Read El retorno de los Dragones Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (58 page)

—¿Pero qué valor puede tener una vida en estas condiciones?

—Esta es una buena pregunta, joven mujer —murmuró una débil voz. Al volverse vieron a Maritta en un rincón de la celda, arrodillada junto a un hombre tendido en un burdo catre. Su edad era imprecisa, pues estaba envejecido por la enfermedad y la miseria. Haciendo un esfuerzo por incorporarse, alargó una huesuda y pálida mano hacia Tanis y Laurana. Su respiración era agitada. Maritta intentó que no se moviera, pero él la miró enojado.

—¡Mujer, ya sé que me estoy muriendo! Pero esto no significa que deba morir de pena. Traedme a esa mujer bárbara.

Tanis miró a Maritta con expresión interrogadora. Ella, levantándose, se acercó al semielfo y ambos se alejaron unos pasos.

—Es Elistan —dijo como si a Tanis el nombre debiera resultarle conocido. Al ver que el semielfo encogía los hombros, prosiguió.

—Elistan era uno de los Buscadores de Haven. Era muy amado y respetado por la gente y fue el único que alzó su voz contra Lord Verminaard. Pero nadie lo escuchó... no querían oírle.

—Hablas de él en pasado. Aún no ha muerto.

—No, pero no tardará mucho en morir. Conozco esa enfermedad, mi propio padre murió de ella. Algo en su interior le está devorando vivo. Durante estos últimos días casi se ha vuelto loco de dolor, pero ahora ya se le ha pasado. El final está cerca.

—Tal vez no. Goldmoon tiene el poder de la curación. Ella podrá sanarle.

—Puede que sí... —dijo Maritta escéptica—. Yo no lo aseguraría. No deberíamos darle falsas esperanzas. Dejémosle morir en paz.

—Goldmoon —dijo Tanis cuando la Hija de Chieftain se acercó a ellos.

—Este hombre quiere conocerte. —Haciendo caso omiso de Maritta, el semielfo acompañó a Goldmoon hasta Elistan. Al ver las penosas condiciones en las que se encontraba el hombre, el rostro de la mujer bárbara, severo y frío debido a su desilusión y frustración, se suavizó.

Elistan la miró.

—Joven mujer, dices ser la portadora de la palabra de los antiguos dioses. Si realmente fuimos nosotros, los humanos, los que nos apartamos de ellos y no ellos los que se apartaron de nosotros, como siempre hemos creído, ¿por qué entonces, han esperado tanto tiempo para manifestarse?

Goldmoon se arrodilló junto al agonizante hombre, pensando en cómo formular la respuesta. Finalmente dijo:

—Imagina que paseas por un bosque llevando tu más preciada posesión, una extraña y valiosa joya. De pronto eres atacado por una bestia feroz. Se te cae la joya pero tú huyes despavorido. Cuando te das cuenta de que la has perdido, estás demasiado atemorizado para volver a internarte en el bosque a buscarla. En ese momento encuentras a alguien que tiene otra joya..En el fondo de tu corazón, sabes que no es tan valiosa como la que has perdido, pero te sigue dando miedo regresar a buscarla. Bien, ¿quiere esto decir que la joya ha dejado el bosque, o que sigue allí, refulgiendo intensamente bajo las hojas, esperando que vuelvas a recogerla?

Elistan, cerrando los ojos, suspiró con expresión afligida

—¡Por supuesto, la joya espera
nuestro
regreso! ¡Qué insensatos hemos sido! Cómo desearía disponer de tiempo para aprender de tus dioses —dijo intentando tocarle la mano.

Goldmoon contuvo la respiración, su rostro palideció hasta estar casi tan lívido como el del agonizante hombre

—El tiempo te será concedido —le dijo en voz baja tomándole la mano.

Tanis, absorto en el drama que se desarrollaba ante sus ojos, se sobresaltó cuando alguien le tocó el hombro. Llevándose la mano a la espada, se volvió, encontrándose frente a Sturm y Caramon.

—¿Qué ocurre? ¿Vienen los guardias?

—Aún no —dijo Sturm secamente.

—Pero pueden llegar en cualquier momento. Eben y Gilthanas han desaparecido.

