Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I Online
Authors: Louise Cooper
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil
—Se acabó por hoy… —Themila Gan Lin cerró el libro registro de documentos y bostezó, tapándose la boca con la mano. ¡Qué contenta estaré cuando regrese Keridil y se encargue nuevamente de todo! Ningún miembro del Consejo, y menos, si es de grado inferior como yo, puede darse verdadera cuenta de la responsabilidad que tiene que asumir el pobre joven.
Los tres hombres que la habían ayudado en la tediosa tarea de leer el fajo de cartas, instancias, quejas y listas de diezmos que había traído por la mañana un correo de la provincia de la Perspectiva, se levantaron para marcharse. Uno de ellos, anciano consejero, ordenó afectadamente los documentos que le había correspondido examinar, antes de entregarlos. Le molestaba el hecho de que el nuevo Sumo Iniciado hubiese delegado tantos asuntos en manos de Iniciados jóvenes y de menos experiencia, algunos de los cuales —y al pensar esto miró breve pero severamente a Tarod, que estaba leyendo uno de los documentos— ni siquiera eran miembros del Consejo por derecho propio.
—El Sumo Iniciado debería estar de nuevo con nosotros dentro de unos siete días —observó—. Si el tiempo lo permite. Hasta entonces, debemos hacer todo lo posible para aligerar su carga.
Saludó con la cabeza y salió.
Rhiman Han frunció el ceño a espaldas del viejo.
—Que Aeoris proteja a Keridil cuando éste regrese —dijo, con irritación—. Si tiene que seguir tratando con pedantes e indecisos ¡sus cabellos se volverán grises antes de tiempo!
—Es un anciano, Rhiman —le reprendió amablemente Themila—. Trátale con el respeto que se merece por su edad y por su larga dedicación al Consejo.
Rhiman suspiró, furioso.
—¡No entiendo por qué tenemos que atender un número de quejas tan extraordinario! —dijo, golpeando uno de los papeles con el dorso de la mano—. ¿Arreglará el Círculo esta situación? ¿Puede el Círculo intervenir aquí? ¿Qué piensa hacer el Círculo en este caso…? ¿A qué se dedican los Margraves provinciales?
Tarod dobló el documento que había estado leyendo y lo devolvió a Themila.
—Los Margraves de la mayoría de las provincias tienen demasiados problemas que atender y no pueden ocuparse de todo, Rhiman. Los ataques de los bandidos se han hecho todavía más frecuentes, y ahora han surgido otras dificultades. Inundaciones en las Grandes Tierras Llanas del Este; terribles tormentas en Perspectiva; Warps…
—Gracias por decirme algo que ya sabíamos en el Consejo desde el final del verano —replicó Rhiman, sarcástico. En cuanto a Perspectiva, mi propio clan…
—Siéntate y no te excites —dijo vivamente Themila al pelirrojo Rhiman—. Sabemos que estás tan enterado como cualquiera de las dificultades de las provincias. La cuestión es: ¿qué podemos hacer para remediarlas?
Rhiman resopló y tomó el papel de encima del montón colocado sobre la mesa.
—Escuchad esto. Tres caravanas de mercaderes cayeron en sendas emboscadas durante el mes pasado, con pérdida de diecisiete vidas, y una de ellas traía diezmos al Castillo. Y nosotros, sentados y encerrados en nuestra fortaleza, sin hacer nada…
Tarod recordó con inquietud sus propias palabras a Keridil durante la noche del banquete.
—¿Qué aconsejarías tú? —preguntó.
—¡Maldita sea! ¡Aquí hay hombres suficientes, bien adiestrados en la lucha, para acabar con esta plaga antes de que se escape totalmente a nuestro control!
—Esta no es la solución. Nosotros no somos agentes de la ley, Rhiman; no en un sentido tan mundano. Estoy de acuerdo en que deberíamos ayudar a los Margraves, pero tiene que haber métodos mejores.
—¿Acaso la idea de luchar atenta a la dignidad de un séptimo grado, Tarod? —le pinchó Rhiman—. ¿O tienes miedo de mostrar tus propias deficiencias?
