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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (12 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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Avergonzada de su injustificado temor y furiosa por el hecho de que F'lar se hubiera dado cuenta de que lo sentía, Lessa se sentó rabiosamente en el poyo de piedra forrado de piel junto a la pared, deseándole al dragonero una serie de graves y dolorosas heridas que ella pudiera curar con manos desconsideradas. No desaprovecharía ninguna futura oportunidad.

F'lar colocó la bandeja sobre la mesita delante de ella, formando su propio asiento con un montón de pieles. Había carne, pan, un cántaro de
klah
, un tentador queso amarillo e incluso unas cuantas piezas de fruta invernal. F'lar no hizo ningún movimiento para comer, y Lessa tampoco, aunque el pensar en una pieza de fruta que estaba madura en vez de podrida llenaba su boca de agua. F'lar alzó la mirada hacia la muchacha y frunció el ceño.

—Incluso en el Weyr, la dama parte el pan en primer lugar —dijo, e inclinó cortésmente la cabeza hacia ella.

Lessa enrojeció, desacostumbrada a cualquier cortesía, y más desacostumbrada a ser la primera en comer. Partió un trozo de pan. Era como algo que ella recordaba haber saboreado en tiempos muy remotos. Para empezar, hacía muy poco que había salido del horno. La harina había sido tamizada cuidadosamente, y no había en ella ni rastro de arena ni de pellejos de grano. Lessa cogió la loncha de queso que F'lar le ofrecía, y le pareció también delicioso. Estimulada por esta demostración de que su condición social había cambiado, Lessa alargó una mano hacia la pieza de fruta más atractiva a sus ojos.

—Atiende —le dijo el dragonero en aquel momento, tocando con su mano la de ella para llamar su atención.

Lessa se apresuró a dejar caer la fruta, pensando que había cometido un error. Miró fijamente a F'lar, preguntándose en qué había faltado. F'lar recuperó la fruta y volvió a colocarla en la mano de la muchacha mientras seguía hablando. Con los ojos muy abiertos, Lessa mordisqueó la fruta, desarmada, y prestó toda su atención.

—Escúchame. Ocurra lo que ocurra en la Sala de Eclosión, no debes permitir que el miedo se refleje en tus ojos. Y no debes permitirle que coma demasiado. —En su rostro se dibujó una traviesa expresión—. Una de nuestras principales funciones es la de evitar que un dragón coma demasiado.

Lessa perdió interés en el sabor de la fruta. Volvió a colocarla cuidadosamente en el cuenco y trató de captar lo que F'lar no había dicho pero que estaba implícito en el tono de su voz. Miró al dragonero a los ojos, viéndole como una persona, y no como un símbolo, por primera vez.

Su frialdad era precaución, decidió, no falta de emoción. Su severidad tenía que ser asumida para hacer olvidar su juventud, ya que no podía aventajarle a ella en muchas Revoluciones. Tenía los negros cabellos ondulados hacia atrás desde una alta frente hasta rozar el cuello de su camisa. Sus espesas cejas negras se contraían con demasiada frecuencia o se arqueaban altivamente cuando miraba a su víctima; sus ojos (de color ámbar, lo bastante claro para que parecieran dorados) eran demasiado expresivos de emociones cínicas o fría altivez. Sus labios eran delgados pero bien formados y, en reposo, casi amables. ¿Por qué fruncía siempre la boca en señal de desaprobación o en una de aquellas sardónicas sonrisas? Debía ser considerado como un hombre guapo, pensó Lessa ingenuamente, ya que había en él un evidente magnetismo. Y en aquel momento se estaba comportando sin la menor afectación.

Sentía lo que estaba diciendo. No quería que ella tuviera miedo. No existía ningún motivo para que ella, Lessa, tuviera miedo.

