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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (20 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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—Gracias, Señor —dijo, empleando todavía el tratamiento formal, pero dirigiéndole al mismo tiempo una mirada desafiadora y prometedora—. Empezaba a temer que pasaría toda la velada como una extraña al lado de mi padre.

El sonrió, divertido.

—¿Es tu primera visita al Castillo?

—Sí… Desde luego, había oído hablar mucho de él. Pero nada puede compararse con lo que es en realidad. —Miró a su alrededor; las luces, los colores, el movimiento, y bajó los ojos como disculpándose—. Confieso que me siento un poco aturdida.

Tarod hizo una seña a un criado que pasaba y pidió una botella y dos copas.

—Siempre he creído que el vino es un buen remedio contra la incertidumbre. ¿Puedo…?

—Gracias. —Esperó a que él escanciase el vino y, después, ambos levantaron sus copas, haciéndolas chocar ligeramente. La muchacha tomó un sorbo y asintió con la cabeza en señal de aprobación—. Una buena cosecha. De Chaun del Sur…, ¿de la penúltima estación?

—Exacto. Te felicito por tus conocimientos.

Ella se echó a reír, mostrando unos dientes perfectos e iguales.

—¡Oh, me han estado enseñando desde la infancia! Mi padre posee muchos viñedos en la provincia de Han, y siempre hemos envidiado el clima y las condiciones del suelo de Chaun del Sur.

—¿Y no has sentido deseos de seguir las aficiones de tu padre? —preguntó él, alargando una mano y rozando ligeramente con un dedo el velo que llevaba ella.

Sashka sonrió.

—Es una labor impropia de una mujer…, al menos en Han. Mi clan consideró más adecuado que ingresase en la Hermandad.

A Tarod le costó imaginar que aquella joven se doblegase a los deseos de otros, a menos de que coincidiesen con los suyos.

—Y tú, ¿qué opinas? —le preguntó.

—Oh, yo estoy más que satisfecha con mi suerte. Ser Hermana es una posición sumamente apreciada…, sobre todo si se pertenece a la Residencia de la Tierra Alta del Oeste.

—¿La Tierra Alta del Oeste? Entonces estás bajo la tutela de Kael Amion…

Sashka se sorprendió e impresionó por la familiaridad con que su acompañante hablaba de la mujer que, para las Novicias bajo su tutela, estaba sólo un peldaño por debajo de los dioses.

—Desde luego, no conozco personalmente a la Señora, o sólo muy poco… Pero sí, es nuestra excelsa Superiora. —De pronto, deseosa de no verse rebajada a los ojos de él, irguió la espalda—. Yo soy la Hermana Novicia Sashka Veyyil, hija de Frayn Veyyil Saravin.

Tarod arqueó una ceja. Conocía la influencia del clan Saravin; no era de extrañar que la hija de un Saravin hubiese conseguido una plaza en la comunidad de Kael Amion. Sin embargo, aunque era sabido que Kael exigía un alto nivel de inteligencia, no podía detectar en Sashka las dotes latentes propias de una Hermana; y recordó con ligera ironía la casi dolorosa clarividencia de la vaquera Cyllan, cuya humilde cuna le había impedido sacar buen partido de su talento natural…

El hilo de sus pensamientos fue cortado por la voz bien modulada de Sashka.

—Bueno, Señor, ahora estoy en desventaja contigo. Tú sabes mi nombre y yo ignoro el tuyo.

El la miró a los ojos.

—Me llamo Tarod. —Y como ella esperase que continuase, añadió—: Iniciado de séptimo grado del Círculo.

—¿Sólo Tarod? ¿Cuál es el nombre de tu clan?

Tarod sonrió débilmente.

—No tengo nombre de clan.

Un Adepto del grado más alto que no quería revelar su clan
… Sashka estaba ahora doblemente intrigada, acuciada su imaginación por toda clase de agradables especulaciones. Estaba a punto de hacerle una pregunta cuidadosamente formulada, para persuadirle de que le revelara más sobre su pasado, cuando alguien les interrumpió.

