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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (54 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—No es que tenga miedo —le confió Tas a Flint—, pero la verdad es que preferiría estar en cualquier otro lugar.

El silencio se hizo opresivo. Podían oír los latidos de su propio corazón y la respiración de los demás. La luz titilaba y fluctuaba en la temblorosa mano del mago.

—Bueno, no podemos quedarnos aquí para siempre —dijo Eben con voz ronca.

—¡Que entre el elfo, que es quien nos ha traído!

—Entraré —respondió Gilthanas—, pero me hará falta luz.

—Yo soy el único que debería tocar este bastón —siseó Raistlin. Tras una pausa añadió de mala gana: Iré contigo.

—Raistlin... —comenzó a decir Caramon, pero su hermano lo miró con frialdad.

—Iré con vosotros —murmuró el guerrero.

—No —dijo Tanis.

—Tú quédate aquí y ocúpate de los demás. Iremos Gilthanas, Raistlin y yo.

Gilthanas cruzó el agujero de la pared seguido del mago y de Tanis. La luz iluminó una estrecha habitación que se perdía en la oscuridad más allá del resplandor. A ambos lados de la misma, había dos hileras de grandes puertas de piedra. sujetas por inmensos goznes de hierro clavados directamente en la pared de roca. Raistlin sostuvo el bastón en alto, iluminando la sombría cámara. Los tres se dieron cuenta de que aquella aciaga sensación emanaba precisamente de aquel lugar.

—Las puertas están esculpidas —murmuró Tanis. La luz del bastón mostraba el relieve de unas figuras de piedra.

Gilthanas se las quedó mirando.

—¡El Yelmo Real! —dijo con voz entrecortada.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Tanis, sintiendo que el elfo le contagiaba su temor, como si se tratase de un virus infeccioso.

—Son las criptas de la Guardia Real. Los guardianes están obligados a seguir con su cometido incluso después de muertos, y a custodiar a su rey... al menos eso es lo que dice la leyenda...

—¡Las leyendas cobran vida de nuevo! —Raistlin se sobresaltó, agarrándose del brazo de Tanis. El semielfo oyó cómo, de pronto, los inmensos bloques de piedra se movían y los goznes de hierro crujían. Al volver la cabeza vio que las puertas comenzaban a abrirse. La cámara se llenó de un frío tan intenso que Tanis sintió que sus manos se entumecían. Algo se movía tras las puertas de piedra.

—¡La Guardia Real! ¡Las huellas que vimos debían ser suyas! —susurró Raistlin nervioso.—Son y no son humanos...

—¡No tenemos escapatoria! —dijo oprimiendo el brazo de Tanis cada vez más fuerte.

—A diferencia de los espectros del Bosque Oscuro, éstos sólo tiene una misión...¡destrozar a cualquiera que cometa el sacrilegio de perturbar el descanso de su rey!

—¡Debemos intentar huir! —exclamó Tanis tratando de deshacerse de los finos pero firmes dedos del mago. Corrió hacia la entrada pero la encontró bloqueada por una figura.

—¡Dejadme pasar! —exclamó Tanis.

—¡Corred! ¿Quién sois... Fizban? ¡Estás loco, anciano! ¡Hemos de huir! ¡Los guardias muertos...!

—Oh, cálmate —murmuró el anciano.

—Los jóvenes sois unos alarmistas —se dio la vuelta y ayudó a alguien más a entrar. Era Goldmoon, su cabello relucía bajo la luz.

—Todo irá bien. ¡Mira! —El medallón que llevaba centelleaba con una luz azulada.

—Fizban dijo que si veían el medallón nos dejarían pasar y en el preciso momento en que lo dijo... ¡comenzó a brillar!

—¡No entréis! —Tanis se disponía a ordenarle que retrocediera, pero Fizban le golpeó el pecho con un dedo largo y huesudo.

