—¿Volvemos a consultar los libros?
—Tú comprueba los libros y yo me conectaré a Internet. Ahora que esos italianos tienen el pergamino, confiemos en que nadie nos esté buscando.
Bronson inició sesión en la red inalámbrica del hotel con su ordenador portátil, mientras Ángela hojeaba los libros que había comprado en Cambridge.
Bronson comenzó analizando las referencias a Marco Asinio Marcelo, ya que habían supuesto que probablemente fuera el responsable de la inscripción en latín de la piedra que encontraron en la casa de los Hampton. Ya sabían que Marcelo había estado involucrado en un escándalo relacionado con la falsificación de un testamento, pero fue indultado por la intervención personal del propio Nerón.
—Ese hecho —dijo Bronson— pudo haber proporcionado algo con lo que maniobrar a Nerón para presionar a Marcelo para que llevara a cabo ciertas tareas, lo que explicaría las iniciales «POLDA»: «Per ordo Lucius Domitius Ahenobarbus». Lo que significaban las letras de la piedra era que el trabajo (fuera cual fuera) fue llevado a cabo por Marcelo, bajo las órdenes de Nerón.
—Así que quizá debamos analizar con mayor detenimiento al emperador, ¿no crees? —dijo Ángela.
Dirigieron toda su atención a Nerón y descubrieron, entre otras cosas, su implacable odio hacia todos los aspectos de la cristiandad.
—Si ese esbirro italiano nos ha contado la verdad —dijo Bronson—, el pergamino contenía algún secreto que el Vaticano no deseaba que nadie conociera, lo que podría querer decir que lo que estamos buscando está también relacionado con la Iglesia.
—Y si estoy en lo cierto y esas líneas corresponden a una especie de mapa, eso sugiere que Marcelo pudo haber enterrado u ocultado algo para Nerón —dijo Ángela—. Debió de ser algo que el emperador consideraba de tal relevancia que tuvo que encomendárselo, no a un escuadrón de trabajadores ni a un grupo de esclavos, sino a un familiar que le debiera una enorme gratitud.
—Entonces, ¿qué demonios enterró Marcelo?
—No tengo ni la más remota idea —dijo Ángela—, pero cuanto más observo estas líneas, más segura estoy de que algo fue enterrado, y este diagrama está intentando decirnos dónde.
A Mandino no le sorprendió que Villa Rosa pareciera estar desierta. Si hubiera estado en el lugar de Bronson, habría abandonado la casa lo antes posible. Sabía también que su guardaespaldas herido se encontraba en un hospital de Roma, y que los oficiales de los Carabinieri estaban a la espera de poder interrogarlo con relación a su herida de bala, ya que el tipo había mantenido una breve conversación telefónica con Rogan.
El conductor detuvo el coche enfrente de la casa, y Mandino ordenó a uno de sus hombres que comprobara el garaje, por si la Renault Espace seguía aparcada allí, ya que no estaba dispuesto a cometer el mismo error por segunda vez. Momentos más tarde, el guardaespaldas volvió corriendo.
—La puerta está cerrada con llave, pero he mirado por la ventana, y allí no hay nada —dijo.
—De acuerdo —dijo Mandino—. Rogan, haz que podamos entrar.
La puerta de atrás estaba atascada con una silla (Rogan pudo comprobarlo con bastante claridad a través de los paneles de cristal de la puerta) así que se dirigió a la ventana del salón en la que él y Alberti habían roto uno de los paneles. Los postigos estaban cerrados con pestillo, pero pudo abrirlos fácilmente con una palanca. El cristal aún no había sido reparado, y en escasos minutos Rogan pudo abrir la puerta principal de la casa para que el resto de los hombres entrara.
Los dos hombres se dirigieron a la sala de estar, y se detuvieron frente a la chimenea.
—Capo, ¿está seguro de que es aquí?
—Es el único lugar posible. Es el único escondite que tiene sentido. Ponte manos a la obra.
Rogan arrastró la escalera de mano hasta la chimenea, y sacó martillo y cincel de la bolsa que llevaba. Subió la escalera hasta que sus hombros estuvieron a la altura de la piedra inscrita y comenzó a retirar el cemento. Introdujo la punta del cincel en el hueco que había entre la piedra y la pared y, haciendo palanca, logró mover la piedra ligeramente.
—Esta piedra debe tener solo unos pocos centímetros de grosor —dijo Rogan—> pero me gustaría que alguien me ayudara a sacarla.
—Espérate aquí. —Mandino hizo un gesto a uno de sus guardaespaldas, quien rápidamente se quitó la chaqueta y la funda de revólver que llevaba al hombro, y cogió una segunda escalera de mano.
Introduciendo la herramienta en el espacio que había por encima de la piedra, Rogan hizo palanca hacia arriba, y la parte superior de la piedra se movió hacia delante. Cambió la posición del cincel y volvió a empujar hacia arriba, y luego repitió la acción a ambos lados de la piedra, hasta que la piedra quedó lo suficientemente suelta como para extraerla.
—Prepárate para aguantar el peso —le advirtió al guardaespaldas.
