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Authors: Alcohólicos Anónimos

Tags: #Autoayuda

El Libro Grande (29 page)

BOOK: El Libro Grande
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En el año 1947 decidí casarme con la que hoy es mi esposa. Los primeros meses bebí periódicamente, alguno que otro día, pero cuando empezaron a surgir pequeños problemas en el hogar volví a la carga repetidamente. Mi esposa trató de ayudarme todo lo que pudo, pero no le fue posible hacer nada por mí. Continué mi carrera desenfrenada y sufrí una de las experiencias más grandes de mi vida al tener que recluirme en un hospital de psiquiatría. Pude estar sobrio por un tiempo a base de miedo, pero el miedo poco a poco se me fue quitando, olvidé esa triste experiencia y volví a beber.

Son muchos los tropiezos que tuve en mi vida alcohólica, y ahora quiero relatar mi última experiencia, la que me dio a conocer al Grupo de A.A.

Hacía dos meses que estaba sobrio haciendo un esfuerzo sobrehumano. Un pequeño problema emocional me llevó a ese primer trago y volví a caer en la derrota, pero gracias a Dios, para conseguir el triunfo. Estuve bajo los efectos del licor por espacio de cinco meses. Pedía a Dios todas las noches antes de acostarme que me alejara de ese primer trago al siguiente día. Visité a mi doctor, me sometí a los tratamientos más rigurosos; visité templos religiosos y nada de eso fue efectivo. Pero como siempre digo, llegó un día en que mi Poder Superior oyó mis ruegos. En aquellos días de tortura y llevando una vida muy insegura, conocí a un joven —hoy mi buen amigo y compañero de A.A.— quien tenía el problema de la bebida igual que yo y estaba buscando solución al mismo. Este buen hombre me dijo que existía un grupo de ex borrachos que se reunía para mantenerse sobrios, todas las semanas. Me sorprendí mucho al oír que se trataba de «ex borrachos» que se reunían para resolver su propio problema. Pero decidí visitarlos.

Era viernes, 17 de marzo de 1950, la fecha que marcó ese mi Poder Superior para que yo empezara una nueva vida. Nunca podré olvidar aquella noche. Entré a aquel pequeño salón lleno de complejos, de rencores y de miedo. Estaba muy nervioso. Creía que iban a recriminarme por las faltas que había cometido. Pero cuál no sería mi asombro al ver la sinceridad con que se me trataba y al ver la humildad con que aquellos hombres y mujeres admitían ser alcohólicos. Me sentí mejor, pues en aquel momento me di exacta cuenta de que no estaba solo y que este grupo de hombres y mujeres de A.A. estaba presto a ayudarme. Fue tal mi alegría, que pedí permiso para decir algunas palabras. Tenía muchas cosas en mi adentro que me estaban mortificando y esperaba que se me presentara una oportunidad como ésa para decírselas a alguien que entendiera mi problema. Ese era el momento anhelado, estaba entre los míos y sabía que iban a entenderme.

Esa misma noche, para bien mío, con humildad y sinceridad admití ser un alcohólico.

Desde entonces he permanecido sobrio día a día, llevando siempre en mi mente, a cada paso que doy, el hecho de que soy un enfermo alcohólico y que conozco la solución a mi problema: Dios y Alcohólicos Anónimos.

(6)
 
A.A. LE DIO LA LUZ QUE NECESITABA

De niño, los vecinos le pusieron el nombre «lechuza» por dormir toda la noche en el monte. A.A. le ofreció un nuevo y verdadero amanecer.

M
I INFANCIA fue muy triste, pero muy triste; fue un pasado muy difícil de olvidar. Mi padre un ebrio consuetudinario, no se preocupaba nunca de mi madre, de mis hermanas; menos de mí, su único hijo.

Descuidó mi educación por dedicarse por completo a la bebida; y más doloroso todavía, se olvidó de nuestra comida, de nuestro vestuario y hasta del más pequeñito juguete que tanto deseé y tanto envidié a los que sí lo podían disfrutar; mi pobre madre era la imagen del mismo dolor, era una esclava víctima del vicio (decía yo) de su esposo, y víctima del esfuerzo que tenía que realizar para medio vestir a sus seis hijos.

Lo normal para nosotros era que mi padre llegara ebrio y casi siempre a ultrajar a mi madre. Nosotros (hijos) nos refugiábamos en los matorrales ya que vivíamos en el campo. Por tal motivo los vecinos nos llamaban por el sobrenombre de las lechuzas, ya que no había semana que no nos tocara dormir en el monte.

Yo nunca pensé que mi padre sufriera una enfermedad (alcoholismo) y por tal motivo tuve muchos resentimientos hacia él y hasta llegué a odiarlo.

Todas esas humillaciones, escándalos, problemas que se vivieron en casa, me dejaron desarmado moral, espiritual y psicológicamente para enfrentarme a la vida, y me hizo un ser totalmente insociable, con muchos complejos que paso a paso me fueron encerrando en la soledad; llegando a ser un pobre desdichado, enfermo moralmente, sin voluntad ni ilusión de la vida, me encontré condenado a transitar por el mundo solo y triste.

