Jack asintió con la cabeza, pero no dijo nada porque Broke estaba ya muy cerca y preguntaba cortésmente por la señora Villiers. Stephen dijo que ya habían desaparecido los peores síntomas y que una infusión reconstituyente, como el café muy fuerte, junto con un bol de gachas de arrurruz bastante espesas bastarían para que se recuperara esa misma tarde.
—Y entonces, señor, le agradecería que nos casara usted, si tiene tiempo.
El capitán Broke permaneció unos momentos en silencio preguntándose si aquello era una broma. A juzgar por la seriedad del doctor y su actitud decidida, no lo era. ¿Debía felicitarle? Tal vez no era apropiado, pues Jack estaba silencioso y en el rostro de Maturin no se reflejaba la alegría ni ninguna otra emoción. Recordaba el día de su boda y aquella sensación de estar en medio de una tempestad en un lugar en que tenía la costa a sotavento y no podía virar a barlovento y tenía la corriente en contra…
—Me gustaría mucho, señor —dijo—, pero nunca he hecho esa maniobra, quiero decir, esa ceremonia, y no sé muy bien cómo es el ritual ni cuáles son mis poderes. Consultaré el Código naval y después le diré si puedo servirles a usted y a la dama.
Stephen hizo una inclinación de cabeza y se alejó.
—Primo Jack, quiero hablar contigo —dijo Broke.
Luego, cuando estaban solos en la cabina, dijo:
—¿Habla en serio tu amigo? A mí me pareció que sí. Sin embargo, él es un romanista, ¿no es cierto? Debería saber que a pesar de que yo pudiera celebrar el matrimonio no tendría valor según su religión. ¿Por qué no espera a que les case un sacerdote cuando lleguemos a Halifax?
—Habla muy en serio —dijo Jack—. Ha deseado casarse con ella desde que había paz. Ella es prima de Sophie, ¿sabes?
—Pero, ¿por qué tanta prisa? ¿Acaso no sabe que llegaremos al puerto antes de que termine la semana?
—Creo que es precisamente por eso —dijo Jack—. Me parece que ella, por su nacionalidad, podría ser considerada una enemiga, y eso podría evitarse si se casara a bordo.
—Comprendo, comprendo. ¿Has casado a alguien a bordo, Jack?
—No, pero estoy casi seguro de que un capitán puede hacerlo. El capitán de un barco del Rey puede hacer todo excepto colgar a un hombre sin que haya sido juzgado por un consejo de guerra.
—Bueno, consultaré el Código naval, pero antes me gustaría que leyeras esta carta dirigida al capitán Lawrence. Le he mandado varios mensajes verbales diciéndole que quisiera luchar con él penol a penol, pero por lo que me has dicho de él, me parece que no los ha recibido o que tenía orden de quedarse en el puerto. Creo que ahora es distinto porque seguramente todos en la ciudad se han enterado ya de que te has escapado y, como es lógico, pensarán que te has refugiado en la
Shannon
, así que si tenían un gran interés en retenerte, tendrán un interés mucho mayor en capturarte de nuevo y mandarán a la
Chesapeake
a alta mar de buena gana. Además, un desafío escrito tiene más fuerza que uno verbal y enviado por intermedio de otras personas. Después de pensar detenidamente en todo eso, he escrito la carta y voy a mandarla con un prisionero de guerra norteamericano de apellido Slocum, un hombre respetable que vive en la zona costera y que se ha comprometido a entregarla. Su lancha ya está preparada. Quiero que la leas porque tú conoces a Lawrence y sabes cuál es el tipo de carta que surtirá efecto. Por favor, léela y dime lo que piensas. He tratado de escribir con sencillez, sin retórica ni fiorituras, y de hacer un desafío en la forma en que me gustaría recibirlo a mí, pero no sé si lo he logrado. Espero que me digas con franqueza tu opinión.
Jack cogió la carta y leyó:
A bordo de la Shannon, fragata de Su Majestad el rey británico.
Frente a Boston Junio, 1813
Señor:
Puesto que la Chesapeake parece estar lista para hacerse a la mar, le pido que me haga el favor de entablar un combate penol a penol con la Shannon para ver lo que depara el destino a nuestros respectivos países. Debo disculparme por darle detalles sobre nuestra fragata y nuestra posición a un oficial de su talla y le aseguro, señor, que no lo hago porque dude que usted esté dispuesto a enfrentarse conmigo, sino para que no piense, con razón, que podríamos recibir ayuda.
Después de haber dedicado gran atención al comodoro Rodgers, después de haber mandado todas nuestras fragatas excepto la Tenedos y la Shannon a tal distancia que no podrían unirse a nosotros en una batalla en las inmediaciones de los cabos y después de haber enviado a Boston varios mensajes verbales en los que le pedíamos que luchara con nosotros, eludió la lucha y se fue aprovechando la primera oportunidad que tuvo, cuando el viento del este nos obligó a mantenernos muy lejos de la costa, y nos decepcionó. Tal vez deseaba tener más garantías de que lucharía con nosotros en buena lid. Por eso quiero darle detalles a usted y le juro por mi honor que cumpliré todo lo que prometo en esta carta, sea cual sea el esfuerzo necesario para ello.
