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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (55 page)

—No —dijo Raistlin en voz baja.

Su magia es mucho más poderosa que la mía. Voy a intentar formular un hechizo, aunque me temo que me debilitará bastante; os sugiero que corráis mientras podáis. Aunque yo falle, tal vez pueda detenerlo.

—Riverwind, adelántate con los demás —ordenó Tanis. —Sturm y yo nos quedaremos con Raistlin y Caramon.

El resto se deslizó por el oscuro corredor, temerosos, volviendo la cabeza de tanto en tanto para observarlos. Raistlin, haciendo caso omiso de ellos, le pasó el bastón a su hermano. La luz del cristal relampagueó al quedar en manos de un extraño.

El mago apoyó las manos sobre la puerta, apretando las palmas contra ella. Cerrando los ojos, intentó concentrarse para olvidar todo lo que no fuese su magia.

—Kalis-an budrnnin...
—Sintió un frío terrible y su concentración se rompió.

¡El elfo oscuro había reconocido su encantamiento e intentaba romperlo! Acudieron a su mente imágenes de otra batalla librada contra un elfo oscuro en las torres de la Alta Hechicería. Hizo un denodado esfuerzo para intentar apartar de su mente el terrorífico recuerdo de una lucha que había destrozado su cuerpo y que casi había conseguido destrozarle la mente, pero notó que estaba perdiendo el control. ¡Había olvidado las palabras! La puerta tembló. ¡El espíritu elfo iba a cruzarla!

Entonces, de su interior más recóndito surgió una fuerza que anteriormente sólo había sentido en dos ocasiones: en las torres, y en Xak Tsaroth, sobre el altar del dragón negro. Aquella conocida voz que su mente escuchaba claramente, pero que no conseguía identificar, le repetía las palabras del encantamiento. Raistlin las vociferó ahora con una voz grave y clara, que no era la suya.

—Kalis-an budrnnin kara-emarath.

Al otro lado de la puerta se oyó un gemido de derrota, de fracaso. La puerta permaneció cerrada y el mago se desmayó.

Caramon le pasó el bastón a Eben y, tomando a su hermano en brazos, fue en busca de los demás que, a tientas, buscaban la salida del oscuro pasadizo. Flint abrió fácilmente otra puerta secreta que los llevó a una nueva serie de túneles cortos y llenos de escombros. Temblando de miedo, los compañeros consiguieron seguir avanzando. Al final aparecieron en una amplia habitación, repleta de montones de cajas de madera desde el suelo hasta el techo. Riverwind prendió una antorcha que había en la pared. Las cajas estaban cerradas con clavos; algunas llevaban una etiqueta en la que se leía SOLACE, en otras decía GATEWAY.

—¡Lo hemos conseguido! Estamos dentro de la fortaleza, en las bodegas de Pax Tharkas —dijo Gilthanas sonriendo victorioso.

—¡Loados sean los verdaderos dioses! —suspiró Tanis dejándose caer en el suelo; los demás lo imitaron. Fue entonces cuando se percataron de que Fizban y Tasslehoff no estaban con ellos.

11

Perdidos.

El plan. ¡Traicionados!

Tasslehoff nunca pudo recordar con exactitud aquellos últimos y terroríficos momentos en la Sala de la Cadena. Recordaba haber preguntado:

—¿Un elfo oscuro? ¿Dónde?

Recordaba también haberse puesto de puntillas desesperadamente para intentar ver algo, y haber oído cómo el bastón de Raistlin caía al suelo. Había oído gritar a Tanis, y por encima de todo, había escuchado un gemido que le hizo perder totalmente el sentido de la orientación. Unos segundos después, unas manos firmes le agarraron por la cintura, alzándolo en el aire.

—¡Trepa! —gritó una voz detrás suyo.

Tasslehoff extendió las manos, palpó el frío metal de la cadena y comenzó a trepar. A lo lejos oyó un portazo, y después el gélido gemido del elfo oscuro, aunque esta vez no sonaba amenazador sino más bien como un grito de rabia y enfado. Tas supuso que aquello significaba que sus amigos habían escapado.

