Read En El Hotel Bertram Online

Authors: Agatha Christie

En El Hotel Bertram (26 page)

BOOK: En El Hotel Bertram
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Bess la miró durante unos segundos más antes de asentir.

—Muy justo. Sí, lo comprendo. Así y todo, usted malinterpretó nuestra conversación. Micky no me chantajeaba. Quizá pensó hacerlo, pero le puse sobre aviso antes de que ni siquiera lo intentara. —En su rostro apareció una vez más la amplia y generosa sonrisa que la hacía tan atractiva—. Le metí el miedo en el cuerpo.

—Sí, creo que en eso no se equivoca. Usted amenazó con matarle. Usted manejó la situación, si no considera una impertinencia de mi parte que se lo diga, de una manera notable.

Bess Sedgwick enarcó las cejas con una expresión divertida.

—Sin embargo, no fui yo la única persona que escuchó la conversación —añadió miss Marple.

—¡Dios bendito! ¿Es que estaba escuchando todo el hotel?

—El otro sillón también estaba ocupado.

—¿Por quién?

Miss Marple apretó los labios. Miró al inspector Davy, y la súplica se reflejó claramente en sus ojos. «Si hay que hacerlo, hágalo usted», decía la mirada. «Yo no puedo.»

—Su hija estaba en el otro sillón —respondió el Abuelo.

—¡Oh, no! —El grito sonó muy agudo—. ¡Oh, no, Elvira no! Comprendo, sí, lo comprendo. Debió pensar...

—Lo que pensó fue algo tan grave que le obligó a ir a Irlanda en busca de la verdad. No le resultó muy difícil descubrirla.

—Oh, no —repitió Bess, esta vez con un tono mucho más suave, y después añadió—: Pobre chica, nunca me preguntó nada. Se lo guardó todo. Ha tenido que ser algo terrible. Si sólo me lo hubiera preguntado, podría haberle dado una explicación, convencerla de que no tenía ninguna importancia.

—Quizás ella no hubiera estado de acuerdo. Es curioso —añadió el Abuelo con un tono plácido, como un viejo granjero que habla de los animales y de la tierra—, pero he aprendido después de muchos errores a desconfiar de las cosas aparentemente sencillas. Casi siempre suelen ser demasiado buenas para ser ciertas. El planteamiento del asesinato de la otra noche es una de esas cosas. La muchacha dice que alguien le disparó, pero que no dio en el blanco. El portero corre a salvarla y recibe la segunda bala que es mortal. Todo eso puede ser cierto. Esa puede ser la manera en que la muchacha lo vio. Pero detrás de las apariencias, las cosas pueden ser un tanto diferentes.

«Usted acaba de decir con mucha vehemencia, lady Sedgwick, que no existe ningún motivo por el que Ladislaus Malinowski quisiera atentar contra la vida de su hija. Bien, estoy de acuerdo con usted. No creo que lo hiciera. Es de esos jóvenes que pueden tener una discusión con una mujer, sacar una navaja y acuchillarla. Pero no le veo capaz de ocultarse en una escalera y esperar para dispararle a sangre fría. Sin embargo, supongamos que sí quería disparar contra algún otro. Gritos y disparos, pero lo que ocurrió realmente fue que Michael Gorman acabó muerto. Supongamos que eso era lo que se pretendía. Malinowski lo planea todo cuidadosamente. Elige una noche de niebla, se esconde y espera hasta que su hija aparece en la calle. Sabe que vendrá porque él mismo se ha encargado de llamarla. Efectúa el primer disparo. De ningún modo pretende herir a la muchacha. Apunta con mucho cuidado para asegurarse de que la bala pase muy lejos, pero ella cree que le han disparado y grita. El portero del hotel oye el disparo y el grito, y echa a correr por la calle en auxilio de la joven, y es en ese momento que Malinowski dispara contra la persona a quien ha venido a matar. Michael Gorman.

—¡No me creo ni media palabra! ¿Por qué demonios podría Ladislaus querer asesinar a Micky Gorman?

