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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (16 page)

BOOK: El primer apóstol
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—¿Quién demonios son...? —gritó Mark.

—Espera —respondió, también gritando, Bronson. Giró a la izquierda y aceleró; salió disparado de la entrada de gravilla y atravesó la zona de césped en dirección al seto que formaba el límite entre el jardín y la carretera.

—¿Dónde estaba? —voceó Bronson.

En el asiento del copiloto con el cinturón puesto, Mark adivinó de inmediato a qué se refería Bronson. Cuando compraron la casa, el camino de entrada tenía forma de «U» y dos puertas, pero habían ampliado el seto y el césped a lo largo de la segunda entrada, y esa era ahora su única vía de escape. Señaló a través del parabrisas.

—Un poco más adelante a la derecha —dijo, se preparó y cerró los ojos.

Bronson giró las ruedas ligeramente mientras el Alfa avanzaba como un cohete. Oyó el ruido de dos disparos detrás de ellos, pero pensó que ninguno había impactado en el vehículo. Más tarde se percató del ruido de las ruedas del coche chocando con el seto, los arbustos se habían plantado hacía escasamente un año. A través del parabrisas, todo lo que veían era una impenetrable vorágine de verde y marrón, mientras el Alfa machacaba las plantas por debajo del chasis, y las ramas golpeaban las ventanillas laterales. Las ruedas de delante se levantaron del suelo por un momento, cuando el coche chocó contra el montículo que servía de base al seto, para volver a estrellarse de nuevo.

Lo habían conseguido. Bronson levantó el pie del acelerador y pisó los frenos durante un instante, mientras el coche iba dando bandazos por el borde de hierba, y comprobaba la carretera en ambas direcciones, y menos mal que lo hizo.

Un camión avanzaba pesadamente por la colina que conducía hacia ellos, y a unos metros de distancia, había una nube negra de diésel que salía del tubo de escape. La cara de terror del conductor casi daba risa, había visto como un coche de color rojo intenso se materializaba desde un seto delante de sus ojos.

Bronson volvió a pisar con fuerza el acelerador, y el Alfa salió disparado en línea recta por la carretera, sin chocar con la parte de atrás del camión por los pelos. Pisó el freno, giró la rueda hacia la izquierda y, en el momento en el que el coche comenzaba a bajar la colina, aceleró de nuevo. El Alfa daba coletazos mientras aumentaba la potencia, pero en cuestión de un momento volvió a chirriar por la carretera a más de cien kilómetros por hora.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Mark, dándose la vuelta en su asiento para mirar hacia la casa—. ¿Quiénes eran esos tipos?

—No sé quiénes son —dijo Bronson— pero sé qué eran. Ese objeto cúbico era la piedra de la pared de tu comedor, y la caja gris era la torre de tu ordenador. Eran las personas que entraron para leer la primera inscripción, y los que han estado intentando entrar desde entonces para encontrar la segunda.

Bronson miró por el espejo retrovisor antes de bajar la colina pisando el acelerador. A unos doscientos metros por detrás de ellos, vio como salían dos coches de la entrada, uno detrás del otro, y comenzaban a perseguirlos. El primero era el Fiat que había bloqueado la entrada por detrás de ellos, y el otro era el Lancia.

—Yo no... —comenzó Mark.

Bronson le interrumpió.

—Todavía no les hemos dado esquinazo. Hay dos coches persiguiéndonos.

Sus ojos inspeccionaron los mandos del coche para comprobar si habían sufrido algún daño por el duro tratamiento que el Alfa había recibido, pero todo parecía estar bien. Y tampoco había detectado ningún problema con el manejo, aunque parecía que había varios pedazos de exuberante vegetación pegados en la parte frontal del coche.

—¿Qué quieren?

—Obviamente, la inscripción. Saben que la hemos borrado, así que somos su única pista, simplemente porque la vimos. Cualquiera que sea su significado, es mucho más importante de lo que pensaba.

Bronson pisaba el acelerador del Alfa todo lo que podía, pero las carreteras eran bastante estrechas, con curvas y plagadas de baches, y aunque no podía ver los coches que los perseguían, sabía que debían de estar cerca. Era un hábil y competente conductor entrenado en el cuerpo de policía, pero no estaba familiarizado con el coche ni con la zona, y conducía por el lado contrario al que estaba acostumbrado, así que tenía muy pocas posibilidades de salir airoso.

—Tendrás que ayudarme, Mark. Tenemos que salir de aquí como sea, y lo antes posible. —Indicó una señal de la carretera que señalizaba un cruce—. ¿En qué dirección?

Mark miró por el parabrisas, pero durante un momento se quedó en silencio.

—Necesito saberlo —dijo Bronson con urgencia—. ¿Qué dirección tomo?

Mark pareció despertarse.

—A la izquierda —dijo—. Vete a la izquierda. Es el camino más rápido hacia la autopista.

Pero cuando Bronson se detuvo en medio de la carretera, esperando a que pasara un grupo de tres coches que venían en dirección opuesta, el Fiat apareció en el espejo retrovisor a unos cien metros de distancia.

