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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (58 page)

–Y sin embargo –dijo–, en cierto modo no ha pasado el tiempo.

Dajeil se rió con amargura.

–Oh, sí –dijo–. Yo he estado aquí, sin hacer nada más que envejecer. Pero, ¿y él? –preguntó, y de repente hubo furia en su voz–. ¿Cuánto ha vivido
él
en estos cuarenta años? ¿Cuántos amores ha tenido
él?

–No creo que eso importe mucho, Dajeil –le dijo la nave en voz baja–. La cuestión es que está aquí. Puedes hablar con él. Podéis hablar. Podría llegarse a alguna solución. –Hizo una leve presión en su vientre–. Yo lo
creo.

Dajeil suspiró pesadamente. Se miró la mano.

–No sé –dijo–. No lo sé. Tengo que pensar. No puedo... Tengo que pensar.

–Dajeil –dijo la nave mientras el avatar le cogía las manos–. Si me fuera posible, te daría todo el tiempo que necesitaras, pero no puedo. El tiempo apremia. Tengo lo que podría llamarse una cita urgente cerca de una estrella llamada Esperi. No puedo demorar mi llegada y no quiero llevarte allí; es demasiado peligroso. Me gustaría que abandonaras esta nave lo antes posible.

La mujer pareció dolida al oír esto, pensó la
Servicio durmiente.

–No quiero que me presiones en esto –dijo Dajeil.

–Por supuesto –respondió la nave. Trató de esbozar una sonrisa y le dio unas palmaditas en la mano–. ¿Por qué no lo consultas con la almohada? Mañana todavía estaremos a tiempo.

VII

La
Regulador de actitud
vio aparecer la nave atacante entre la pantalla circundante de embarcaciones. Las demás naves apenas tuvieron tiempo de desplazarse desde sus posiciones originales. Sus armas hicieron los movimientos por ellas, enfocando el objetivo atacante mientras se sumergía entre sus filas. Una nube de brillantes misiles precedió a la
Tiempo de matar
, una lluvia de burbujas de plasma la acompañó y por todas partes empezaron a estallar bombas con cabezas CAM, AM y misiles de nanoagujero, como unos gigantescos fuegos artificiales, produciendo un orbe monumental de titilaciones. Muchas de las motas individuales detonaron en una tormenta hiperesférica dispersa de chispas letales, seguida secuencialmente por un primero y luego otro escalón de erupciones que estallaron entre las naves en una jerarquía escalonada de destrucción.

La
Regulador de actitud
estudió los informes en tiempo real que recibía de su bandada de guerra. Una de ellas recibió de lleno un nanoagujero y desapareció en un vasto estallido de aniquilación. A otra, la explosión de una salva AM le causó daños imposibles de reparar de forma inmediata y quedó atrás, con los motores destrozados. Por suerte, ninguna de ellas llevaba Afrentadores a bordo.

Casi todas las demás cabezas fueron desactivadas. Las réplicas de la flota fueron esquivadas. Detonadas o evitadas por el atacante. Los datos indicaban que sus efectores no estaban haciendo más que causar interferencias: fugaces sondeos y exploraciones entre la masa de naves reunidas. El foco de su atención se había posado cerca de la tercera oleada de naves y estaba desplazándose erráticamente hacia el perímetro, entre ocasionales saltos a las otras oleadas.

La
Regulador de actitud
estaba intrigada. La
Hora de matar
era una Unidad Rápida de Ofensiva de clase Torturador. Podía estar –debería estar– aprovechando estos instantes para devastar la flota enemiga, mientras pasaba a través de ella. Su capacidad...

Entonces lo comprendió. Claro. Era algo personal.

La
Regulador de actitud
experimentó una punzada de temor, fundida con una especie de desprecio. El foco del efector de la nave enemiga se encontraba a pocas naves de distancia, avanzando en espiral hacia ella. Rápidamente, envió una señal a las cinco Unidades Rápidas de Ofensiva más próximas. Cada una de ellas escuchó, comprendió y obedeció. El foco del efector de la
Hora de matar
seguía pasando de nave a nave, cada vez más cerca.

Serás estúpida
–pensó la
Regulador de actitud,
casi furiosa con la nave atacante. Estaba comportándose de forma absurda, irresponsable. Una nave de la Cultura no debería ser tan orgullosa. Había creído que el veneno que la
Hora de matar
le había dirigido en Miseria no era más que un montón de fanfarronadas, presunción barata. Pero era algo peor: era real. Orgullo herido. Furia por haber sido objeto de un engaño elaborado que había tenido por objetivo su destrucción. Como si al enemigo le importara un bledo quién fuera.

La
Regulador de actitud
dudaba que aquel ataque contara con la sanción de las camaradas de la
Hora de matar.
Aquello no era un acto de guerra, era una rabieta. Se lo estaba tomando como algo personal, cuando, si había algo que caracterizaba a la guerra por encima de todo, era la impersonalidad. Idiota. Merecía perecer. No tenía derecho a los honores que sin duda recibiría por aquel acto imprudente y egoísta.

