—Espera—le ordenó Rogan—. Te quitaré la funda de la pistola. No puedes entrar llevando eso.
Rogan le aflojó a su compañero la chaqueta por los hombros, le desabrochó el tirante y sacó la funda de la pistola.
—¿Dónde está tu pistola? —preguntó.
—¿Qué?
—Tu Browning. ¿Dónde está? ¿En el coche?
—Demonios, no —dijo Alberti con la voz entrecortada—. La tenía en la mano cuando intenté entrar por la ventana. Probablemente esté en algún sitio dentro de la casa.
—Ay, mierda —dijo Rogan—. Eso es lo que nos faltaba.
—¿Cuál es el problema? El arma está limpia.
—Lo único que sé es que tiene el cargador lleno, lo que quiere decir que el hijo de puta que te hizo esto en el brazo ahora va armado, y todavía tenemos que volver allí a terminar nuestra misión.
Rogan se dio la vuelta y señaló el edificio de escasa altura con las luces encendidas, situado en el lado opuesto al aparcamiento.
—Vete para allá —dijo—. La sección de admisión de urgencias está en la parte de la derecha. Diles que has sufrido una mala caída o algo así.
—De acuerdo. —Alberti salió dando tumbos del coche, sujetándose aún el brazo derecho.
—Perdona por esto —murmuró Rogan en voz baja. Desenfundó su pistola y en un solo movimiento soltó el seguro, apuntó a la nuca de Alberti y apretó el gatillo.
El otro hombre cayó sin vida al suelo mientras el ruido del disparo resonaba en los edificios de los alrededores. Rogan avanzó unos pasos, giró el cuerpo, evitando mirar al revoltijo rojo, que era todo lo que quedaba del rostro de su compañero, y le quitó la cartera. Luego se volvió a subir en el coche y se alejó.
Tras recorrer algunos kilómetros, Rogan detuvo el coche en un área de reposo y llamó a Mandino.
—Ya está hecho —dijo Rogan, en cuanto Mandino contestó al teléfono.
—Vale. Esa es la primera cosa que has hecho bien hoy. Ahora vuelve a la casa y termina el trabajo. Necesito que encuentres la piedra que falta.
—Creo que necesitamos ayuda.
Bronson y Mark estaban sentados desayunando a la mañana siguiente.
—¿Te refieres a la policía? —preguntó Mark.
Bronson negó con la cabeza.
—Me refiero a la ayuda de un especialista. Esta casa tiene aproximadamente seiscientos años de antigüedad, pero creo que esa piedra tiene un montón de años más, puede que dos mil años, de no ser así, ¿por qué se ha escrito la inscripción en latín? Si fuera algo contemporáneo a la casa, lo lógico sería que estuviera escrita en italiano. Necesitamos a alguien que pueda decirnos qué significa la frase en latín, y por qué es tan importante.
—Entonces, ¿quién piensas que... ah, crees que Ángela podría ayudarnos?
Bronson asintió con la cabeza con cierto pesar. Su anterior esposa era la única persona que conocía que estaba relacionada con el mundo de las antigüedades, pero no sabía cómo iba a reaccionar si se ponía en contacto con ella. Su separación había sido de todo menos amigable, pero tenía la esperanza de que se tomara este problema como un reto intelectual y respondiera de forma profesional.
—Confío en que pueda ayudarnos —dijo Bronson—. Sé que las inscripciones en pedazos de piedra no forman parte de su campo de experiencia, pero seguro que conoce a alguien en el museo Británico que pueda ayudarnos. Sabe además algo de latín, porque se especializó en la cerámica europea de los siglos I al III, aunque creo que tendremos que hablar con un experto.
—¿Entonces, qué? ¿La vas a llamar?
—No. Es probable que no conteste al teléfono si ve mi número de móvil en la pantalla. Le enviaré un par de fotografías en un correo electrónico. Confío en que tenga la suficiente curiosidad como para abrirlo.
Bronson subió al dormitorio y volvió a encender su ordenador portátil. Hizo doble clic en la primera imagen y giró la pantalla para que Mark pudiera verla también.
—Tenemos que elegir como máximo dos o tres —dijo—, y asegurarnos de que muestran la inscripción con claridad. ¿Qué te parece esta?
—Está un poco borrosa —dijo Mark—. Prueba con la siguiente.
Después de cinco minutos habían seleccionado dos fotografías, una tomada a unos metros que indicaba la posición de la piedra con respecto a la pared, y la segunda, un primer plano que mostraba la inscripción en mayor detalle.
—Estas servirán —dijo Mark mientras Bronson le escribía un breve mensaje a su ex mujer, en el que le explicaba dónde estaba la piedra y cómo la habían encontrado.
—Tardará algo de tiempo en contestar —anticipó Bronson.
Pero estaba equivocado. Solo una hora más tarde, su Sony emitió un tono musical doble que indicaba que había recibido un correo electrónico. No era de Ángela, sino de un hombre llamado Jeremy Goldman, y tenía una longitud de dos páginas.