—Sashka…, ¡conque estabas aquí! Te he estado buscando. —Frayn Veyyil Saravin tomó a su hija del brazo y miró especulativa y recelosamente a Tarod, reconociendo la insignia de Iniciado, pero inseguro en lo tocante a su grado—. Buenas noches, Señor.

Sashka se desprendió e hizo, disimuladamente, frenéticos ademanes para alejar a su padre, pero éste no se dio por enterado. Tarod miró a aquel hombre corpulento hasta que éste desvió los ojos bajo las tupidas cejas, vacilando. Después respondió fríamente:

—Señor…

Frayn carraspeó ruidosamente y levantó la voz para hacerse oír sobre la música, que estaba empezando de nuevo.

—No bailabas, Sashka, y pensé que podrías hacerlo conmigo…

—Estaba bailando, padre —dijo Sashka, tratando de que su voz sonase normal entre los dientes furiosamente apretados—. El Iniciado vio que no tenía pareja y se ofreció amablemente a acompañarme.

—¡Hum…, si! Muy amable de tu parte. Eres muy amable, Señor, y te doy las gracias. Pero ahora, Sashka, ¿permitirás que un viejo…?

Ella tenía que acceder, si quería evitar una escena embarazosa. Componiendo su semblante, se volvió de nuevo a Tarod y se inclinó como solían hacer las Hermanas.

—Gracias, Tarod. Espero que volvamos a vernos antes de que termine la velada.

Estaba resuelta a decir la última palabra a pesar de la visible contrariedad de su padre, y Tarod la miró con expresión de divertida aprobación. Le estrechó brevemente la mano.

—Estoy seguro de ello.

Frayn Veyyil Saravin condujo a su hija a la pista con una prisa casi ridícula y, cuando hubieron ocupado su sitio en la formación, dijo furiosamente en voz baja:

—¡Conque estabas bailando! ¡Jamás había visto tanta desfachatez! ¡Me avergüenzo de ti!

—¡Oooh, padre…!

—¡Nada de oh, padre, hija! Dirigirte descaradamente a un desconocido sin haber sido presentados, aceptar su invitación sin pedirme siquiera permiso, y después sentarte a coquetear con él delante de todo el mundo…

—¡Es el mejor amigo del Sumo Iniciado! —replicó Sashka, en un ronco murmullo—. Y si no hubieses tardado tanto en cumplir tu promesa de presentarme a él…

—¡Que Aeoris nos ampare! ¿Te imaginas que puedo hacer milagros? ¡Estas cosas requieren tiempo Sashka! Además… —farfulló, buscando las palabras adecuadas, pues no quería irritar a su hija, pero lo que había observado le había alarmado en grado sumo—. Además, pensaba que era a Keridil Toln a quien querías conocer.

Ella le miró de soslayo y sonrió dulcemente. El había visto otras veces aquella expresión y sabía lo que significaba.

—El Sumo Iniciado tiene muchas otras pretendientes, padre —dijo suavemente—, y creo que no me gustaría tener que luchar por un sitio en la larga cola. Sería muy poco digno.

Conque así estaba la cosa… Se lo había temido…

—Si es esto lo que piensas, ¡puedes elegir entre mil o más, Sashka! Pero no a ése… Tiene una mirada peligrosa que no me gusta nada.

—Es un Adepto de séptimo grado.

Esperó a que la información surtiese efecto y se alegró al ver que la severa desaprobación de su padre empezaba a flaquear.

—¿ De séptimo…?

—Sí. Y sólo tiene unos pocos años más que yo; lo cual quiere decir que le espera un gran futuro. El clan podría esperar un trato mucho peor…

—Por los dioses, niña, no estarás pensando…

—No estoy pensando en nada, padre, por ahora… Pero me gustaría volver a verle.