—Mierda —masculló Bronson, y aceleró todo lo que pudo tan pronto como la carretera quedó despejada.

—Una rápida comprobación, Mark—dijo—. Mi ordenador portátil y la cámara están en el coche, y el pasaporte lo tengo en el bolsillo. ¿Necesitas coger algo más de la casa?

Mark introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la cartera y el pasaporte.

—Solo mi ropa y mis cosas —dijo—. Aún no he acabado de guardarlas en la bolsa.

—Pues como si lo hubieras hecho —dijo Bronson con un tono de voz grave, mientras alternaba su mirada entre la carretera que tenía enfrente y los espejos.

—Tenemos que tomar la siguiente carretera a la derecha —le dijo Mark—. Luego la autopista está a solo cuatro kilómetros de distancia.

—De acuerdo.

Sin embargo, a pesar de que Bronson redujo la velocidad cuando el Alfa se aproximaba al cruce, no tomó la curva.

—Chris, te he dicho que giraras a la derecha.

—Ya lo sé, pero primero tenemos que perder de vista a este tipo. Espera un poco.

El Fiat estaba a menos de cincuenta metros de distancia del Alfa cuando Bronson entró en acción. Pisó el freno, esperó a que la velocidad del coche descendiera a unos treinta kilómetros por hora, luego soltó el freno, giró la rueda a la izquierda y, de manera simultánea, tiró del freno de mano. El coche comenzó a dar bandazos a ambos lados, mientras los neumáticos protestaban con un ruido chirriante, al ser este desplazado al otro lado de la carretera. En el momento en que el vehículo se situó en dirección opuesta, Bronson dejó caer el freno de mano y pisó el acelerador. El Alfa pasó rápidamente al Fiat, cuyos conductores seguían frenando con fuerza, y momentos después pasó también al Lancia, que acaba de alcanzarlos.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Mark.

—Técnicamente se llama giro en «J», porque esa es la forma de la marca que los neumáticos dejan en la carretera al derrapar. Es increíble lo que se puede aprender en el cuerpo de policía. Lo importante es que nos ha concedido un par de minutos de respiro.

Bronson no dejaba de comprobar los espejos retrovisores y, cuando llegaron a la curva que conducía a la autopista, seguía sin haber señales del Fiat ni del Lancia. Durante unos segundos se debatió entre ignorar el cruce y tomar una carretera secundaria en dirección a las colinas, donde tal vez encontraran un lugar en el que esconderse durante algunos minutos. Pero decidió que la velocidad era lo primordial, condujo el Alfa por la carretera sin apenas detenerse, y en tres minutos se encontraban comprando un tique en la barrera.

—¿Adonde vamos? —preguntó Mark.

—Vamos hacia la frontera italiana. Voy a poner la mayor distancia posible entre nosotros y ellos, y cuanto antes estemos en otro país, mejor que mejor, al menos en lo que a mí respecta.

Mark negó con la cabeza.

—En realidad, todavía no entiendo lo que está pasando. Robar el ordenador tiene sentido, supongo, ya que es posible que hayamos guardado las fotografías de los versos en él; pero ¿la piedra? Has destrozado la inscripción por completo, así que, ¿por qué se molestarían en llevársela?

—Probablemente crean que pueden recuperarla mediante determinados procesos altamente tecnológicos. Se pueden utilizar rayos X para leer el número del motor de un coche aunque el bloque se haya desgastado, por lo que es probable que exista una técnica similar que se pueda aplicar a la piedra. En realidad no lo sé. Pero tomarse la molestia de cortar ese bloque de piedra, por no hablar de dispararnos, significa que están decididos a encontrar esa inscripción.

CAPÍTULO 12
I

Gregori Mandino estaba furioso. Había ordenado que la piedra y la torre fueran llevadas al Lancia, y había planeado que Pierro sacase el vehículo de la casa, dejando a los otros tres hombres en la propiedad a la espera de la llegada de Hampton y su compañero. Pero la llamada de su guardaespaldas, en la que le informaba de que los dos ingleses se dirigían de vuelta a la casa, lo había cambiado todo.

La maniobra de su guardaespaldas había funcionado a la perfección, bloqueando por completo el camino de entrada, pero la forma en que el coche había escapado había resultado totalmente inesperada. Eso y la forma en la que el Alfa había logrado escapar de ellos diez minutos más tarde habían convencido a Mandino de que el conductor estaba desesperado o era realmente un experto.

Giraron rápidamente para perseguirlos, pero en el momento en el que llegaron al primer cruce, no había ni rastro del Alfa Romeo por ninguna parte, y había tres caminos que el conductor podía haber tomado. Mandino había imaginado que Hampton y el otro hombre se dirigirían a la autopista, y le ordenó al conductor del Lancia que tomara esa ruta, pero no vieron ni rastro de su presa en su camino hacia la cabina de peaje y, sin saber qué dirección había tomado el Alfa, no tenía sentido seguir intentando encontrarlos.