—Escucha esto —dijo Bronson—. En cuanto ha recibido las imágenes, Ángela se las ha enviado a un colega, un especialista en idiomas antiguos llamado Jeremy Goldman, quien ha proporcionado una traducción del latín que coincide exactamente con la que nosotros hemos hecho: «Aquí yacen los mentirosos».
—Entonces, eso ha sido una pérdida de tiempo —comentó Mark.
—No, no lo ha sido. También proporciona información acerca del lugar de procedencia de la piedra. En primer lugar, miró la inscripción. No sabía qué eran los «mentirosos», pero ha insinuado que la palabra puede hacer referencia a libros o textos, algo así, algunos documentos que quienquiera que haya tallado la inscripción creía que eran falsos.
»No cree que el texto haga referencia a una tumba, porque se trata de un verbo incorrecto. Cree que simplemente se trata de algo que ha sido ocultado o guardado en secreto en algún sitio. Las letras, dice, fueron talladas de un modo muy rudimentaria y su forma sugiere que se trata de una inscripción muy antigua, puede que se remonte al siglo I d. C.
»Observó también la forma de la piedra, y una vez más no coincide con la de un marcador de tumbas. Cree que es probable que haya sido parte de la pared, y sugiere que en su ubicación original tuvo que haber una o más piedras inscritas por debajo de esta, que es probable que contuvieran un mapa que indicara la ubicación de aquello a lo que hace referencia la inscripción, sea lo que sea.
»Concluye diciendo que, como curiosidad, la piedra puede ser de interés, pero que no tiene un valor intrínseco. Supone que cuando esta casa fue erigida, los que la construyeron encontraron la piedra y decidieron incorporarla a la pared con fines decorativos. Y entonces, a lo largo de los años, los gustos cambiaron y la pared fue cubierta con escayola.
—Vale, supongo que eso puede ser útil —afirmó Mark—, pero no nos ayuda mucho, y seguimos sin saber por qué esos «ladrones» han estado entrando en la casa.
—Claro que nos ayuda —dijo Bronson—. Sea cual sea el significado de esas palabras, alguien, en algún lugar, está muy preocupado por mantenerlas ocultas, de no ser así, ¿por qué habrían vuelto a colocar la escayola en la pared? Y está claro que esa persona sabe exactamente qué son esos «mentirosos», y está desesperada por encontrar el lugar donde están escondidos. Está buscando el fragmento que le falta a la inscripción, el mapa, o lo que sea, que muestra el lugar en el que se esconden las reliquias.
—Entonces, ¿qué debemos hacer? —preguntó Mark.
—Eso creo que está bastante claro. Tenemos que encontrar la piedra que falta antes de que los ladrones regresen.
El consumo de cafeína del cardenal Joseph Vertutti iba en aumento a gran velocidad. Una vez más había sido citado por Mandino, y una vez más se encontraron en la terraza de una cafetería plagada de gente, esta vez en la Piazza Cavour, a no demasiada distancia del Vaticano. Como de costumbre, Mandino iba acompañado de dos guardaespaldas, y esta vez, Vertutti tenía la esperanza de que tuviera buenas noticias.
—¿Han encontrado sus hombres el resto de la piedra? —preguntó con una ligera esperanza de que así hubiera sido.
Mandino negó con la cabeza.
—No. Ha habido un problema —dijo, pero no parecía dispuesto a contarlo.
—Entonces, ¿ahora qué?
—Este asunto me está llevando cada vez más tiempo, cardenal, aparte de causarme unos significativos gastos. Soy consciente de que fuimos contratados para resolver este problema en nombre de su superior, pero es necesario que sepa que espero que estos gastos corran por su cuenta.
—¿Qué? ¿Espera que el Vaticano... —Vertutti bajó el tono de voz al decir la palabra— le pague?
Mandino asintió con la cabeza.
—Exactamente. Le adelanto que el total de nuestros gastos ascenderá a aproximadamente cien mil euros. Quizá pueda arreglárselas para transferirnos esa suma de dinero una vez que solucionemos el asunto. Le informaré de los datos de la cuenta a su debido tiempo.
—No haré tal cosa —resopló Vertutti—. No tengo acceso a una suma tan elevada y, aunque lo tuviera, no le daría ni un solo euro.
Mandino lo miró inexpresivo.
—Esperaba esta reacción por parte de usted, cardenal. Se lo voy a decir más claro, no está en posición de discutir. Si no está de acuerdo en cubrir estos modestos gastos, puede que decida que los intereses de mi organización sean satisfechos no destruyendo la reliquia ni entregándosela a usted. Puede que sacar a la luz nuestros hallazgos sea la mejor opción. Pierro está muy interesado en lo que hemos descubierto hasta ahora, y cree que su carrera académica se vería enormemente favorecida si pudiera encontrar ese objeto para que sea examinado desde un punto de vista científico. Pero, por supuesto, depende de usted.
