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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (49 page)

BOOK: El origen del mal
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Si lo consigues, no quiero otra cosa. No hace falta que te preocupes por mí
.

—Naturalmente que me preocupo por ti. Kazimir. Esa cosa no eres tú. Tú estabas muerto cuando esto…, cuando tú…, tú ya estabas muerto.

Yo me siento parte de esta cosa, porque ella me ha absorbido
.

Harry se mordió el labio con más fuerza. Había visto todos los accesorios de la habitación y concibió un plan, aunque no estaba seguro de si surtiría efecto.

—¿Y si yo matara esta cosa? Tú no puedes morir dos veces, Kazimir.

Si la eliminas, seré libre, de eso estoy seguro
.

En la voz mental del viejo se advertía una nueva esperanza.

Pero ¿cómo puedes eliminarla?

Harry sabía cómo: la estaca, la espada y el fuego. Si aquella criatura tenía un vampiro en su interior, estas cosas acabarían con ella. Entonces ¿por qué no saltarse los dos primeros pasos y pasar directamente al tercero?

Fuera se oían pisadas, un ruido apenas audible. También oía una alarma, cuyo ronco sonido retumbaba en las entrañas del complejo subterráneo.

—Saben que estoy aquí —dijo Harry—. Hay que obrar con rapidez.

Acercó al recipiente de vidrio el carro de ruedas de Agursky que servía para emitir descargas eléctricas. Era un transformador eléctrico montado sobre ruedas, provisto de un cable grueso y flexible conectado a un enchufe de pared. Tenía un par de abrazaderas en unos plomos de extensión arrollados en espiral, que Harry conectó rápidamente a unos terminales situados en la pane lateral del recipiente. La criatura, al observar sus movimientos, pareció cobrar vida y comenzó a cambiar de color y de forma al tiempo que experimentaba rápidas metamorfosis. Sabía que aquélla era la caja de las sacudidas eléctricas y sabía qué vendría a continuación. O por lo menos eso era lo que se figuraba.

Harry no tuvo tiempo de observar sus contorsiones y, en cualquier caso, tampoco tenía ganas de observarlas. Aunque sentía un ligero mareo, enchufó… y vio que la cosa inmediatamente parecía enloquecer, Harry no perdió tiempo y conectó la corriente. Al punto vio que las abrazaderas comenzaban a chisporrotear, emitían chispas azules, echaban humo y unas fuertes emanaciones de ozono. Las luces de la habitación parpadearon un momento, pero enseguida se afirmaron y volvieron a brillar. A través de los cables eléctricos circuló una corriente de alto voltaje que se transmitió a las paredes de vidrio del recipiente y enseguida la criatura pasó a un primer plano. Inmediatamente se transformó en el retorcido títere de un hombre, con un brazo minúsculo pero con una mano enorme que se convirtió en un gigantesco puño cerrado, un puño casi tan grande como la cabeza de Harry, que se descargó una vez y otra contra la pared de vidrio de su prisión, la pared de su horno crematorio.

La cosa comenzó a derretirse, a gimotear y a fundirse. Todos los fluidos de su cuerpo se pusieron a hervir y emanar vapor. La piel se le arrugaba, se llenaba de ampollas, se agrietaba, iba ennegreciéndose por momentos. Por sus poros desgarrados salían bocanadas de repugnante vapor. Gritaba, gritaba sin parar con la cara de Kazimir, gritaba por su boca, pese a que su voz no era humana. De pronto se rompió el cristal y el enorme puño negro y humeante de la bestia salió al exterior, después de lo cual la criatura se retorció sobre sí misma y murió.

Quedó caída, medio cuerpo dentro y medio cuerpo fuera del recipiente roto, y permaneció inmóvil. Después…

La carne ennegrecida y humeante de su cabeza se rajó como una granada excesivamente madura. Era la cabeza de una cobra que iba contorsionándose movida por aquella sopa que tenía en su interior, una sopa que era el resultado de la fusión de sus sesos hirvientes y humeantes. ¡Era el vampiro! Y había muerto bajo la mirada de Harry.

