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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (53 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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Tanis se puso en pie.

—Pues no la toques —le dijo severamente al kender, disponiéndose a explorar el resto de la sala.

Tas se acercó a examinar la espada y Raistlin lo imitó. El mago comenzó a murmurar extrañas palabras.

—Tsaran Korilath ith hakon
—dijo moviendo su mano ágilmente sobre la espada. Esta comenzó a destellar una pálida luz rojiza. Raistlin sonrió y murmuró en voz baja:

—Está encantada.

Tas dio un respingo.

—¿Un encantamiento bueno o malo?

—Eso es algo imposible de saber, pero ya que hace tantos años que nadie la ha tocado, yo no me arriesgaría a hacerlo...

Dándose la vuelta, se alejó. Tas no se movió, tentado de desobedecer a Tanis y correr el riesgo de ser convertido en algo ignoto.

Mientras el kender seguía carcomido por la duda, los demás palpaban las paredes intentando encontrar alguna entrada secreta. Flint colaboraba, dándoles extensas explicaciones sobre los pasadizos secretos construidos por los enanos. Gilthanas se dirigió hacia el extremo opuesto de donde se hallaba el trono de Kith-Kanan, hacia la doble puerta de bronce. Estaba ligeramente entornada y sobre ella había un mapa en relieve de Pax Tharkas. El elfo llamó a Raistlin y le pidió que lo iluminase.

Caramon, echando una última mirada a la figura esquelética del imponente rey muerto, se reunió con Sturm y Flint, que seguían buscando alguna entrada oculta. Al final Flint llamó a Tasslehoff:

—¡Eh, tú, kender inútil, ésta es tu especialidad. O por lo menos debería serlo, ya que siempre estás alardeando de cómo encontraste una puerta que había permanecido oculta durante cien años y que llevaba a la gran joya de tal o de cual...

—Fue en un lugar como éste —dijo Tas con su atención fija en la espada. Se disponía a ayudarles pero, de repente, se detuvo de golpe.

—¿Qué es eso? —preguntó, irguiendo la cabeza.

—¿El qué? —dijo Flint sin dejar de palpar las paredes.

—Ese sonido rasposo. Viene de esas puertas.

Tanis alzó la mirada; había aprendido tiempo atrás a respetar el oído de Tasslehoff. Caminó hacia las puertas, donde Gilthanas y Raistlin seguían concentrados en el mapa. De repente, Raistlin dio un paso atrás. Por la puerta entreabierta se filtraba un fétido olor. Ahora sí, todos pudieron oír el sonido rasposo, además de un suave goteo de agua.

—¡Cerrad esa puerta! —exclamó Raistlin apremiándolos.

—¡Caramon! ¡Sturm! —gritó Tanis. Ambos corrían ya hacia las puertas de bronce, con Eben. Se apoyaron contra ellas, pero se echaron atrás cuando las puertas se abrieron de par en par, golpeando contra las paredes y retumbando con gravedad. Un monstruo entró en la sala.

—¡Ayúdanos, Mishakal! —Goldmoon invocó el nombre de la diosa y se apoyó en la pared. El extraño ser entró en la cámara con agilidad, a pesar de su inmenso volumen. El rasposo sonido que habían oído lo producía su cuerpo hinchado, al deslizarse por el suelo.

—¡Es una babosa gigante! —dijo Tas acercándose a examinarla con curiosidad.

—¡Mirad lo grande que es! ¿Cómo creéis que ha crecido tanto. ¿Qué comerá?

—¡Como nos descuidemos, nos comerá a nosotros, mentecato! —chilló el enano, agarrando al kender y tirándolo al suelo en el preciso momento en que la inmensa babosa escupía un chorro de saliva. Sus ojos, situados en la cabeza sobre dos esbeltas antenas móviles, no le servían de mucho, ya que no los necesitaba. Debido a su gran sentido del olfato, la limaza podía encontrar y devorar ratas en la más absoluta oscuridad. Ahora, la presa que detectaba era mucho mayor, Y por eso disparaba su paralizante saliva en todas direcciones.

