Oh, mierda
–pensó la
Destino.
Seguían lo suficientemente próximas para hablar, pero la
Destino
creía que había llegado el momento de ser un poco más formal, de modo que envió una señal:
º º UGC
Destino susceptible de cambio
(Cultura)
ª ª Nave Exploradora
Consejo sobrio
(quien sea)
Seas quien seas, si continúas en una trayectoria de intercepción al otro lado del límite de aproximación máxima, abriré fuego. Esta es mi última advertencia.
No hubo respuesta. Solo el furioso estrépito de la demencia que la
Apelación a la razón
, aún tras ella, le enviaba por todas las frecuencias. El curso de la
Consejo sobrio
no se alteró.
La
Destino
concentró su atención en la última localización conocida de las otras tres naves del Elenco. El trío que, según la
Tregua sin bajas,
se había reconfígurado para entrar en combate. No podía ignorar a las otras dos, pero por el momento estas representaban una amenaza mayor. Empezó a examinar los datos y especificaciones que poseía sobre naves del Elenco, calculando, evaluando, librando guerras simuladas. ¡Dios, tener que hacerlo con naves que prácticamente pertenecían a la Cultura! Las simulaciones dieron resultados equívocos. Podía encargarse fácilmente de las dos naves, incluso sin necesidad de alejarse de la Excesión (¡Como si aquel fuera un buen consejo!), pero si las otras tres se unían a la fiesta, y desde luego si la atacaban, podía verse en dificultades.
Volvió a enviar una señal a la
Tregua sin bajas.
Todavía nada.
La
Destino
estaba empezando a preguntarse qué sentido tenía quedarse allí. La artillería pesada llegaría dentro de un día o dos. Parecía que aquella ridícula persecución de las dos naves del Elenco podía prolongarse hasta entonces, lo que sería muy aburrido (con la posibilidad de que aparecieran las otras tres naves, ya armadas, lo que sería sencillamente peligroso), y luego, no lo olvidemos, estaba la flota de guerra que se les estaba acercando. ¿Qué podía conseguir quedándose allí? Sí, podía mantener vigilada la Excesión, comprobar si hacía algo interesante pero, ¿merecía eso correr el riesgo de ser destruida por las naves del Elenco? ¿O por la propia Excesión, si era tan agresiva como de pronto aparentaba ser? Utilizando el número suficiente de drones, plataformas y sensores podía mantener a raya a las naves elenquistas hasta que llegaran los refuerzos. Podía encargarse de la situación, ¿no?
Ah, al infierno con todo
–se dijo. Hizo un viraje inesperado junto al límite de aproximación máxima, lo que provocó la correspondiente alteración de los rumbos de las naves del Elenco. Aceleró un momento y a continuación aminoró el paso hasta encontrarse en posición estacionaria con relación a la Excesión.
El punto en el que ahora estaba era tal que si se trazaba una línea imaginaria entre la Excesión y la dirección por la que esperaba la llegada del VSM
No se inventó aquí,
esta pasaría sobre él.
La
Destino
volvió a enviar una señal a las dos naves del Elenco, tratando de captar algo que tuviera sentido de la
Apelación a la razón
y una respuesta, la que fuera, de la
Consejo sobrio.
La envió también a la última posición conocida de la
Tregua sin bajas
y sus dos acompañantes, por si lograba provocar alguna reacción. Nadie respondió. Esperó hasta el último momento posible, cuando parecía que la
Apelación a la razón
iba a embestirla en su entusiasmo por abrumarla con sus señales y entonces se puso en movimiento, alejándose directamente de ella y de la Excesión.
Los avatares de la
Destino susceptible de cambio
emprendieron la tarea de informar a la tripulación humana de lo que estaba ocurriendo. Mientras tanto, la nave describió un giro de noventa grados con respecto a su trayectoria anterior y aceleró al máximo. La
Apelación a la razón
disparó su efector contra la nave de la Cultura mientras viraba, tratando de interceptarla, pero el ataque –configurado más bien como un último intento de comunicación– fue repelido con facilidad. No era esto lo que preocupaba a la
Destino.
Estaba observando la línea imaginaria que iba desde la Excesión al VSM
No se inventó aquí
, enfocándola, concentrando su atención en la media distancia.
Movimiento. El sondeo de filamentos de radiación de efector. Tres focos, agrupados alrededor de la línea.
La nave elenquista
Tregua sin bajas
y sus dos hermanas militarizadas.
Congratulándose por su perspicacia, la UGC se dispuso a alejarse y a abandonar la vecindad inmediata de la Excesión por primera vez en casi un mes.
Entonces sus motores dejaron de funcionar.
–Me habían asegurado –dijo Genar-Hofoen en el deslizatubo al impasible y cadavérico avatar de la nave– que solo estaría aquí un día. ¿Para qué necesito una
habitación?
–Estamos acercándonos a una zona de guerra –dijo el avatar con tono neutro–. Existe la posibilidad de que no podamos descargar la
Zona gris
ni otras naves entre las próximas dieciséis y ciento y pico horas.
