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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El trono de diamante (36 page)

Sparhawk dejó de prestarle atención. Prácticamente, Tynian no había cesado de hablar desde que abandonaron Chyrellos y cruzaron la frontera del reino sureño de Cammoria. Si bien en un principio sus narraciones resultaban divertidas, finalmente terminaron por sonar reiterativas. Si sus palabras fueran ciertas, Tynian habría participado en todas las batallas y en cada una de las escaramuzas menores que habían acaecido en el continente Eosiático en el transcurso de los últimos diez años. No obstante, Sparhawk llegó a la conclusión de que, aun cuando podría ser tildado de inveterado fanfarrón, no era más que un ingenioso fabulador que colocaba siempre a su persona en el centro de cualquier acontecimiento para conferirle un carácter de inmediatez. Por tanto, representaba un pasatiempo inofensivo que ayudaba, además, a hacer más llevadero el camino que les separaba de Borrata.

El sol lucía con más fuerza en las tierras que atravesaban que en Elenia y la brisa que esparcía los nubarrones en el brillante cielo azul transportaba aromas que auguraban la pronta llegada de la primavera. Tynian era casi tan despreocupado como Kalten. No obstante, su poderoso torso y la manera profesional de empuñar su arma indicaban que sería un eficaz luchador si se presentaba la ocasión de demostrarlo. Bevier poseía una personalidad más nerviosa. A los caballeros cirínicos se les tachaba de ser muy formales y piadosos, además de susceptibles. Esas características recomendaban tratar con cuidado a Bevier. Sparhawk decidió hablar a solas con Kalten. Sería preferible que su amigo reprimiera un poco su gran afición a las bromas en lo que concernía a Bevier. Sin embargo, el joven cirínico podía representar una gran ayuda en caso de eventuales contratiempos.

Ulath era un enigma. Poseía una reputación intachable, pero Sparhawk apenas había tenido contacto con los caballeros genidios del lejano reino norteño de Thalesia. Se les reputaba de temibles guerreros, pero el que sólo llevaran cota de malla en lugar de armadura de acero preocupaba ligeramente a Sparhawk. Resolvió sondear al fornido thalesiano al respecto. Refrenó levemente a
Faran
para permitir que Ulath le diera alcance.

—Bonita mañana —comentó amigablemente.

Ulath respondió con un gruñido. Sparhawk consideró difícil propiciar una conversación con él, mas, de pronto, sorprendentemente, comenzó a hablar.

—En Thalesia la tierra aún está cubierta por dos pies de nieve —dijo.

—Debe de ser terrible.

—Uno se acostumbra —replicó Ulath, al tiempo que se encogía de hombros—. Por otra parte, con la nieve, se encuentra buena caza: jabalíes, ciervos, trolls, ese tipo de animales.

—¿De veras cazáis trolls?

—A veces. En ciertas ocasiones algún troll enloquece y, si baja a los valles habitados por los elenios y empieza a matar vacas o personas, debemos capturarlo.

—He oído decir que son muy grandes.

—Sí. Bastante.

—¿No resulta un poco peligroso enfrentarse a uno de esos seres protegido solamente con una cota de malla?

—No demasiado. Únicamente utilizan garrotes. Pueden romperle las costillas a un hombre, pero no suelen causar más daños.

—¿No sería más seguro llevar armadura?

—No es conveniente cuando se deben cruzar ríos, y en Thalesia hay muchos. Uno puede desprenderse de la cota de malla aunque esté sentado en el fondo de un lecho, pero difícilmente podría contener la respiración el tiempo que tarda en quitarse toda una armadura.

—Es una explicación convincente.

—Así nos lo pareció. Hace tiempo tuvimos un preceptor que decidió que debíamos llevar armaduras al igual que el resto de las órdenes, simplemente por cuestión de apariencia. Para mostrarle su error arrojamos a uno de nuestros hermanos vestido con cota de malla a la bahía de Emsat. Se deshizo de ella rápidamente y en menos de un minuto ya había alcanzado la superficie. El preceptor llevaba una armadura completa y, cuando lo tiramos al agua, no consiguió salir. Quizá descubrió algo interesante en el fondo.

—¿Ahogasteis a vuestro preceptor? —preguntó perplejo Sparhawk.

—No —lo corrigió Ulath—. La armadura hizo que se ahogara. Después elegimos a Komier como sustituto. Tiene más sentido común y no se le ocurren ese tipo de sugerencias estúpidas.

—Los genidios constituís una orden un tanto independiente. ¿Realmente escogéis a vuestros preceptores?

—¿No lo hacéis vosotros así?

—No exactamente. Nosotros enviamos una lista de nombres a la jerarquía y sus miembros toman la decisión.

—Nosotros les facilitamos la tarea. Sólo les proporcionamos un nombre.

Kalten se aproximó a medio galope. Durante un rato había cabalgado a un cuarto de milla de distancia del resto para detectar posibles peligros.

—Ocurre algo extraño allá delante, Sparhawk —informó con nerviosismo.

—¿A qué te refieres al decir extraño?