El enano y el kender rodaron por el suelo, esquivando el líquido letal. Sturm y Caramon se abalanzaron contra ella, pinchando al monstruo con sus espadas. La espada de Caramon no llegó ni a penetrar la gruesa y viscosa piel, en cambio la espada de doble puño de Sturm sí se clavó, haciendo que la babosa se retorciera de dolor. Tanis también la atacó, pero en el preciso momento en que la criatura torcía la cabeza en dirección al caballero...

—¡Tanthalas!

El grito rompió la concentración de Tanis, quien se detuvo, volviéndose atónito hacia la entrada.

—¡Laurana!

En ese momento, la babosa, percibiendo al semielfo, le lanzó su líquido corrosivo. La saliva golpeó su espada, fundiendo el metal que se disolvió un segundo después en su mano. El líquido descendió por su brazo, quemándole la carne. Tanis, chillando de dolor, cayó de rodillas.

—¡Tanthalas! —gritó Laurana corriendo hacia él.

—¡Detenedla! —jadeó Tanis, doblado de dolor, apretándose la mano y el brazo, ennegrecidos e inutilizados.

La babosa, percibiendo el triunfo, se deslizaba hacia él, arrastrando su vibrante cuerpo gris por el suelo y cruzando la puerta. Goldmoon le dirigió una mirada pavorosa y luego corrió hacia Tanis. Riverwind se mantuvo a su lado, protector.

—¡Alejaos! —gritó Tanis.

Goldmoon tomó el brazo herido entre sus manos, orando a su diosa. Riverwind colocó una flecha en su arco y disparó hacia la limaza. La flecha golpeó a la criatura en el cuello, haciéndole poco daño pero distrayendo su atención de Tanis.

Goldmoon le tomó la mano al semielfo al ver que seguía atormentado por el dolor, pero éste fue cediendo y Tanis recuperó la sensibilidad en el brazo. Le sonrió a Goldmoon, maravillado por sus poderes curativos, y alzó la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.

Los demás estaban atacando a la criatura con furia renovada, intentando apartarla de Tanis, aunque era como si estuviesen clavando sus armas en una gruesa y viscosa pared.

Tanis se puso en pie tembloroso. Su mano estaba curada pero su espada seguía en el suelo, una amorfa masa de metal. Volvió a caer, arrastrando con él a Goldmoon, al ver que la babosa seguía deslizándose por la habitación.

Raistlin corrió al lado de Fizban.

—Ahora es el momento de formular el encantamiento de la bola de fuego, anciano —le dijo.

—¿Tú crees? —el rostro de Fizban se iluminó.

—¡Maravilloso! ¿Cómo era?

—¿No lo recuerdas? —Raistlin se estremeció, empujando al mago tras una columna al ver que la babosa lanzaba otro chorro de saliva corrosiva.

—Solía hacerlo... déjame pensar. ¿No puedes hacerlo tú? —dijo Fizban intentando concentrarse.

—Aún no tengo el poder, anciano. Ese encantamiento está fuera de mis posibilidades.—Raistlin cerró los ojos y comenzó a concentrarse en aquellos hechizos que conocía.

—¡Retirémonos ! ¡Huyamos de aquí! —gritó Tanis protegiendo a Laurana y a Goldmoon lo mejor que podía mientras intentaba manejar el arco y las flechas.

—¡Seguro que nos sigue! —chilló Sturm, clavándole de nuevo la espada, aunque todo lo que él y Caramon conseguían era enfurecer todavía más a la criatura.

De pronto Raistlin alzó los brazos
—Kalith karan, toba-niskar
—gritó, y dardos flamígeros salieron de sus dedos, golpeando a la criatura en la cabeza. La babosa retrocedió, conteniendo su dolor y sacudiendo la cabeza, pero enseguida volvió a la carga. Avanzó directamente hacia delante, percibiendo algunas víctimas en el fondo de la habitación, allí donde Tanis intentaba proteger a Goldmoon y a Laurana. Enloquecida por el dolor y exasperada por el olor a sangre, la babosa atacó con una rapidez increíble. Las flechas de Tanis rebotaron sobre su coriácea piel y el monstruo se dirigió hacia él con las fauces abiertas. El semielfo tiró su inofensivo arco y retrocedió, tropezando con los escalones que llevaban al trono de Kith-Kanan.