—Eres un buen hombre, Tanis, semielfo, pero te preocupas demasiado. Veamos, lo mejor será que te tranquilices mientras nosotros intentamos enviar a esas pobres almas a descansar de nuevo. Ve y trae a los demás.

Tanis, demasiado asombrado para pronunciar palabra, contempló pasar a Goldmoon y a Fizban seguidos de Riverwind. Caminaron lentamente entre las hileras de puertas de piedra. El movimiento que se había iniciado tras cada una de las puertas, cesaba a su paso. Incluso a esa distancia, pudo sentir que aquella sensación funesta y maligna se evaporaba.

Cuando los demás llegaron a la derruida entrada, los ayudó a cruzarla, encogiéndose de hombros ante sus susurrantes preguntas. Laurana no le dirigió una sola palabra; ¡La mano de la muchacha estaba fría y ante su asombro, pudo ver que tenía los labios manchados de sangre. Tanis supuso que se los habría mordido para evitar gritar, por lo que, arrepentido, quiso decirle algo. Pero la elfa mantuvo la cabeza erguida y no se dignó mirarlo.

Todos se apresuraron a seguir a Goldmoon, pero Tasslehoff, que se detuvo para asomarse a una de las criptas, vio, tendida sobre un féretro de piedra, una enorme figura ataviada con una resplandeciente armadura. Unas manos esqueléticas asían la empuñadura de una inmensa espada que reposaba sobre el cuerpo de aquel ser. Tas lo observó con curiosidad, intentando comprender unas palabras grabadas en la puerta.

—Sothi Nuinqua Tsalarioth
—leyó Tanis, que iba tras el kender.

—¿Qué significan?

—Fieles más allá de la muerte —respondió Tanis en voz baja.

Al fondo encontraron una doble puerta de bronce. Cuando Goldmoon la empujó, se abrió con facilidad, llevándolos a un pasaje triangular que desembocaba en una amplia sala. La sala estaba intacta. De las que habían visto hasta el momento, era la única del Sla-Mori que había sobrevivido al Cataclismo sin sufrir ningún daño. El motivo, como explicó Flint a todos los que quisieron escucharlo, era la maravillosa construcción realizada por enanos: concretamente las veintitrés columnas que sostenían el techo.

La única salida eran dos puertas gemelas situadas al fondo de la habitación. Flint, consintiendo al fin alejarse de las columnas, examinó las puertas y farfulló que desconocía lo que había tras ellas o dónde desembocaban. Tras una breve discusión, Tanis decidió que tomarían la de la derecha.

Comunicaba con un estrecho pasadizo que siguieron durante unos treinta pies, llegando a otra puerta de bronce que encontraron cerrada. Caramon empujó y tiró de ella con fuerza, pero no consiguió abrirla.

—Es inútil. Ni se ha movido.

Flint observó a Caramon durante unos instantes y finalmente se adelantó. Al examinar la puerta, resopló y sacudió la cabeza.

—¡Es una puerta falsa!

—¡Pues a mí me parece verdadera! —dijo Caramon, contemplándola con suspicacia.

—Incluso tiene bisagras.

—¡Claro que las tiene! No se construyen puertas falsas para que se note que son falsas... hasta un enano gully sabe eso.

—¡O sea que hemos llegado a un lugar sin salida! —exclamó Eben haciendo una mueca.

—Dejadme sitio —susurró Raistlin, dejando cuidadosamente su bastón contra la pared. Posando ambas manos sobre la puerta, apoyó con cuidado las yemas de los dedos y dijo:

—Khetsaram pakliol.
—La pared irradió una brillante luz anaranjada.

—¡Apartaos! —Raistlin agarró a su hermano y le hizo retroceder en el preciso momento en que toda la pared, con puerta de bronce incluida, comenzaba a desplazarse.

—¡Rápido, antes de que vuelva a cerrarse! —dijo Tanis, y todos se apresuraron a cruzarla; Caramon sujetó a su hermano, que se tambaleaba.

—¿Estás bien? —le preguntó el guerrero cuando la pared se cerró tras ellos.

