—No me acuerdo de él, señor.
—¿Le apetece otra chuleta?
—¡Oh, sí! Gracias, señor.
Jack pensó en su propio hijo, que aún usaba pantalones cortos. ¿Respondería George algún día con esas mismas palabras a esa misma pregunta? ¿Respondería con la misma seriedad y falta de emoción y continuaría comiendo sin que su apetito disminuyera lo más mínimo?
—Siento interrumpir su desayuno, caballeros, pero creo que tenemos muchas cosas que hacer hoy —dijo Broke después de un intervalo bastante largo, y se puso de pie y todos le siguieron.
Se notaba una gran tensión en el abarrotado alcázar y también en toda la fragata, pues los hombres iban de un lado a otro despacio y casi siempre callados y de vez en cuando miraban a su capitán o hacia la bahía, donde había desaparecido la lancha del capitán Slocum.
—Señor Etough, ice la bandera y nuestro mejor gallardete, por favor —dijo Broke—. Ponga proa hacia el faro de Boston.
El gallardete de la
Shannon
fue arriado por primera vez después de muchos meses. Estaba raído y le faltaban algunos trozos, aunque era el signo distintivo de un barco del rey británico que llevaba a cabo una misión. El nuevo gallardete subió rápidamente hasta la verga sobrejuanete mayor, se desplegó y empezó a ondear. Era un gallardete muy largo de color zafiro y uno de los pocos lujos de la
Shannon
, pues estaba hecho de seda. Al mismo tiempo, apareció una descolorida bandera azul en el tope del palo mesana y una bandera británica también descolorida en el asta. El viento había amainado y rolado al oeste y la fragata navegaba de bolina contra la corriente y apenas lograba alcanzar una velocidad de dos nudos.
—¡Serviola! —gritó Broke—. ¿Puede ver la lancha?
En la cubierta se oyó la voz del serviola decir:
—Todavía no ha llegado al puerto. Aún le falta mucho.
La costa se acercaba casi imperceptiblemente y cada vez era más nítida y cada vez las franjas de tierra que delimitaban la bahía parecían adentrarse más en el mar. Vieron el cabo Ann aproximarse a la
Shannon
por el través y se moverse desde el noroeste, al nornoroeste medio grado al norte y luego hasta el norte.
En la penumbra de la cabina del oficial de derrota, con voz suave, Stephen preguntó:
—¿Cómo te sientes, Villiers?
No hubo respuesta, no hubo pausa en su respiración acompasada. Se había dormido por fin y, sin duda, se había relajado debido al silencio que reinaba en la fragata y a su movimiento suave porque navegaba por aguas tranquilas. Ya no tenía los puños apretados ni aquella expresión desesperada en su rostro y aunque todavía estaba pálida, ya no parecía un cadáver. Las gachas le habían sentado bien. Se había lavado, aunque con poca agua, pues el agua era tan escasa en la
Shannon
que sólo habían podido darle una pequeña cantidad. También se había peinado y ahora su negro pelo formaba una franja sobre la almohada y dejaba a la vista su fino cuello y una oreja de forma perfecta que superaba en belleza a todas las conchas del mar que Stephen había visto. Estuvo contemplándola un rato y luego salió sigilosamente de la cabina.
Cuando estaba en la cubierta superior abstraído en sus meditaciones y deslumbrado por la intensa luz del día y se había convertido en un estorbo para los atareados marineros, el jefe de la brigada de la cofa del mayor, que había sido paciente suyo cuando navegaban en otro barco, le cogió suavemente por el codo y, conduciéndole hacia la escala del alcázar, dijo:
—Venga por aquí, señor. Sujétese con las dos manos.
Allí se encontraban el contador, el cirujano y el escribiente, quienes le dieron la bienvenida y le dijeron que navegaban en dirección al faro y que por la amura de babor estaban Graves y Roaring Bulls. Luego empezaron a hablar de los sucesos que esperaban que ocurrieran ese día, pero se interrumpieron enseguida, cuando el capitán Broke le pidió al señor Wallis, el segundo oficial, que subiera con un telescopio al tope del palo mayor y le dijera qué veía.
