. Arturo se le acercó.

-¿Quedará entre nosotros? -dijo su voz profunda.

-Entre nosotros -respondió Paul.

Juntos salieron de la Cámara de Consejos y recorrieron los pasillos. Pajes y soldados corrían en todas las direcciones; el palacio se agitaba con la fiebre de la guerra. Ellos, sin embargo, estaban tranquilos, mientras caminaban en medio de la confusión general.

Se detuvieron junto a la puerta de la habitación de Arturo. Paul dijo en voz muy baja, como si no quisiera que lo oyeran:

-Dijiste que quizás habías sido llamado para esto. Antes habías dicho que nunca veías el fin de las cosas.

Se interrumpió. Por un momento Arturo permaneció callado, luego asintió con la cabeza.

-Es un lugar de muerte -dijo por segunda vez.

Luego, tras dudar un momento, añadió:

-No me disgustaría morir, tal y como se han desarrollado los acontecimientos.

Paul abrió la boca para decir algo, pero luego lo pensó mejor. Se dio media vuelta y se dirigió a su habitación. La suya y la de Kevin, hasta hacía dos días. Oyó que tras él Arturo abría la puerta de la suya.

Jennifer vio que la puerta se abría y tuvo tiempo de suspirar, al tiempo que él entraba en la habitación trayendo consigo todas las estrellas del verano.

-¡Oh, amor mío! -dijo ella con voz al fin emocionada-. Necesito que me perdones muchas cosas. Temo…

No pudo decir nada más. Un sonido salió de lo más profundo del pecho de Arturo; en tres zancadas atravesó la habitación, se arrodilló y hundió la cabeza en los pliegues del vestido de ella, repitiendo una y otra vez su nombre.

Ella lo abrazó y le acarició los cabellos, grises y castaños. Trató de hablar, pero no pudo. Apenas podía respirar. Le alzó la cabeza para poder mirarlo y vio que corrían por su rostro lágrimas de antigua amargura.

-¡Oh, amor mio! -susurró ella.

Inclinó la cabeza tratando de besarlo. Ciegamente buscó su boca, como si ambos hubieran estado ciegos y perdidos, el uno sin el otro. Temblaba como enfebrecida y apenas podía mantenerse de pie. El se levantó y la atrajo hacia él y, después de tanto tiempo, la cabeza de ella reposó de nuevo sobre el pecho de él; ella sintió la fuerza de sus brazos y oyó el poderoso latido de su corazón, que había sido en otro tiempo su hogar.

-¡Oh, Ginebra! -le oyó decir al cabo de un rato-. Te necesito.

-Y yo -contestó ella, sintiendo que las últimas redes de Starkadh se hacían pedazos mientras ella se abría al deseo-. ¡Oh, sí! -dijo-. ¡Oh, si, amor mío!

Él la condujo hasta el lecho, bañado por la luz del sol, y ambos se alzaron por encima de su hado durante buena parte de la tarde.

Después él le contó adónde tenía que ir y ella sintió que todo el dolor de los mundos se le venía encima. Pero se sentía tranquila; se había librado de Rakoth y, tal como había dicho Matt, su fuerza había aumentado con todas y cada una de las cosas a las que había sobre vivido. Se levantó y permaneció en pie a la luz del sol que inundaba la habitación, cubierta sólo por sus cabellos.

-Debes volver a mi. Lo que te dije antes es cierto: aquí no está Lancelot. Todo ha cambiado, Arturo. Ahora sólo estamos nosotros dos aquí, sólo los dos.

A la luz del sol vio las estrellas que resplandecían en los ojos de él. Las estrellas del verano, desde las que había venido. Sacudió la cabeza muy despacio y ella se condolió de sus años y de su cansancio.

-No puede ser -dijo él-. Yo maté a los niños, Ginebra.

Ella no supo qué contestar. En el silencio casi podía oír la paciente e inexorable lanzadera del Telar.

La historia más triste jamás contada.

Capítulo 14

Por la mañana, Arturo y Ginebra salieron juntos de Paras Derval y se dirigieron a la gran plaza que había a las puertas del palacio. Allí estaban reunidos dos ejércitos: uno iba a dirigirse al norte, el otro al oeste, hacia el mar. No hubo ningún corazón de los allí reunidos que no sangrara de gozo al verlos a los dos juntos.

Dave Martymiuk, que esperaba junto a Levon la señal de partir, vio desfilar a los quinientos hombres que Aileron les había dado para que los acompañaran a la Llanura, y, al mirar a Jennifer, un recuerdo llameó en su memoria.

