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Authors: Agatha Christie

En El Hotel Bertram (25 page)

BOOK: En El Hotel Bertram
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3

Miss Marple continuaba sentada en la butaca junto a la ventana cuando el inspector abrió la puerta de la habitación.

—Veo que hoy hay mucha gente en la calle —comentó la anciana—. Más de la habitual.

—Es una calle de paso para ir a Berkely Square y Shepherd Market —replicó el Abuelo sin darle mucha importancia.

—No me refiero sólo a los transeúntes. Hay hombres haciendo cosas. Obreros reparando la calzada, una furgoneta de la compañía de teléfonos, un camión de reparto, un par de coches particulares.

—¿Puedo preguntar qué ha deducido de todo eso?

—No he dicho que dedujera nada.

El inspector la miró fijamente.

—Quiero que me ayude.

—Desde luego. Para eso estoy aquí. ¿Qué quiere que haga?

—Quiero que repita exactamente todo lo que hizo la noche del 19 de noviembre. Usted estaba dormida, se despertó, quizá por causa de algún sonido poco habitual. Encendió la luz, miró qué hora era, se levantó de la cama, abrió la puerta y asomó la cabeza. ¿Puede repetir esas acciones?

—Desde luego. —Miss Marple abandonó la butaca y se dirigió a la cama.

—Espere un momento.

El Abuelo fue hasta la pared que daba a la habitación vecina y golpeó con los nudillos.

—Tendrá que hacerlo más fuerte —le advirtió la anciana—. Este edificio está muy bien construido.

Davy redobló la fuerza de los golpes.

—Le avisé al padre Pennyfather que contara hasta diez —explicó mientras miraba su reloj—. Muy bien, adelante.

Miss Marple encendió la luz, miró un reloj imaginario, se levantó, caminó hasta la puerta, la abrió y asomó la cabeza. A su derecha, vio al padre Pennyfather salir de la habitación, caminar por el pasillo hasta las escaleras y comenzar a bajar. La anciana contuvo el aliento sorprendida. Se volvió.

—¿Y bien? —preguntó Davy.

—El hombre que vi aquella noche no pudo haber sido el padre Pennyfather —afirmó miss Marple—. No si el hombre que acabo de ver es el auténtico canónigo.

—Me parece recordar que usted había dicho que...

—Lo sé. Se parecía a Pennyfather. El pelo, las prendas y todo lo demás. Pero no caminaba de la misma manera. Creo que debía tratarse de una persona más joven. Lo siento, siento muchísimo haberle confundido, pero ahora estoy muy segura de que no era al padre Pennyfather a quien vi aquella noche.

—¿Esta vez está bien segura, miss Marple?

—Sí, y repito que lamento haberle inducido a un error.

—La verdad es que casi acertó. El padre regresó al hotel aquella noche. Nadie le vio entrar, pero eso no tiene nada de particular. Llegó aquí pasada la medianoche. Subió las escaleras, abrió la puerta de la habitación y entró. Lo que vio o lo que sucedió después no lo sabemos, porque él no puede o no quiere decírnoslo. Si al menos hubiera una forma de hacerle recordar.

—Hay una palabra alemana para eso —señaló miss Marple, pensativamente.

—¿Qué palabra alemana?

—Válgame Dios, ahora la he olvidado, pero...

Llamaron a la puerta.

—¿Puedo entrar? —El padre Pennyfather entró en la habitación—. ¿Ha ido bien el experimento?

—De perlas —manifestó el inspector—. Ahora mismo se lo decía a miss Marple. ¿Conoce usted a miss Marple?

—Sí —respondió el canónigo, aunque con un ligero tono de duda como si no tuviese muy claro si la conocía o no.

—Le explicaba a miss Marple que hemos seguido todos sus movimientos de la noche del 19 de noviembre. Usted regresó al hotel pasada la medianoche. Subió las escaleras, abrió la puerta de la habitación, entró... —Hizo una pausa.