El joven Wallis se encaramó a la batayola y luego subió con rapidez por los flechastes tan fácilmente como hubiera subido por una escalera y se colocó en la cruceta. Poco después su voz rompió el sepulcral silencio.
—¡Cubierta! Señor, la
Chesapeake
está cerca de la salida del puerto. Creo que está anclada con una sola ancla. Ha colocado las vergas sobrejuanetes.
—¿Dónde está la lancha?
—¿Qué?
—¿Dónde está la lancha de Slocum?
—Todavía a este lado de la isla Green, señor —respondió Wallis después de una breve pausa.
Volvió a hacerse el silencio, que rompieron poco después las siete campanadas de la guardia de mañana.
—Si está cerca de la salida del puerto y tiene colocadas las vergas sobrejuanetes, eso quiere decir que va a salir. Levará el ancla en cuanto baje la marea y saldrá —dijo el señor Dunn y se mordió las encías con satisfacción.
Tenía el Código naval bajo el brazo y unos cuantos papeles metidos dentro de él, pero tenía puesta toda su atención en lo que ocurría cerca de la costa, parecía más interesado en funerales que en matrimonios.
—¿A qué embarcación se refiere? —inquirió Stephen.
—¡A la
Chesapeake
, por supuesto! —exclamaron todos.
Y el contador añadió:
—La
Constitution
no estará lista para hacerse a la mar hasta dentro de un mes o más.
Entonces hablaron de los cambios de la marea, del viento y de las nuevas retrancas dobles de las carroñadas. Aunque Stephen conocía desde hacía poco a aquellos caballeros que, en teoría, no participaban en las batallas de manera directa, ya se había dado cuenta de que luchaban incluso con más violencia que los demás. Durante las prácticas había visto a Dunn, el escribiente, y a Aldham, el contador, dirigir a dos grupos de hombres que manejaban las armas ligeras y disparar furiosamente, cada uno con ayuda de dos hombres para cargar sus armas. Y había oído al cirujano lamentarse amargamente de que tenía que permanecer en su puesto, bajo la línea de flotación, y no podía tomar parte en los combates, salvo cuando iban en las lanchas a atacar al enemigo en las costas. No obstante eso, Stephen se sorprendió de que conocieran tantos detalles y cuestiones técnicas y de que anhelaran que llegara el momento de las acciones violentas y la matanza.
Entonces la conversación fue interrumpida por otro grito: —¡Señor, están moviendo el cabrestante!
Hubo una pausa.
—¡Ha largado el velacho! ¡Ahora la vela mayor y la mesana! ¡Tiene algún problema con el ancla!
«Un problema con el ancla no retrasará a Lawrence mucho tiempo», dijo Jack para sí.
—Está saliendo —dijo Broke, volviéndose hacia sus oficiales y sonriendo—. Señor Etough, no haremos mediciones este mediodía. Toque ocho campanadas y mande dar la voz de rancho inmediatamente.
Todos los marineros estaban preparados para eso. El viejo contramaestre ya estaba listo para hacer la habitual llamada cuando el infante de marina pasó por su lado corriendo para tocar la campana. A esa llamada seguían casi invariablemente los gritos de los cocineros a sus ayudantes, los gritos de éstos, que pasaban rápidamente por entre las mesas con las bandejas en la mano, y el ruido de los golpes que los marineros daban en los platos y las mesas, pero ahora había un extraño silencio. También era extraño que los tripulantes de la
Shannon
hubieran permanecido tranquilos al oír al primer oficial anunciarles en voz alta y clara que el capitán había ordenado repartir sólo media ración de grog y prometía que la otra mitad se repartiría en otra ocasión.
Después de dar esa orden, Broke volvió la cabeza hacia el tope y preguntó de nuevo dónde estaba la lancha. La respuesta fue que todavía estaba a considerable distancia de la
Chesapeake
.
—No es mi desafío lo que le ha hecho salir sino el deseo de encontrarte —le dijo a Jack.