¡Libre! ¡¡¡Soy libre!!!
, gritó Kazimir.

Detrás de Harry la puerta se abrió de golpe… pero él había conjurado otra puerta propia y se fue por ella…

Capítulo 17

El intruso

Khuv, Agursky y los otros entraron en la habitación con paso vacilante. En medio de la confusión y del aire fétido que emanaba de aquella criatura muerta, y carbonizada, los recién llegados no advirtieron el espacio en forma de hombre hacia el que se precipitó el humo para llenar el vacío repentino que se había producido. Harry había salido en aquel preciso instante.

Agursky fue el primero en reaccionar y de un salto se plantó al otro lado de la habitación con intención de desconectar la electricidad.

—¿Quién ha sido? —preguntó, aunque sin dirigirse a nadie en particular—. ¿Quién es el responsable?

Se golpeó la frente con la mano y avanzó tambaleándose hacia el recipiente todavía chisporroteando y echando humo, donde ahora incluso las esquirlas de vidrio estaban comenzando a fundirse, dado el intenso calor. Después, a medida que iba disipándose el humo, vio los restos ennegrecidos de la criatura que colgaban por encima de la astillada pared de vidrio… y también vio otra cosa, algo que tenía interés en que no viera nadie. Se sacó, pues, precipitadamente la bata y la arrojó encima de aquellos restos monstruosos.

Khuv, entretanto, se volvió hacia Leo Grenzel, el especialista en localizaciones.

—Has dicho que estaba aquí, que aquí se había introducido un intruso. Es evidente que alguien se ha metido aquí dentro… pero que me maten si sé cómo ha sido. La puerta estaba cerrada con llave y había un guardián. Es un guardián que está siempre medio dormido, que es medio imbécil, debo admitirlo, pero tampoco puede decirse que sea un idiota total. En consecuencia, si meterse aquí dentro sería dificilísimo por no decir imposible, en cuanto a salir…

Y al decir esto Khuv agarró a Grenzel por los hombros y lo miró fijamente.

—¿Leo? ¿Hay algo más?

El rostro de Grenzel se volvió a poner pálido y la mirada de sus ojos grises se perdía en el ambiente. Aunque Khuv lo sujetaba con fuerza, su cuerpo se tambaleaba.

—¡Todavía está aquí! —dijo finalmente—. ¡Sigue aquí!

Khuv recorrió la habitación con la mirada, al igual que hicieron los otros.

De debajo de la bata de Agursky salía un humo negro y se oía el chisporroteo propio de la carne cocida, carne extraña que ya comenzaba a enfriarse. Sin embargo, no se detectaba en ninguna parte ni rastro de ningún intruso.

—¿Aquí? ¿En qué sitio?

—La chica… —dijo Grenzel tambaleándose—. La prisionera…

—¿Taschenka Kirescu?

—Sí —dijo Grenzel asintiendo con un movimiento de cabeza.

Khuv se volvió rápidamente hacia Savinkov y Slepak.

—¿Cómo puede ser eso? —preguntó.

Pero su cabeza ya se había puesto a trabajar y revisaba mentalmente informes que había leído. Era algo que se remontaba a mucho tiempo atrás, pero ¿no se decía que los británicos disponían de un hombre capaz de hacer cosas como éstas? Al parecer, Harry Keogh había sido un hombre de este tipo… y también Alec Kyle. Keogh había muerto… pero después de la confusión del
château
Bronnitsy no se encontró nunca el cuerpo de Kyle.

—¿Cómo puede ser esto? —dijo Savinkov repitiendo las palabras de su jefe en la KGB—. ¡Es imposible!

Era terminante, pero…

—¡No, no lo es! —dijo Grenzel contradiciéndolo con su voz lejana—. ¡No lo es!