Miss Marple soltó una exclamación.

—Ahora recuerdo cuál era la palabra alemana. ¡Doppelganger!

En ese instante el padre lo recordó todo.

—¡Claro! ¡Por supuesto! ¿Cómo es posible que lo olvidara? Tiene usted toda la razón. Después de ver aquella película,
Las murallas de Jericó
, regresé aquí, subí las escaleras, entré en mi habitación y vi algo extraordinario. Me vi a mí mismo sentado en una butaca mirándome. Como usted ha dicho, mi querida amiga, un
doppelganger
. ¡Qué extraordinario! Entonces, un momento, déjeme pensar. —Frunció el entrecejo, intentando recordar.

—Entonces —dijo el Abuelo—, recuperados del susto de verle de cuerpo presente cuando creían que estaba usted en el congreso de Lucerna, alguien le propinó un golpe en la cabeza.

Capítulo XXVI

Al padre Pennyfather le habían montado en un taxi que le trasladó rápida y cómodamente al Museo Británico. El inspector Davy había dejado a miss Marple instalada en el vestíbulo. ¿Le importaría esperarle diez minutos? A miss Marple no le importaba. Agradeció la oportunidad de sentarse, contemplar el elegante vestíbulo y pensar.

El hotel Bertram's. Tantos recuerdos. El pasado se confundía con el presente. Recordó una frase francesa.
Plus ça change, plus c'est la mente chose. Invirtió la frase. Plus c'est la méme chose, plus ça change.
De las dos maneras seguía siendo verdad.

Sintió pena por el hotel Bertram's y de sí misma. Se preguntó qué quería el inspector que hiciera ahora. Había percibido la determinación del policía. Era un hombre cuyos planes estaban a punto de dar sus frutos. Era el día D del inspector Davy.

La vida en el Bertram's seguía con la rutina habitual. No, se dijo miss Marple, no era la habitual. Había una diferencia, aunque ella no podía definir dónde estaba el cambio. ¿Quizás una inquietud subyacente?

—¿Preparada? —preguntó el Abuelo.

—¿Dónde pretende llevarme ahora?

—Vamos a hacerle una visita social a lady Sedgwick.

—¿Está aquí?

—Sí. Está con su hija.

Miss Marple abandonó el sillón. Echó una ojeada al vestíbulo.

—Pobre Bertram's —murmuró.

—¿Qué ha querido decir con eso de «pobre Bertram's»?

—Creo que usted lo sabe muy bien.

—Bueno, quizá lo entienda mejor si me explica su punto de vista.

—Siempre es triste cuando se trata de destruir una obra de arte —afirmó la anciana.

—¿Llama a este lugar una obra de arte?

—Por supuesto que sí. Usted también.

—Comprendo lo que quiere decir —admitió el Abuelo.

—Es como cuando tienes hiedra venenosa metida entre las flores. No puedes hacer nada que no sea arrancarlo todo de cuajo y dejar la tierra limpia.

—No entiendo mucho de jardinería, pero si cambia la hiedra venenosa por carcoma estoy de acuerdo.

Subieron en el ascensor y después recorrieron el pasillo hasta la suite en un extremo del edificio que ocupaba lady Sedgwick y su hija.

El inspector llamó a la puerta, una voz dijo «Pase» y Davy entró seguido por miss Marple.

Bess Sedgwick se encontraba sentada en una silla de respaldo alto junto a la ventana. Tenía un libro abierto sobre las rodillas que, evidentemente, no leía.

—Ah, es usted otra vez, inspector. —La mirada de Bess se fijó en la acompañante del policía y pareció un tanto sorprendida.

—Esta es miss Marple —le explicó el Abuelo—. Miss Marple. Lady Sedgwick.

—A usted la he visto antes. El otro día estaba con Selina Hazy, ¿no es así? Por favor, siéntese. —Volvió su atención una vez más al inspector—. ¿Tiene usted alguna novedad sobre el hombre que atentó contra Elvira?

