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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (10 page)

¡PRECAUCIÓN!

¡SÓLO GUARDIÁN Y PERSONAL DE SEGURIDAD SELECCIONADO!

Jazz no pudo evitar volver a pensar: ¿más melodrama? Pero Khuv y Vyotsky estaban muy tranquilos, por lo que pensó que tal vez le convenía imitarlos. Así pues, mantuvo el pico cerrado mientras se preguntaba para sus adentros el porqué de la palabra «guardián». ¿Guardián de qué?

Khuv disponía de una tarjeta que lo identificaba como agente del servicio secreto, que introdujo en una abertura de la puerta. La tarjeta entró por la ranura, fue «leída» y devuelta, después de lo cual se oyó un rechinar de mecanismos y la puerta se abrió con un chasquido. Antes de empujarla para que se abriera del todo, Khuv se dirigió a Vyotsky, que apagó las luces de la antecámara. Jazz, pese a la poca luz del ambiente, vio que Vyotsky estaba pálido y que la cara le brillaba con un sudor frío. Además, la nuez del cuello le sobresalía más de lo acostumbrado. Aunque era indudable que aquel hombretón ruso era duro y cruel, por lo visto había cosas que lo impresionaban particularmente. Al parecer, Jazz estaba a punto de conocer una de ellas.

Khuv, sin embargo, se mostraba tan frío como de costumbre. Abrió la pesada puerta e indicó a Jazz que pasara. No sin cierto recelo, el agente británico penetró en la oscuridad de la sala. Vyotsky le seguía de cerca y en último lugar iba Khuv, quien se encargó de cerrar la puerta.

La oscuridad era casi total, ya que en el techo sólo había unas cuantas luces rojas del tamaño de las bombillas de
flash
de fotografía.

A la escasa luz reinante, Jazz pudo observar la forma rectangular de un recipiente de cristal arrimado a una de las paredes que daba la impresión de ser un enorme acuario de peces tropicales. De la oscuridad salió la voz de Khuv.

—¿Está usted preparado, Michael?

—Sí, si lo está usted —fue la respuesta de Jazz.

Pese a todo, mientras pronunciaba aquellas palabras, tenía perfecta conciencia de que no estaba allí para admirar peces de colores.

Se oyó un fuerte chasquido y se encendieron las luces.

Algo dentro del recipiente se movió y se echó para atrás
.

Detrás de Jazz, Vyotsky dejó escapar un ruido ahogado. Él ya había visto aquello, sabía que estaba allí, pero el hecho de saberlo únicamente servía para precipitar la reacción instintiva que provocaba en él. Ahora que Jazz vio de qué se trataba, comprendió el porqué de aquella reacción.

Aquella cosa era como las formas que había en el magma y que Khuv no le había descrito, pero que Jazz había imaginado. Era como ellas, pero no era como ellas, puesto que ésta estaba viva. Mientras aquella cosa iba retorciéndose ondulante, resplandecía a través del grueso cristal del acuario y miraba con unos ojos que eran realmente diabólicos. Tenía el tamaño de un perro, pero no era un perro. No era nada que Jazz hubiera podido imaginar, sino la combinación de sus peores pesadillas. No pudo contemplarla el tiempo suficiente para decidir qué era exactamente. Y lo peor de todo es que ni aquella misma cosa sabía realmente qué era.

Al verla aplastada un momento contra el cristal del recipiente, pensó que habría podido ser una sanguijuela. Tenía la parte inferior toda arrugada, con un aspecto semejante al de una ventosa alargada y enorme. En cambio, sus cuatro patas, su cola y su cabeza la asemejaban más bien a una rata gigante. Durante una fracción de segundo le pareció que esto era realmente, pero después…

De pronto la cabeza y las manos sufrieron una transformación, una rápida metamorfosis, y se hicieron parecidas a las de un hombre. Un rostro casi humano se aplastó contra el vidrio y miró directamente a la sala con aire que se habría dicho de conmiseración. Hizo una mueca: una expresión que en parte era sonrisa, en parte amenaza y en parte fiereza, hasta que sus mandíbulas humanas se abrieron de forma inhumana. Dentro de aquella boca había varias hileras de dientes, como si fuera una monstruosa piraña.