—¡Rápido! —bramó Khuv con voz áspera—. ¡Las celdas! Quiero saber qué pasa en las celdas.

Salieron corriendo de la habitación dejando en ella a Grenzel, que seguía balanceando el cuerpo de un lado a otro, con su rostro laxo e inexpresivo, pero con los ojos fijos en algo que no podía dejar de mirar. Agursky, entretanto, envolviendo con la bata a la criatura muerta junto a su parásito también muerto, no podía evitar que le temblaran las manos, tanta era la avidez que sentía de llevarse los dos a sus aposentos privados, a fin de evitar la amenaza de una inspección por parte de los demás. Puesto que ahora sabía qué era lo que controlaba aquel ser sin nombre y tenía deseos de examinarlo a sus anchas y más minuciosamente.

En efecto, para Vasily Agursky no había nada tan importante en este mundo como examinar el parásito de la cosa… cuyo huevo ya había sido depositado y estaba madurando dentro de su propio cuerpo.

La pesadilla mantenía despierta a Tassi. Oyó la llave girar en la cerradura de la celda y vio entrar a Khuv y, con él, su mirada oscura y malévola. Era una de esas pesadillas que se tienen cuando uno está despierto. De todos modos, le era imposible dormir, pues no lo hacía desde el momento espantoso en que Khuv la hizo entrar en aquella habitación y le mostró la cosa. No podía dormir, porque seguía viendo el rostro de su padre sonriéndole en la oscuridad y lo veía a través de los párpados aunque cerrara los ojos: el rostro de su padre en el cuerpo de una bestia.

Permanecía en la celda con la luz encendida, muy abrigada dentro del catre pero, pese a ello, sin dejar de temblar un momento, despojada de toda energía, esperando que llegara Khuv. Sabía que ya había pasado el tiempo establecido y que no tardarían en ir a buscarla. Ésta, por lo menos, había sido la amenaza, y el comandante Chingiz Khuv no amenazaba en vano. Si hubiera podido decirle algo… pero ella, ésta era la verdad, no sabía nada. Lo único que sabía era que se sentía la chica más desgraciada del mundo.

Cuando Harry salió del continuo de Möbius, Tassi acababa de volverse de lado y de apartar el rostro de la zona a través de la cual acababa de entrar en el universo. Una rápida ojeada a la habitación convenció a Harry de que estaban solos. Dio un paso hasta la cama metálica en la que estaba acostada Tassi, le acarició la cara con la mano, le pasó un dedo por los labios y, en ruso, le dijo:

—¡Ssss! ¡Mucho cuidado! No grites ni hagas ninguna estupidez. Voy a sacarte de aquí.

Siguió con la mano en la cara de la chica, pero dejó que volviera la cabeza para verlo. Y, sin separar la mano de su rostro, la ayudó a sentarse.

—¿Estás bien? —le preguntó después.

Tassi asintió, pero todos sus miembros temblaban. Tenía los ojos desencajados, asomando por encima de la nariz y de los dedos de Harry. Éste retiró lentamente la mano y la instó a que se pusiera de pie. La chica miró a la puerta, después a Harry, y dijo:

—¿Quién? ¿Cómo? Yo no…

—No te preocupes —le dijo Harry, llevándose un dedo a los labios.

—Pero ¿cómo has entrado? Yo no he oído entrar a nadie. ¿Estaba dormida quizá?

E inmediatamente se llevó la mano a la boca.

—¿Es que te envía el comandante? Pero si ya se lo he dicho: yo no sé nada. ¡Te lo pido por favor: no me hagas daño!

—Nadie te hará ningún daño, Tassi —le dijo Harry.

Pero acto seguido cometió una terrible equivocación.

—Me envía tu padre —le dijo.

Al ver la expresión de la chica, habría preferido poder tragarse aquellas palabras.

Tassi movió la cabeza de un lado a otro y se apartó de él. Sus ojos estaban llorosos.