—Se divisa un par de caballeros pandion en la cima de la próxima colina.

La voz de Kalten sonaba ligeramente tensa y su rostro aparecía perlado de sudor.

—¿Quiénes son?

—No he ido a preguntárselo.

—¿Qué sucede? —inquirió Sparhawk, al tiempo que miraba fijamente a su amigo.

—No estoy seguro —repuso Kalten—. He tenido el presentimiento de que no debía acercarme a ellos. Creo que quieren hablar contigo, pero no me preguntes cómo he llegado a esa conclusión.

—De acuerdo —dijo Sparhawk—. Iré a su encuentro.

Espoleó a
Faran
y ascendió al galope la extensa ladera que se extendía bajo la cumbre del montículo. Los dos hombres, montados a caballo, llevaban la armadura de los pandion, pero no realizaron ninguno de los habituales gestos de saludo al aproximarse a ellos Sparhawk, y tampoco se alzaron la visera. Sus monturas parecían especialmente demacradas, casi esqueléticas.

—¿Qué ocurre, hermanos? —preguntó Sparhawk tras detener a
Faran
a pocas yardas de la pareja.

De pronto, percibió una momentánea oleada de pestilente olor acompañada de una sensación de gelidez que le recorrió todo el cuerpo.

Una de las figuras encubiertas con la armadura se volvió levemente y apuntó su brazo rodeado de acero hacia el otro valle. No pronunció palabra alguna, sino que se limitó a señalar un grupo de desnudos olmos que se levantaban junto al camino a una media milla de distancia aproximadamente.

—No alcanzo a… —comenzó a decir Sparhawk.

Entonces advirtió el súbito destello del sol reflejado en el acero pulido entre el tortuoso ramaje del bosquecillo. Captó un indicio de movimiento y un nuevo destello de luz.

—Comprendo —dijo gravemente—. Gracias, hermanos. ¿Deseáis acompañarnos para desenmascarar a esos rufianes?

Durante un largo momento, ninguna de las dos siluetas de negra armadura respondió; finalmente, una de ellas inclinó la cabeza a modo de asentimiento. A continuación, ambos se movieron, y se situaron uno a cada lado del camino como a la espera de algo.

Desconcertado por su extraño comportamiento, Sparhawk retrocedió para reunirse con el resto de la comitiva.

—Nos aguardan problemas al otro lado de la colina —informó—. Hay un grupo de hombres armados ocultos en una arboleda del valle.

—¿Una emboscada? —inquirió Tynian.

—La gente no suele esconderse si no tiene intenciones hostiles.

—¿Podríais aventurar cuántos son? —preguntó Bevier, al tiempo que desataba el hacha del arzón de su silla.

—No.

—Sólo hay una manera de averiguarlo —decidió Ulath, que a su vez desprendió el hacha.

—¿Quiénes son esos dos pandion? —preguntó ansioso Kalten.

—No lo han dicho.

—¿Te provocaron la misma sensación que a mí?

—¿Qué tipo de sensación?

—Como si la sangre se me hubiera helado en las venas.

—Algo parecido —admitió Sparhawk, a la vez que asentía con la cabeza—. Kurik —dijo a continuación—, vos y Berit llevaréis a Sephrenia, Flauta y Talen a un lugar donde no puedan ser descubiertos.

El escudero hizo un gesto afirmativo.

—Bien, caballeros —concluyó Sparhawk—, vayamos a investigar.

Los cinco partieron al trote montados en sus caballos de guerra con sus múltiples y temibles armas dispuestas para atacar. En lo alto del cerro, los dos silenciosos caballeros de armadura negra se unieron a ellos y, una vez más, Sparhawk percibió aquel hedor y sintió un frío extraño en su interior.

—¿Tiene alguien un cuerno? —preguntó Tynian—. Deberíamos anunciarles nuestra llegada.

Ulath desató la hebilla de una de sus alforjas y extrajo de ella un cuerno curvado y retorcido bastante grande y con la boquilla de bronce.

—¿Qué tipo de animal posee unos cuernos como éste? —inquirió Sparhawk.

—El ogro —respondió Ulath antes de llevarse el singular instrumento a la boca para arrancar de él un estruendoso toque.

—¡Por la gloria de Dios y el honor de la Iglesia! —exclamó Bevier mientras se izaba sobre los estribos blandiendo su hacha.

Sparhawk afirmó la espada en su mano y clavó las espuelas en los flancos de
Faran
. El poderoso caballo, con las orejas abatidas hacia atrás y los dientes apretados, emprendió entusiasmado el galope.

De entre los olmos surgieron gritos contrariados cuando los caballeros de la Iglesia arremetieron colina abajo azotando las altas hierbas a su paso. Luego, unos dieciocho hombres armados salieron de su escondrijo y cabalgaron al encuentro de la carga.

—¡Quieren pelea! —gritó con júbilo Tynian.

—¡Vigilad vuestra espalda al enfrentaros con ellos! —avisó Sparhawk—. ¡Tal vez se escondan más hombres en el bosque!