Tuve que retirarme del colegio por la vergüenza que me daba el hecho de estar mendigando entre mis compañeros, para que me prestaran sus libros de estudio, ya que a mi padre no le alcanzaba sino para beber: esa decisión hizo que tuviera que marcharme de mi casa. Y así empezó mi carrera alcohólica, lejos de mi madre que al fin y al cabo era mi único consuelo; empecé a beber para disipar la tristeza de estar lejos de mi casa. De regreso a mi hogar, después de unos años, ya bebía por cualquier cosa: porque me disgustaba con la novia o porque estaba contento con ella, cuando ganaba el Santafecito de mi alma o cuando perdía, en fin cualquier pretexto era bueno para beber.

¡Qué tragedia Dios mío! Cuando llegué a A.A. ya era totalmente un irresponsable que no ganaba ni para vestirme, únicamente para beber.

De pronto, en esa tragedia en 1972 no sé cómo me encontré trabajando con un miembro de A.A., quien sin pérdida de tiempo me invitó a una reunión de A.A.; por la necesidad del trabajo acepté acompañarlo, mas no porque considerara que mi problema era la bebida; él nunca me dijo que mi problema era ese, pero eso sí, me llevaba constantemente a reuniones. Duré acompañándolo como dos años sin aceptar mi enfermedad, pero lo que me causó impresión fue el ejemplo que él me daba en su diario vivir y eso me hizo reflexionar sobre mi vida, sobre mi pasado y en 1974 a regañadientes acepté mi problema, que mi vida era ingobernable y que con el alcohol lógicamente la agravaba más; desde esa fecha soy un A.A.

Después de dos años de estar en la cuerda floja, experimenté la más hermosa y productiva experiencia que me regaló A.A., como fue el darme la oportunidad de desarrollar el sentimiento de servir en algo a los demás; y sin saberlo en ese entonces el más beneficiado fui yo y mi familia. A través del servicio, al principio con un sentimiento equivocado, buscando satisfacer mi ego, fui descubriendo una transformación en mi insociable e insensible personalidad; poco a poco me di cuenta de que no todo había terminado para mí. A.A. a través de todo su programa me mostraba un camino a seguir, aunque con dificultades, con muchas perspectivas para el futuro, si yo así lo deseaba.

La experiencia que he experimentado a través de los diferentes niveles de servicio, las satisfacciones, los logros y también las dificultades, es algo inolvidable para mí y que con palabras no se puede expresar. Como servidor he cometido muchos errores, pero siempre he tratado de aportar algo a mi comunidad; día a día me preparo emocionalmente, intelectualmente y psicológicamente, porque, al menos a nivel de mi zona, soy un líder y un líder debe pensar más con la cabeza que con el corazón y por eso debe prepararse constantemente.

Hoy, después de 12 años en el programa, deseo que A.A. cada día esté más disponible, y seguir colaborando un poco para ello. A.A. y Dios me han devuelto la luz que yo necesitaba, y deseo que aquellos que están en tinieblas también algún día puedan ver la luz de la vida, y que si algún día mis hijos tienen problemas con la bebida, A.A. tenga las puertas abiertas para ellos.

Gracias a Dios, gracias a A.A., gracias a mi padrino y a los compañeros que me han regalado sus experiencias y por su confianza muchas gracias, porque por todos ustedes, hoy estoy disfrutando la felicidad de vivir sobrio.

(7)
 
HASTA LA FLOR MÁS BELLA SE MARCHITA CON EL ALCOHOL

Frustrada en sus aspiraciones intelectuales, esta mujer se fue en busca de la libertad, sólo para encontrar la esclavitud de una borrach A. le quitó las cadenas.

E
SCRIBIR MI HISTORIA no me resulta sencillo. Narrarla ante los grupos de compañeros Alcohólicos Anónimos no ha sido difícil, puesto que he tenido facilidad de palabra y, al fin y al cabo «las palabras se las lleva el viento», pero escribir lo que fui, lo que me sucedió y lo que ahora soy, es algo que por un lado me da miedo y por el otro me fascina.

Creo que dos problemas en mi edad infantil fueron determinantes para crearme un tipo de personalidad insegura, origen de muchos de mis defectos de carácter.

El primero se originó a la edad de cuatro años cuando mi madre trajo al mundo a mis hermanos gemelos (niño y niña) y yo sentí que vinieron a quitarme el lugar de «reina del hogar». A partir de aquel momento busqué de mil formas agradar a los demás para sentirme aceptada.

El segundo, basado en mi inseguridad, originó una dependencia emocional casi patológica hacia mis padres, y como el carácter de ellos nunca fue estable, yo viví con mis emociones a la deriva y de acuerdo a sus variantes estados de ánimo.

Por lo demás, viví una vida de pequeña-burguesa, cimentada en una educación católica y con algo que siempre me ha ayudado muchísimo: la práctica constante de algún deporte. De niña fui una buena nadadora, pero el temor a no llegar a ser «la mejor» me hizo abandonar un equipo donde empezaba a realizarme bien. Esa ha sido una característica de personalidad que me acompañó hasta hace muy poco: fui de «o todo, o nada».