La noche se iba cerrando sobre Pax Tharkas.

De nuevo en su cubil, el dragón rojo, Pyros, no disponía de espacio para pasear, hecho que no tenía importancia cuando tomaba forma humana. En aquella habitación, a pesar de que era la más grande de la fortaleza y de que había sido ampliada para acogerlo, no disponía de suficiente lugar ni para desplegar las alas. La sala era tan estrecha que lo único que podía hacer era dar vueltas en redondo.

Haciendo un esfuerzo por relajarse, el dragón se tendió y aguardó, sin apartar los ojos de la puerta. Tan concentrado estaba en la espera que no vio dos cabezas asomadas a la balaustrada de un balcón del tercer nivel.

De pronto se oyó un golpe en la puerta. Pyros levantó la cabeza expectante, pero al ver entrar a dos goblins arrastrando entre ambos a un extraño espécimen, la agachó de nuevo con un bufido.

—¡Un enano gully! —exclamó Pyros desilusionado, dirigiéndose a sus subordinados en idioma común.

—¡Si Verminaard cree que voy a comerme un enano gully, es que se ha vuelto loco! ¡Arrojadlo en un rincón y retiraos! —les gruñó a los goblins que se apresuraron a cumplir sus órdenes. Sestun, sollozando, se acurrucó en un rincón.

—¡Cállate! —ordenó Pyros irritado—. Tal vez debiera quemarte para poner fin a este lloriqueo...

Se oyó otro golpe en la puerta, un suave toque que el dragón reconoció. Sus ojos brillaron.

—¡Adelante!

Entró una figura vestida con una larga capa y el rostro encapuchado.

—He venido tal como ordenasteis, Ember —dijo en voz baja el personaje.

—Bien, sácate la capucha. Me gusta ver las caras de aquellos con los que trato.

El hombre le obedeció. En el tercer nivel se oyó una exclamación ahogada. Pyros alzó la mirada hacia el oscuro balcón. Pensó en volar hasta allí para investigar, pero el personaje interrumpió sus pensamientos.

—Dispongo de muy poco tiempo, alteza. Debo regresar antes de que sospechen. y debería informar a Lord Verminaard...

—Enseguida —gruñó Pyros enojado—. ¿Qué están tramando esos locos con los que has venido?

—Planean liberar a los esclavos y organizar una revuelta, obligando así a Verminaard a hacer regresar a los ejércitos que han partido hacia Qualinesti.

—¿Eso es todo?.

—Sí, alteza. Ahora debo prevenir al Señor del Dragón.

—¡Bah! ¿ Qué importa eso? Si los esclavos se amotinan, el que tendrá que matarlos seré yo. A menos que ellos me reserven otros planes...

—No, alteza. Como todos, os tienen un gran temor. Aguardarán a que vos y Lord Verminaard hayáis volado en dirección a Qualinesti. Sólo entonces liberarán a los niños y escaparán a las montañas antes de que regreséis.

—Desde luego ese plan está muy de acuerdo con su inteligencia. No te preocupes por Verminaard. Se lo comunicaré yo mismo cuando considere que deba saberlo. Hay asuntos más importantes que éste. Muchísimo más. Ahora escúchame atentamente. Ese imbécil de Toede trajo hoy un prisionero y... ¡Resultó ser él! ¡El que estábamos buscando!

El personaje lo miró asombrado.

—¿Estáis seguro?

—¡Por supuesto! ¡Es el mismo hombre que veo en mi sueños! Ahora está aquí... ¡a mi alcance! Mientras todo Krynn está buscándolo, ¡Yo lo he encontrado!

—¿Pensáis informar a Su Oscura Majestad?

—No. No puedo arriesgarme a enviar un mensajero. Debo entregarle a ese hombre en persona, pero no puedo ir ahora. Verminaard no puede solucionar él solo la toma de Qualinesti. Aunque esta guerra sea sólo una artimaña, debemos conservar las apariencias, y de todas formas, el mundo estará mucho mejor sin la presencia de los elfos. Entregaré el Hombre Eterno a la Reina en el momento propicio.