Los dos hombres empujaron la piedra hacia delante y hacia atrás hasta que se soltó del todo. Cada uno de ellos agarró uno de los lados de la piedra, pero Rogan notó de inmediato que no era tan pesada como había imaginado.
—Solo tiene dos centímetros y medio de anchura —dijo él. La levantó sin ayuda, bajó las escaleras de mano, y transportó la piedra hacia una mesa pequeña pero robusta, en la que Mandino esperaba. Rogan la sujetó en posición vertical sobre su base mientras Mandino limpiaba enérgicamente con un cepillo el polvo y la argamasa de la parte trasera, en busca de letras y números.
—Nada —masculló Mandino. La parte de atrás de la piedra no tenía nada, aparte de los diminutos cortes que se le habían realizado cuando fue preparada—. Comprueba el hueco.
Rogan volvió a subir las escaleras y miró el interior del hueco que había por encima de la chimenea.
—Aquí hay algo —dijo él.
—¿Qué?
—Hay otra piedra en la cavidad. No está rodeada de cemento, es como si la primera piedra tuviera la función de hacer de puerta.
—Bájala —le ordenó Mandino.
Rogan sacó la segunda piedra del hueco y la colocó sobre la mesa junto a la primera.
—No —dijo Mandino—. Así no. Colócala debajo de la otra. Eso es —añadió, mientras los dos hombres colocaban la piedra—. Mirad, es la sección de abajo. Esa es la parte de la piedra que alguien debió cortar hace siglos.
Los tres hombres analizaron las marcas de la piedra.
—¿Es un mapa? —preguntó Rogan, mientras eliminaba con un cepillo el polvo y la suciedad de la superficie inscrita.
—Podría ser —dijo Mandino—. Aunque nos llevará tiempo descifrarlo. No se parece a ningún mapa de los que haya visto nunca.
La religión no influía a Mandino. Creía en las cosas que podía ver, como era el caso del dinero y del miedo; sin embargo, y en contra de su voluntad, estaba desarrollando un cierto respeto hacia el ingenio de los cátaros. Con una religión que se desmoronaba, debieron de ser conscientes de que se les agotaba el tiempo, pero antes de arriesgarse a que la piedra o la Exomologesis cayesen en manos de los cruzados, decidieron ocultarlas. Enterraron el pergamino debajo del suelo y partieron la piedra en dos, sellando la mitad inferior en el interior de la pared, donde permanecería a salvo del desgaste natural. Luego dejaron dos marcas visibles, dos piedras inscritas que mostraban el lugar en el que habían sido ocultados los dos objetos, pero solo si uno sabía exactamente lo que buscar.
Las búsquedas en Internet habían servido de ayuda, aunque no demasiado. Bronson y Ángela sabían ahora mucho más acerca de los romanos en general, y del emperador Nerón en particular, pero seguían sin saber prácticamente nada acerca de Marco Asinio Marcelo, que permanecía como un personaje vago e insustancial, carente prácticamente de registro histórico, y tampoco tenían ni idea de qué había sido enterrado bajo las órdenes de Nerón.
En su habitación de hotel de Santa Marinella, Bronson examinó el skyphos detenidamente mientras Ángela consultaba uno de sus libros acerca de Nerón.
—Lo que no hemos mirado en realidad —dijo Bronson lentamente—, es esta taza para beber.
—Sí lo hemos hecho —objetó Ángela—. Ahora está vacía porque se han llevado el pergamino, pero hemos copiado la especie de mapa que aparece en su exterior, ya no nos puede revelar más información.
—No me refería a eso exactamente. He estado intentando reconstruir la secuencia de sucesos. Este recipiente es una copia de un skyphos romano del siglo I, pero, ¿por qué los cátaros no utilizaron un recipiente contemporáneo para ocultar el pergamino? Podrían haber utilizado cualquier vasija antigua y haber inscrito ese diagrama en ella. Pero, ¿por qué se molestaron en fabricar una réplica de una taza para beber romana? Tiene que existir un buen motivo para ello.
»El verso en occitano que encontramos contenía una única palabra en latín (calix) que significa «cáliz», lo que es un indicador claro de esta vasija, pero creo que el hecho de que se asemeje a un recipiente romano apunta directamente a la inscripción en latín. Puede que esta vasija y las dos piedras formen parte del mismo mensaje silencioso dejado para alguien por el último de los cátaros.
—Ya le hemos dado vueltas a eso, Chris.
—Lo sé, pero queda una pregunta por contestar. —Bronson señaló el lateral del skyphos—. ¿De dónde procede eso? —dijo él.
—¿La vasija?
—No. El mapa o diagrama, o lo que demonios sea. Puede que hayamos entendido mal lo del «tesoro cátaro», o que lo hayamos entendido a medias. Debían de tener el pergamino (las pistas que hemos seguido cuando lo encontramos eran demasiado específicas como para tratarse de una coincidencia) pero supón que el pergamino constituyera solo una parte de su tesoro.
—¿Qué otra cosa tenían?
—Me pregunto si los cátaros encontraron o heredaron tanto el pergamino como la piedra con la inscripción en latín.