—Mi padre ha muerto —dijo llorando—. ¡Ha muerto! Es imposible que te envíe él.

Y después, en tono acusador, añadió:

—¿Qué me vas a hacer?

—Ya te lo he dicho —respondió Harry, con una cierta desesperación en el tono de voz—. Voy a sacarte de este sitio. ¿No oyes las alarmas?

Tassi escuchó y le pareció que oía sirenas que parecían salir de lo más profundo del corazón de aquel lugar.

—Pues bien —prosiguió Harry—, estas alarmas están sonando por mí. Andan buscándome y no tardarán en venir aquí para ver si me encuentran. Así es que lo único que te pido es que confíes en mí.

Lo que decía era imposible. O se trataba de alguna treta de Khuv o aquel hombre estaba loco. Tassi estaba completamente segura de que nadie podía salir de aquel lugar. Sin embargo, ¿cómo había podido entrar?

—¿Tienes llaves? —le preguntó Tassi.

Harry se dio cuenta de que la chica estaba impresionada.

—¿Llaves? —dijo con una mueca, aunque con los labios tensos—. No, lo que tengo es una puerta. ¡Muchísimas puertas!

Era seguro que aquel hombre estaba loco. Pese a todo, era diferente de todos los hombres que había visto allí, totalmente diferente.

—No te entiendo —dijo Tassi, volviendo a retroceder.

Sus piernas tropezaron con el borde de la cama y volvió a caer sentada en ella.

Oyó ruido de pasos que se acercaban corriendo y vio que la mueca que dibujaba el rostro de Harry se esfumaba.

—¡Ya vienen! —dijo—. ¡Levántate!

La repentina autoridad que descubrió en su voz hizo que Tassi se levantara al momento.

Se oían voces fuera de la celda, ruido de llaves. Y también la voz de Khuv, que ordenaba con voz ronca:

—¡Abrid la puerta! ¡Abrid la puerta!

Harry agarró a Tassi por la cintura y le dijo:

—Rodéame el cuello con los brazos. ¡Rápido! ¡No podemos perder tiempo discutiendo!

Tassi le obedeció. No tenía ninguna razón para confiar en él, pero tampoco ninguna para desconfiar.

—Cierra los ojos —dijo él— y manténlos cerrados.

Agarrándola con fuerza por la cintura, dijo estas últimas palabras al tiempo que la chica sentía que sus pies abandonaban el suelo.

Tassi oyó el ruido de la puerta de la celda al abrirse y después… ya no hubo más que silencio. ¡Un silencio absoluto!

—¿Qué…?

Tassi iba a hacer una pregunta que no pudo terminar, asustada por el sonido de su propia voz. La sorpresa hizo que abriera los ojos un momento, pero sólo un momento, porque volvió a cerrarlos inmediatamente y a apretar los párpados con todas su fuerzas.

—¡Ya está! —dijo Harry, ayudándola a posar los pies sobre terreno sólido—. Ya puedes abrir los ojos.

Así lo hizo Tassi… primero dejando una sola rendija entre los párpados, después un poco más ancha y finalmente los ojos totalmente abiertos… y se dejó caer sobre el cuerpo de Harry. Hizo girar los ojos para mirar a su alrededor y comenzó a deslizar su cuerpo por encima del cuerpo de Harry.

Éste la cogió, la levantó y la depositó sobre el escritorio del oficial de servicio. Este, que se encontraba detrás del periódico abierto, acababa de advertir que tenía visitantes, pero en ese mismísimo momento asomaron por debajo del periódico que estaba leyendo el brazo y la mano de la chica y se hizo atrás y se levantó lanzando un grito extemporáneo.

—¡Uh!

—¡No te asustes! —le dijo Harry, que ya empezaba a estar acostumbrado a tener que excusarse—. Sólo soy yo y la amiga de un amigo.

—Jesús, Jesús! ¡Santo Dios! —dijo el oficial de servicio agarrándose al borde del escritorio para no caerse.

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