Un profundo y oscuro abismo del interior cavernoso de la
Servicio durmiente se
hizo visible un instante, cuando pasaron sobre él, y entonces el vehículo entró en otro túnel. Genar-Hofoen miró fijamente a la alta y angulosa criatura.
–¿Quieres decir que podría pasar aquí encerrado cuatro días?
–Es una posibilidad –dijo el avatar.
Genar-Hofoen lo fulminó con una mirada que esperaba transmitiera todas sus sospechas.
–Bueno, ¿y por qué no puedo quedarme en la
Zona gris?
–Porque podría tener que marcharse en cualquier momento.
El hombre apartó la mirada y maldijo en voz baja. Había una guerra en marcha, sí, pero a pesar de ello, lo que estaba pasando era típico de CE. Primero, a la
Zona gris
se le permitía subir a bordo de la
Servicio durmiente
, cuando a él le habían asegurado que no sería así, y ahora esto. Miró de soslayo al avatar, que lo estaba observando con algo que podía ser curiosidad o mera estupidez. Cuatro días en la
Servicio durmiente.
Antes, cuando estaban atrapados en el módulo, había pensado que daría gracias cuando pudiera dejar a Ulver Seich y a su dron en la UGC para subir bordo de la
Servicio durmiente
, pero al final resultaba que no era así.
Se estremeció e imaginó que podía sentir los labios de Ulver en los suyos, el beso de despedida que le había dado unos minutos atrás. La sensación pasó.
Uau
–se dijo, y sonrió–.
Ha sido como volver a la adolescencia.
Dos noches y un día. Eso era lo que Ulver y él habían pasado como amantes. No era suficiente ni de lejos. Y ahora se enteraba de que iba a estar allí encerrado un máximo de cuatro noches.
Oh, bueno. Podía haber sido peor. Al menos el avatar no se parecía al que se había acostado con él. Se preguntó si vería a Dajeil. Miró la ropa que llevaba, un mono estándar de la
Zona gris.
¿No era así como iba vestido cuando Dajeil y él se habían separado? No lo recordaba. Posiblemente. Sus procesos subconscientes siempre lograban maravillarlo.
El coche estaba aminorando. Se detuvo de repente.
El avatar señaló con un ademán la puerta deslizante que acababa de abrirse. Tras él, un pasillo corto desembocaba en otra puerta. Genar-Hofoen salió.
–Confío en que encuentres aceptables tus aposentos –oyó que decía el avatar en voz baja, tras él. Entonces, un suave tintineo y una débil corriente de aire en la nuca le hicieron volver la vista. El deslizatubo había desaparecido, la puerta transparente estaba cerrada y el pasillo había quedado vacío. Miró a su alrededor pero no había donde hubiera podido esconderse el avatar. Se encogió de hombros y continuó hacia la puerta. Al otro lado había un pequeño ascensor. Estuvo en su interior un par de segundos y a continuación la puerta se abrió. Salió con el ceño fruncido a un espacio mal iluminado, lleno de cajas y material y que, de alguna manera, le resultaba familiar. Flotaba un olor extraño en el aire... Las puertas del ascensor se cerraron silenciosamente tras él. Vio que había unos escalones a un lado, en una pared curva hecha de piedra. Sí que le resultaban familiares.
Creía saber dónde estaba. Se acercó a la escalera y empezó a subir.
De la bodega se salía por un corto pasadizo que conducía a la puerta principal del primer piso de la torre. Estaba abierta. Recorrió el pasadizo y salió al exterior.
Las olas lamían la brillante y resbaladiza grava de la playa. El sol casi había alcanzado su cénit. Una de las lunas ya era visible, una pálida cáscara de huevo medio escondida en el frágil azul del cielo. El olor que había reconocido antes era el del mar. El viento arrastraba los graznidos de las aves. Bajó hasta la playa misma, junto a las aguas, y miró a su alrededor. Era bastante convincente. El espacio no podía ser tan grande –las olas quizá fueran un poco simples, y demasiado regulares, además– pero desde luego daba la impresión de que la vista se extendía varios kilómetros. La torre era como la recordaba y los acantilados bajos que había tras las marismas salinas le resultaban igualmente familiares.
–¿Hola? –exclamó. No recibió respuesta.
Sacó su pluma terminal.
»Qué divertido... –dijo, y entonces frunció el ceño al ver la terminal. La luz estaba apagada. Apretó un par de botones para realizar una comprobación de sistemas. No pasó nada.
Mierda
.
–Ah hah –dijo una vocecilla áspera a su espalda. Se volvió y se encontró frente a un ave negra que estaba plegando las alas, posado en unas rocas–. Otro prisionero –graznó.