Jazz dio un paso atrás respirando afanosamente y tropezó con Vyotsky. El imponente ruso lo agarró por los hombros y lo sujetó con firmeza. Mientras tanto, de las manos de la cosa salieron unos ganchos que arañaron el vidrio, al tiempo que su rostro se transformaba en una máscara de cuero negro, con un hocico en espiral y unas orejas enormes, puntiagudas y llenas de pelos, parecidas a las de un murciélago gigantesco; entre sus miembros crecieron unas telarañas que se pegaron a su cuerpo y formaron unas alas. El monstruo pegó un salto y se golpeó contra el techo de vidrio del acuario, después de lo cual volvió a caer pesadamente en el suelo de arena que cubría el fondo.

Jazz tenía la impresión de que alguien —tal vez Khuv, sí, posiblemente Khuv— había murmurado:

—¡Dios mío!

En aquel instante la cosa se alargó y se transformó en un gusano con la cabeza en forma de espátula, con la que escarbó en la arena y desapareció de la vista. Hubo sólo un estremecimiento de la arena y… todo volvió a quedar tranquilo.

Después de un rato de silencio, Jazz soltó un profundo suspiro. «¡Cristo todopoderoso!», no pudo por menos de exclamar con voz sobrecogida.

Y después los tres hombres inspiraron una profunda bocanada de aire, como si sus pulmones estuvieran exhaustos. Jazz cerró la boca, que tenía abierta de par en par, y se quedó contemplando a los dos rusos.

—¿Dicen que esta… cosa… salió de aquella bola de luz?

Khuv, cuyo rostro ahora parecía muy pálido bajo la luz potente y con unos ojos que eran manchas oscuras en su cara, asintió.

—Sí, salió por la puerta —dijo.

Jazz negó con un movimiento de cabeza, como si se resistiera a creerlo.

—Pero ¿cómo demonios consiguieron atraparlo?

La pregunta era muy razonable.

—Como ha podido comprobar —respondió Khuv—, no le gusta la luz, y aunque puede cambiar de forma a voluntad, parece que se trata de un ser muy primitivo en cuanto a procesos mentales… suponiendo que tenga algún sentido aplicarle este lenguaje. Quizá no sea más que instinto animal en estado puro. Nos figuramos que debió de atacar la Puerta por el lado opuesto. Seguramente viene de un mundo donde todo es noche y aquella esfera deslumbrante debió de pareccrle un enemigo o una presa. Pero cuando irrumpió en el lado donde estábamos nosotros, en la esfera hueca de abajo, la luz era como de pleno día. Afortunadamente para los que se encontraban allí en aquel momento, se fue directamente a una de las galerías… a fin de escapar de la luz, ¿comprende? Y hubo alguien con la suficiente presencia de ánimo como para poner en la boca del agujero la cara abierta de un armario de acero. Al tratar de retroceder, quedó atrapado.

—¿Cuánto tiempo hace que…?

Jazz tenía grandes dificultades para concentrarse y le resultaba muy difícil apartar los ojos del acuario.

—¿Cuánto tiempo… esta cosa…?

—Dieciocho meses —respondió Khuv—. Este fue el tercer encuentro.

—De la clase más próxima… —consiguió articular finalmente Jazz.

—¿Cómo ha dicho? —repuso Khuv mirándolo directamente.

—Nada —dijo Jazz moviendo al mismo tiempo la cabeza—, pero dígame una cosa: ¿qué come?

No sabía siquiera por qué lo había preguntado, quizá por la impresión que le habían causado todos aquellos dientes y por el hecho de que Khuv hablara de presas.