—Creo que eso se llama chantaje, Mandino.
—Puede llamarlo como quiera, eminencia, pero no olvide con quién está tratando. Mi organización está incurriendo en gastos, necesarios para llevar a cabo esta operación en su nombre. Por lo que sería razonable que usted corriera con ellos. Si decide no hacerlo, por mi parte nuestras obligaciones contractuales para con usted habrán tocado a su fin, y entonces tendremos completa libertad para hacer lo que creamos más apropiado con lo que logremos recuperar. Y no olvide que no soy simpatizante de la iglesia. Lo que pase con la reliquia no me preocupa en absoluto.
Vertutti lo fulminó con la mirada, pero ambos sabían que no tenía alternativa, ninguna en absoluto.
—Muy bien —dijo Vertutti con voz de irritación—. Veré si puedo arreglar algo.
—Excelente —dijo Mandino sonriendo—. Sabía que al final vería las cosas a mi manera. Le informaré en cuanto hayamos solucionado la situación en Ponticelli.
—Jeremy Goldman es muy agudo —dijo Bronson. Estaba leyendo el correo electrónico y acababa de caer en la cuenta de otra suposición significativa por parte de Goldman.
—¿En qué sentido? —preguntó Mark.
—Ha observado algo más acerca de la piedra con la inscripción. Dice que el texto en latín está centrado en la piedra de izquierda a derecha, pero no verticalmente. Las palabras están más cerca de la parte inferior que de la superior, lo que podría significar que la piedra no está completa, que alguien ha cortado la parte inferior. Vamos a echar un vistazo.
Los dos hombres se dirigieron al salón y se colocaron enfrente de la chimenea para observar la piedra. Estaba claro que Goldman tenía razón.
—Mira esto —dijo Bronson—. Si sabes lo que buscar, verás claramente las marcas dejadas por alguien que con un cincel ha retirado la parte inferior. Esta parte de la piedra (la que tiene la inscripción tallada sobre ella) formó parte una vez de otra piedra mucho más grande, probablemente el doble de grande que esta. Así que lo único que tenemos que hacer ahora es encontrar la mitad inferior, la parte que supuestamente contiene el mapa, las instrucciones o lo que sea.
—Eso podría ser complicado. Este lugar ha sido construido con piedra, al igual que el garaje. Había sido un bloque sólido y, antes de eso, un pequeño granero. La casa está rodeada por aproximadamente dos mil metros cuadrados de jardín, y la mayoría de ellos están plagados de piedras enterradas, está claro que algunas son piedras trabajadas, a cuyos lados y bordes se ha dado forma. Aunque la piedra estuviera aquí, nos podría llevar mil años encontrarla.
—Lo que yo creo, Mark, es que si está aquí, estará tapada con cemento en una de las paredes de la casa, exactamente igual que esta. La piedra se dividió cuidadosamente en dos, el borde seccionado es prácticamente recto, y no creo que quienquiera que se haya tomado la molestia de hacer eso se deshiciera de la otra parte.
»Así que vamos a comprobar el interior de la casa. El problema es, ¿con qué pared empezamos?
Bronson sonrió a su amigo. Al menos, la búsqueda les mantenía la mente ocupada y no pensaban en la muerte de Jackie.
—Vamos a comprobarlas todas, podemos empezar con esta misma de aquí.
Poco más de media hora después, los dos hombres volvían a encontrarse en el salón, mirando a la piedra situada por encima de la chimenea. A todas las paredes, con la excepción de tres, se les habían quitado todas las capas antes de que los Hampton adquiriesen la propiedad, y analizaron todas las piedras que quedaban al descubierto en la casa, pero no encontraron nada. Solo quedaban dos habitaciones en las que iban a tener que mancharse las manos: el comedor, que tenía dos paredes cubiertas con escayola con la que los obreros no habían empezado aún a trabajar, y el salón, en el que aproximadamente la mitad de la chimenea conservaba la escayola original.
—¿Es realmente necesario? —preguntó Mark, mientras Bronson se ponía un mono que habían dejado los obreros y cogía un martillo y un cincel.
—Creo que sí, lo es. La única forma de resolver esto es encontrar la mitad que falta de la piedra.
—¿Y qué hacemos ahora?
—Hasta que no localicemos la piedra y descifremos lo que hay inscrito en ella, no tengo ni idea —dijo Bronson.
Luego se dio la vuelta para analizar la pared situada junto a la chimenea. La antigua escayola comenzaba justo a la izquierda del dintel agrietado y se extendía hasta la pared de atrás, a la que ya se le había retirado el yeso.
Agarró con fuerza el cincel, colocó la punta a unos diez centímetros del borde de la escayola, y la retiró a golpe de martillo. El cincel se introdujo alrededor de un centímetro y medio, y una parte de escayola cayó al suelo, dejando visible la piedra situada debajo. Parecía que desnudar la pared no le iba a llevar demasiado tiempo.