Tarod palideció, irritado, y replicó:
—No recuerdo haber tenido muchas dificultades contigo en el palenque.
Rhiman enrojeció, furioso, y Themila se dio cuenta de que tardaría mucho tiempo en perdonar a Tarod, si es que llegaba a perdonarle alguna vez, la derrota que le había infligido durante las celebraciones. Rhiman se tomaba la esgrima muy en serio, y el hecho de que una combinación de rapidez, astucia y suerte hubiese dado la victoria a Tarod era para él un insulto casi intolerable. Ahora, el pelirrojo se levantó y a punto estuvo de volcar su silla.
—Tengo cosas mejores que hacer que discutir con necios y cobardes —gritó. Si me necesitas, Themila, ya sabes dónde encontrarme.
Y salió, cerrando de golpe la puerta a su espalda.
Themila suspiró.
—Rhiman Han es un enemigo peligroso, Tarod. No tenías que haberle recordado aquella derrota.
—Sería más peligroso como amigo…
La antipatía que Tarod sentía por él había aumentado recientemente. En especial desde que había descubierto el origen de algunas malévolas observaciones referentes a su noviazgo con Sashka. Rhiman no era el único que se alegraría del regreso de Keridil.
Themila se levantó y empezó a guardar los papeles, pensando que era prudente cambiar de tema.
—Hablando de Keridil, ¿has leído la carta que envió desde Shu-Nhadek?
—Sí. Me he alegrado al saber su opinión sobre el nuevo Alto Margrave. Parece que el muchacho tiene una buena cabeza sobre los hombros.
—¡Así habla el Anciano del Círculo! —Themila rió—. Ten cuidado, Tarod, ¡o todavía haremos de ti un Consejero!
—Gracias, pero me conformo con seguir siendo lo que soy.
—¿De veras? Últimamente he empezado a preguntarme si es así.
El la miró rápidamente.
—¿Qué quieres decir?
Themila volvió a sentarse.
—Tarod, ¿eres feliz? He visto la alegría que sientes por causa de Sashka, y me he regocijado por ti, pero… ¿Eres feliz por ti mismo? —vaciló y después se arriesgó a decir lo que pensaba—. Sinceramente, hay algo en tu aura que ha empezado a recordarme cómo eras hace unos meses… antes de la muerte de Jehrek.
Tarod no dijo nada; sólo siguió mirándola, y ella, animada, prosiguió:
—Después de tu… fiebre, pareció que habías recobrado el ánimo, pero ahora es como si volvieras a aquel tiempo pasado. ¿Son de nuevo los sueños, Tarod?
—Themila…, me dijiste que no eras vidente…
—No hace falta serlo para ver lo que es evidente. Sobre todo conociéndote, como yo te conozco, desde que eras niño. —Le tomó una mano y la sujetó cuando él trató delicadamente de retirarla—. ¿Verdad que no estaría bien que empezaras tu nueva vida con Sashka mientras se cierne todavía una nube sobre tu cabeza?
Esto era tan parecido a sus propios pensamientos que sintió una punzada de dolor. En su última carta, entregada por uno de los criados de su padre, que había cabalgado desde Han con este fin, Sashka le había explicado que debía permanecer un poco más de tiempo con su familia, pero le pedía que se reuniese con ella para que, según sus propias palabras, sus padres pudiesen ver con sus ojos por qué te amo con todo mi corazón. Pero aunque ansiaba ir, estar con ella, comprendía el riesgo que tendría que correr y esto le retenía. No podía mezclar a Sashka en esto; tenía que librarse de ello, para poder cumplir sus promesas con la mente y el corazón tranquilos.
Pero ¿cómo podía revelarse contra Yandros, si lo único que sabía de la naturaleza y las intenciones de aquel ser extraño eran los recuerdos confusos de un sueño febril?