—Quizás un pequeño chantaje —sugirió Davy.

—¿Quiere usted decir que Micky estaba chantajeando a Ladislaus? ¿Cuál sería el motivo?

—Tal vez le amenazó con descubrir las cosas que pasan en el hotel Bertram's. Michael Gorman bien pudo enterarse de muchas cosas mientras trabajaba aquí.

—¿Cosas en el hotel Bertram's? ¿Qué quiere usted decir?

—Ha sido un magnífico negocio. Muy bien planeado y todavía mejor ejecutado. Pero nada dura para siempre. El otro día, miss Marple me preguntó qué había de malo en este lugar. Bien, ahora le responderé a su pregunta. El hotel Bertram's es, a todos los efectos, el cuartel general de uno de los mejores y más grandes sindicatos del crimen que se hayan formado en los últimos años.

Capítulo XXVII

El silencio se prolongó durante un par de minutos. Miss Marple fue la primera en romperlo.

—Qué interesante —opinó con toda calma.

Bess Sedgwick se volvió hacia la anciana.

—No parece usted sorprendida, miss Marple.

—No, en realidad no lo estoy. Había tantas cosas extrañas que no parecían encajar del todo. Resultaba demasiado bueno para ser cierto, no sé si entiende lo que quiero decir. Es lo que en los ambientes teatrales denominan una magnífica representación. Pero sólo se trataba de una representación, no era real. Había un montón de pequeños detalles, personas que creían reconocer a un amigo o a un conocido, y resultaba que se habían equivocado.

—Esas cosas ocurren —intervino el inspector—, pero aquí ocurrían con demasiada frecuencia. ¿No es así, miss Marple?

—Sí, así es, efectivamente. Las personas como Selina Hazy cometían esa clase de errores. Pero también había muchas otras personas a quienes les ocurría lo mismo. Resultaba imposible no darse cuenta.

—Ella no pasa nada por alto —le comentó el Abuelo a Bess Sedgwick como si miss Marple fuese un animal de circo.

Bess se volvió hacía Davy como si fuera a increparlo.

—¿Qué ha querido decir con eso de que este lugar era el cuartel general de un sindicato del crimen? Yo hubiera dicho que el hotel Bertram’s es el lugar más respetable del mundo.

—Naturalmente —replicó el Abuelo—. Tenía que serlo. Se ha invertido mucho dinero, tiempo y planificación para conseguir precisamente lo que es. Lo auténtico y lo falso están combinados con muchísima habilidad. Usted tiene a un actor soberbio como Henry dirigiendo todo este montaje. Tiene a ese tipo, Humfries, que parece de lo más legal. No tiene antecedentes en este país, pero ha estado metido en varios asuntos turbios relacionados con hoteles en el extranjero. Hay unos cuantos actores y actrices de primera fila interpretando diversos papeles. No me importa admitir que no puedo evitar sentir una gran admiración por todo el entramado. Le ha costado al país una pila de dinero, y ha significado un sinfín de quebraderos de cabeza para el C.I.D. y las policías locales.

»Cada vez que parecíamos estar llegando a alguna parte y a poner el dedo sobre algún incidente en particular, resultaba ser un episodio que no tenía nada que ver con todo lo demás. Pero continuamos trabajando: una pizca aquí, otra allá. Un garaje donde se guardaban placas de matrícula de todas clases que se podían cambiar en determinados vehículos si era necesario. Una empresa de alquiler de camiones de mudanzas, una furgoneta de carnicero, otra de panadería, incluso un par de furgonetas de correos. Un piloto de carreras con un coche deportivo capaz de recorrer distancias increíbles en un tiempo increíble y, en el otro extremo, un viejo clérigo traqueteando por la carretera en un destartalado Morris Oxford. La casa de un hortelano dispuesto a prestar primeros auxilios si es necesario y que está en contacto con un médico.