Deseaba mucho que ella tuviera éxito. ¿Impidiendo a quién que comiera demasiado qué? ¿Animales de rebaño? Un dragón recién salido del cascarón no era capaz de comerse un animal entero, desde luego. A Lessa, aquella le parecía una tarea bastante sencilla. El wher guardián la había obedecido a ella y a nadie más, en el Fuerte de Ruatha. Ella había comprendido al gran dragón broncíneo e incluso había logrado silenciarle mientras corría debajo de su puesto de observación en la Torre en busca de la comadrona. ¿Función principal? ¿Nuestra función principal?

El dragonero la estaba mirando con aire expectante.

—¿Nuestra función principal? —repitió Lessa, en un tono que expresaba sin palabras su deseo de obtener más información.

—Hablaremos de eso más tarde. Lo primero es lo primero —dijo F'lar, descartando con un gesto impaciente cualquier otra cuestión.

—Pero, ¿qué ocurre? —insistió Lessa.

—Tal como me lo dijeron te lo diré. Ni más ni menos. Recuerda esos dos extremos: olvídate del miedo, y no le permitas comer demasiado.

—Pero...

—Tú, en cambio, necesitas comer. Vamos.

Ensartó un trozo de carne con su cuchillo y se lo ofreció a Lessa, contemplándola con el ceño fruncido hasta que la muchacha lo hubo engullido. Estaba a punto de ofrecerle más, pero ella se apresuró a coger la fruta que ya había mordisqueado y que prefería a la carne. Había comido más en este único refrigerio de lo que estaba acostumbrada a comer durante todo el día en el Fuerte.

—Pronto comeremos mejor en el Weyr —observó F'lar, dirigiendo una mirada de desagrado a la bandeja.

Lessa quedó sorprendida, ya que en su opinión aquello era un festín.

—¿Es más de lo que estabas acostumbrada a comer? Sí, olvidaba que saliste de Ruatha en los puros huesos.

Lessa se envaró.

—Te portaste bien en Ruatha. No pretendo criticarte —añadió F'lar, sonriendo ante la reacción de Lessa—. Pero, mírate a ti misma —y señaló al cuerpo de la muchacha con aquella curiosa expresión, semidivertida, semicontemplativa, en el rostro—. No, nunca habría sospechado que un solo baño podía transformarte hasta tal punto —observó—. Y esos cabellos...

Esta vez, su expresión era francamente admirativa.

Involuntariamente, Lessa se llevó una mano a la cabeza, aplastando sus cabellos bajo sus dedos. Pero la réplica indignada que se proponía dar al dragonero murió antes de nacer. Un sonido fantástico llenó la cámara.

El sonido provocó una vibración que descendió por los oídos de Lessa hasta su espina dorsal. Se tapó los oídos con las manos. El ruido, entonces, discurrió a través de su cráneo. De pronto, tan bruscamente como había empezado, se interrumpió.

Antes de que Lessa supiera lo que él se proponía, el dragonero la había agarrado por la muñeca y tiraba de ella hacia el baúl.

—Quítate eso —ordenó, señalando el vestido y la túnica. Mientras Lessa le miraba con aire atontado, F'lar sacó del baúl un vestido blanco, sin mangas y sin cinturón, algo tan simple como dos trozos de tela fina cosidas por los hombros y los costados.

—¿Te desvistes tú o te desvisto yo? —inquirió F'lar, en tono impaciente.

El salvaje sonido se repitió, y su acento enervante prestó alas a los dedos de Lessa. Apenas había soltado las prendas que llevaba, dejando que se deslizaran hasta sus pies, cuando ya el dragonero había pasado la otra a través de su cabeza. Lessa logró introducir los brazos en los lugares adecuados antes de que F'lar volviera a agarrarla por la muñeca y echara a correr, sacándola del dormitorio con sus cabellos ondeando detrás de ella, llenos de electricidad.