El recuerdo de la primera tarde, cuando Loren les había confesado a ellos cinco quién era en realidad, Dave, incrédulo y hostil, se había precipitado hacia la puerta. Lo había detenido Jennifer llamándolo por su nombre; y luego lo había detenido la majestad, que al volverse hacia ella, había visto en su rostro. Entonces no había podido identificar aquella expresión, ni tampoco ahora encontraba las palabras precisas para nombrarla, pero en esa mañana la veía otra vez en su rostro, y ya no era una expresión transitoria o efímera.

Ella, vestida con una túnica verde como sus ojos, abandonó el sirio que ocupaba junto a Arturo, y se detuvo junto a él. Debió de ver cierta irresolución en su rostro, porque la vio reír mientras se acercaba a él; luego le dijo:

-Si intentas una reverencia o algo por el estilo, Dave, te pegaré. Te juro que lo haré.

Era agradable oír su risa. En lugar de ensayar la reverencia que, en efecto, estaba a punto de hacer, se inclinó y la besó en la mejilla, sorprendiéndose a sí mismo y también a ella.

-Gracias -le dijo ella y le cogió una mano entre las suyas.

El sonrió con timidez y, por una vez, no se sintió ni torpe ni avergonzado.

Paul Schafer se reunió con ellos y Jennifer le cogió también una mano. Así, por unos instantes, permanecieron los tres enlazados.

-Bien -dijo Dave.

Paul lo miró con gravedad.

-Vas a meterte en plena meollo.

-Lo sé -replicó Dave-. Pero si tengo algún papel en este asunto, creo que está junto a los dalreis. Tampoco…, tampoco será más llevadero el papel que te ha tocado a ti.

Se quedaron silenciosos en media del bullicio y la animación que reinaban en la plaza. Luego Dave se volvió hacia Jennifer.

-He estado pensando en algo -dijo-. Hace tiempo, cuando Kim te rescató de…, de aquel lugar, Kevin hizo algo. Quizá no lo recuerdes, pues estabas inconsciente, pero juró vengarse por lo que te habían hecho.

-Yo s lo recuerdo -dijo Paul.

-Bien -contínuó Dave-, debió de preguntarse durante mucho tiempo cómo lo haría, pero… he llegado a la conclusión de que por fin encontró la manera.

El sol brillaba en un cielo adornado con nubes dispersas. Hombres en mangas de camisa iban arriba y abajo en torno a ellos.

-Hizo algo más -dijo Jennifer con los ojos brillantes-. Me mostró la salida. Acabó de hacer lo que Kim había empezado.

-¡Maldita sea! -dijo Paul con suavidad-. ¡Y yo que creí que habían sido mis encantos!

No eran palabras suyas, eran palabras preñadas de recuerdos.

Lágrimas, risas; luego se separaron.

Sharra contemplaba cómo el apuesto hijo del aven abría la marcha hacia el norte al frente de quinientos hombres. De pie junto a su padre, cerca de los carros de combate, vio que Paul y Jennifer se unían a la compañía que iba a dirigirse hacia el oeste. Shalhassan iría con ellos hasta Seresh. Como se había derretido la nieve, había que reunir con urgencia tropas adicionales y el rey quería dar personalmente las órdenes en Cynan.

Aileron estaba dispuesto ya sobre su caballo negro, y ella vio que Loren también montaba sobre el suyo. Su corazón latía con prisa.

La noche pasada, Diarmuid había acudido al pie de su ventana y le había regalado flores. Esta vez, ella no le había arrojado agua y había puesto especial cuidado en hacérselo notar. El le había dado las gracias y luego, con tono diferente, le había dicho muchas cosas mas.

Después había añadido:

~Me voy a un lugar peligroso, amor mío; para llevar a cabo algo también peligroso. Quizá sea mejor que hable con tu padre si…, cuando regrese. No quisiera atarte con promesas mientras yo…

Ella le había tapado la boca con su mano, y luego, volviendo a la cama, retiró la mano como si fuera a besarlo, pero en lugar de hacerlo le mordió el labio inferior.

-¡Cobarde! -le dijo-. Sé muy bien que tienes miedo. Desde el momento en que me prometiste un galanteo oficial, me ataste a ti.

-Bueno, pues será oficial -dijo él-. ¿También quieres un Intermediario?

-¡Naturalmente! -contestó ella.

Luego, como estaba llorando y ya no podía seguir fingiendo, añadió:

-Diar, estoy comprometida contigo desde aquella noche en Larai Rigal.

Él la besó, primero con dulzura, luego con pasión; después su boca empezó a recorrer su cuerpo y ella perdió la noción del tiempo y del espacio.