—Sí, me recuperaré. Es el primer hechizo del libro de encantamientos de Fistandantilus que formulo. El hechizo ha funcionado, pero no imaginé que me agotaría de esta manera.

Se encontraban en otro pasadizo que conducía en dirección oeste unos cuarenta pies, luego viraba bruscamente hacia el sur, después hacia el este, para continuar de nuevo hacia el sur, hasta que otra puerta de bronce les impedía el paso.

Raistlin sacudió la cabeza.

—Sólo puedo utilizar el encantamiento una vez, después no consigo recordarlo.

—Una bola de fuego sí que abriría esta puerta —dijo Fizban—. Creo que ahora recuerdo aquel hechizo.

—No, anciano —se apresuró a decir Tanis —. El paso es tan estrecho que nos freirías a todos. Tas, prueba tú...

Situándose frente a la puerta, el kender la empujó.

—¡Vaya! Si está abierta —dijo, contrariado por no haber tenido que forzar la cerradura, y asomó la cabeza. —Otra habitación.

Entraron con cautela. Raistlin iluminó la sala con la luz de su bastón. La habitación era circular, de unos cien pies de diámetro. Justo frente a ellos, había, una vez más, otra puerta de bronce, y en el centro de la habitación...

—Una columna falsa —dijo Tas entre risas—. Mira, Flint. ¡Los enanos construyeron una columna falsa!

—Si es así, seguro que debieron tener buenos motivos —profirió el enano apartando al kender a un lado para examinar la alta y esbelta columna. Estaba marcadamente inclinada.

—Hummm... —murmuró Flint atónito—. Veamos... ¡No es una columna, zoquete! ¡Es una inmensa cadena! Mira está fijada al suelo mediante una cartela de hierro.

—¡Eso significa que estamos en la Sala de la Cadena! —exclamó Gilthanas, preso de gran excitación.

—Este es el famoso mecanismo que defiende Pax Thar-kas. Debemos estar llegando a la fortaleza.

Los compañeros se agolparon alrededor de la cadena, contemplándola maravillados. Cada eslabón era tan grande como Caramon, y tan grueso como el tronco de un roble.

—¿Para qué sirve? —preguntó Tasslehoff, deseando trepar por la inmensa cadena.

—¿Adónde lleva?

—Hacia el propio mecanismo —respondió Gilthanas—. Respecto a cómo funciona, deberás preguntárselo al enano, pues yo no sé nada de ingeniería. Pero si se desenganchara la cadena... —dijo señalando la cartela de hierro del suelo—, comenzarían a caer grandes bloques de granito tras las verjas de la fortaleza, y entonces, nadie en todo Krynn sería capaz de entrar.

Mientras el kender seguía mirando hacia arriba, intentando entrever el impresionante mecanismo, Gilthanas se reunió con los demás, que exploraban la habitación.

—¡Mirad esto! —exclamó finalmente, señalando el débil contorno de una puerta trazado sobre la pared norte.

—¡Una puerta secreta! ¡Debe de ser la entrada!

—Ahí está la cerradura —dijo Tasslehoff dejando de observar la cadena y señalando un pedazo de piedra.

—Los enanos se equivocaron, esta puerta es falsa y se nota que es falsa.

—Por tanto no debemos fiarnos —dijo terminantemente el enano.

—¡Bah! Los enanos también tienen días malos, como todo el mundo —dijo Eben intentando abrir la cerradura.

—¡No la abras! —exclamó Raistlin de repente.

—¿Por qué no? —preguntó Sturm. .

—¿Acaso quieres alertar a alguien antes de que consigamos entrar en Pax Tharkas?

—Caballero, si quisiera traicionaros, ¡podía haberlo hecho ya mil veces! Tras esa puerta percibo un poder superior al que haya sentido desde...—Se detuvo, temblando.

—¿Desde cuándo? —le preguntó suavemente Caramon.