Cuando llegaron a la cámara exterior, el dragón bronce estaba erguido en el centro de la caverna, con la cabeza vuelta hacia la puerta del dormitorio. A Lessa le pareció que estaba impaciente; sus grandes ojos, que tanto la fascinaban, chispeaban iridiscentemente. Su actitud revelaba una excitación interior de grandes proporciones, y de su garganta brotaba un agudo canturreo, varias octavas más bajo que el enervante grito que les había conmocionado a todos.

A pesar de su visible impaciencia, el dragón y su jinete hicieron una pausa. Súbitamente, Lessa se dio cuenta de que estaban conferenciando acerca de ella. De pronto, la cabeza del gran dragón se situó directamente en frente de Lessa, borrando todo lo demás. La muchacha notó la cálida exhalación de su aliento, ligeramente cargado de azufre. Le oyó informar al dragonero de que él aprobaba cada vez más a esta mujer de Ruatha.

Con una sacudida que agitó su cabeza encima de su cuello, el dragonero tiró de ella a lo largo del pasillo. El dragón marchaba a su lado con una rapidez que hizo temer a Lessa que los tres saldrían catapultados más allá del saledizo. Pero, en el momento crucial, Lessa se encontró encaramada sobre el cuello broncíneo, con el dragonero sujetándola con mano firme por la cintura. Y antes de que pudiera reaccionar estaban deslizándose a través de la gran concavidad del Weyr en dirección a la alta muralla del lado contrario. El aire estaba lleno de alas y colas de dragón, y de un coro de sonidos que resonaban y volvían a resonar a través del pétreo valle.

Mnementh emprendió lo que Lessa estaba segura de que sería una carrera para colisionar con otros dragones, dirigiéndose rectamente hacia una enorme negrura redonda en la fachada del acantilado, muy en lo alto. Milagrosamente, los animales desfilaron uno a uno a través de la entrada, cuya anchura era muy superior a la de Mnementh con las alas plenamente extendidas.

El pasillo reverberaba con el estruendo de alas. El aire estaba fuertemente comprimido alrededor de Lessa. Luego penetraron en una gigantesca caverna.

Toda la montaña tenía que estar hueca, pensó Lessa, incrédula. Alrededor de la enorme caverna había apretadas filas de dragones, azul, verde, pardo, y únicamente dos grandes animales bronce como Mnementh, sobre saledizos previstos para acomodar a centenares de ellos. Lessa se aferró a las escamas del broncíneo cuello, instintivamente consciente de la inminencia de un gran acontecimiento.

Mnementh voló en círculo hacia abajo, sin prestar la menor atención al saledizo de los bronce. Lo único que Lessa pudo ver entonces fue lo que yacía sobre el suelo arenoso de la gran caverna: huevos de dragón. Un grupo de diez huevos monstruosos, moteados, con sus cáscaras moviéndose espasmódicamente debido a los esfuerzos por romperlas de las crías que estaban en su interior. A un lado, sobre una parte del suelo más elevada, había un huevo dorado, cuyo tamaño era mucho mayor que el de los moteados. Más allá del huevo dorado yacía la inmóvil armazón ocre de la vieja reina.

En el preciso instante en que se dio cuenta de que Mnementh se posaba en el suelo muy cerca de aquel huevo, Lessa notó las manos del dragonero sobre las suyas, levantándola del cuello de Mnementh.

Aprensivamente, se agarró a él. Pero las manos de F'lar la izaron inexorablemente y, con la misma inexorabilidad, la depositaron en el suelo. Los ojos del dragonero, llameando con fuego ambarino, se clavaron en los suyos.

—¡Recuerda, Lessa!

Mnementh añadió una nota estimulante, con uno de sus grandes ojos vuelto hacia ella. Luego remontó el vuelo. Lessa levantó a medias una suplicante mano, sintiéndose huérfana de todo apoyo, huérfana incluso de aquella firme determinación que la había sostenido en su lucha para vengarse de Fax. Vio que el dragón bronce se instalaba en el primer saledizo, a cierta distancia de los otros dos animales broncíneos. El dragonero desmontó, y Mnementh arqueó su sinuoso cuello hasta que su cabeza quedó a la altura de su jinete. El hombre extendió una mano y con aire ausente, le pareció a Lessa, acarició a su montura.