-Con toda ceremonia -había dicho él luego con extraño tono.

En esos momentos, a la luz del día, en medio de la plaza abarrotada, una figura se abrió paso entre la multitud y se dirigió ceremoniosamente hacia su padre. Sharra sintió que se ruborizaba. Cerró un momento los ojos, deseando con desesperación haberle mordido más fuerte, mucho más fuerte. Y en otro lugar. Luego, a pesar de sí misma, se echó a reír.

Con toda ceremonia, le había prometido él. Incluso con un Intermediario, que hablaría en su nombre, según la antigua costumbre. En Gwen Ystrat ya le había advertido él que nunca actuaría con cálculo mesurado: siempre tendría que bromear.

Por eso Tegid de Rhoden era su Intermediario.

El gordinflón -era en verdad enorme- estaba milagrosamente sobrio. Incluso se había recortado la excéntrica barba y se había puesto un atuendo de tonos rojizos adecuado para su augusta misión. Su redonda cara tenía una seria expresión. Tegid se detuvo frente a su padre. Su caminata había sido notada y coreada por gritos y risas. Tegid esperó con paciencia que se hiciera el silencio. Con aire distraído se rascó el trasero, pero al recordar dónde estaba cruzó enseguida las manos sobre el pecho.

Shalhassan lo miraba con expresión tranquila y curiosa, que se convirtió en una mueca cuando Tegid atronó su título.

-Supremo señor de Cathal -repitió Tegid, en tono más bajo, pues el primer grito de sus potentes pulmones había logrado que se hiciera el silencio-, ¿podéis concederme vuestra atención?

-Desde luego -respondió su padre con seria cortesía.

-Entonces debo deciros que me envía aquí un señor de infinita nobleza, cuyas virtudes podría estar enumerando hasta que se levante la luna y se ponga de nuevo. Me envía a deciros, en este lugar y ante el pueblo aquí reunido, que el sol se levanta en los ojos de vuestra hija.

Se levantó un murmullo de asombro.

-¿Y quién -preguntó Shalhassan, con tono todavía cortés- es ese señor de infinita nobleza?

-Es una figura retórica -dijo Diarmuid, destacándose de entre el grupo que estaba a su izquierda-. Y eso de la luna ha sido una idea totalmente suya. Pero es mi Intermediario y el corazón de su mensaje es sincero, y es el eco de mi propio corazón. Quisiera casarme

con tu hija, Shalhassan.

El ruido en la plaza era ahora incontrolable. Era difícil poder oir algo. Sharra vio que su padre le dirigía una mirada interrogadora y en sus ojos leyó algo más que tardó en reconocer como ternura.

Asintió con un simple gesto de cabeza y dibujó en sus labios una respuesta afirmativa para que su padre la leyera.

El bullicio llegó a su apogeo y luego se apagó poco a poco mientras Shalhassan esperaba junto a su carro, grave e impasible. Miró a Diarmuid que tenía ahora una expresión seria, y luego miró a su hija.

Y sonrió. ¡Sonrió!

-¡Bendito sea el Tejedor y todos los dioses! -exclamó Shalhassan de Cathal-. ¡Por fin se ha comportado como una mujer adulta!

Avanzó unos pasos y abrazó a Diarmuid como a un hijo, según la costumbre.

Así fue como, entre risas y alegría, la compañía se puso en marcha hacia Taerlindel, donde un barco esperaba para llevar a cincuenta hombres a un lugar de muerte.

Eran los hombres de Diarmuid, naturalmente. No se había discutido el asunto. Si Kell iba a tripular el barco, Diarmuid lo comandaría y todos los hombres de la Fortaleza del Sur irían a Cader Sedat.

A caballo, solo, en la retaguardia, Paul los veía reír, bromear e incluso cantar, con la promesa de entrar en acción. Contemplaba a Kell y al pelirrojo Averren, los lugartenientes; a Carde, al canoso Rothe, al flaco y ágil Erron y a los otros cuarenta que el príncipe había elegido, y se preguntaba si sabían adónde se dirigían; se preguntaba si él mismo lo sabía.

En la vanguardia de la partida, Diarmuid se volvió para mirar la compañía, y por un momento la mirada de Paul se cruzó con sus ojos azules. Sin embargo, Paul no hizo el menor gesto de adelantarse y Diarmuid tampoco se rezagó. Sentía la ausencia de Kevin como un vacío en su corazón. Se sentía muy solo. Al pensar en Kim, cabalgando muy lejos hacia el este, se sintió aún peor.

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