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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (8 page)

Khuv y los dos hombres intercambiaron breves saludos, después toda la comitiva prosiguió su camino. Jazz y sus acompañantes atravesaron la puerta y Khuv la cerró al pasar.

El complejo, al otro lado de la puerta, tenía un aspecto completamente diferente. Comparados con los desperfectos de esta zona, los del otro lado eran superficiales. Jazz lo contempló todo con ojos muy abiertos y trató de encontrar un sentido a todo aquel caos. En todas partes se evidenciaban los efectos del espantoso calor que allí se había desarrollado: los montantes estaban ennegrecidos y en algunos puntos estaban consumidos por el calor; las losas del suelo faltaban completamente y habían sido sustituidas por tablones de madera; la cara de la pared rocosa exterior —literalmente, la propia montaña— estaba completamente negra, deslucida y llena de bultos, como cubierta por una capa de lava que hubiera quedado detenida en su curso. Una silla o una mesa de metal —habría sido difícil decir de qué se trataba— y un armario de acero eran chatarra retorcida que parecía surgir de un nódulo de lava, fundido a su vez y adherido a la pared, y por encima de él se veía un tronco cilindrico de unos tres metros y medio de diámetro, incrustado en la roca según un ángulo de cuarenta y cinco grados, por cuya abertura era visible la lava que en parte se había derramado.

Jazz observó la oscura abertura de aquel cilindro y se preguntó cómo lo habrían cortado y dónde iría a parar. Levantó una mano para tocar el costado del borde, lugar por donde el cilindro se abría al corredor. La roca era fina como el cristal, no rugosa como el material volcánico que había salido por la boca del cilindro… Dándose cuenta de que Khuv lo estaba observando, Jazz le dirigió una mirada que era toda una interpelación.

—Me han dicho que tenía una sección transversal cuadrada, con lados de algo menos de dos metros —informó Khuv—. Y que estaba forrado con un espejo perfecto, constituido por un vidrio de muy alta densidad sobre cerámica opaca, lo que produce casi un ciento por ciento de poder reflectante. Después de lo que usted ha llamado el incidente de Perchorsk, esto fue todo lo que quedó del cilindro. Supongo que en este caso usted podría decir que esto pasó por querer meter un clavo redondo por un agujero cuadrado, ¿verdad?

Y antes de que Jazz pudiera contestar, siguió:

—Por supuesto que yo no me encontraba cuando sucedió. Comprenderá, Michael, que yo tengo mi trabajo. Supongo que me perdona la familiaridad, ¿verdad? Trabajo en una rama de los servicios haciendo algo que usted encontraría absolutamente increíble. Se trata de la Rama-E, acerca de la cual ya hemos hablado.

Jazz no dijo nada y continuó mirando a su alrededor, tratando de hacerse cargo de todo cuanto veía y oía. No sabía de qué podía servirle, pero formaba parte de su manera de trabajar.

—Sí, Michael, la Rama-E —prosiguió Khuv—. Ustedes, los ingleses, también tienen una Rama-E, usted lo sabe perfectamente, razón por la cual nosotros teníamos tanto interés en averiguar si usted era miembro de la organización. En caso de que usted lo hubiera sido —dijo encogiéndose de hombros—, nos habríamos visto obligados a eliminarlo desde el primer momento.

Jazz, como tenía por costumbre, enarcó las cejas.

—Sí, naturalmente —prosiguió Khuv como si sus palabras no tuvieran ninguna importancia—, porque no habríamos podido permitir que transmitiera al mundo exterior, ni por vía telepática ni a través de ningún otro medio, lo que usted pudiera saber de este sitio. Podía ser peligrosísimo, hasta el punto de desencadenar incluso una tercera guerra mundial.

—¡Más melodrama! —murmuró Jazz.

Khuv exhaló un profundo suspiro.

—Acabará por entenderlo —dijo—, pero primero busque un sitio donde sentarse un momento y yo le contaré todo cuanto ha venido a descubrir aquí. Debe darse cuenta de que lo que yo quiero es que lo entienda todo. Más adelante sabrá por qué.

Khuv se encaramó a un saliente de la roca negra, mientras Jazz encontraba asiento en uno de los lados del armario de acero, por la parte que salía del nódulo de lava. Vyotsky se quedó de pie, sin decir nada, ocupado simplemente en mirar. La instalación de aire acondicionado del Projekt susurraba débilmente pero, aparte de esto y de la voz de Khuv, todo estaba en silencio. Khuv hablaba en voz muy baja y el efecto era pavoroso. Era como un murmullo que resonara en una extraña bóveda enterrada en grandes profundidades.