Después de unos momentos, añadió:
—Voy a subir a la jarcia. Quisiera que subieras conmigo, pero no creo que puedas mover el brazo herido.
—No puedo subir hasta el tope, pero puedo llegar a la cofa a través de la boca de lobo —dijo Jack.
Cuando atravesaban la cubierta, Dunn les detuvo.
—Tiene usted autoridad para celebrar matrimonios, señor —dijo—. Por otra parte, las amonestaciones no son necesarias en la mar. Aquí tiene todas las referencias. Le he marcado la página adecuada de este libro de rezos.
—No puedo ocuparme ahora de un matrimonio, señor Dunn, porque tengo que subir a la jarcia —dijo Broke—. Pero, ahora que lo pienso, hay que trasladar a esa dama. Probablemente haremos zafarrancho de combate muy pronto y es necesario trasladarla. Señor Watt, ¿en qué condiciones está la bodega de proa?
—En buenas condiciones, señor. Como ya se acabaron los cerdos, está bastante limpia, aunque tiene ratas y cucarachas.
—Entonces, en cuanto los marineros acaben de comer, dígales que la arreglen y la rocíen con agua de colonia. Hay un frasco en mi cabina. También dígales que cuelguen un coy.
Luego gritó:
—¡Señor Wallis, baje hasta la cofa y espérenos allí!
Jack empezó a subir torpemente, como una araña con tres patas, y su primo le dijo:
—Con cuidado, Jack.
Broke y Wallis subieron las ciento veinticinco libras de su cuerpo a la cofa y después Broke subió hasta el tope como un grumete. Wallis le dio a Jack su telescopio, dobló varias veces un ala para que se sentara en ella y dijo que debía de ser horrible tener que hacerlo todo con un solo brazo.
—No tengo ninguna dificultad cuando estoy en la cubierta —dijo Jack—. Después de todo, Nelson abordó el
San Nicolás
y el
San José
con un solo ojo y ganó la batalla del Nilo con un solo brazo. ¿Puede dejarme su telescopio, señor Wallis? Gracias.
El joven desapareció y Jack echó un vistazo a la cofa. Era espaciosa y en ella se encontraban dos cañones giratorios de una libra y entre los candeleros del borde estaban colocados montones de coyes cubiertos por un lienzo rojo que formaban un grueso muro, el más grueso que había visto en la cofa de una fragata. Luego trató de enfocar el telescopio, lo cual le resultaba difícil por el cabestrillo que llevaba y porque los dedos de la mano derecha estaban cubiertos casi por completo por el vendaje.
Poco a poco veía las cosas con más claridad y por fin dio un pequeño giro y pudo distinguir la
Chesapeake
entre numerosas embarcaciones pequeñas. Sin embargo, no podía ver el castillo, pues estaba oculto por una isla. Broke sí podía verlo desde el tope y le gritó a Jack:
—Está levando el ancla… Se ha detenido el cabrestante…
En ese momento, los tripulantes de la fragata norteamericana dispararon un cañonazo e inmediatamente largaron las juanetes y cazaron sus escotas.
—Ya ha levado el ancla y la ha subido a bordo con gran habilidad —dijo Broke.
La
Chesapeake
salió de atrás de la isla y Jack pudo verla con claridad y observó que los hombres estaban en lo alto de la jarcia colocando las botavaras de las alas. El viento era bastante fuerte y probablemente Lawrence ordenaría desplegarlas en ambos lados de la fragata en cuanto pasaran la última curva del canalizo. Ya los barcos de recreo y las embarcaciones pequeñas tenían desplegado todo el velamen, pues cerca de la costa el viento era más flojo.
Había llegado la hora de repartir el grog en la
Shannon
y el pífano tocó la canción
Nancy Dawson
. Después el ayudante del contramaestre, de pie junto al recipiente donde estaba el grog, dio media ración a cada marinero. Pero los marineros no acogieron con entusiasmo la llegada de ese momento del día tan importante para ellos, sino que se tomaron la media pinta de grog que les correspondía sin saborearlo y se fueron corriendo para observar la
Chesapeake
. Unos fueron al castillo, otros al pasamano de estribor y otros, todos los que tenían el turno de descanso, subieron a la parte de la jarcia más cercana a la proa.