Los ojos de Khuv se entornaron, pero no como si se pusiera a la defensiva, sino como si reflexionara. Abrió la puerta, apagó las luces y con una seña indicó a Jazz y a Vyotsky que salieran. Volvieron al perímetro, donde Khuv abría la marcha en dirección a la zona donde trabajaba. De camino, Jazz preguntó:

—¿Come o no come?

Khuv guardó silencio, pero Vyotsky contestó por él:

—Por supuesto que come. Parece que no es que necesite comer, pero cuando se le ofrece algo, se lo come. Come personas… o lo que sea, con tal de que tenga unas buenas visceras rojas y sabrosas. O por lo menos esto es lo que comería si se lo diésemos. Su guardián lo alimenta a base de sangre y desperdicios, que le suministra a través de un tubo. El sabe exactamente qué cantidad debe suministrarle. Si le da mucho, se hace mucho más grande y más fuerte; si le da poco, se marchita y se pone a hibernar. Cuando hayan descubierto la manera de manipularlo sin peligro, tratarán de descubrir las características de su naturaleza.

—¿Quiénes?

—Pues los especialistas de Moscú —dijo Vyotsky encogiéndose de hombros—, los de…

—¡Karl! —lo interrumpió Khuv llamándole por su nombre, lo que hizo que Jazz pensara que, pese a que él era un prisionero y a pesar de toda la «glasnost» de Khuv, todavía había puntos que eran intocables—. Sí —dijo Khuv—, los especialistas. Es posible que, si descubren algo acerca de este ser, también puedan descubrir algo acerca de su mundo.

Había algo que inquietaba a Jazz.

—¿Y qué me dicen de esos hombres con los lanzallamas que encuentro por todas partes?

—¿Todavía no está bastante claro? —le espetó Vyotsky—. ¿O es que tú, querido británico, eres un poco tonto?

—Lo que acaba con ellos es el fuego concentrado —intervino Khuv—. Hasta ahora es lo único que lo consigue. Por lo menos eso es lo que descubrimos nosotros.

Jazz ahora asintió con un gesto. Parecía que las cosas comenzaban a irse aclarando en su cabeza.

—Comienzo a darme cuenta de las posibilidades —dijo secamente—. Y no es preciso que me diga de dónde han salido estos especialistas de que me habla: del departamento de estudios de la guerra química y biológica del Protze Prospekt, ¿no es verdad?

Khuv no respondió, pero su boca se quedó torcida como resultado de la sonrisa forzada que le dirigió.

Jazz asintió con un gesto. Su rostro reflejaba unos sentimientos que eran una mezcla de sarcasmo y de asco.

—¿Y cómo resultaría… esto… como arma biológica?

Habían llegado a la zona de Khuv. Éste abrió la puerta y dijo:

—¿Qué prefiere? ¿Beber algo o que le diga a Karl que lo vuelva a meter en su celda y le dé un pequeño vapuleo para que se entere de cómo debe comportarse?

Tenía la voz quebrada, sonaba igual que el hielo al quebrarse. Jazz había tocado un punto sensible. El agente británico era mucho más rápido en sus deducciones de lo que había supuesto Khuv.

Después de echar una ojeada al rostro de Vyotsky, en el que lucía ahora una mueca sardónica, Jazz dijo:

—Me parece que por esta vez prefiero una copa.