Las naves de guerra que la rodeaban completaron sus transformaciones. Justo a tiempo. Cuando el efector de la nave atacante se posó en la primera de ellas, su foco no saltó a la siguiente como había ocurrido hasta entonces. En cambio se quedó allí pegado, ganando en concentración y fuerza. La nave se derrumbó de forma alarmante. La
Regulador de actitud
supuso que la enemiga había reconfigurado los campos de su motor y los había enfocado sobre su propia Mente –captó una especie de chillido un instante antes de que se cortara la comunicación– pero la naturaleza precisa de su destrucción quedó escondida en la consiguiente lluvia de cabezas AM, que la obliteró al instante. Una suerte; hubiera sido una forma espantosa de morir para una nave.

Pero demasiado rápida, pensó la
Regulador de actitud.
Estaba segura de que la atacante habría dejado que el intelecto de la URO –a la que había tomado inicialmente por ella– sufriera una agonía más duradera si hubieran conseguido engañarla. El CAM que la había reducido a cenizas había sido un
coup de grâce
o un aullido de frustración, o puede que las dos cosas.

La
Regulador de actitud
envió una señal al resto de la flota ordenando que todas las naves se hicieran pasar por ella, pero mientras veía cómo desaparecía a popa la URO que había sido atacada en medio de una esfera fragmentada de radiaciones, empezó a sentir miedo.

Originalmente había contactado con las cinco naves más cercanas, confiando en que la primera que fuera encontrada e interrogada por los sistemas de la
Hora de matar
la engañaría, haciéndola creer que había encontrado la nave que a todas luces estaba buscando.

Pero ha sido una estupidez.

Sintió que los efectores de la nave de clase Torturador pasaban sobre la nave que había al otro lado de la brecha que la destrucción de la URO había creado.

No ha pasado suficiente tiempo
–susurró para sí la
Regulador de actitud.
La URO que estaba siendo interrogada en ese momento estaba reconfigurando todavía la signatura de sus sistemas internos para imitar la de la
Regulador de actitud.
El efector pasó sobre ella y la descartó. La
Regulador de actitud
se encogió.

¡Era un objetivo! Debería haber... ¡AHÍ VIENE!

Una sensación de...

¡No, había desaparecido, había pasado sobre ella! Su propio disfraz había funcionado. ¡Había pasado de largo, como con la anterior URO!

El foco del efector pasó a la nave siguiente. La
Regulador de actitud
sentía un alivio tan intenso que estaba mareada. ¡Había sobrevivido! ¡El plan seguía adelante, el enorme y sucio truco podía continuar!

El camino a la Excesión estaba expedito. Las demás Mentes implicadas en la conspiración la alabarían si sobrevivía; las... Pero no debía pensar en las otras naves. Tenía que aceptar la responsabilidad por lo ocurrido. Ella sola. Era la traidora; nunca revelaría a nadie quién había sido el instigador de aquel espantoso plan, aquella gigamuertecrimen; tenía que cargar con toda la culpa.

Había luchado con la Mente de Miseria y había seguido adelante después de que esta le asegurara que prefería morir antes que ceder (¡pero es que no tenía alternativa!); había permitido que el humano de Miseria muriera (pero había enfocado sus efectores en su minúsculo cerebro animal cuando había visto lo que le estaba ocurriendo. Había leído el estado mental del animal, lo había copiado, se lo había extirpado antes de que muriera para que al menos pudiera volver a vivir en otra forma. ¡Mira! Tenía el archivo aquí... ahí estaba...). Había engañado a las naves que ahora la rodeaban, les había mentido, enviándoles mensajes desde... las naves en las que no soportaba pensar.

¡Pero era lo que tenía que hacer!

¿... O era solo lo que había decidido creer cuando las otras naves, las otras Mentes, la habían persuadido? ¿Cuáles habían sido sus auténticos motivos? ¿No sería que la halagaba ser objeto de tanta atención? ¿No sería que estaba resentida por haber sido ignorada en el pasado en la asignación de determinadas misiones pequeñas pero prestigiosas y había empezado a abrigar resentimientos hacia las demás por considerarla... qué... una representante de la línea dura? ¿Demasiado propensa a disparar primero y preguntar después? ¿Demasiado cínica con respecto a las endebles ideologías de los seres de carne? ¿Demasiado confusa por sus sentimientos sobre su pericia marcial y las implicaciones morales de ser una máquina diseñada para la guerra? Puede que todo ello, al menos en parte. ¡Pero no era culpa suya!

... Y sin embargo, ¿acaso no aceptaba ella que cada uno tenía una irreductible responsabilidad ética hacia sus propias acciones? Sí. Y aceptaba que había hecho cosas terribles. Terribles. Sus pequeños intentos de compensarlas habían sido remolinos en medio de la riada: diminutos movimientos retrógrados hacia el bien producidos única y exclusivamente por la feroz turbulencia de su desbocada carrera hacia el mal.

