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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (50 page)

BOOK: El origen del mal
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Entre todas las personas posibles, había tenido que ser Darcy Clarke. Harry le saludó con un movimiento de la cabeza y comenzó a dar un enérgico masaje a las manos agarrotadas de la muchacha…

Era la una y cuarto de la madrugada cuando Harry llegó al cuartel general de la Rama-E y casi una hora más tarde cuando salió. Durante este lapso de tiempo transmitió algunas informaciones, expuso a Clarke todas las cosas que había averiguado y, a su vez, recibió tambien alguna información. Las instrucciones que le dio en relación con Tassi Kirescu fueron las siguientes: la Rama-E debía ofrecerle refugio, confortarla de la mejor manera posible, brindarle asilo político permanente. También había que proporcionarle un intérprete ruso y los interrogatorios que se le hicieran debían realizarse con gran cautela y sensibilidad, especialmente en todo lo relativo al Perchorsk Projekt. De momento había que mantener en secreto su presencia en aquel lugar, es decir, nadie debía saber que se encontraba en Occidente y, cuando fuera puesta en libertad, debía hacerse dándole una nueva identidad. Y finalmente, la Rama-E debía servirse de todos los medios paranormales que tuviera a su alcance para descubrir el paradero de la madre de la chica en la URSS. Harry había hecho una promesa a Kazimir Kirescu y pensaba mantenerla.

La información que Darcy Clarke tenía para Harry era la siguiente:

—Se trata de Zek Föener —dijo al necroscopio.

—¿De Zek? ¿Qué le pasa?

Hacía ocho años que Harry no había visto a Zek. Por aquel entonces practicaba la telepatía en el
château
Bronnitsy, el equivalente soviético del cuartel general de la Rama-E, cosa que la había convertido en enemiga suya, por muy a contrapelo que fuera. Harry habría podido eliminarla si no hubiera descubierto en ella un profundo sentimiento de decencia, un deseo de liberarse de sus jefes de la KGB. Todo lo que quería era volver a Grecia. Harry sospechaba que acabaría consiguiendo su propósito, si bien le advirtió que no se volviera a levantar contra él.

—Es posible que forme parte de la trama —le dijo Clarke.

—¿Qué quieres decir? ¿Parte de Perchorsk?

¿Habría sido Zek la que había advertido su presencia en aquel lugar? Lo habría detectado inmediatamente, así que él se materializó. Por supuesto que contaba también el desinterés que sentía Khuv por los «espers», y el hecho es que éstos podían haberlo detectado con la misma facilidad. De momento Harry prefería inclinarse por esto último. Esto es lo que esperaba, por lo menos.

—Sí, parte de Perchorsk, un diente de la rueda que lo mueve. Desde el asunto Bodescu no la perdemos de vista. Estaba cumpliendo una condena en un campamento de trabajos forzados, no especialmente duro, pero tampoco demasiado blando. Después la enviaron a Perchorsk. Esto sucedió hace unos cuantos meses, pero nosotros acabamos de enterarnos. Lo único que sabemos es que vuelve a trabajar para la Rama-E soviética. Y para la KGB…

El rostro de Harry se ensombreció.

—¡Otra vez! —dijo—. Eso que se lo advertí… Bien, como tenga que volver a mezclarla con ellos…

Pero dejó la amenaza en suspenso…

Clarke lo observó con fijeza.

—Pero ¿no crees que todo esto es más serio de lo que parece, Harry? En el asunto Bodescu, Zek Föener estaba trabajando con Iván Gerenko…

—Había estado trabajando con él —lo interrumpió Harry, como queriendo corregirlo—, pero lo dejó. Por lo menos, esto es lo que creo.