—¡Tras el trono! —gritó, intentando llamar la atención del monstruo mientras Goldmoon y Laurana procuraban ponerse a cubierto. Alargó la mano, intentando agarrar una roca inmensa, algo que le sirviera para golpear a la criatura, cuando sus dedos se cerraron sobre la empuñadura metálica de una espada.

Tanis, atónito, casi dejó caer el arma. El metal estaba tan frío que le quemaba la mano. La hoja relucía brillante bajo la oscilante luz del bastón del mago. No obstante, como no había tiempo que perder, Tanis se abalanzó hacia la babosa, clavándole la espada en plenas fauces, justo cuando la criatura se disponía a atacarle.

—¡Corred! —chilló Tanis. Agarrando a Laurana de la mano, comenzó a correr hacia la hendidura de la pared. Empujándola por el hueco, se volvió, preparándose para mantener a la babosa acorralada mientras los demás escapaban. Pero el apetito de la babosa se había evaporado. Retorciéndose de dolor, se giró lentamente y se deslizó de vuelta a su cubil. De sus heridas manaba un líquido viscoso.

Los compañeros se apretujaron en el túnel, deteniéndose unos segundos para dejar reposar sus corazones y recobrar el aliento. Raistlin, jadeando, se apoyó en su hermano. Tanis miró a su alrededor.

—¿Dónde está Tasslehoff? —preguntó sorprendido. Mientras se volvía para regresar a la sala, casi tropieza con el kender.

—Te traje la funda —dijo Tas alzándola—, para la espada.

—Retrocedamos por el tunel — dijo Tanis con firmeza, acallando las preguntas.

Al llegar al cruce, se dejaron caer a descansar sobre el polvoriento suelo. Tanis se volvió hacia la elfa.

—¡En nombre de los Abismos! ¿Laurana, qué estás haciendo aquí? ¿Ha ocurrido algo en Qualinost?

—No, no ha ocurrido nada. Simplemente he... he venido...

—¡Entonces vas a regresar ahora mismo! —chilló enojado Gilthanas agarrando a Laurana. Ella se apartó de él.

—No pienso regresar. Vengo contigo y con Tanis... y con los demás.

—Laurana, esto es una locura —exclamó Tanis.

— No es un paseo. Esto no es un juego. Ya has visto lo que ha pasado ahí dentro... ¡casi nos matan!

—Lo sé, Tanthalas. Me dijiste que, a veces, llega un momento en el que uno debe arriesgar su vida por algo en lo que cree firmemente. He sido yo la que os he estado siguiendo.

—Te podíamos haber matado... —comenzó a decir Gilthanas.

—¡Pero no lo hicisteis! He sido entrenada como un guerrero... como todas las mujeres elfas desde aquellos tiempos en los que luchamos junto a nuestros hombres para salvar nuestra tierra.

—Pero ése no fue un entrenamiento serio... —comenzó a decir Tanis enojado.

—Os he seguido, ¿no? Con mucha habilidad, ¿verdad? —le preguntó Laurana a Sturm.

—Sí —admitió él.

—No obstante, eso no significa...

Raistlin los interrumpió.

—Estamos perdiendo tiempo. Y por lo que a mí respecta, no tengo ganas de pasar más rato del necesario en este pasadizo mohoso y húmedo —hablaba jadeando, pues le resultaba imposible respirar normalmente—. La muchacha, ya ha tomado una decisión. Ninguno de nosotros puede acompañarla de vuelta, tampoco podemos confiar en que regrese sola. Podría ser capturada y obligada a revelar nuestros planes. Debemos llevarla con nosotros.