La
Destino susceptible de cambio
dejó los motores activados un momento mientras llevaba a cabo una serie de pruebas y procesos de evaluación. Era como si los campos de tracción estuvieran atravesando la red de energía, como si esta no se encontrara allí. Trató de enviar una señal, de informar al universo exterior de su penosa situación, pero las señales parecían dar la vuelta y volvía a recibirlas un picosegundo después de haberlas mandado. Trató de crear una torsión del espacio-tiempo, pero el tejido parecía resbalar entre sus campos. Trató de Desplazar a un dron, pero el agujero de gusano se colapsó sobre sí mismo antes de que hubiera podido formarse. Intentó algunos trucos más, refino las estructuras de sus campos y reconfiguró sus sentidos en un intento de comprender por lo menos lo que estaba ocurriendo, pero no sirvió de nada.
Pensó. Se sentía curiosamente tranquila, reflexiva.
Desactivó todos los sistemas y se dejó flotar a la deriva. Gradualmente, impulsada tan solo por la tenue presión de la radiación que despedía la red de energía, atravesó el hipervolumen tetradimensional hacia el tejido del espacio real. Sus avatares habían empezado ya a explicar el cambio de situación a la tripulación humana. La nave confiaba en que la gente recibiera las noticias con tranquilidad.
Entonces la Excesión pareció acrecentarse, hincharse como si estuviera debajo de una enorme lente, y se extendió hacia la nave de la Cultura con una vasta y devoradora extensión de su presencia.
Bueno, allá vamos
–pensó la nave–.
Será interesante...
–No.
–Por favor –dijo el avatar.
–La mujer sacudió la cabeza.
–Ya lo he pensado. No quiero verlo.
El avatar miró a Dajeil.
–¡Pero lo he traído hasta aquí! –chilló–. ¡Solo para ti! Si tú supieras... –Su voz se fue apagando. Apoyó los pies en la parte delantera del asiento, se rodeó las piernas con los brazos y las apretó.
Estaban en los aposentos de Dajeil, dentro de otra versión del interior de la torre, alojada en la UGC
Perspectiva amarga
. El avatar había ido directamente allí después de dejar a Genar-Hofoen en el Compartimiento Principal, al que habían trasladado la copia original de la torre –el hogar de Dajeil Gelian durante cuarenta años– cuando la nave había convertido en motores toda la masa externa disponible. Creía que ella estaría complacida cuando descubriera que la torre no tenía que ser destruida y que había logrado persuadir a Genar-Hofoen para que volviera a su lado.
Dajeil siguió mirando la pantalla. Era la grabación de una de sus sesiones entre las rayas triangulares del mar bajío que ya no existía, grabada por el dron que la había acompañado. Se vio a sí misma moviéndose entre las gráciles ondulaciones de las alas de las grandes y amables criaturas. Hinchada, torpe, ella era la única cosa sin gracia que había en la pantalla.
El avatar no sabía qué decir.
La
Servicio durmiente
decidió hacerse cargo.
–¿Dajeil? –dijo en voz baja a través de su representante. Al reconocer el nuevo tono en la voz de Amorphia, la mujer volvió la mirada.
–¿Qué?
–¿Por qué no quieres verlo?
–Es que... –Hizo una pausa–. Ha pasado demasiado tiempo –dijo–. Creo... supongo que los primeros años sí quería volver a verlo; volver a... a... –Bajó la mirada a sus uñas–. No sé... Oh, tratar de arreglarlas cosas... Dios, qué triste suena eso. –Sorbió por la nariz y levantó la mirada hacia la cúpula traslúcida–. Sentía que había cosas que tendríamos que habernos dicho y que no nos habíamos dicho y que si volvíamos a vernos, aunque fuera por poco tiempo, podríamos... arreglar las cosas. Trazar una línea sobre lo que había ocurrido. Atar los cabos sueltos; cosas... cosas así. ¿Sabes? –dijo, mirando al avatar con los ojos húmedos.
Oh, Dajeil
–pensó la nave–.
Qué tristes tienes los ojos.
–Ya –dijo–. Pero ahora sientes que ha pasado demasiado tiempo.
La mujer se acarició el vientre con las manos. Asintió lentamente, con la mirada clavada en el suelo.
–Sí –dijo–. Hace mucho tiempo. Seguro que se ha olvidado de mí. –Miró al avatar.
–Sin embargo, está aquí –dijo este.
–¿Ha venido a verme a mí? –preguntó, con cierta amargura en la voz.
–Sí y no –dijo la nave–. Tenía otro motivo. Pero es por ti por quien está aquí.
Ella sacudió la cabeza.
–No –dijo–. No; ha pasado demasiado tiempo...
El avatar separó los miembros, bajó del asiento y se acercó a Dajeil. Se arrodilló a su lado y, con un gesto titubeante, extendió una mano hacia su abdomen. La miró a los ojos y apoyó la mano con delicadeza sobre su vientre. Dajeil se mareó. Que ella recordara, era la primera vez que Amorphia la tocaba, ya fuera estando bajo su propio control o el de la
Servicio durmiente.
Puso su propia mano sobre la del avatar. Su carne era firme, suave y fría.