—¡Desde las torres de la Alta Hechicería! Os aviso, ¡no abráis esa puerta!

—Comprueba adónde se dirige la puerta del sur —le dijo Tanis al enano.

Flint se dirigió a ella y la empujó.

—Da a un pasaje exactamente igual a los anteriores —informó.

—El camino a Pax Tharkas debe atravesar una puerta secreta —repitió Gilthanas y, antes de que nadie pudiese detenerlo, tiró de la cerradura de piedra. La puerta tembló y comenzó a abrirse lentamente hacia dentro.

—¡Te arrepentirás de esto! —exclamó Raistlin.

Cuando la puerta terminó de abrirse pudieron ver una amplia sala, llena de relucientes y brillantes objetos. A través de una espesa capa de polvo, se entreveía una masa amarillenta.

—¡La cámara del tesoro! —gritó Eben.

—Hemos encontrado el tesoro de Kith-Kanan!

—Puro oro —dijo fríamente Sturm.

—No tiene ningún valor en estos tiempos que corren y en los que sólo el acero vale algo... —El tono de su voz fue bajando y, de pronto, los ojos se le salieron de las órbitas.

—¿Qué ocurre? —gritó Caramon, desenvainando la espada.

—¡No lo sé!

—¡Yo sí! —Raistlin dio un respingo cuando una misteriosa forma comenzó a materializarse ante sus ojos.

—¡Es el espíritu de un elfo oscuro! ¡Os dije que no abrierais esa puerta!

—¡Haced algo! —gritó Eben tambaleándose.

—¡Apartad vuestras armas, insensatos! —exclamó Raistlin en un agudo susurro.

—¡No podéis luchar contra él! Su toque es mortífero, y si gime mientras nos encontramos entre estas cuatro paredes, estamos perdidos. ¡Sólo con su afilada voz ya es capaz de matar! ¡Corred, corred todos! ¡Rápido! ¡Por la puerta sur!

Mientras retrocedían, vieron cómo la forma continuaba materializándose en la penumbra de la cámara del tesoro, tomando los rasgos gélidos y desfigurados de un drow, un ser maligno de eras pasadas, que había sido ejecutado como castigo por sus crímenes indecibles y cuyo espíritu habían encadenado, posteriormente, los poderosos hechiceros elfos, obligándolo a custodiar el tesoro del rey eternamente. Ante la presencia de seres vivos, extendió los brazos, anhelante del calor de la carne, y abrió la boca para gritar su odio hacia todos los vivientes.

Los compañeros se giraron rápidamente y huyeron hacia la puerta de bronce, tropezando los unos con los otros por la prisa. Caramon, sin quererlo, empujó a su hermano, haciendo que a Raistlin se le cayera el bastón, que no obstante siguió encendido, pues el cristal mágico sólo puede ser destruido por el fuego que expelen los dragones. De todas formas, ahora su luz dejó de iluminar la habitación, sumiéndola en la penumbra.

Al ver que sus presas escapaban, el espíritu voló a la Sala de la Cadena, rozando la mejilla de Eben con sus manos. El hombre, al sentir aquel roce horripilante y abrasador, cayó desmayado. Sturm lo recogió y lo arrastró fuera de la habitación, al tiempo que Raistlin recuperaba su bastón y, junto con Caramon, conseguían salir de la sala.

—¿Falta alguien? —preguntó Tanis, resistiéndose a cerrar la puerta. Pero en aquel momento oyó un áspero gemido, tan tenebroso, que sintió que el corazón le dejaba de latir. El terror lo paralizó. No podía respirar. El gemido cesó y el corazón le dio un vuelco. El espíritu aspiró profundamente, dispuesto a gemir de nuevo.

—¡No hay tiempo de asegurarnos! —exclamó Raistlin.

—¡Hermano, cierra la puerta!

Caramon apoyó todo su peso sobre la puerta de bronce, cerrándola de un portazo que resonó en toda la sala.

—¡Esto no le detendrá! —gritó Eben espantado.

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