Tanis miró al mago, odiándole por su lógica fría y certera. El semielfo se puso en pie, tirando del brazo de Laurana y obligándola a hacer lo mismo. También sentía hacia ella algo parecido al odio; aunque no lo comprendía muy bien, sabía que la muchacha le estaba complicando una tarea que ya de por sí no le resultaba nada fácil.

—Estás aquí por tu voluntad —le dijo lentamente, mientras el resto del grupo se levantaba y recogía sus cosas.

—Yo no puedo estar pendiente de ti, protegiéndote. Gilthanas tampoco. Te has comportado como una mocosa mal educada. Ya te lo dije una vez... será mejor que madures. Si no lo haces, ¡lo más seguro es que consigas que te maten a ti y a todos nosotros!

—Lo siento, Tanthalas. Pero no quería perderte, no ahora que habías regresado. Te amo. Conseguiré que te sientas orgulloso de mí.

Tanis se giró y comenzó a caminar. Al ver la mueca de Caramon y oír la risita de Tika, se sonrojó. Sin hacerles ningún caso, se acercó a Sturm y a Gilthanas.

—Finalmente, parece que tendremos que tomar el pasadizo de la derecha, le guste o no a Raistlin.— Se colocó en la cintura la nueva espada y la vaina, sin dejar de notar los ojos del mago clavados en el arma.

—¿Qué ocurre ahora? —le preguntó nervioso.

—Esta espada está encantada, ¿cómo la conseguiste?

Tanis se sobresaltó. Observó la espada, apartando la mano como si de pronto creyese que podía convertirse en una serpiente. Frunció el ceño, intentando recordar.

—Me encontraba cerca del trono del rey elfo, buscando algo para arrojarle a la babosa, cuando, de repente, vi que mi mano empuñaba esta espada. Ya no estaba en la vaina y... —Tanis hizo una pausa, atragantándose.

—¿Ah sí? —le apremió Raistlin.

—El me la dió. Recuerdo que su mano tocó la mía. Él la sacó de la funda.

—¿Quién? —preguntó Gilthanas—. Ninguno de nosotros estábamos allí.

—Kith-Kanan...

10

La guardia Real

La sala de la Cadena.

Tal vez fuera sólo su imaginación, pero a medida que avanzaban por el pasadizo, la oscuridad parecía espesarse cada vez más y el aire parecía cada vez más frío. Sabían que esto último no era normal en una gruta, donde la temperatura acostumbra a mantenerse constante. De pronto pasaron ante una ramificación del túnel, pero a ninguno se le ocurrió tomarla, porque lo más probable es que los llevara de vuelta a la Cámara de los Antepasados y a la babosa herida.

—Gracias al elfo esa babosa casi nos mata —recriminó Eben,

—Me gustaría saber qué otras sorpresas nos aguardan aquí abajo...

Nadie contestó. Para entonces, todos percibían ya la aciaga sensación que Raistlin había mencionado. Disminuyeron el paso, y si continuaron caminando fue tan sólo gracias a la fuerza que les confería mantenerse unidos. Laurana, casi paralizada, se apoyó en la pared para no caerse. Deseaba que Tanis la reconfortara y la protegiera, como cuando de jóvenes se enfrentaban a enemigos imaginarios, pero el semielfo caminaba en primer lugar junto a Gilthanas. Cada uno debía enfrentarse individualmente a sus propios temores. En ese momento, Laurana resolvió que prefería morir antes de pedirle ayuda. Pensó que realmente estaba decidida a conseguir que Tanis se sintiese orgulloso de ella. Se apartó de la pared del viejo pasadizo, apretó los dientes y siguió caminando.

Súbitamente éste, acabó en una pared de roca. Cascajos y pedazos de piedra se amontonaban esparcidos al pie de un boquete abierto en la misma. Los compañeros tuvieron la sensación de que algo funesto fluía desde la oscuridad del agujero, algo que se mecía alrededor suyo, tocándoles con dedos invisibles. Se detuvieron, y nadie —ni siquiera el kender— osó atravesarlo.

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