Egipto, 1324 a.C. Un joven inválido, con un parecido asombroso al joven faraón Tutankhamón, ha sido asesinado de forma atroz y han hallado su cuerpo maltratado dispuesto según el símbolo egipcio de la muerte. A su vez, una joven prostituta, vestida con las ricas prendas que suelen adornar el cuerpo de la esposa del faraón, ha sido sometida a extraños y mortíferos rituales. Ambas víctimas tienen todos los huesos fracturados. Sea quien sea el despiadado asesino es alguien dotado de una refinada crueldad que pretende atemorizar a los jóvenes faraones.
Rahotep, el investigador del reino, es el encargado de esclarecer el caso. Sabe que el criminal pertenece a la nobleza, que domina técnicas de cirugía y que conoce el poder de las sustancias alucinógenas. Rahotep no descansará en su intento de poner a salvo la vida del faraón y el futuro de Egipto.
«Nick Drake nos regala la verdadera imagen de una civilización perdida y logra dar vida a Tutankhamón, el fascinante niño rey de destino maldito.»
Nick Drake
El Reino de los Muertos
Rahotep - 2
ePUB v1.0
libra_86101020.09.12
Título original:
Tutankhamun, The book of shadows
Nick Drake, 2009.
Traducción: Eduardo García Murillo
Diseño/retoque portada: Mario Arturo
Editor original: libra_861010 (v1.0)
ePub base v2.0
Rahotep
: «Buscador de Misterios», detective jefe de la división de los medjay (fuerza de policía) de Tebas
S
US FAMILIARES Y AMIGOS
Tanefert
: su esposa
Sejmet, Thuyu, Nechmet
: sus hijas
Amenmose
: su hijo pequeño
Tot
: su mandril
Jety
: compañero de los medjay
Najt
: noble
Minmose
: criado de Najt
L
A FAMILIA REAL
Tutankhamón
: Señor de las Dos Tierras, la «Imagen Viviente de Amón»
Anjesenamón
: reina, hija de Ajnatón y Nefertiti
Mutnodjmet
: tía de Anjesenamón, esposa de Horemheb, hermana de Nefertiti
L
OS FUNCIONARIOS DE PALACIO
Ay
: regente, y «Padre de Dios»
Horemheb
: general de los ejércitos de las Dos Tierras
Khay
: escriba jefe
Simut
: comandante de la guardia de palacio
Nebamum
: jefe de los medjay de Tebas
Maia
: nodriza de Tutankhamón
Pentu
: médico principal de Tutankhamón
Cuando Su Majestad fue coronado rey, los templos y propiedades de los dioses y diosas, desde Elefantina hasta los pantanos del Bajo Egipto, habían caído en decadencia. Sus sepulcros se hallaban en ruinas, convertidos en meros montículos cubiertos de hierba. Era como si sus santuarios no hubieran sido creados todavía, y sus edificios no eran más que senderos. Reinaba el caos en el país. Los dioses le habían dado la espalda. Cuando un ejército fue enviado al norte de Siria para extender las fronteras de Egipto, no tuvo éxito. Si alguien rezaba a un dios para pedirle algo, no acudía. Si alguien suplicaba a una diosa del mismo modo, no acudía. El corazón de los dioses palpitaba débil en sus estatuas divinas. Lo que había sido creado, había sido destruido.
De la Estela de la Restauración,
sita en el complejo del templo de Karnak,
durante los primeros años
del reinado de Tutankhamón.
Te conozco, conozco tus nombres.
Textos de los Sarcófagos,
Conjuro 407
Tebas, Egipto
Año 10 del reinado de Tutankhamón, Imagen Viviente de Amón
Tres golpes breves. Escuché el silencio que siguió con el corazón martilleando en respuesta. Después, para mi alivio, llegó el conocido último golpe de la señal. Dejé escapar el aliento poco a poco. Tal vez me estaba haciendo viejo. Aún era oscuro, pero ya estaba despierto; el sueño me había traicionado una vez más, como sucede a menudo en las melancólicas horas previas al alba. Me levanté del diván y me vestí a toda prisa, al tiempo que miraba a Tanefert. La cabeza de mi esposa reposaba con elegancia sobre el cabecero de la cama, pero sus hermosos y preocupados ojos estaban abiertos, observándome.
—Duérmete. Te prometo que volveré a casa a tiempo.
Le di un breve beso. Se aovilló como una gata y me vio marchar.
Descorrí la cortina y miré un momento a mis tres hijas, Sejmet, Thuyu y Nechmet, dormidas en sus camas, en la habitación que compartían atestada de ropa, juguetes viejos, papiros, pizarras, dibujos de su infancia y otros objetos cuyo significado se me escapa. Nuestra casa es demasiado pequeña para unas chicas tan crecidas. Escuché un momento la respiración laboriosa de mi padre en su habitación, situada en la parte de atrás.
Se interrumpió un largo momento, pero después otra aspiración se abrió paso a través de su cuerpo anciano. Por fin, como siempre antes de irme de casa, me detuve delante de mi hijo pequeño, Amenmose, que dormía plácidamente, tumbado a sus anchas como un perro ante un fuego. Le di un beso en la frente, húmeda por el calor. No se movió.
Me llevé los pases nocturnos, pues el toque de queda se cumplía a rajatabla, y cerré la puerta sin hacer ruido. Tot, mi inteligente mandril, saltó hacia mí desde el lugar del patio donde dormía, con su corta y peluda cola curvada hacia arriba, y se alzó sobre sus patas traseras para saludarme. Dejé que olisqueara la palma de mi mano y después le acaricié su espeso pelaje castaño. Hice un breve gesto de libación hacia el nicho del pequeño dios del hogar, aunque sabe que no creo en él. Después abrí la puerta y salí a las sombras del callejón, donde Jety, mi ayudante, me estaba esperando.
—¿Y bien?
—Han encontrado un cadáver —dijo en voz baja.
—¿Y me has despertado por eso? ¿No podía esperar al alba? Jety sabe que me pongo de mal humor cuando me molestan demasiado temprano.
—Espera a verlo —replicó.
Nos fuimos en silencio. Tot tiraba de su correa, emocionado por salir a la oscuridad y ansioso por explorar lo que le aguardaba. Era una noche hermosa y despejada: había terminado la estación de la cosecha,
shemu
, y con la aparición del signo de Sirio, la Estrella del Perro, la inundación había llegado para desbordar las orillas del Gran Río e inundar los campos de abundante limo vivificante. Y una vez más, el tiempo de la festividad había regresado. En años recientes, las aguas no se habían elevado lo bastante, o bien se habían elevado demasiado, provocando una devastación inmensa. Pero aquel año había sido ideal, y había aportado alivio y alegría a una población desanimada, incluso deprimida, por aquellos tiempos sombríos del reinado de Tutankhamón, rey del Bajo y Alto Egipto.
La cara brillante de la luna arrojaba luz suficiente para que camináramos como si fuera nuestra lámpara. Estaba casi llena, con el gran reguero de estrellas a su alrededor como un manto exquisito: la diosa Nut, a quien según los sacerdotes nuestros ojos mirarán cuando yazcamos en las pequeñas barcas de la muerte en las que cruzaremos el océano del Otro Mundo. Había estado reflexionando sobre esto mientras me encontraba tumbado insomne en el diván, pues yo soy de aquellos que ven la sombra de la muerte en todo: en el rostro alegre de mis hijos, en las arterias populosas de la ciudad, en la dorada vanidad de sus palacios y oficinas, y siempre, por el rabillo de mi ojo.