La Shannon tiene veinticuatro cañones en los costados y una pequeña cañonera. En la cubierta principal están los cañones de dieciocho libras y en el alcázar y el castillo están las carroñadas de treinta y dos libras. Tiene trescientos tripulantes, entre marineros y grumetes, y estos últimos forman un nutrido grupo. Además, se encuentran a bordo otros treinta hombres, un grupo de marineros, grumetes y pasajeros procedentes de los barcos capturados. Hago esta descripción tan minuciosa porque en varios periódicos de Boston ha aparecido la noticia de que tenía ciento cincuenta tripulantes adicionales que procedían de La Hogue, lo cual no es cierto. La Hogue está repostando en Halifax en la actualidad y por lo que respecta a todas las demás embarcaciones, les ordenaré irse lejos para que no puedan participar en nuestro combate. Me enfrentaré con usted cuando le parezca conveniente en la zona que se extiende desde seis o diez leguas al este del cabo Cod hasta ocho o diez leguas al este del cabo Ann, junto al banco de arrecifes Cashe, en los 43° de latitud N, o en cualquier zona que usted elija al sur de la isla Nantucket, lejos del arrecife, o al sur del banco de arena de Saint George.
Si usted confía en mí y se hace a la mar, quisiera que me facilitara un código de señales para comunicarle que se detuviera en caso de que divisáramos o nos encontráramos con un barco amigo, con el fin de que esperara hasta que yo ordenara a ese barco que se alejara. O si lo prefiere, podríamos navegar juntos con bandera blanca hasta un lugar en el cual usted crea que no hay riesgo de encontrarnos con barcos de la Armada real y al llegar allí arriaríamos las banderas y romperíamos las hostilidades.
Espero que comprenda que mi proposición es ventajosa para usted, señor, pues la Chesapeake no puede salir a alta mar sola sin correr el peligro de ser destruida por los numerosos navíos de la Armada real que surcan los mares y que tienen una potencia superior a la suya, y en el caso de un enfrentamiento con ellos, a pesar de su arrojo, todos sus esfuerzos por resistir serán inútiles. Quisiera que no creyera que busco un enfrentamiento con la Chesapeake movido por la vanidad ni que pienso que usted accederá a mi proposición por la ambición de conseguir la fama; creo que nuestros motivos son más nobles. Pienso que mi combate con usted tendrá un buen resultado y que al sostenerlo presto un gran servicio a mi país, lo cual quizá le parezca un cumplido. Por otra parte, creo que usted también está convencido de que ganará y que sabe que la pequeña Armada de su país sólo podrá compensar a los ciudadanos por la interrupción del comercio que no puede proteger si consigue repetidos triunfos luchando en buena lid. Desearía que me respondiera enseguida, por favor, ya que se nos están agotando los víveres y el agua y no puedo permanecer aquí mucho tiempo.
Su seguro servidor,
Philip Broke, capitán de la Shannon,
fragata de Su Majestad el rey británico.
* * *
Jack se saltó toda la posdata menos las últimas frases: «establecer las condiciones» y «pero debemos enfrentarnos». Luego devolvió la carta a Philip y dijo:
—Creo que es muy apropiada para un hombre como Lawrence, aunque yo no hubiera hablado de luchar en buena lid ni hubiera dicho que su Armada era pequeña, pues eso lo sabe él tan bien como tú y yo. Seguro que le hará salir, a menos que tenga la orden estricta de quedarse en el puerto.
—Muy bien —dijo Broke—. Entonces se la mandaré.
Se dirigió a la puerta, pero antes de llegar a ella recordó algo y ordenó:
—Digan a mi escribiente que venga.
Poco después llegó un hombre de mediana edad y de baja estatura con una vieja peluca y vestido con un traje negro lleno de polvo.
—¿Hay que volver a escribirla? —preguntó con voz chillona y tono áspero.
—No, señor Dunn —dijo Broke—. El capitán Aubrey ha tenido la amabilidad de darle su aprobación.
—Me alegro de eso, porque he cambiado las expresiones y la he escrito tres veces —dijo el escribiente con evidente desagrado—. Además, tengo mucho trabajo que hacer, tengo que poner al día los libros y calcular el gasto trimestral de la ropa que nos entregó el Almirantazgo antes de llegar a Halifax. Entonces, ¿qué quiere, señor?
El escribiente no tenía dientes y mientras miraba fijamente al capitán con sus enrojecidos ojos, se mordía las encías y juntaba la nariz con la barbilla, lo cual le daba un aspecto que ya había horrorizado a muchos capitanes de navío antes de que Broke naciera.