—Tiene que echar la culpa de todo lo que ve aquí al escenario del SDI o Guerra de las Galaxias de los Estados Unidos —empezó—. Por supuesto que no se había pensado en estas expresiones en aquel entonces, pero es evidente que la idea ya estaba presente. Nosotros lo sabíamos por las fuentes normales usadas por los servicios secretos. En cuanto al Perchorsk Projekt era poca cosa más que una teoría ingeniosa hasta que Norteamérica empezó a soñar en su iniciativa de defensa espacial. Pero después de esto fue la historia de siempre: era preciso que contásemos con un sistema defensivo todavía mejor. Si hay que tener bombas más grandes y mejores, lo mismo ocurre con los sistemas de defensa. Si la Guerra de las Galaxias podía significar la pérdida del noventa y cinco por ciento de nuestra capacidad nuclear, nosotros debíamos tener algo que destruyese totalmente la capacidad de ataque de Occidente.

»Perchorsk sería el primer paso, el campo de pruebas. De haber surtido efecto, se habrían podido instalar construcciones similares a todo lo largo de las fronteras de Rusia. Es posible que los países satélites tuvieran que valerse por sí mismos en un futuro holocausto, pero el corazón del pueblo soviético debía quedar incólume. ¡Totalmente incólume! ¿Me ha seguido hasta aquí?

Jazz inclinó la cabeza a un lado.

—Me está diciendo que esto no fue concebido como una arma, ¿no es eso? —dijo echando una mirada a su alrededor.

—Exactamente —dijo Khuv y asintiendo con la cabeza—, esto tenía que ser exactamente lo contrario de una arma: un escudo, un paraguas impenetrable colocado sobre la cabeza de la Unión Soviética. ¡Ah! Ya me estoy dando cuenta de que la cosa le interesa. Por fin parece que nos animamos un poquito. ¿Quiere que continúe?

—Por supuesto —dijo Jazz enseguida—, prosiga.

Khuv reanudó el hilo de sus explicaciones.

—No me pregunte nada sobre la mecánica del asunto. Yo soy…, yo soy «un policía», no un físico. Franz Ayvaz era el cerebro y el motor de Perchorsk, Viktor Luchov era el segundo de a bordo. Ayvaz, como usted seguramente debe de saber, era el número uno en la aceleración de haces de partículas y en otros campos relacionados con éste. En sus años jóvenes fue un destacado pionero de la tecnología del láser; sus credenciales eran impecables y su teoría (por lo menos, sobre el papel) parecía ser exactamente lo que el personal de defensa estaba buscando. Un campo de fuerza con un propósito doble: destruir los proyectiles que llegaban y hacer totalmente inocua su capacidad nuclear.

»Así fue como nació el Perchorsk Projekt hace cinco años y aquí es donde murió tres años más tarde. Ayvaz murió con él y Luchov todavía sigue aquí reuniendo información, tratando de reconstruirlo y mirando de recuperar alguna cosa. En cuanto a lo que ocurrió exactamente…

»Lo que se supone que ocurrió fue esto. Había que generar un haz en lo más hondo, en los niveles más bajos. Allí era donde solía estar toda la maquinaria. Acelerado hasta los límites tolerables y excitado por el bombardeo atómico, se proyectaría a través de este cilindro como un láser enorme hacia el interior del barranco. Allí donde el cilindro surgía en dirección al barranco, un conjunto de espejos dividiría el haz en abanico y se proyectaría a través del cielo hacia el espacio. Iba a ser una prueba y nada más que una prueba. La primera de una serie.

»Por desgracia hubo un fallo en los motores que gobernaban el movimiento de los espejos exteriores. Se averiaron en la peor posición posible y en el peor momento posible. Los científicos que había aquí estuvieron sometidos a una gran tensión, su trabajo era apresurado y se realizaba en unas condiciones que no eran las mejores, no se habían incorporado una serie de mecanismos de protección automática. ¿Sabe qué ocurre, Michael, cuando uno obtura el cañón de una arma, la carga y aprieta el gatillo? ¡Vaya pregunta ridicula para hacérsela a un hombre experto en armas de fuego! Por supuesto que sabe qué pasa…

»Pues bien, esto es lo que sucedió aquí. Hubo una colosal expansión de retroceso. Se liberó una energía suficiente para llenar un arco de espacio que cubriría la zona comprendida entre Afganistán y la Tierra de Francisco José, pero esta energía quedó atrapada en el interior, encerrada en el cilindro y dirigida de nuevo a su fuente. Se produjo una terrible colisión de fuerzas, la generación instantánea de temperaturas increíbles y la materia situada en las proximidades inmediatas del rayo experimentó cambios radicales. Por supuesto que ésta es la explicación de un lego en la materia, de alguien que no sabe de técnica. Si quiere saber más cosas tendría que hablar con Luchov, pero le aseguro que no entendería ni jota. A no ser que dentro de usted haya muchísimas cosas que no hemos descubierto.

»Así es que esto fue el incidente de Perchorsk o "pi", según lo han bautizado los occidentales. Los estragos que usted ve aquí no son ni la centésima parte de la ruina que se produjo abajo, donde iremos dentro de un momento. En cuanto a pérdidas de vidas humanas, debo decir que el tributo fue terrible, Michael, aunque no tan terrible como el tributo que posiblemente tengamos todavía que pagar…

Con estas enigmáticas palabras resonando en sus oídos, Khuv se puso en pie de pronto.