Y Themila era lo bastante lista para haber adivinado que había vuelto a soñar últimamente: no las monstruosas pesadillas del pasado, sino extrañas experiencias medio astrales, que eran dominadas por una pulsación fuerte y profunda, como si algún péndulo gigantesco marcase eternamente el paso del tiempo justo más allá del borde de la conciencia. No comprendía el significado de los sueños, pero sabía que eran importantes. La hora de que había hablado Yandros se estaba acercando…
Miró una vez más a Themila; después tomó la decisión sobre la que había estado reflexionando durante varios días. No podía desafiar él solo a Yandros; pero con ayuda de alguien en quien pudiese confiar, tal vez tendría una posibilidad…
—Themila —dijo—, todavía no quiero explicártelo todo. Pero cuando regrese Keridil, tendré que pediros algo a los dos.
La hechicera le miró cariñosamente.
—Sabes que te ayudaré en todo lo que pueda. Pero ¿no puedes decirme ahora lo que es?
El sacudió la cabeza.
—No. Perdóname, pero tengo que esperar la vuelta de Keridil. Necesito el consentimiento del Sumo Iniciado, así como su ayuda, para lo que quiero hacer.
—Muy bien, Tarod; no insistiré. Pero quiero, a mi vez, pedirte algo.
—Lo que quieras —dijo él, con una sonrisa—. Sabes que puedes hacerlo.
Ella asintió con la cabeza, con semblante temeroso.
—No te retrases más de lo necesario. Tengo la impresión…, sólo una impresión, fíjate bien…, de que podría ser muy imprudente…
—Keridil, ¡cuánto te envidio! —Themila sonrió ampliamente al Sumo Iniciado, al hacer chocar sus copas de vino—. Brindo por tu éxito, ¡y por tu evidente buena salud! Y demos gracias a Aeoris de que hayas regresado sano y salvo.
Ambos hicieron la señal tradicional y, después, Keridil se retrepó en su silla con un suspiro de satisfacción. Se alegraba de poder pasar la primera velada después de su regreso al Castillo en compañía de sus más íntimos amigos. Mañana volvería a asumir la carga de sus responsabilidades, pero esa noche quería gozar de un breve respiro del ceremonial.
—El color moreno de mi piel se debe más al viento del oeste que al sol —dijo irónicamente—. Por los dioses que no creía que en Shu y en Chaun del Sur pudiese hacer tanto frío en esta estación.
—Pero la Isla de Verano… —dijo Themila.
—Ah, esto es otra cuestión. Es muy hermosa, Themila, con bellos jardines, soberbios terrenos de caza, y la corte del Alto Margrave es… —sacudió la cabeza, incapaz de encontrar palabras para describir lo que había visto—. ¡No sabía que pudiese haber tanto arte en este mundo! Mira, la piedra es una especie de cuarzo y, al amanecer y al anochecer, el palacio brilla como una enorme joya cuando las facetas de cristal reflejan la luz sesgada… Y aunque la isla es pequeña, se diría que es un gran continente, dada la variedad de cosas que contiene. —El recuerdo le hizo sonreír—. Cuando te vas a las playas orientales y miras hacia el mar, y piensas que más allá del horizonte no hay nada, nada, hasta el fin del mundo…
Ella se echó a reír.
—Pero ¿qué me dices de la vista que tenemos aquí, desde el Castillo?
—Lo sé…, pero hay una gran diferencia. Hacia el norte, la perspectiva es escalofriante, desolada; pero aquí, el mundo parece lleno de vida y de esperanza. —Keridil levantó la mirada, confuso—. Perdona; empiezo a hablar como un bardo de tercera clase.
—Tonterías. —Themila se inclinó hacia adelante—. ¿Y la Isla Blanca? ¿La viste también?
La expresión del Sumo Iniciado se serenó, y ella vio un destello de reverencia en sus ojos.
—Oh, sí… Sólo desde lejos, naturalmente; nadie, salvo los guardianes, puede poner allí los pies, a menos que se haya convocado un Cónclave. Pero pasamos lo más cerca posible de allí antes de atracar en el puerto de Shu-Nhadek. Había una niebla espesa, pero pude ver la cima del Santuario.