—Bueno, señor Dunn —dijo en un tono diferente a su habitual tono autoritario—, quisiera que consultara el Código naval y cualquier otro documento que usted, basado en su gran experiencia, considere adecuado para obtener información sobre la celebración de matrimonios en la mar en ausencia de un pastor, las formalidades que hay que cumplir y los poderes de un capitán.
El escribiente inspiró con fuerza, se quitó los lentes y, mientras los limpiaba, miró con atención a Jack. Después, probablemente reprimiendo una áspera respuesta, salió de la cabina murmurando:
—Matrimonio… matrimonio… ¡Que Dios nos proteja!
—Heredé este escribiente de Butler cuando me asignaron el
Druid
y desde entonces he tenido que aguantarle —dijo Broke—. Con el contramaestre ha pasado lo mismo. Servía a las órdenes de Rodney. Además, fuimos compañeros de tripulación en el
Majestic
cuando yo era un muchacho. Me enseñó a hacer nudos y me ataba las muñecas cuando me salían mal. Ya estaba calvo en aquella época… Entre los dos me las hacen pasar moradas y si no fuera porque conocen perfectamente su profesión… Bueno, tenemos que enviar esta carta.
El capitán Broke subió al alcázar con la carta en la mano. Era difícil creer que había algún hombre sobre la tierra que pudiera dominarle o que algún subordinado, por muy viejo que fuera, pudiera hacérselas pasar moradas, pues parecía seguro de sí mismo e imperturbable. Con expresión anhelante miró hacia la costa, luego hacia el cielo, después hacia el velamen y por último hacia el capitán norteamericano.
—Aquí tiene la carta, capitán Slocum —dijo—. ¿Está todo preparado, señor Watt?
—Sí, señor. La lancha del caballero ya está abordada con la fragata, hemos subido a bordo su equipaje y ya se encuentran en ella los tripulantes —respondió.
Luego se inclinó sobre la borda y gritó:
—¡Cuidado con la pintura!
—Entonces adiós, capitán —dijo Slocum con su desagradable voz gangosa mientras guardaba la carta y se preparaba para bajar—. Probablemente nos veremos otra vez un poco más tarde. Estoy seguro de que los dueños del cargamento estarían encantados de verle…
Enseguida se ocultó tras el costado el rostro del capitán, en el que se destacaban su sonrisa burlona y su mirada penetrante. La lancha soltó amarras, izó la vela y empezó a deslizarse por el mar azul navegando contra el fuerte viento del noroeste.
Todos observaron cómo se alejaba y cómo brillaba su vela al sol y les parecía cada vez más pequeña. Ahora la fragata tenía el cabo Cod por la amura de babor, el cabo Ann por la aleta de estribor y la enorme bahía, al fondo de la cual estaban Boston y la
Chesapeake
, por el través.
El oficial de derrota, mejor dicho, su suplente, un joven de apellido Etough, era el oficial de guardia, y el capitán le dio la orden de que virara la
Shannon
y siguiera a la lancha sólo con las gavias desplegadas.
—Señor Watt, ¿le gustaría desayunar conmigo? —añadió el capitán.
Luego miró a los guardiamarinas que estaban en el alcázar y le dijo a uno que era muy delgado:
—Señor Littlejohn, ¿le gustaría desayunar con nosotros?
—¡Oh, sí, señor! Con su permiso… —respondió Littlejohn.
Hacía cinco minutos que el joven había empezado a oler el beicon que estaban friendo para el capitán y pensaba con deleite en los huevos que lo acompañarían y recordaba la escasez de alimentos que había en la camareta de guardiamarinas desde hacía muchos días.
Fue un desayuno magnífico, pues el despensero, que sabía que el capitán Aubrey comía vorazmente y quería rendir honores a los recién llegados, había utilizado casi todas las provisiones que le quedaban: la tercera parte de un jamón de Brunswick, arenques ahumados, salmón en escabeche, diecisiete chuletas de cordero, huevos, tortas, y dos botes de mermelada. Además había servido cerveza, té y café, este último hecho en la forma en que el doctor le había recomendado. Sin embargo, casi no hablaron. Broke estaba taciturno y permaneció buena parte del tiempo silencioso, lo mismo que el primer oficial, que no podía hablar hasta que el capitán se dirigiera a él, según una de las reglas más antiguas de la Armada. No obstante, esa regla no era aplicable a Jack, así que se dirigió a Watt varias veces, pero como estaba sentado muy próximo al lado en que éste tenía el oído malo, terminó por hablarle a Littlejohn.
—¿Es usted familia del capitán Littlejohn, que estaba al mando del
Berwick
?
—Sí, señor —respondió el joven, apresurándose a tragar—. Era mi padre.
—¡Ah! —dijo Jack, deseando haberle hecho otra pregunta—. Fuimos compañeros de tripulación una vez, hace mucho tiempo, en el
Euterpe
. Era un excelente marino.
Entonces pensó en que Littlejohn no parecía sentir ninguna emoción, hizo un cálculo aproximado de su edad y recordó la fecha en que los franceses habían capturado el
Berwick.
—Probablemente usted no se acordará muy bien de él.