—¿Entonces, por qué me lo contáis a mí? —preguntó el personaje.

—¡Porque debes ocuparte de que esté a salvo! Pyros se movió para ponerse más cómodo. Ahora sus planes empezaban a resolverse rápidamente.

—Es una muestra del poder de Su Oscura Majestad el hecho de que la enviada de Mishakal y el Hombre de la Joya Verde lleguen a la vez a mis manos! Mañana le concederé a Verminaard el placer de enfrentarse con la sacerdotisa y sus amigos. En realidad, puede que todo vaya bastante bien. Aprovechando el caos podemos sacar de aquí al Hombre de la Joya Verde y Verminaard no se enterará. Cuando los esclavos ataquen, debes encontrarlo y traerlo aquí para esconderlo en los niveles inferiores. Cuando hayamos destruido a todos los humanos y los ejércitos hayan asolado Qualinesti, lo llevaré ante la Reina Oscura.

—Comprendo —el personaje hizo una reverencia. —¿Y mi recompensa?

—Será la que merezcas. Ahora déjame.

El hombre volvió a colocarse la capucha y se retiró. Pyros plegó sus alas y se acurrucó, enroscándose en el suelo de forma que su cola yacía sobre su hocico. Los únicos sonidos que podían oírse eran los lastimeros sollozos de Sestun.

—¿Estás bien? —le preguntó Fizban amablemente a Tasslehoff. Ambos estaban acurrucados en el balcón, aturdidos por el descubrimiento. La oscuridad era total, ya que Fizban había cubierto la seta luminosa con una vasija.

—Sí —respondió Tas.

—Siento haber pegado aquel respingo. No pude contenerme. Aunque me lo imaginaba, es... es duro averiguar que alguien conocido pueda traicionarte. ¿Crees que el dragón me oyó?

—No lo sé. La cuestión es ¿qué hacemos ahora?

—No sé. Yo no estoy hecho para pensar. Sólo vengo para divertirme. No podemos avisar a Tanis y a los otros porque no sabemos dónde están. Y si comenzamos a vagar por aquí buscándolos, podrían descubrimos y aún sería peor.—Apoyó la mano en la barbilla.

—¿Sabes? —dijo con desacostumbrada tristeza.

—Una vez le pregunté a mi padre por qué los kenders eran pequeños, por qué no éramos grandes como los elfos o los humanos. Yo deseaba ansiosamente ser grande... —dijo suavemente.

—¿Y qué te dijo tu padre? —preguntó amablemente Fizban.

—Dijo que los kenders eran pequeños porque estaban hechos para hacer cosas pequeñas. « Si observas atentamente todas las cosas grandes de este mundo», dijo, «verás que, en realidad, están hechas de la unión de pequeñas cosas». Ese inmenso dragón de ahí abajo, no es más que la suma de diminutas gotas de sangre. Son las pequeñas cosas las que marcan la diferencia.

—Tu padre es muy sabio.

—Sí —Tas se frotó los ojos.

—Hace mucho tiempo que no le veo. —Su padre, si le hubiese visto, no hubiese reconocido a esa pequeña y decidida persona como hijo suyo.

—Les dejaremos las cosas grandes a los demás —anunció Tas finalmente.

—Ellos tienen a Tanis, a Sturm y a Goldmoon. Se las arreglarán. Nosotros nos ocuparemos de las pequeñas cosas, aunque parezca que no tienen importancia. Vamos a rescatar a Sestun

13

Preguntas sin respuestas.

El sombrero de Fizban.

—Oí un ruido, Tanis, y fui a investigar —explicó Eben.

—Me asomé fuera de la celda y descubrí a un draconiano acurrucado, espiando. Fui hacia él y, cuando iba a estrangularlo, un segundo draconiano saltó sobre mí. Lo acuchillé y me apresuré a perseguir al primero, que intentaba huir. Al final lo alcancé y conseguí eliminarlo, luego decidí regresar aquí.