—No precisamente lo que usted llamaría una novedad.

—Dudo mucho que consiga averiguar nada. En una niebla como aquella, los delincuentes se mueven a sus anchas en busca de mujeres solas.

—Eso es cierto, pero hasta cierto punto. ¿Cómo está su hija?

—Elvira está perfectamente.

—¿Está aquí con usted?

—Sí. Llamé al coronel Luscombe, su tutor. Se mostró encantado de que estuviera dispuesta a hacerme cargo. —Se echó a reír—. Mi pobre y querido amigo. Desde hace años no sueña con otra cosa que un encuentro entre madre e hija.

—Quizá tenga razón —opinó el Abuelo.

—No, no la tiene, pero creo que en estos momentos es lo más conveniente para todos. —Volvió la cabeza para mirar a través de la ventana y añadió con un brusco cambio de tono—: Me han dicho que ha detenido a un amigo mío, Ladislaus Malinowski. ¿Cuál es la acusación?

—No está arrestado —le corrigió el inspector—. Está colaborando con nuestras investigaciones.

—He enviado a mi abogado para que le atienda.

—Algo muy sabio —aprobó el Abuelo—. Todo aquel que tenga la más mínima dificultad con la policía hace muy bien en recurrir a un abogado. De lo contrario, es muy fácil que digan algo equivocado.

—¿Incluso si es completamente inocente?

—En ese caso, yo diría que es más necesario que nunca.

—Es usted todo un cínico, ¿verdad? Puedo preguntarle cuál es el objeto del interrogatorio, ¿o no puedo?

—En primer lugar queremos saber exactamente cuáles fueron sus movimientos la noche que asesinaron a Michael Gorman.

Bess Sedgwick se irguió bruscamente en la silla.

—¿No se le habrá ocurrido la peregrina idea de que Ladislaus efectuó los disparos contra Elvira? Ni siquiera se conocen.

—Pudo haberlo hecho. Su coche estaba aparcado a la vuelta de la esquina.

—Tonterías —afirmó lady Sedgwick con un tono enérgico.

—¿Hasta qué punto le afectó a usted el tiroteo de la otra noche, lady Sedgwick?

La mujer le miró sorprendida.

—Naturalmente me inquieté mucho cuando mi hija se libró de la muerte por los pelos. ¿Qué esperaba?

—No me refería a su hija. Me refería a cuánto le afectó la muerte de Michael Gorman.

—También lamenté mucho su muerte. Era un hombre valiente.

—¿Eso es todo?

—¿Qué más esperaba escuchar?

—Usted le conocía, ¿verdad?

—Desde luego. Trabajaba aquí.

—Creo que usted le conocía bastante mejor. ¿Me equivoco?

—¿Qué quiere usted decir?

—Vamos, lady Sedgwick. Gorman era su marido, ¿no?

La mujer tardó unos segundos en contestar, aunque no demostró ninguna señal de agitación o sorpresa.

—Al parecer sabe usted muchísimas cosas, inspector. —Exhaló un suspiró y se acomodó en la silla—. No lo veía desde... ya ni me acuerdo, hace muchísimos años. Veinte, o quizá más. Entonces, un día miré por la ventana y, de pronto, reconocí a Micky.

—¿Él también la reconoció?

—Así es, fue algo sorprendente que nos reconociéramos. Sólo estuvimos juntos una semana. Entonces, mi familia nos encontró, sobornaron a Micky para que desapareciera y a mí me llevaron de regreso a casa, deshonrada para siempre.

Hizo una pausa y volvió a suspirar.