—¿Cómo podré encontrarlos de nuevo? —se preguntó a sí mismo, sintiéndose súbitamente desanimado. Un segundo después percibió un murmullo detrás suyo. Era Fizban. Aquello le alegró, significaba que no estaba solo.

Una espesa capa de oscuridad envolvía al kender. Continuó trepando a ciegas, y cuando empezaba a sentirse sumamente fatigado, notó que una ráfaga de aire fresco acariciaba sus mejillas. Supuso que debía estar llegando al lugar de enlace de la cadena y el mecanismo. ¡Si pudiera ver algo! Entonces recordó que al fin y al cabo, estaba con un mago.

—¿Podríamos disponer de luz? Esto está muy oscuro.

—Ya sé que estamos en un apuro.

—¡Un apuro no! ¡Está oscuro, necesitamos luz! —dijo Tas pacientemente, colgándose de un eslabón.

—Me parece que estamos llegando al final de este artefacto y deberíamos echar un vistazo a nuestro alrededor.

—Sí, claro... Veamos... luz... —Tas oyó que el mago rebuscaba en sus bolsas y bolsillos. De repente encontró lo que buscaba y lanzó un pequeño chillido de triunfo. Murmuró unas palabras y, una pequeña seta luminosa, azulada y amarilla, apareció junto a su sombrero.

La seta revoloteó por el aire, danzando alrededor de Tasslehoff como si le estuviera examinando, para regresar poco después junto al ufano mago. Tas estaba entusiasmado. Se le ocurrieron toda clase de preguntas sobre aquella maravillosa seta luminosa, pero se sentía completamente debilitado y el viejo mago estaba al borde del colapso. Pensó que lo mejor sería encontrar primero una manera de salir de allí.

Al mirar hacia arriba vio que, tal como se había imaginado, se hallaban en la parte más alta de la fortaleza. La cadena ascendía hasta una inmensa y dentada rueda de madera, engarzada a un eje de hierro fijado a una sólida roca. Los dientes de la rueda eran enormes. Una vez superada la rueda, la cadena seguía su curso, desapareciendo en un túnel de la pared derecha.

—Treparemos por el engranaje y seguiremos hasta el túnel por la cadena —dijo el kender señalándolo.

—¿Podrías enviar la seta ahí arriba?

—¡Seta... dirígete a la rueda! —ordenó Fizban.

La luz fluctuó en el aire durante unos segundos, luego comenzó a danzar de un lado a otro, como si quisiera darles a entender que se negaba a cumplir la orden.

Fizban frunció el ceño.

—¡Seta... a la rueda! —repitió con firmeza.

La seta volvió a revolotear hasta esconderse tras su sombrero. El mago casi se cae al intentar agarrarla, pero recuperó el equilibrio, sujetándose nuevamente con brazos y piernas. Disfrutando del juego, la seta luminosa comenzó a bailar a su alrededor.

—Um... bueno, después de todo, tenemos suficiente luz —farfulló Tasslehoff.

—¡Son tan desobedientes estas nuevas generaciones! —refunfuñó Fizban.

—Su padre era un hongo luminoso... —La voz del viejo mago fue perdiéndose al reanudar el ascenso. La seta luminosa seguía revoloteando alrededor de su abollado sombrero.

Al poco rato, Tas alcanzó el primer diente de la rueda y descubrió que estaba tallado toscamente, por lo que resultaba fácil trepar por él. Fizban, con la túnica arremangada a la altura de las caderas, le seguía con sorprendente agilidad.

—¿Podrías pedirle a la seta que ilumine el túnel? —preguntó el kender.

—¡Seta... al túnel! —ordenó Fizban, que continuaba atenazado con sus huesudas piernas a uno de los eslabones de la cadena.

La seta luminosa pareció meditar la orden. Un momento después voló lentamente hasta la entrada del túnel y se detuvo.