Mandino odiaba cometer errores. Había supuesto que los dos ingleses no volverían a la casa hasta transcurridas al menos dos horas, pero la suposición, como solía decir un colega americano, era la madre de todas las cagadas. Y ahora ya era demasiado tarde.

—Comprobad la casa —ordenó—. Buscad cualquier documento que identifique al segundo hombre y cualquier cosa que pueda ayudarnos a encontrarlos.

Cuando los hombres se dispersaron, siguiendo sus órdenes, Pierro se dirigió a Mandino.

—¿Qué quiere que haga?

—Eche un vistazo al lugar, solo por si a mis hombres se les pasa algo por alto.

—¿Adonde cree que han ido los ingleses?

—Si tienen un poco de sentido común —contestó Mandino— se dirigirán a Inglaterra. Ya han tomado la autopista en dirección norte, para salir de Italia.

—¿No puede detenerlos? ¿No puede conseguir que los Carabinieri los intercepten?

Mandino negó con la cabeza.

—Tengo ciertas influencias, pero se supone que este asunto debe ser gestionado con la mayor discreción posible. Tendremos que encontrar a esos dos utilizando nuestros propios recursos.

II

Mandino tenía razón, Bronson había tomado la autopista, y girado hacia el norte en dirección a la frontera italiana.

—¿Crees que nos seguirán? —preguntó Mark, mientras el Alfa tomaba una suave curva a doscientos kilómetros por hora.

—No, a no ser que dispongan de un helicóptero o algo así—dijo Bronson, sin quitar la vista de la carretera—. Perdimos de vista el Fiat y el Lancia mucho antes de coger la autopista.

—¿En qué dirección vamos?, lo pregunto para poder programar el navegador por satélite.

—Por si esos tipos están planeando bloquear la carretera o algo similar, tomaremos el camino más corto para salir de Italia. La frontera más cercana es la de Suiza, pero como esos banqueros suizos todavía no pertenecen a la UE, probablemente nos pidan el pasaporte. Así que nos dirigiremos al norte, después de salir de Módena, luego hacia Verona, hacia Trento, hasta llegar a Austria, y a través de Innsbruck a Alemania y a Bélgica.

»Este va ser un viaje vertiginoso. Voy a parar para poner gasolina, para comer, para tomar café, y para ir al váter, y nada más. Cuando estemos muy cansados de conducir, buscaremos un hotel en algún sitio, pero esto será cuando hayamos cruzado por lo menos dos fronteras y estemos en Alemania.

III

No tuvieron ningún problema en su rápido viaje por Europa. Bronson había cumplido su palabra y había conducido todo lo rápido que el tráfico permitía, permaneciendo en carreteras de peaje el máximo tiempo posible mientras atravesaba Italia, y había cruzado Austria antes de entrar en Alemania por el norte de Innsbruck.

Condujeron hasta Munich, luego giraron hacia el oeste en dirección a Stuttgart y a Fráncfort, pero para entonces Bronson se sentía realmente agotado. Salió de la autopista en Montabaur y se dirigió hacia el norte. En Langenhahn, encontraron un pequeño hotel y pasaron allí la noche.

A la mañana siguiente, Bronson pisó fuerte el acelerador del Alfa por las carreteras secundarias hasta tomar la autopista al sudeste de Colonia. Todo fueron carreteras de peaje hasta llegar al sur de Aquisgrán, luego entraron en Bélgica, y se dirigieron a la frontera francesa cerca de Lille. Después, fue a cuestión de un periquete llegar a la terminal del túnel del canal situada a las afueras de Calais, donde invirtió una pequeña fortuna para tener el privilegio de sentarse en su propio coche durante su breve viaje bajo La Manche.

—Te digo una cosa, Chris —dijo, mientras Bronson conducía el Alfa hasta el tren—. La próxima vez que cruce Francia, lo hago en ferri.

Una hora más tarde, Bronson dejó a Mark en su apartamento de Ilford, luego tomó la M25 en dirección sur, y abrió la puerta principal de su casa solo setenta minutos después de haber dejado a su amigo.

Depositó la bolsa del ordenador en el salón y pasó algunos minutos transfiriendo las fotografías de las dos inscripciones a una tarjeta de memoria USB de alta capacidad, dado que no quería cargar con el portátil en su camino hacia Londres.

No había comido nada desde el desayuno en Alemania, y tenía la sensación de que hubiera pasado una semana, así que en su camino a la estación de tren, se cogió un paquete de sándwiches y una lata de refresco de un establecimiento de comida rápida.

Treinta minutos después, estaba sentado en el tren en dirección a la estación de Charing Cross y al museo Británico.

IV

Gregori Mandino había vuelto a Roma en cuanto estuvo claro que su presa no volvería a la casa. Había logrado localizar la dirección de la vivienda de Mark Hampton y de su lugar de trabajo en la ciudad de Londres. El segundo hombre estaba resultando ser más escurridizo: un inglés que hablaba un perfecto italiano y que se había presentado ante las personas del funeral con el nombre de Chris Bronson.

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