Frayn comprendió que estaba vencido. Desde que era pequeña, Sashka le había manipulado como si fuese arcilla en sus manos. Si quería estudiar las posibilidades de una alianza con el alto Adepto de cabellos negros, nada podría hacer él para impedírselo. Y si el hombre era un séptimo grado, tenía que confesar que el enlace podía ser conveniente…

—Vamos, padre. —Le estrechó las manos, sonriendo alegremente, y con ello acabó de desarmarle—. Esto es una fiesta. No me pongas mala cara… Divirtámonos con el baile y, durante un rato, ¡no pensemos en el futuro!

—…Es un arduo problema, Sumo Iniciado, y no me importa confesar que nuestros recursos han disminuido mucho al tratar de luchar contra esta plaga. —El Margrave de la provincia de la Esperanza hizo una mueca y sacudió la cabeza gris, mirándose los zapatos con hebillas de plata—. Durante las dos últimas lunas, nuestras villas y pueblos han sufrido no menos de cinco ataques de los bandidos, y esto sin contar los incidentes que pueden no haber llegado a mis oídos. Es como si todas las bandas se hubiesen unido en alguna clase de organización… o como si estuviesen impulsadas por alguna fuerza exterior.

Keridil vio que Tarod fruncía rápidamente el ceño y, al mirarle, asintió casi imperceptiblemente con la cabeza: Las palabras del viejo Margrave habían hecho sonar una campana inquietante en el fondo intuitivo de su mente, y no le sorprendió que Tarod sintiese algo parecido. Otras provincias le habían informado ya del súbito e inexplicable aumento de las actividades de grupos de bandoleros. Caravanas de mercaderes asaltadas; rebaños diezmados; pequeñas aldeas remotas saqueadas, y mieses quemadas en los campos…; algo que amenazaba con adquirir las proporciones de una epidemia. Y parecía no haber motivo ni razón para ello; no había aparecido ningún cabecilla bajo cuyo mando se uniesen las bandas. Aparentemente, las pandillas desparramadas de bandoleros habían aumentado independientemente sus actividades, pero con una coordinación que indicaba que actuaban de consuno. No podía ser mera coincidencia.

—Desde luego, protegemos a la gente de la provincia lo mejor que podemos —siguió diciendo el Margrave, con voz cansada—. Pero sólo tenemos un número reducido de voluntarios a nuestra disposición, y todavía menos hombres de armas capacitados para adiestrarles. —Sus negros ojos se fijaron brevemente en los de Keridil, y éste reconoció una súplica en ellos; la tercera de la noche—.Si fuese posible que unos pocos Iniciados, no más de dos o tres, pudiesen estar con nuestras fuerzas… La destreza de los espadachines del Castillo es legendaria…

Keridil suspiró, lamentando tener que repetir la respuesta que ya había dado a los Margraves de la provincia Vacía y de las Grandes Llanuras del Este.

—Desgraciadamente, Señor, sólo tienen capacidad para combatir en los torneos. Tal vez hubo un tiempo en que los Iniciados representaron un papel como agentes de la ley, además de campeones, pero —y sonrió forzadamente— nuestras tierras han estado en paz durante tanto tiempo que no podríamos representar ese papel aunque quisiéramos.

—Sin embargo, la mera presencia de hombres del Círculo…

—Asustaría menos de lo que tú y yo quisiéramos a una pandilla de bandoleros resueltos —dijo Keridil. Se sentía frustrado por su incapacidad de ofrecer al hombre algo más que consejo y consuelo; las palabras no resolverían los problemas de la Provincia de la Esperanza, pero eran todo lo que tenía. Al cabo de un momento, añadió—: Sin embargo, llamaré personalmente la atención del Alto Margrave sobre el asunto cuando nos reunamos.

—Desde luego… viajarás a la Isla de Verano cuando terminen las celebraciones… —El viejo asintió con la cabeza, tratando de poner a mal tiempo buena cara—. Bueno, Sumo Iniciado, te doy las gracias por haberme escuchado. No quería agriar las fiestas con nuestros problemas provinciales, pero…

—No has hecho tal cosa, antes al contrario; te agradezco que me hayas llamado la atención sobre ellos.