Broke permaneció un rato en el tope mirando fijamente la
Chesapeake
sin decir palabra, y Jack, que ya la había visto muchas veces a una distancia mucho menor, movió el telescopio y observó la ciudad y el puerto. Vio la Asclepia, su propia ventana, la calle mayor y la calle donde estaba el hotel, luego trató de localizar el
Arcturus
entre un buen número de barcos y por fin volvió a observar la fragata y las numerosas embarcaciones que había a su alrededor. Entonces Broke descendió por los obenques del mastelero.
—Bueno, Philip, tus plegarias han sido escuchadas —dijo Jack, sonriendo.
—Sí, pero me pregunto si es correcto rogar por algo así —dijo con tono grave, aunque estaba transfigurado por la alegría—. Vamos, te ayudaré a bajar.
Cuando regresaron a la cubierta, Broke le dio órdenes al oficial de guardia.
—Rumbo este, señor Falkiner. Navegaremos con poco velamen desplegado.
Cambiaron de orientación las velas, el velacho se hinchó y la
Shannon
viró en redondo y, con el viento en popa, empezó a avanzar hacia alta mar. Apenas había alcanzado velocidad suficiente para maniobrar cuando la
Chesapeake
pasó frente al faro y sus hombres desplegaron las alas de arriba y de abajo al mismo tiempo que las sobrejuanetes, lo que demostraba su gran destreza. Todavía no se veía su casco desde la cubierta de la
Shannon
y tampoco la parte más baja de las mayores. Estaba a unas diez millas de distancia y aunque la marea era baja, no podría alcanzar más de seis o siete nudos de velocidad ni siquiera con las sobrejuanetes y las alas desplegadas. Disponían de mucho tiempo para conseguir que se alejara lo más posible de los cabos y se adentrara en alta mar, donde tendrían todo el espacio del mundo.
Disponían de mucho tiempo y los tripulantes de la
Shannon
pensaban que tendrían poco que hacer para llenar las horas de forzosa espera, ya que en la cubierta siempre había balas suficientes para tres andanadas y no tardaban en hacer zafarrancho de combate porque lo hacían todos los días, porque había tan pocos muebles en las cabinas que podían guardarse en la bodega en unos minutos y porque los mamparos y los biombos de la sala de oficiales podían quitarse en mucho menos tiempo que aquellos. Sin embargo, incluso en un barco con una tripulación que supiera prepararse para la batalla mejor que ninguna, había una gran diferencia entre hacer zafarrancho de combate cuando el enemigo era imaginario y hacerlo cuando era una enorme fragata que podían ver, que se encontraba en una posición ventajosa y que demostraba que estaba decidida a entablar un combate cuanto antes. Había diferencia sobre todo porque ningún oficial escribía su última carta a su familia cuando se preparaba para una batalla imaginaria, pero muchos, entre ellos Jack y su primo, lo hacían ante la inminencia de una batalla real, si tenían tiempo. Por otra parte, ahora el contramaestre protegía las vergas y las ataba con cadenas y el condestable llenaba muchos más cartuchos, llevaba a la cubierta muchas más balas y también metralla y botes de metralla. Además, los marineros tenían que esparcir arena por la cubierta, colgar una red para protegerse contra los trozos de madera desprendidos y colocar un biombo de fieltro alrededor de la puerta de la santabárbara y toneles de agua en la cubierta para beber durante el ataque y los cirujanos tenían que examinar todo su instrumental y sacar filo a los instrumentos que lo necesitaran. Y antes de apagar los fuegos de la cocina, había que preparar la comida de los oficiales. Jack tenía muchas ganas de que sirvieran la comida, pero cuando Broke propuso que revisaran los cañones por última vez, le siguió junto con el primer oficial y el condestable sin hablar más que para sí.