Mi paso de la niñez a la pubertad sucedió a la edad de once años. En aquel entonces tuve mi primer contacto con el alcohol; mi madre preparaba tés de canela con ron para aliviar los cólicos mensuales y yo me aficioné a tomar varios cada período, hasta que me dormía. Recuerdo que me encantaba esa sensación de «dejadez» que sobrevenía.

Por esa época fue cuando ingresé en las «Guías», donde fui realmente feliz: Conocí a un Dios bondadoso que me llenaba de paz espiritual: supe que «dando es como recibimos»; y conocí el sentimiento de amor a la naturaleza, que afortunadamente nunca perdí.

A los 14 años me convertí en una jovencita físicamente atractiva; terminé la secundaria con un buen promedio en una escuela pública que me encantó. También a esa edad cambié mis actividades de fin de semana por las de ir a tomar café con muchachos de mi edad y asistir a mis primeras fiestas. Fue mi época del despertar del sexo y la sublimación del amor. Me consideraba una chica muy profunda y sin intereses materiales, por lo que buscaba muchachos que estuvieran de acuerdo con mi forma de pensar. Para mí, el amor era lo más importante del mundo.

En aquel tiempo, mis principios morales eran muy fuertes y sentía un gran miedo al castigo, tanto de Dios como de mis padres, lo que me permitió vivir la adolescencia tranquila y de acuerdo a los intereses de mis mayores, aunque de ninguna manera significaba que yo estuviera de acuerdo con todo lo que se me decía: me paralizaba el miedo, más que la convicción de esta forma de ser, pensar y vivir.

Al terminar la secundaria, me frustré porque mi padre no me permitió ingresar en una preparatoria pública, lo que me ocasionó una serie de resentimientos hacia él. Ingresé a una escuela de monjas, donde empecé a decepcionarme de la religión debido a ciertas actitudes mezquinas que observé: La directora (madre superiora), era la antítesis de la humildad. Poco antes de terminar el primer año, renuncié a seguir estudiando allí: el ambiente de niñas ricas y monjas hipócritas me era insoportable. Me cambié a una academia de secretarias en inglés-español, donde cursé una carrera brillante con muchachas de mi clase social.

A la edad de 18 años y con mi título de Secretaria, entré a trabajar en la Universidad Nacional en uno de sus institutos de investigación científica.

Considero que en ese momento se inició un proceso de cambio tanto en mi ideología como en mi filosofía de la vida: la mayoría de los científicos tenían a la Ciencia por Dios y, como yo los admiraba y respetaba, su influencia me fue penetrando lentamente. Al mismo tiempo me nació la afición por las lecturas feministas y tomé un curso en la Carrera de Letras donde analizamos varias novelas de crítica social Latinoamericana. Todas estas influencias gestaron en mí a una mujer diferente; empezaba a vivir crisis existenciales y a tener serios problemas con mi padre, al que consideraba clásico «macho hispano».

Históricamente, el país vivía el movimiento estudiantil de 1968. En el ambiente en que yo me movía, había conferencias, mesas redondas, películas, etc., sobre la situación social, económica y política del país, desde el punto de vista de los intelectuales de izquierda. Mi natural inclinación hacia los desposeídos (basada en mi filosofía cristiana), favoreció que, poco a poco, mi estructura mental fuera cambiando hasta convertirme en marxista… de café. Me fascinaba ir a una cafetería donde se reunían bohemios y comunistas, ¡ese era mi lugar preferido de toda la ciudad!

Entonces viví un noviazgo que yo considero largo (cuatro años) con un muchacho que estudiaba la carrera de Física. Al principio fui muy feliz con él, pero al cabo, nuestra relación empezó a deteriorarse. Discutíamos mucho; era muy posesivo y celoso; me prohibió ingresar a estudiar la preparatoria (lo que para mí era muy importante, porque yo soñaba ser algún día estudiante universitaria y me sentía frustrada por no haberlo logrado con anterioridad). Al fin vino la ruptura inevitable.

Mi crisis existencial se agravó. Vi cómo a dos de mis hermanas les iba muy mal en sus matrimonios y la infelicidad de la mayoría de los matrimonios que conocía. Mi acentuado «feminismo» se agravó cuando me percaté de la infidelidad masculina general, situación que nunca vi en casa de mis padres.

Pensé: «¡A mí eso nunca me pasará!» Creí que la «relación perfecta», debería ser para mí la unión libre. Realmente estaba muy influenciada por autoras como Simone de Beauvoir y Rosario Castellanos, también por una maestra feminista de la Facultad de Letras Españolas.

Decidí «cambiar de aires». Viajé durante mes y medio por el extranjero. Llevaba la esperanza de encontrar una respuesta a todas mis inquietudes al salirme de un ambiente que me agobiaba.

Cuando subí al avión tuve una sensación de libertad. Por primera vez manejaría las riendas de mi carreta. Me sentía optimista, hermosa y tenía fe en mí misma y, de una u otra forma intuía que mi vida cambiaría a partir de ese momento. ¡Efectivamente cambió: empezó la debacle!

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