—¡Vayamos abajo! —dijo con palabras entrecortadas, urgentes—, ¡enseguida! Bajaremos dos niveles más y quizás entonces estará en condiciones de darse cuenta de lo que ocurrió realmente.

Jazz se puso de pie y siguió adelante. Una vez más Vyotsky se puso a la cola para seguir recorriendo el perímetro; después, más abajo, y a través de unas escaleras de madera muy empinadas, hasta un lugar que parecía pertenecer al reino de la fantasía.

Con una mano en la barandilla, Jazz escrutaba los oscuros rincones de un gran desorden, un espantoso caos. En aquel lugar la iluminación era pobre, quizá deliberadamente, ya que era cierto que lo poco que se podía ver allí era, para calificarlo de alguna manera, desconcertante, por no decir aterrador. Atravesaron una maraña de plástico retorcido, piedras fundidas y chatarra, a ambos lados de la cual había unos túneles de sesenta a noventa centímetros de diámetro, sorprendentemente sólidos y finamente taladrados, que serpenteaban y ondeaban como galerías excavadas por gusanos a través de viejos maderos, sólo que éstos se abrían a través de la roca maciza y de las vigas arrugadas.

Por la cabeza del agente británico cruzó la idea de que algo, alguna fuerza impetuosa, había intentado conferir una cierta homogeneidad a aquel lugar, como si quisiese convertir en igual todo cuanto era diferente. O bien había tratado de deformarlo todo hasta el punto de hacerlo irreconocible. No era tanto que los diferentes materiales hubieran quedado fundidos por el calor y el fuego, sino que parecía que habían sido amasados, como cuando se juntan los ingredientes para hacer con ellos una pasta o como si un niño monstruoso hubiera amalgamado con sus manos plastilinas de diferentes colores.

—Todavía hay algo peor —dijo Khuv con voz tranquila, abriendo nuevamente el camino en dirección hacia un lugar situado más abajo—. Esos extraños túneles no han sido abiertos en el magma. Así es como Viktor Luchov llama a este amasijo de materia, un «magma». Esos túneles fueron «comidos» por la energía desprendida con la expansión de retroceso. No sé qué habría pasado si la instalación se hubiera encontrado en la superficie.

Las escaleras bajaban a un auténtico lecho de magma y sólo se interrumpían cuando llegaban a una pared vertical de roca maciza como la superficie de un acantilado. Aquí las maderas del suelo formaban un camino que giraba a la derecha en ángulo de noventa grados y corría paralelo al pie de la pared de roca que se erguía enhiesta. Debajo de los maderos, el suelo estaba lleno de caóticos baches y de irregularidades, puesto que los diferentes materiales se habían amalgamado de tal forma que resultaban irreconocibles. A través de esa masa petrificada de materiales terrenos, imposibles de reconocer, discurrían los canales irregulares, parecidos a galerías de gusanos, excavados por la energía, semejantes a las oquedades que abren en la roca los crustáceos marinos, aunque aquí a escala gigantesca.

—«Comidos» —dijo Jazz reflexionando sobre la palabra—. Usted ha dicho que estos agujeros estaban «comidos» en la materia, pero ¿comidos por qué cosa?

—¿Quizá sería mejor decir que fueron «convertidos»? —Khuv clavó en él los ojos—. Quizá se aproxima más a la realidad decir que el material fue convertido en energía, pero si tiene un poco de paciencia, le mostraré un ejemplo mucho más gráfico. Ahora no dirigimos al lugar donde estaba el reactor atómico. También fue comido… o, si lo prefiere, convertido.

—¿El reactor?

Al principio, el significado de las palabras de Khuv no se registraron en los confusos pensamientos de Jazz.

—Sí, el reactor atómico que era la principal fuente de energía del Projekt —le explicó el ruso—. El contragolpe se lo comió… esto es evidente. Y a lo que parece, después se comió a sí mismo.

Jazz habría podido también interrogarse sobre la frase, pero en aquel momento vio asomar a la izquierda del camino un enorme agujero, perfectamente circular, en la misma superficie negra de la pared de roca. Por aquel túnel salía luz que se dirigía en ángulo hacia abajo. Jazz no necesitó que le explicaran que aquello era una continuación del tronco del cilindro que había visto en el nivel superior, que una vez —y sólo una vez— había transportado un temible haz de energía al mundo exterior.

El camino giraba hacia la izquierda, se metía en la boca del cilindro y volvía a convertirse en escalera. La luz blanca y cegadora era dolorosa comparada con la relativa oscuridad de los dos niveles a través de los cuales había bajado el grupo. Enfrente y abajo, el extremo opuesto del cilindro era un disco blanco de refulgente brillo, con el borde inferior ennegrecido por la plataforma del camino. Jazz se protegió los ojos con la mano y observó a un joven soldado ruso de uniforme apoyado en la curvada pared. El hombre se puso firme al momento, se cuadró y dio una palmada a su rifle Kalashnikov en señal de saludo.

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