Era malvada.

Qué sencilla parecía esta conclusión.

¡Pero la habían obligado!... Y sin embargo, no podía decir quién, así que tenía que cargar con toda la responsabilidad sobre sus hombros.

¡Pero había otros!... Y sin embargo, no podía identificarlos, así que el peso de su culpa distribuida, insoportable, recaía sobre el solitario punto que era él.

¡Pero es que
había
otros!... Y sin embargo, no podía pensar en ellos.

Así que alguien, alguna otra entidad, al mirar la situación desde fuera, tendría que concluir, qué remedio, que era posible que esos otros no existieran en realidad, que todo ello, la espantosa abominación que era aquel plan fuera idea suya, su propia conspiración, urdida y ejecutada por ella y solo por ella. ¿No era así?

¡Pero era tan injusto...! ¡Esa no era la verdad!... Y, sin embargo, no podía revelar las identidades de sus compañeras de conspiración. De repente, se sintió confundida. ¿Los habría inventado?
¿Eran
reales? Tal vez debiera comprobarlo; abrir el lugar en el que guardaba los nombres y verificarlos, para asegurarse de que eran los nombres de Mentes reales, naves reales, y de que no estaba implicando a ningún inocente.

¡Pero eso era terrible! ¡Al margen de lo que pasara al final, era espantoso! ¡No los había creado! ¡Eran reales!... Pero no podía probarlo, porque no podía revelar sus nombres.

Tal vez debiera echarlo todo por tierra. Tal vez debiera ordenar a todas las naves que la rodeaban que se detuvieran, retrocedieran, o sencillamente abrieran sus canales de comunicaciones y pudieran recibir señales de otras naves, otras Mentes, para persuadirse de lo absurdo de su causa. Que pudieran tomar sus propias decisiones. No eran seres menos inteligentes que él. ¿Qué derecho tenía a enviarlos a la muerte apoyándose en una atroz y escuálida mentira? ¡Pero
tenía
que hacerlo!... Y sin embargo, a pesar de todo... No. No podía decir quiénes habían sido los demás.

¡No debía
pensar
en ellos! ¡Y de ningún modo podía cancelar el ataque! ¡No podía! ¡No! ¡
NO!
¡Dios! ¡Carne! ¡Basta! ¡Basta! ¡Suéltalo! Dulce nada, cualquier cosa era preferible a aquella angustiosa, desgarradora incertidumbre, cualquier horror era preferible al miedo agónico que burbujeaba sin control en el interior de su Mente.

Atrocidad. Abominación. Gigamuertecrimen.

Era absurda y odiosa, despreciable y funesta. Era una masa temblorosa, exhausta e incapaz de comunicarse o de revelar la verdad. Se odiaba a sí misma y odiaba lo que había hecho, más, mucho más de lo que jamás hubiera odiado en toda su vida. Mucho más, estaba segura, que cualquier otra cosa que hubiera sido objeto de odio en toda la existencia. No había muerte que fuera lo bastante dolorosa o prolongada...

Y de repente supo lo que tenía que hacer.

Separó los campos de sus motores de la red de energía y arrojó aquellos vórtices de energía pura a las profundidades de su propia Mente para aniquilar su intelecto en una supernova de consciente agonía.

VIII

Genar-Hofoen reapareció en la puerta principal de la torre.

–Aquí arriba –graznó una vocecilla áspera.

Levantó la mirada y vio al pájaro negro en el parapeto. Permaneció un momento observándolo, pero no parecía que fuera a bajar, así que frunció el ceño y volvió a entrar en la torre.

–¿Y bien? –preguntó el pájaro cuando se reunió con él en lo alto de la torre.

Genar-Hofoen asintió.

–Cerrado –le confirmó.

El pájaro había insistido en que los dos eran prisioneros. Hasta entonces había preferido creer que tenía la terminal estropeada. El ave le había sugerido que probara a marcharse por donde había venido. Lo había hecho: la puerta del ascensor, en la bodega de la torre, estaba cerrada, tan sólida e inmóvil como las piedras que la rodeaban.

Genar-Hofoen se apoyó en el parapeto y levantó una mirada preocupada hacia la transparente cúpula de la torre. Había echado un rápido vistazo a cada piso mientras subía por la escalera de caracol. Las habitaciones estaban amuebladas pero al mismo tiempo parecían vacías, a causa de la ausencia de todas las cosas que Dajeil y él habían llevado allí. Estaba igual que hacía cuarenta y cinco años, cuando llegaron a Telaturier por primera vez.

–Ya te lo dije.

–Pero, ¿por qué? –preguntó Genar-Hofoen, tratando de parecer despreocupado. Nunca había oído hablar de naves que mantuvieran
prisionera
a la gente.

–Porque somos prisioneros –le dijo el pájaro. Parecía extrañamente satisfecho consigo mismo.

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