Al retornar los compañeros a la celda, encontraron a Gilthanas y a Eben esperándolos. Tanis encargó a Maritta que mantuviese a las mujeres ocupadas en un rincón apartado, mientras él interrogaba a ambos sobre su ausencia. La explicación de Eben parecía cierta —al regresar de las minas, Tanis había visto los cadáveres de los dos draconianos—, además, no cabía duda de que Eben se había visto envuelto en una pelea; sus ropas estaban desgarradas y sangraba de un corte en la mejilla.

Tika consiguió un pedazo de tela y comenzó a lavarle la herida.

—Ha salvado nuestras vidas, Tanis —dijo con brusquedad.

—Creo que deberías estarle agradecido en lugar de observarlo como si hubiese apuñalado a tu mejor amigo.

—No, Tika —dijo sosegadamente Eben.

—Tiene derecho a preguntar. Admito que resultase sospechoso, pero no tengo nada que ocultar. —Tomándole la mano, besó las yemas de sus dedos. La muchacha se ruborizó, y sumergió el pedazo de tela en agua para enjuagarle la herida de nuevo. Caramon, que los estaba mirando, frunció el ceño.

—¿Y tú, Gilthanas? —preguntó bruscamente el guerrero—, ¿por qué te fuiste?

—No me preguntéis —respondió el elfo de mala gana.

—¡Es mejor que no lo sepáis.

—¿Mejor que no sepamos qué? —dijo Tanis con sequedad.

—¿Por qué te fuiste?

—¡Dejadle en paz! —gritó Laurana acudiendo junto a su hermano.

Gilthanas los miró, y al hacerlo, sus ojos almendrados relampaguearon; su rostro estaba pálido y ojeroso.

—Laurana, esto es importante —dijo Tanis. —¿Adónde fuiste, Gilthanas?

—Recordad... os lo previne —Gilthanas desvió la mirada hacia Raistlin.

—Regresé para ver si nuestro mago estaba tan exhausto como había dicho. No debía estarlo, pues se había ido.

Caramon se puso en pie con los puños apretados y el rostro transfigurado por la furia. Sturm lo sujetó, mientras Riverwind se situaba ante Gilthanas.

—Todo el mundo tiene derecho a formular su propia defensa —dijo el bárbaro con su profundo tono de voz.

—El elfo ya ha hablado. Oigamos lo que dice tu hermano.

—¿Por qué habría de dar explicación? —susurró Raistlin agriamente, con voz opaca.

—Ninguno de vosotros confía en mí, ¿por qué tendríais que creerme? Me niego a contestar, podéis pensar lo que queráis. Si creéis que soy un traidor... ¡matadme ahora! ¡No os detendré...! —Le sobrevino un ataque de tos.

—Tendréis que matarme a mí también —dijo Caramon con voz ahogada mientras ayudaba a su hermano a tenderse de nuevo en el lecho. A pesar de que ninguno tenía hambre y de que todos se sentían inquietos, hicieron un esfuerzo, excepto Raistlin, por tomar, de nuevo, un puñado de quith-pa.

Tanis sintió un profundo malestar.

—Organizaremos guardias durante toda la noche. No, Eben, tú no. Sturm y Flint harán la primera, Riverwind y yo la segunda. —El semielfo se dejó caer al suelo. Hemos sido traicionados, pensó. Uno de los tres es un traidor. Los guardias vendrán a buscarnos en cualquier momento, o tal vez Verminaard sea más astuto y planee tendernos una trampa en la que pueda capturarnos a todos...

De pronto Tanis lo vio todo con repugnante claridad. Verminaard utilizaría la rebelión como excusa para matar a los prisioneros y a la enviada de los dioses. No le resultaría muy difícil conseguir más esclavos; además, los nuevos tendrían ante sus ojos el terrible ejemplo de lo que les pasó a los que osaron desobedecerle. ¡El plan de Gilthanas era precisamente lo que Verminaard necesitaba!

Other books

A Line in the Sand by Seymour, Gerald
Blind Sight: A Novel by Terri Persons
Ruby and the Stone Age Diet by Millar, Martin
Forty-Eight Hour Burn by Tonya Ramagos
Pleamares de la vida by Agatha Christie
Truth by Peter Temple
Cyber Terror by Rose, Malcolm
Mammoth by John Varley
Silence of the Grave by Indridason, Arnaldur


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024