Themila contuvo el aliento. Todos los Iniciados ansiaban ver el lugar más sagrado de toda la tierra, una pequeña isla frente a la costa del lejano sur. Según la leyenda, era allí donde Aeoris había tomado forma humana y ordenado a sus seis hermanos que emprendiesen la última batalla contra los poderes del Caos. Y allí, en el corazón de un antiguo volcán, estaba el Cofre que nunca había sido abierto, y nunca lo sería si las fervientes plegarias de Themila eran escuchadas. Solamente en caso de una terrible catástrofe, podría un Sumo Iniciado, en presencia del Alto Margrave y de la Matriarca de la Hermandad, abrir la sagrada reliquia y llamar de nuevo a la tierra a los Señores del Orden.
—Así pues —dijo al fin Themila, todavía pasmada por la idea de la experiencia de Keridil—, tu viaje ha sido un gran éxito. Me alegro mucho, Keridil…
El le sonrió cariñosamente.
—Sin embargo, Themila, me alegro de estar de nuevo en casa. A pesar de nuestro clima norteño, el Castillo sigue atrayéndome, y no puedo estar mucho tiempo lejos de él.
Permanecieron unos minutos en silencio, como dos buenos amigos, y después Keridil dijo:
—¿Dónde está Tarod? Pensaba que se reuniría esta noche con nosotros.
—Y lo hará. —Themila pareció fijarse, de pronto, en una pequeña cicatriz que tenía en la mano—. Le pedí que me dejase estar primero un rato contigo. He pedido a Gyneth que cuando llegue Tarod nos sirva una cena en privado, aquí.
Algo en su voz la delató. Keridil se inclinó hacia adelante.
—¿Pasa algo malo, Themila?
—Malo…, bueno…, sí, creo que sí.
Sin pretenderlo él, una idea pasó inmediatamente por la mente de Keridil. Algo entre Tarod y Sashka…, pensó, con un ligero destello de esperanza que le hizo avergonzarse. Sintió un escalofrío de culpa ; rechazó la idea, trató de convencerse de que no la había tenido jamás.
—¿Qué ha pasado?
Themila eligió sus palabras con cuidado.
—No ha pasado nada todavía, Keridil. Pero, hace ocho días, Tarod nos pidió ayuda. Lo hizo con rodeos, ya sabes cómo es, pero el mensaje fue bastante claro. Y creo que tiene algo que ver con los sueños que provocaron antes aquel desastre.
Keridil silbó suavemente entre los dientes.
—Pensaba que todo esto era agua pasada…
—También yo lo pensaba. Se le ve muy cambiado desde que se restableció, y particularmente desde que tiene a Sashka. Pero lo veo, Keridil. Ha vuelto la antigua oscuridad.
—¿Y qué me dices de Sashka? —preguntó el Sumo Iniciado, forzando sus palabras—. ¿Está todavía en el Castillo?
—Afortunadamente, no. Volvió a la Tierra Alta del Oeste hace algún tiempo, y ahora está con su familia, haciendo los preparativos para la boda. Creo que… —Themila vaciló, preguntándose si estaría abusando de la confianza depositada en ella; pero decidió que no—: Creo que ha estado escribiendo a Tarod, tratando de persuadirle de que vaya junto a ella. ÉI no lo hará… y tampoco la traerá de nuevo al Castillo.
—Si estás en lo cierto, será muy prudente por su parte. Pero ¿por qué…? —y Keridil se interrumpió al oír que llamaban a la puerta.
Themila pareció aliviada.
—Confiemos en que pronto lo sabremos —dijo.
Tarod firmó al pie de la página, vertió arena fina sobre la tinta y la secó. Había deseado ardientemente explicar la verdad a Sashka, pero al fin lo había pensado mejor y no lo había hecho. Solamente le había dicho, en la carta, que asuntos vitales del Círculo le obligaban a permanecer en el Castillo…, lo cual era verdad…, pero que dentro de pocos días saldría de la Península e iría a reunirse con ella en la Residencia de la Tierra Alta. Entonces podrían hablar los dos con Kael Amion y tomar las últimas decisiones para la boda. Mientras escribía esto, había rezado en silencio para que pudiese cumplir su promesa. Lo que proyectaban hacer Keridil y Themila y él podía ser muy arriesgado…, pero era la única manera de dar respuesta a unas preguntas que tenían que ser contestadas antes de que se atreviese a dar más pasos para lograr su propia felicidad. Fuese como fuere, pronto sabría si lo habían conseguido.