»No voy a entrar a detallar todo eso. Las ramificaciones se extienden por doquier. Pero eso es sólo la mitad de todo este montaje. La otra mitad son los visitantes extranjeros que llegan al Bertram's. La mayoría de Estados Unidos o de los dominios. Personas ricas que están por encima de cualquier sospecha, que vienen aquí con montañas de lujosas maletas, y que se marchan con otras montañas de maletas lujosas que parecen idénticas, pero que no lo son. Turistas ricos que llegan a Francia, y a quienes los funcionarios de Aduanas no molestan demasiado porque no quieren molestar a los turistas que traen divisas al país. Tampoco son siempre los mismos turistas. El cántaro no debe ir tantas veces a la fuente. Nada de todo esto resultará fácil de probar o de conectar, pero al final acabaremos por conseguirlo. Ya hemos dado un primer paso con los Cabot.

—¿Qué pasa con los Cabot? —preguntó lady Sedgwick con un tono imperativo.

—¿Los recuerda? Unos norteamericanos muy simpáticos, desde luego. Se alojaron aquí el año pasado y este año han repetido. No hubiesen venido una tercera vez. Nadie viene más de dos veces seguidas a este negocio. Sí, les arrestamos cuando desembarcaron en Calais. El baúl que llevaban con ellos resultó ser toda una obra de arte. En el doble fondo encontramos trescientas mil libras muy bien acomodadas. Dinero procedente del asalto al tren en Bedhampton. Desde luego, aquello no fue más que una minucia.

»¡El hotel Bertram's, afirmo, es el cuartel general de todo este asunto! La mitad del personal está implicado. Algunos de los huéspedes también. Hay algunos que son quienes dicen ser, pero otros no. Por ejemplo, los verdaderos Cabot ahora misma se encuentran en Yucatán. También estaba el montaje de las identificaciones. Tomemos el caso del juez Ludgrove. Un rostro conocido, una nariz grande y una verruga. Un personaje muy fácil de interpretar. El padre Pennyfather. Un tranquilo clérigo rural, con una abundante cabellera blanca y extraordinariamente desmemoriado. Los modales, la manera de mirar por encima de las gafas, todo muy sencillo de imitar por un buen actor de carácter.

—¿Para qué necesitaban hacer todo eso? —preguntó Bess.

—¿De veras que me lo pregunta? ¿Acaso no es obvio? Ven al juez Ludgrove cerca del lugar donde se ha cometido un atraco a una entidad bancaria. Alguien lo reconoce y lo menciona. Nosotros investigamos la pista. Todo es una equivocación. A aquella hora, él estaba en otra parte. Pero tardamos un tiempo hasta caer en la cuenta de que todas estas falsas identificaciones eran lo que a veces se denominan «errores intencionados». Nadie se preocupa del hombre que se parecía al otro. Nadie, en realidad, se dedica a buscarlo. Además, tampoco se parece tanto. Se quita el maquillaje y deja de interpretar su papel. Todo el asunto no conducía más que a una gran confusión. Hubo un momento en que teníamos a un juez del Tribunal Supremo, un archidiácono, un almirante, un teniente general, todos vistos cerca de la escena del crimen.

«Después del asalto al tren en la estación de Bedhampton, intervinieron al menos cuatro vehículos antes de que el botín llegara a Londres. Un coche deportivo conducido por Malinowski fue uno, un falso camión blindado, un viejo Daimler con un almirante a bordo y un viejo clérigo con una abundante cabellera blanca, conduciendo un Morris Oxford. Todo el asunto fue una espléndida operación, muy bien planeada.

«Hasta que un día la banda tuvo una racha de mala suerte. Aquel viejo y desmemoriado clérigo, el padre Pennyfather, salió del hotel para ir a coger el avión el día equivocado. En la terminal aérea le sacaron de su error, deambuló por Cromwell Road, se metió en un cine, regresó aquí después de medianoche, subió a su habitación y, como tenía la llave en el bolsillo porque se había olvidado de dejarla en la recepción, abrió la puerta y entró para llevarse la sorpresa de su vida al verse a sí mismo sentado en una silla. Lo último que esperaba la banda era ver entrar al auténtico padre Pennyfather cuando todo el mundo le hacía tan tranquilo en Lucerna. El doble sencillamente esperaba el momento oportuno para interpretar su papel en Bedhampton cuando se encontró cara a cara con el hombre real. Se quedaron atónitos sin saber qué hacer, hasta que uno de los delincuentes, con más rapidez de reflejos, entró en acción. Supongo que debió tratarse de Humfries. Le propinó un golpe en la cabeza y el pobre viejo se desplomó.