El Margrave se volvió para marcharse, pero Tarod dijo de pronto :

—Los bandidos, Margrave, ¿son los únicos que causan problemas en la Esperanza?

El Margrave se detuvo.

—Discúlpame, pero no sé exactamente qué quieres decir…

—Me preguntaba, Señor, si habéis experimentado un aumento igualmente súbito en otras clases de daños. —Miró a Keridil—. Algo ha llegado a mis oídos esta tarde, y nuestra propia experiencia lo confirma. Margrave, ¿ha aumentado la frecuencia de los Warps?

El viejo se pasó la lengua por los labios.

—Ahora que lo mencionas, sí… Durante los meses pasados, en realidad desde la muerte del anciano Sumo Iniciado, se han producido varios Warps. —Se estremeció súbitamente—. Son cosas que uno prefiere olvidar con la mayor rapidez posible, y por esto no creí… Pero supongo que no puede haber relación entre ambas cosas, ¿verdad?

—Relación directa, no —convino Tarod—. Pero me pregunto si el aumento simultáneo de ambas cosas podría indicar la existencia de algo que todavía ignoramos.

Advirtió la mirada aguda de Keridil, pero la expresión del Margrave seguía siendo de perplejidad.

—Si hay una relación, Señor, ¡que Aeoris nos ampare! —dijo sinceramente—. Pero confieso que la idea escapa a mi comprensión.

En cuanto se hubo marchado el viejo, Keridil se volvió a Tarod.

—No me habías dicho nada de tus sospechas.

—¿Cómo podía hacerlo? Nada había sabido de las acciones de los bandidos hasta esta noche. Pero ahora que lo sé, si las añado a nuestras propias y recientes experiencias en el Castillo, tengo una impresión que no me gusta, Keridil. Algo se está cociendo, y lo huelo.

—Seguramente la lógica nos dice que no puede haber relación posible entre los Warps y los ataques de los bandidos, Tarod.

—¡Maldita sea la lógica! —dijo vivamente Tarod, y en seguida bajó la voz, consciente de que los que se hallaban cerca de ellos estaban escuchando—. La lógica es buena para la gente como el Margrave de Esperanza, y conviene que así sea; nadie espera que explore más allá de los límites de lo que puede ver y tocar. Pero se supone que nosotros trascendemos tales restricciones. ¿O estamos empezando a olvidar nuestro verdadero objetivo?

—Esto es absurdo…

—¿Lo es, Keridil? —Los ojos verdes de Tarod brillaron con fiereza—. ¿No nos estaremos engañando, aquí en nuestra fortaleza, sin nadie que nos contradiga o nos juzgue o señale nuestros defectos? Tres Margraves han pedido la ayuda del Círculo esta noche, ¿y qué hemos podido ofrecerles? ¡Nada! ¡Somos impotentes! Tal vez el viejo tenía razón; tal vez serviríamos mejor a este país como una fuerza de mercenarios que como una comunidad de hechiceros.

Aunque trató de disimularlo, la censura impresionó a Keridil; sobre todo porque reflejaba sus propias frustraciones. La frecuencia de los Warps había preocupado mucho a Jehrek, y desde su muerte habían aumentado aún más. Sin embargo, todos los esfuerzos del Círculo para comprender las razones de aquel súbito cambio que parecía afectar a todo el mundo habían sido inútiles, por no hablar del descubrimiento de su origen. Pero Tarod era el primero en expresar con palabras la gran inquietud que había estado incubándose en lo más hondo de Keridil.

—Sé tan bien como tú lo que ha conseguido, o mejor dicho, lo que no ha conseguido últimamente nuestra hechicería —dijo pausadamente, mirando a Tarod con ojos cándidos—. ¿Tienes tú una respuesta mejor?

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