—De acuerdo, pero tenga presente una cosa: usted aquí no está en situación de criticar nada. Usted es un espía, un asesino, un aspirante a saboteador. Y recuerde también esto: usted no sabe nada. ¡Nosotros tampoco sabemos nada! ¿Armas? ¿De qué armas está hablando? Personalmente, lo que yo haría es cerrar esto, pero cerrarlo con cemento, hacer que la Puerta no pudiera volver a abrirse nunca más… si fuera posible. Y lo mismo haría Viktor Luchov. Pero el Projekt está patrocinado… Mejor dicho, el Projekt se puso en marcha bajo las órdenes del Departamento de Defensa. Nosotros aquí no mandamos, Michael, nosotros somos unos mandados. Y ahora grábese de una vez por todas esto en la cabeza: nosotros podemos ser «amigos» o puedo hacer que alguien mucho menos comprensivo que yo se encargue de completar sus informaciones. De usted depende…

¿Informaciones? No sabía por qué, pero no le había gustado nada la manera como Khuv había usado aquella palabra. Era evidente que el tono lo había traicionado. De hecho, aquí no se trataba de informar. En el fondo de sus pensamientos una voz le avisaba y lo ponía en guardia. ¿Por qué le daban este tratamiento? ¿Qué interés podían tener? Como no conocía las respuestas, dejó a un lado las preguntas y dijo:

—¡De acuerdo, lo acepto! Vamos a cumplir todos con nuestro deber. Todos cumplimos órdenes. Sólo le pido que me conteste una cosa más y ya no volveré a interrumpirle.

Khuv hizo entrar a Jazz y a Vyotsky a su zona de trabajo.

—¡De acuerdo! —dijo—. ¿De qué se trata?

—Es sobre esa cosa que tienen metida en ese recipiente de vidrio, ese ser venido de otro mundo —contestó Jazz arrugando la nariz al decirlo—. Dice usted que tiene un guardián, una persona que se ocupa de él, que le da de comer, que lo estudia… Sucede que no puedo imaginarme cómo ha de ser esa persona, pero pienso que debe de tener unos nervios de acero.

—¿Qué? —dijo Vyotsky dejando escapar un resoplido que tenía algo de una carcajada—. ¿Te figuras que se presentó voluntario? Es un hombre de ciencia, con gafas y todo. Un hombre totalmente consagrado a la ciencia… y a la botella.

Jazz enarcó las cejas.

—¿Un alcohólico?

La expresión de Khuv no varió.

—Muy pronto —dijo, después de una pausa momentánea—. Sí, me temo que lo será…

Tres horas más tarde, alrededor de las siete y media de la tarde, después de haber recibido en su celda una taza de café tibio y sin aroma ninguno y un bocadillo de carne fría, que constituían el menú estándar, y después de haber dado cuenta de las dos cosas, se tumbó en su cama metálica de campaña y comenzó a dar vueltas en su cabeza a todo lo que le había contado Khuv. El ruso había estado hablando casi sin parar por espacio de una hora y media, espacio de tiempo durante el cual el agente británico se mantuvo fiel a su palabra y no lo interrumpió ni una sola vez. Mientras Khuv estaba metido en materia, Jazz no se sintió en ningún momento tentado a interrumpirle, en parte porque el torrente de palabras e imágenes era incesante y no precisaba de explicaciones, pero sobre todo porque lo que le había contado era realmente fascinante.

Ahora, una vez más, Jazz hacía una recapitulación de todas las explicaciones.

El incidente de Perchorsk, conocido con la palabra «pi», había constituido la desastrosa prueba realizada por Franz Ayvaz en el escudo subatómico. Después de la confusión producida se procedió a la limpieza y, cuando ya casi estaba ultimada, ocurrió «Pill», al que Khuv se refería como Encuentro Uno, si bien por lo que hubo de explicar a Jazz el comandante de la KGB, no había sido tanto un encuentro como una verdadera pesadilla.

Aquella criatura surgida de la esfera de luz había sido la monstruosidad que Jazz había visto en la película impresionada por el aparato de reconocimiento AWACS sobre la bahía de Hudson, que venía a ser como el hermano mayor de aquella cosa que estaba metida en el recipiente de vidrio. Pero cuando el hermano mayor se coló en este mundo por su cuenta…

La descripción que hizo Khuv del Encuentro Uno tal como él la había oído contar por boca de testigos del mismo era así de gráfica:

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