Ruidosos gritos y chillidos distrajeron a Lessa, y vio más dragones que descendían para posarse sobre el suelo de la caverna, cada uno de los jinetes soltando a una joven, hasta que. se reunieron doce muchachas, incluyendo a Lessa, la cual se mantuvo un poco apartada de las otras, mientras ellas se pegaban la una a la otra. Lessa las contempló con curiosidad, despreciándolas por sus lágrimas, aunque probablemente su corazón no latía con menos rapidez que los de ellas. Simplemente, no creía que las lágrimas representaran ninguna ayuda. Las muchachas no habían sufrido ningún daño, que ella pudiera ver, de modo que sus sollozos estaban fuera de lugar. Su desprecio le hizo adquirir consciencia de su propia temeridad, y respiró a fondo contra la frialdad que había dentro de ella. Deja que ellas tengan miedo, se dijo a sí misma. Ella era Lessa de Ruatha, y no tenía por qué asustarse.

En aquel preciso instante, el huevo dorado se movió convulsivamente. Abriendo la boca al unísono, las muchachas se alejaron de él, apretándose contra la pared de roca. Una de ellas, una rubia encantadora, con su pesada trenza de cabellos dorados colgando hasta el suelo, inició un movimiento en dirección al huevo pero se detuvo, gritando, y retrocedió precipitadamente para ir a buscar consuelo entre sus compañeras.

Lessa se giró para mirar lo que podía haber provocado aquella expresión de horror en el rostro de la muchacha. Pero también ella retrocedió unos pasos, involuntariamente.

En el sector principal del suelo arenoso, varios de los huevos moteados se habían abierto ya. Las crías, croando débilmente, estaban avanzando hacia —y Lessa tragó saliva— los muchachos reunidos estólidamente en un semicírculo. Algunos de ellos no eran mayores de lo que era ella cuando el ejército de Fax había invadido el Fuerte de Ruatha.

Los chillidos de las mujeres se convirtieron en ahogados sollozos cuando una de las crías extendió garra y pico para agarrar a un muchacho.

Lessa se obligó a sí misma a contemplar cómo el joven dragón aporreaba al muchacho, arrojándolo bruscamente a un lado como si estuviera insatisfecho en algún sentido. El muchacho no se movió, y Lessa pudo ver la sangre que brotaba de las heridas que el dragón le había infligido.

Una segunda cría se acercó a otro muchacho, parándose ante él, agitando inútilmente sus alas, irguiendo su pelado cuello y croando una parodia del estimulante canturreo que Mnementh emitía con frecuencia. El muchacho levantó una mano indecisa y empezó a rascar uno de los párpados del animal. Sin dar crédito a sus ojos, Lessa observó cómo la cría, su canturreo cada vez más melodioso, inclinaba la cabeza, empujando al muchacho, en cuyo rostro se reflejó una sonrisa de júbilo ante la realización de lo que le había parecido increíble.

Apartando sus ojos de aquel asombroso espectáculo, Lessa vio que otra cría iniciaba la misma maniobra con otro muchacho. Entretanto, habían surgido dos dragones más. Uno de ellos había derribado a un muchacho y estaba andando encima de él, indiferente al hecho de que sus garras estaban abriendo grandes heridas. La cría que seguía a su camarada de eclosión, se detuvo junto al muchacho herido, tocando con su cabeza la cara del muchacho, canturreando ansiosamente. Mientras Lessa miraba, el muchacho logró ponerse de pie, con lágrimas de dolor descendiendo por sus mejillas. Lessa pudo oírle diciéndole al dragón que no se preocupara, que sólo había recibido unos cuantos arañazos.

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