»Creo que alguien se enojó mucho al saber lo sucedido. Se puso furioso. Sin embargo, examinaron al viejo, comprobaron que sólo estaba inconsciente y que seguramente acabaría por despertarse sin más consecuencias que un tremendo dolor de cabeza, y decidieron continuar adelante con los planes. El falso padre Pennyfather abandonó la habitación, salió del hotel y fue en su coche hasta el teatro de operaciones donde tenía que participar en la carrera de relevos. Lo que hicieron con el auténtico padre Pennyfather no lo sé. Sólo puedo adivinarlo. Supongo que aquella misma noche lo trasladarían hasta la casa de un hortelano que está no muy lejos del lugar donde detuvieron el tren, y donde había un médico que podía atenderle. Luego, si los informes mencionaban que Pennyfather había sido visto en las inmediaciones, todo encajaría. Tuvieron que pasar sus momentos de angustia hasta que el viejo recuperó el conocimiento y descubrieron que no recordaba absolutamente nada de lo ocurrido en aquellos cuatro días.

—¿Cree que de no haber sido así le habrían matado? —preguntó miss Marple.

—No —respondió el Abuelo—. No creo que le hubiesen matado. Alguien no lo habría permitido. Está muy claro desde el primer instante, que quien está al mando de toda esta operación no es en absoluto partidario del asesinato.

—Suena como algo fantástico —opinó lady Sedgwick—. Absolutamente fantástico. No creo que tenga usted prueba alguna que relacione a Ladislaus Malinowski con esta patraña.

—Tengo pruebas más que suficientes contra Ladislaus Malinowski —replicó el inspector—. Verá, es un tipo descuidado. Rondaba por aquí cuando no tenía que hacerlo. La primera vez que vino fue para establecer contacto con su hija. Tenían un código.

—Tonterías. Ella misma le dijo que no le conocía.

—Eso me dijo, pero no era verdad. Está enamorada de ese hombre. Quiere casarse con Malinowski.

—¡No me lo creo!

—No está usted en posición de saberlo —le recordó el Abuelo—. Malinowski no es de esas personas que le van contando sus secretos a todo el mundo, y usted no conoce a su hija en lo más mínimo. Usted misma lo reconoció. Usted se puso furiosa cuando descubrió que Malinowski se había presentado en el Bertram’s, ¿no es así?

—¿Por qué iba a ponerme furiosa?

—Porque usted es el cerebro de todo este montaje —afirmó Davy sin andarse con rodeos—. Usted y Henry. La parte financiera se la encomendaron a los hermanos Hoffman. Ellos se encargan de las transacciones con los bancos del Continente, las cuentas y todas esas cosas, pero la jefa del sindicato es usted, lady Sedgwick, es usted el cerebro que lo dirige y lo planea todo.

Bess miró al inspector y acabó por echarse a reír.

—¡En mi vida he escuchado algo más ridículo!

—No, no tiene absolutamente nada de ridículo. Usted tiene inteligencia, valor y arrojo. Usted lo ha probado casi todo; creyó que podía hacer un intento en el campo de la delincuencia. Hay mucha emoción, mucho riesgo. Yo diría que no se metió en esto por dinero, sino porque le pareció divertido. Sin embargo, no estaba usted dispuesta a tolerar el asesinato ni la violencia innecesaria. Nunca se producía una muerte, ningún ataque brutal, sólo algún que otro golpe en la cabeza si era absolutamente necesario. Es usted una mujer verdaderamente interesante. Una de las pocas grandes mentes criminales que es interesante.

BOOK: En El Hotel Bertram
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