—Pero tú sabes a qué me refiero —insistió Clarke—. Gerenko había concebido una idea descabellada para la utilización de vampiros. Ésta es la razón de que él y Theo Dolgikh…, y Zek…, volvieran al paso de montaña al este de los Cárpatos. Querían ver si, después de tantos siglos, todavía quedaba algo de las criaturas enterradas de Faethor Ferenczy. Zek es una entendida en vampiros. Todo esto parece querer indicar que los rusos han descubierto la manera de fabricar esas malditas cosas y que las hacen en Perchorsk.

—O sea, quieres decir que…

—Harry, ¿recuerdas cómo solucionaste lo del
château
Bronnitsy? —Harry dejó pasar unos momentos antes de asentir con un gesto de cabeza. Lo había hecho sirviéndose del continuo de Möbius, que le permitió depositar en el lugar explosivos de plástico. Después, unas cuantas explosiones, un fuego asolador, un calor abrasador y el
château
quedó reducido a un montón de escombros humeantes. Y la Rama-E soviética, por sus pecados, también quedó reducida a la nada. En menos de un minuto, un acto tan salvaje y destructivo que habría podido ser la obra cumbre de la vida de un hombre.

—Lo recuerdo —respondió—, salvo que…

—Darcy, es posible que tengas razón y que el sitio tenga que desaparecer, aunque esto no ocurrirá hasta que estemos seguros, y todavía no lo estamos. Tengo la sensación de que la respuesta a mi único problema se encuentra precisamente allí. Puede ser arriesgado… Me refiero a que sé qué ha salido de aquel sitio y qué cosas pueden salir en un futuro. De hecho, yo he visto y he tratado con un ejemplo… pero de momento no puedo, no me atrevo a cerrarlo. Por lo menos, mientras desee volver a ver a Brenda y a mi hijo Harry.

Durante unos momentos pareció que Clarke había captado la idea, pero al instante exclamó:

—Harry, aquí no se trata de que sea arriesgado, sino de que es mortal, impensable. ¡Tendrías que verlo!

Después le tocó el turno a Harry, que respondió fríamente:

—Hay un par de cosas que tú también tendrías que ver, Darcy. Como, por ejemplo, el que hayan matado al viejo Kirescu y que probablemente su muerte se precipitase al enviar allí a Jazz Simmons. Y esa pobre chica ha perdido a su padre y a su hermano. En cuanto a su madre, seguramente está en un campo de trabajos forzados, probablemente medio loca después de todo lo que ha vivido y de las penas y trabajos que ha pasado. Éstas son cosas que no se pueden eliminar de un plumazo, Darcy, como es evidente que tampoco vas a eliminar de un plumazo a Brenda y a mi hijo Harry. Así es que, de momento, seguiré haciendo las cosas a mi manera.

Clarke, muy pálido, no pudo hacer otra cosa que aceptar lo que decía.

—Así pues, ¿cuál va a ser tu próximo paso? ¿Qué piensas hacer, Harry?

—Mira, necesito respuestas a unas cuantas preguntas y parece que tengo que ir directamente a la cumbre para obtener las respuestas.

—¿La cumbre?

Harry hizo un ademán de asentimiento con la cabeza.

—El Perchorsk Projekt. Si estoy en lo cierto y no sirve para criar vampiros, ¿para qué sirve? Allí hay quien podría contestar a esta pregunta y decírmelo. Tiene que haber un jefe, un director, y esa persona no es Khuv sino alguien que está por encima de él.

—Por supuesto que existe esta persona —respondió Clarke enseguida—. Khuv es el encargado de la seguridad y de nada más. El hombre que tú buscas es Viktor Luchov.

Y prosiguió informando a Harry con respecto a Luchov.

Una vez terminada la información, Harry asintió con expresión torva.

—Entonces él es el hombre con quien debo hablar. Si alguien tiene las respuestas, tiene que ser Viktor Luchov.

—¿Cuándo tratarás de verlo?

—Ahora.

—¿Ahora?

Clarke se quedó algo desconcertado.

—Pero el sitio está bajo alerta roja…

—Lo sé y por eso formaré una pantalla de humo.