—¡Dentro del túnel!

La seta luminosa se negó.

—Creo que le da miedo la oscuridad —dijo Fizban disculpándola.

—¡Por todos los dioses! ¡Qué extraordinario! —el kender estaba atónito.

—Bueno, si se queda donde está, creo que dispondré de suficiente luz para abrirme camino hasta el túnel. Debe haber una distancia de unos quince pies, con el pequeño inconveniente de tener que dar un salto sobre un hueco de cientos de pies de profundidad, que acaba en ese frío suelo de roca, pensó Tas.

—Deberían haberla engrasado—dijo Fizban examinando la cadena con ojo crítico.

—Ya no se trabaja como antes. ¡Hoy en día sólo se hacen chapuzas!

—Pues yo estoy muy contento de que no se les haya ocurrido semejante idea —dijo Tas sin dejar de trepar. Cuando se hallaba a medio camino, el kender percibió claramente las consecuencias de caer desde una altura semejante: ir cayendo y cayendo hasta estrellarse contra aquella dura roca...

—¡No te detengas! —le gritó Fizban, que seguía trepando tras él.

Tas se dirigió rápidamente hacia la entrada del túnel, donde los esperaba la seta luminosa. Una vez alcanzado el objetivo, se soltó de la cadena, y cayó sobre suelo de piedra desde una altura de unos cinco pies. La seta entró como una flecha tras él, y unos segundos después, también Fizban alcanzaba la entrada del pasadizo. El viejo mago había dado un traspié en el último momento, pero Tas, le había puesto a salvo agarrándolo de la túnica.

Cuando se hallaban descansando, sentados en el suelo, Fizban soltó un bufido.

—¡Mi bastón!

—¿Qué pasa con tu bastón? —bostezó Tas, preguntándose qué hora sería.

Fizban se puso en pie.

—Me lo he dejado allá abajo —murmuró dirigiéndose hacia la cadena.

—¡Espera! ¡No puedes volver!

—¿Quién me lo prohíbe?

—Bueno, lo que quiero decir... es..., que sería demasiado peligroso. Comprendo cómo te sientes... yo también he dejado allí mi vara jupak...

—Hmmmmm... —musitó desconsolado Fizban, volviéndose a sentar.

—¿Era un bastón mágico?

—Nunca lo supe a ciencia cierta.

—Bueno, tal vez cuando todo esto haya acabado podamos recuperarlo. Ahora intentemos encontrar algún lugar para descansar.

Echó un vistazo al túnel. Tenía unos siete pies de altura. La inmensa cadena continuaba su recorrido a lo largo del techo. De ella pendían numerosas pequeñas cadenas que cruzaban el pasadizo e iban a dar a un pozo. Al asomarse al hueco, Tas pudo entrever las siluetas de gigantescos pedruscos.

—¿Qué hora crees que es? —preguntó Tas.

—La hora del almuerzo. La verdad es que podríamos descansar aquí mismo. Este lugar es tan seguro como cualquier otro. —Fizban volvió a sentarse y sacando un puñado de quith-pa, lo masticó ruidosamente. La seta luminosa comenzó a revolotear hasta posarse sobre el ala de su sombrero.

Tas se sentó junto al mago y empezó a comer su ración de frutos secos. De pronto comenzó a olisquear, sentía un olor extraño, como si alguien estuviese quemando unos viejos calcetines. Alzó la mirada, suspiró y tiró de la túnica del anciano.

—Um... Fizban... Se te está quemando el sombrero.

—Flint —dijo Tanis severamente—. Te lo digo por última vez... estoy tan preocupado como tú de que hayamos perdido a Tas, ¡pero no podemos regresar! Está con Fizban, y conociendo a ese par, seguro que se las arreglan para salir del embrollo en el que se encuentren.

—Eso si es que no destruyen antes la fortaleza —refunfuñó Sturm.