Ulath alargó el sonido del cuerno hasta el último momento.

Después lo depositó velozmente en la alforja y comenzó a hacer girar su enorme hacha de guerra por encima de su cabeza.

Tres de los emboscados que habían quedado rezagados, en el instante anterior al inicio de la contienda, volvieron grupas y salieron de estampida, presa del pánico.

El primer choque hubiera podido oírse a una milla de distancia. A lomos de
Faran
, Sparhawk conducía la carga. Sus compañeros, tras él, se abrían en abanico hasta dibujar una disposición en forma de cuña. Sparhawk se enderezaba y apoyaba su peso en los estribos para impartir amplios estoques a diestra y siniestra entre los desconocidos. Después de hendir un yelmo, vio cómo se desparramaban la sangre y el cerebro de uno de los adversarios y cómo su cuerpo caía pesadamente de la silla. Su siguiente mandoble atravesó un escudo levantado; el propietario lanzó un grito al sentir la mordedura de la hoja de la espada en el brazo. Tras él se reproducían los sonidos de arremetidas y alaridos provocados por sus amigos, que luchaban denodadamente.

La acometida de los caballeros de la Iglesia abatió a diez hombres, que yacían muertos o tullidos. Cuando giraban para atacar de nuevo, del bosquecillo surgió media docena de enemigos con la intención de asaltarlos por la espalda.

—¡Avanzad! —gritó Bevier, al tiempo que hacía volverse a su montura—. ¡Yo los mantendré a raya mientras acabáis con éstos! —propuso y, de inmediato, los embistió con el hacha en alto.

—¡Ayúdalo, Kalten! —indicó Sparhawk a su amigo y, acompañado de Tynian, Ulath y los dos misteriosos caballeros, continuó su arremetida contra los aturdidos supervivientes.

La espada de Tynian poseía una hoja mucho más ancha que la de los pandion y, por consiguiente, su peso era considerablemente mayor, con lo que su contundencia se veía terriblemente incrementada. Además, Tynian la hundía con igual desenvoltura en la carne que en el metal de las armaduras. Ulath no alardeaba en absoluto de ningún tipo de refinamiento ni sutilidad en el manejo del hacha, y golpeaba los cuerpos humanos como si se tratara de talar árboles.

Sparhawk desvió brevemente su atención hacia uno de los herméticos pandion en el momento en que éste se incorporaba sobre su montura para descargar su arma. Sorprendido, advirtió que lo que empuñaba la mano del caballero oculta bajo el guantelete no era una espada, sino una reluciente aureola parecida a la que el insustancial espectro de sir Lakus había entregado a Sephrenia en el destartalado apartamento de Chyrellos. El alargado nimbo parecía atravesar completamente el tronco del rudo mercenario que tenía enfrente. El rostro del hombre adquirió una mortal palidez al mirar horrorizado su pecho, del que no manaba ni una gota de sangre y cuya herrumbrosa protección metálica permanecía intacta. Con un chillido de terror, arrojó su espada y echó a correr. Tras observar la escena, Sparhawk se centró en un enemigo al que debía atender personalmente.

Cuando hubieron exterminado al primer grupo de emboscados, Sparhawk hizo girar a
Faran
para acudir en auxilio de Bevier y Kalten; sin embargo, comprobó que su ayuda resultaba innecesaria. Tres de los hombres que habían surgido posteriormente de la maleza habían exhalado ya su último suspiro; otro permanecía doblado sobre el caballo mientras se comprimía con las manos el vientre, y los otros dos trataban de contener desesperadamente las estocadas de Kalten y los golpes de hacha de Bevier. Kalten hizo un amago de bajar la espada para poder arrebatar hábilmente el arma de su oponente en el preciso instante en que Bevier descabezaba a su adversario con una certera descarga de su hacha.

—¡No lo mates! —gritó Sparhawk a su amigo cuando éste elevaba la espada.

—Pero… —protestó Kalten.

—Quiero interrogarlo.

El rostro de Kalten se ensombreció de decepción. Sparhawk se aproximó, sorteando los cadáveres que cubrían el suelo.

—Bajad del caballo —ordenó Sparhawk al extenuado y amedrentado cautivo.

El hombre obedeció. Al igual que la de sus compañeros, su armadura, oxidada y mellada en los bordes, se componía de una amalgama de piezas de diversa procedencia. Por el contrario, la espada de que se había incautado Kalten se mostraba afilada y reluciente.

—Al parecer, sois un mercenario —le dijo Sparhawk.

—Sí, mi señor —murmuró el sujeto con acento kelosiano.

—Esta correría no os ha salido como esperabais, ¿no es cierto? —preguntó Sparhawk casi con camaradería.

—No, mi señor —respondió el hombre, con una risa nerviosa, al tiempo que observaba los despojos tendidos a su alrededor—, el resultado ha sido muy distinto de lo que preveíamos.

—Sin embargo, habéis demostrado valor —lo consoló Sparhawk—. Ahora, necesito que me digáis cómo se llama la persona que os contrató.

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