Ángela parecía desconcertada.
—No veo de qué forma nos puede servir esto de ayuda. Todo lo que hay en la piedra son esas tres palabras en latín.
—No —dijo Bronson—. Hay (o al menos había) algo más. Recuerda lo que Jeremy Goldman me contó. Dijo que la piedra había sido seccionada, y que el fragmento cubierto de cemento de la casa de los Hampton era solo la mitad superior. De hecho, esa pista es la que nos hizo a Mark y a mí comenzar a buscar por el resto de la casa.
Buscábamos el fragmento inferior que faltaba.
—Pero nunca lo encontrasteis, ¿de qué forma puede ayudarnos entonces?
—Tienes bastante razón. No lo encontramos, pero me pregunto si lo hemos hecho ahora, o al menos si hemos encontrado lo que aparecía escrito en ese fragmento. Piénsalo. ¿Cómo describirías las letras talladas en la inscripción romana?
—Mayúsculas sin fiorituras. Una inscripción en latín típica del siglo i. Existen cientos de ejemplos similares.
—¿Y que hay de los versos en occitano?
Ángela reflexionó durante un momento.
—Son completamente diferentes. Estaban escritos en cursiva, supongo que el equivalente actual sería una especie de bastardilla.
—Exacto. Vale, calculaste que la inscripción en occitano fue tallada prácticamente al mismo tiempo que se creó el skyphos, probablemente en el siglo XIV, ¿no es así?
—Es probable, sí.
—Mira ahora el diagrama que aparece a un lado de la vasija, y las letras y los números. Los números son latinos (eso es lo primero) y las letras son mayúsculas. En otras palabras, aunque sea posible que el skyphos y la inscripción en occitano sean contemporáneos, nunca lo deducirías con solo con mirar los dos textos. Parecen completamente distintos.
—Estás diciendo entonces que si el skyphos fue fabricado por los cátaros, ¿por qué la decoración lateral es claramente romana? Aparte de que se trate de una copia evidente de una vasija para beber romana, claro.
—Sí —dijo Bronson—, y creo que se hizo de forma deliberada. Los cátaros realizaron una copia de una vasija romana para guardar en ella el pergamino, y la decoración que eligieron para el skyphos es también romana, y lo que es más, el diagrama se encuentra encabezado por «H V L» («Hic vanidici latitant») al igual que la piedra con la inscripción en latín.
—Sí—dijo Ángela, con un repentino tono de emoción—. ¿Quieres decir que lo que estamos viendo aquí puede ser una copia exacta del mapa o del fragmento que falta de la piedra?
Bronson asintió con la cabeza.
—Supón que los cátaros hubieran estado en posesión de la piedra durante años, pero que nunca hubieran sido capaces de descifrar su significado. Es probable que el pergamino haga referencia a la piedra, o a lo que enterraran, lo que les convenció de la verdadera importancia del mapa o diagrama. Cuando los últimos cátaros huyeron de Francia y llegaron a Italia, eran conscientes de que su religión estaba condenada a morir, pero continuaban deseando conservar el «tesoro» que habían logrado sacar en secreto de Montségur, por lo que dividieron la piedra en dos, dejaron una parte (la superior) en un lugar donde pudiera ser encontrada con facilidad, pero ocultaron la parte importante, el diagrama, en otro lugar.
»Para que un cátaro, o alguien que conociese lo bastante acerca de su religión, pudiera descifrarlo, prepararon la inscripción en occitano, cuyas pistas conducirían al pergamino, que se encontraba a salvo, oculto en el skyphos, y en la vasija dejaron una copia exacta del diagrama que nunca lograron entender. Creo que ese mapa muestra el lugar exacto en el que se ocultan los «mentirosos».
—Pero no se parece a ningún mapa de los que haya visto nunca. Son solo líneas, letras y números. Podrían significar algo.
Una vez más Bronson asintió con la cabeza.
—Si se tratara de algo fácil, los cátaros lo habrían descifrado hace setecientos años. Es una suposición, pero creo que Nerón debió insistir en que el escondite se ubicara en una zona que no pudiera nunca ser encontrada por accidente, lo que quiere decir en algún lugar bien alejado de la Roma imperial. Está claro que el emperador (o probablemente Marcelo) decidió trazar un mapa que mostrara la ubicación, para que el escondite pudiera ser encontrado en un futuro, en caso necesario. Sin embargo, para protegerlo aun más, idearon un tipo de mapa que debería ser descifrado.
—Entiendo a qué te refieres —dijo Ángela—. Pero este recipiente es mucho más pequeño que la piedra. ¿Qué pasa con la escala?
—He estado pensando en eso, y no creo que importe. Conozco algo de las técnicas para realizar mapas, y siempre que se conozca la escala, se puede interpretar un mapa de cualquier tamaño. Ese diagrama —señaló el skyphos—, no es un mapa convencional, ya que carece de una escala, al menos que yo sepa, y tampoco muestra costa, ríos ni ciudades. He estado intentando ponerme en el lugar del hombre que lo preparó, en un intento por averiguar qué pudo hacer para crear un mapa que perdurara durante siglos, en caso necesario.