—¿Una qué?

—Algo que sirva para desviar la atención. Yo me ocuparé del asunto. Tú limítate a ocuparte de la chica.

Clarke asintió y, levantando la mano, dijo:

—Te deseo toda la suerte del mundo, Harry.

El necroscopio no era capaz de guardar rencor a nadie, por eso le estrechó la mano y conjuró una puerta de Möbius. Clarke, que fue testigo de su partida, pensó un momento que también él había hecho aquel viaje y rogó a Dios para sus adentros que no se viera obligado a volver a hacerlo nunca…

Viktor Luchov volvía a estar en su despacho de trabajo, ligeramente menos austero que el utilizado por los demás trabajadores de Perchorsk, y estaba furioso. Dejando aparte el último incidente ocurrido —aquella «intromisión», en el supuesto de que se pudiese llamar de esta manera—, el director del Projekt escogió el período de alerta para ponerse en contacto con Khuv y para interrogarlo con respecto a ciertos rumores que estaban empezando a circular a través del Projekt, rumores que hablaban de brutalidad y de asesinato. Concernían a los prisioneros de los funcionarios de la KGB, es decir, a Kazimir y Taschenka Kirescu.

Tal vez las palabras de Luchov fueran excesivamente avinagradas (después de todo, las sirenas que resonaban en todo el complejo igual que aullidos lo arrancaron del mejor de sus sueños), pero esto no podía excusar de ninguna manera la respuesta de Khuv, que había sido sumamente brusca por no calificarla de algo peor. Es decir, lo que dijo a Luchov fue que no le diese más la lata y le dejase que se ocupara de la seguridad del Projekt con el menor número de interferencias posible. O mejor aún, sin ningún tipo de interferencias. Aquel enfrentamiento no se había producido en privado, sino en la zona destinada a prisión, donde los «espers» de Khuv se amontonaban en una de las celdas en busca de algo que hacer.

—¡Sólo para husmear éter! —había dicho uno de ellos.

Atónito ante el caos y la confusión reinantes, Luchov pidió que le mostraran a los prisioneros, lo que provocó que Khuv le replicara de manera tan inconveniente.

—Oye una cosa, camarada director —dijo el comandante de la KGB entre dientes—. Me encantaría mostrarte a Tassi Kirescu. Ésta era su celda. Hace poco más de una hora que la chica estaba aquí y fuera, en el pasillo, había un guardián de servicio. Pero resulta que, poco después… —y al decirlo levantó las manos en alto—… la chica ya no estaba aquí, pese a que la puerta seguía cerrada con llave. Ahora bien, soy perfectamente consciente de que tú tienes en poca estima a la Rama-E y en ninguna estima a la KGB, pero no dudo de que para ti y para tu mente ultracientífica será algo totalmente excepcional, incluso diría algo metafísico, lo que ha ocurrido aquí. Mis «espers» están tratando de averiguar qué ha pasado, mientras yo, que no poseo talento ninguno como «esper», intento encontrar sentido a las informaciones que ellos me están proporcionando. Así es que éste no es precisamente el momento ideal para que vengas a entrometerte.

—¡Tú vas demasiado lejos, comandante! —le gritó Luchov.

—Pues todavía pienso ir más allá —le contestó Khuv, gritando también—. Si no te apartas de mi camino, haré que te escolten hasta tu despacho y que te encierren bajo llave.

—¿Qué dices? ¿Cómo te atreves a…?