El enano se frotó los ojos, giró sobre sus talones y se dirigió hacia una esquina, dejándose caer al suelo, malhumorado.

Tanis volvió a sentarse. Comprendía el estado de ánimo de Flint. Era extraño, había sentido la tentación de estrangular al kender tantas veces, y ahora que no estaba allí lo echaba de menos. Tasslehoff poseía una innata e inagotable jovialidad que lo convertía en un maravilloso compañero. Nada conseguía amedrentarlo y, por tanto, nunca se rendía. y cuando se encontraba en un aprieto, jamás perdía el rumbo. Tal vez su actuación no fuese siempre la correcta, pero al menos estaba dispuesto a actuar. Tanis sonrió con tristeza. Confiaba en que ésta no fuera la última aventura del kender.

Los compañeros descansaron durante un rato, comieron quith-pa y bebieron agua fresca de un pozo que encontraron. Raistlin recuperó el conocimiento pero no quiso comer nada; tomó un sorbo de agua, y volvió a tenderse. Fue Caramon quien —con cautela, pues tenía miedo que aquello le disgustara —le comunicó la noticia de la desaparición de Fizban. Pero Raistlin simplemente se encogió de hombros, cerró los ojos y se sumergió en un profundo sueño.

Cuando Tanis sintió que recuperaba fuerzas, se puso en pie y se reunió con Gilthanas, quien se hallaba concentrado examinando un mapa. Al pasar ante Laurana, que estaba sentada sola, le sonrió. Ella fingió no darse cuenta y Tanis suspiró. Se arrepentía de haber sido tan duro con ella en el Sla-Mori. Debía admitir que en los momentos de peligro, la muchacha se había comportado con valentía. Había hecho todo lo que se le había ordenado, rápidamente y sin hacer preguntas. Tanis resolvió pedirle disculpas, pero primero necesitaba hablar con Gilthanas.

—¿Cuál es el plan? —preguntó sentándose sobre una de las canastas de la bodega.

—Sí, ¿dónde estamos? —preguntó Sturm. A los pocos segundos, todos se sentaban alrededor del mapa excepto Raistlin, quien, aunque simulaba dormir, no logró engañar a Tanis que observó cómo entre los párpados supuestamente cerrados del mago, relucía una rendija dorada.

Gilthanas extendió el mapa sobre el suelo.

—Aquí están la fortaleza de Pax Tharkas y las minas. Nos encontramos en las bodegas, en el nivel más bajo. Después de este corredor, a unos cincuenta pies de aquí, están las celdas de mujeres. Aquí está el cubil de Ember, uno de los dragones rojos. El dragón es tan grande que el cubil se extiende hasta el nivel de la superficie, comunicando además con la habitación de Lord Verminaard en el primer nivel y con una galería del segundo nivel que da a cielo abierto.

Gilthanas sonrió con amargura.

—En el primer nivel, tras las habitaciones de Verminaard, está la prisión donde encierran a los niños. El Señor del Dragón es muy astuto al mantener a los prisioneros separados; sabe que las mujeres nunca accederán a huir sin sus hijos, y que los hombres no se fugarán sin sus familias. Los niños están vigilados por un segundo dragón rojo. Los hombres —unos trescientos—, trabajan en las minas de las montañas, donde trabajan, además, varios cientos de enanos gully.

—Por lo que se ve, sabes mucho de Pax Tharkas —dijo Eben.

Gilthanas le miró con furia.

—¿Qué insinúas?

—No insinúo nada. Sólo que para no haber estado nunca aquí, sabes muchas cosas sobre este lugar. ¿Y no es una extraña casualidad que en el Sla-Mori nos topásemos con varios seres que casi nos matan?

—Eben, ya estamos hartos de tus sospechas —dijo Tanis hablando pausadamente.

—No creo que ninguno de nosotros sea un traidor, pues, como dice Raistlin, si alguno lo fuera podría habernos traicionado anteriormente. ¿Qué sentido tendría el habernos dejado llegar hasta aquí?

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