—Era muy joven cuando me escapé con Micky. Una chiquilla que no sabía nada de la vida, pero con la cabeza llena de románticas ilusiones. Para mí, era todo un héroe, sobre todo por la manera como montaba a caballo. No sabía lo que era el miedo. Además era guapo, alegre y ¡tenía la lengua de los irlandeses! ¡Supongo que en realidad fui yo quien se fugó con él! ¡Dudo mucho de que a él se le hubiese ocurrido! Pero yo era salvaje, testaruda y estaba locamente enamorada. —Meneó la cabeza—. No duró mucho. Las primeras veinticuatro horas fueron más que suficientes. Bebía, era grosero y brutal. Finalmente, cuando apareció mi familia para llevarme de vuelta a casa, me sentí agradecida. Nunca más quise volver a verle o tener algún contacto con Micky.

—¿Su familia sabía que estaban casados?

—No.

—¿Usted no se lo dijo?

—No creía estar casada.

—¿Cómo es eso?

—Nos casamos en Ballygowlan, pero cuando aparecieron mis padres, Micky vino y me dijo que el casamiento había sido una farsa. Había sido algo que habían arreglado entre él y sus amigos. En aquel momento me pareció que era algo muy propio por su parte. Si quería el dinero que le ofrecían o si temía haber cometido un delito al casarse con una menor de edad, es algo que nunca averigüé. En cualquier caso, no dudé ni por un instante de que me había dicho la verdad.

—¿Cuándo lo descubrió?

Lady Sedgwick pareció perderse en sus recuerdos.

—No fue hasta unos cuantos años más tarde, cuando ya sabía algo más de la vida y de las cuestiones legales, cuando un día se me ocurrió que, después de todo, probablemente estaba casada con Micky Gorman.

—O sea que de hecho, cuando se casó usted con Lord Coniston, cometió bigamia.

—También cuando me casé con Johnnie Sedgwick, y otra vez más cuando contraje matrimonio con mi esposo norteamericano, Ridgway Becker. —Miró al inspector y se echó a reír con auténtico regocijo— . Tantos casos de bigamia —añadió—. En realidad, acaba por resultar ridículo.

—¿Nunca se le ocurrió pedir el divorcio?

La mujer se encogió de hombros.

—Todo parecía un sueño ridículo. ¿Para qué remover toda aquella historia? Desde luego, se lo dije a Johnnie. —Su voz mostró ternura al pronunciar el nombre.

—¿Qué le respondió?

—A él no le importaba. A ninguno de los dos nos importaban mucho las leyes.

—La bigamia es un delito grave, lady Sedgwick.

Bess miró al Abuelo y una vez más se echó a reír.

—¿Quién iba a preocuparse por algo que había ocurrido en Irlanda hacía una pila de años? Todo aquel asunto estaba muerto y enterrado. Micky cogió su dinero y desapareció para siempre. ¿Es que no lo comprende? No parecía más que un pequeño y ridículo incidente. Un episodio que deseaba olvidar. Lo dejé a un lado con las cosas, con las otras muchas cosas que no tienen importancia en la vida.

—Entonces, un día de noviembre —dijo el inspector, con voz apacible—, reapareció Michael Gorman y le hizo chantaje.

—¡Vaya tontería! ¿Quién dice que me chantajeaba?

El Abuelo desvió la mirada lentamente hacia la anciana que permanecía sentada muy erguida en la silla, sin pronunciar palabra.

—¿Usted? —Bess miró a miss Marple atónita—. ¿Cómo puede usted saber nada de este asunto?

Su tono era de curiosidad y no de acusación.

—Los sillones de este hotel tienen los respaldos muy altos y son la mar de cómodos. Estaba sentada en uno de ellos delante del fuego en la sala de lectura, descansando antes de salir. Usted entró dispuesta a escribir una carta. Supongo que no advirtió la presencia de alguien más en la habitación. Así fue como escuché su conversación con aquel hombre, Gorman.

—¿Usted la escuchó?

—Naturalmente. ¿Por qué no? Era una sala pública. Yo no tenía ni la más remota idea de que sería una conversación privada cuando usted abrió la ventana y llamó a voces al hombre que se encontraba en la acera.

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