—Escucha, maldito científico —le interpeló Khuv—. En mi calidad de supervisor de seguridad de este Projekt, me atrevo a lo que sea. Y ahora te lo voy a repetir una vez más: la criatura que apareció por la Puerta está muerta, eliminada por una persona o cosa desconocida; esa chica llamada Kirescu, que hasta ahora era prisionera mía, se ha esfumado; su padre… ha muerto… Un desafortunado accidente, por cierto. Me aseguraré de que recibes una copia del informe. Y como remate de todo, en el Projekt ha penetrado un intruso. Nuestra seguridad se ha visto violada de la peor manera posible. Lo repito una vez más: nuestra seguridad. Y ésta es mi esfera de trabajo, director, no la tuya. Así es que vuelve a la cama. Vuelve a tus matemáticas y a tu física y a todo lo demás. Vete a estudiar tu magma y tus agujeros grises y tus aceleradores de partículas…, haz lo que sea, pero déjame tranquilo.

Y Luchov, callando al punto, volvió a sus habitaciones y se puso a escribir un informe furibundo y detallado de las presuntas actividades de Khuv y de su acto de insubordinación.

Entretanto, durante los últimos cinco minutos, Harry Keogh estaba haciendo de las suyas. Primeramente apareció en la parte exterior del Projekt, en la rampa vigilada que se introducía en la pared del barranco de Perchorsk, donde disparó contra uno de los soldados que estaban montando guardia. Su intención no era acertarle, pues habría necesitado razones muy poderosas para enviar a otro ser humano a juntarse con la Gran Mayoría. Antes de que el soldado tuviera tiempo de dispararle, Harry se ocultó bajo un montón de nieve arremolinada… y escapó a través de una puerta de Möbius.

Desde allí volvió a personarse en la habitación de la cosa. Al hacer su aparición en ese lugar, inmediatamente se puso en condiciones de regresar al continuo de Möbius. Pero aquella habitación estaba vacía, por lo que se limitó simplemente a ir hasta la puerta cerrada con llave y a golpearla, gritando para que lo dejaran salir. El guardián que se encontraba fuera de la habitación respondió a su llamada, naturalmente, y al cabo de unos momentos respondió igualmente el sistema de alarma.

La segunda visita fue a la celda de Tassi Kirescu. Apareció en ella surgiendo en medio de un puñado de «espers» desconcertados, propinando a dos de ellos unos puñetazos rápidos y certeros y se retiró al continuo de Möbius. Detrás de él quedaban tumbados en el suelo Leo Grenzel y Nik Slepak, que se debatían entre lamentos, mientras los demás, lívidos y con ojos como platos, se preguntaban qué habían visto y sentido realmente. Grenzel especialmente tenía motivos para sentirlo, y no sólo por los dos dientes frontales que Harry le había dejado bailoteando de un puñetazo.

—¡Es él! —farfulló, sentándose y escupiendo sangre—. ¡Es él!

Khuv se dirigía al alojamiento que tenía la KGB cuando de pronto se pusieron a sonar nuevamente las sirenas. Después de soltar un taco, aceleró la marcha y, al cruzar una puerta situada entre dos tramos del pasillo, se tropezó con Harry Keogh. Lo reconoció al momento… o así se lo figuró. Khuv tenía buena memoria, había visto fotografías de este hombre, en otro tiempo jefe de la Rama-E británica, ¡Alec Kyle!

Harry apretó el cañón de su Browning contra la barbilla de Khuv y le espetó:

—Por la expresión de tu cara veo que me conoces, lo que me sitúa en situación de desventaja. De todos modos, déjame que trate de adivinar quién eres: ¿el comandante Chingiz Khuv? —Khuv tragó saliva, asintió con la cabeza y levantó las manos—. Comandante, te has metido en un buen lío —dijo Harry apretando el arma todavía con más fuerza—. Si quieres que te dé un buen consejo, trata de salir con bien mientras todavía puedas. Y procura no volver a toparte nunca más conmigo.

Se apartó de Khuv, retrocediendo unos pasos, y buscó una puerta.

En el momento en que Harry se distrajo, Khuv sacó el arma de la pistolera y disparó contra él. Harry sintió la bala que le rozaba el rostro como el aguijón de una abeja y que penetraba para siempre en el interior del continuo de Möbius. Después Khuv y el pasillo dejaron de existir y se encaminó hacia otra parte.

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