Kaede juntó las manos e inclinó la cabeza en ademán de oración. Rezó por su hijo no nacido, por su marido y sus hijas, y por el espíritu de Akane, que por fin podría encontrar descanso.
—Es muy hermosa —opinó don Carlo con un matiz de admiración, pero no elevó plegaria alguna.
Kaede le explicó a Taro lo mucho que el extranjero admiraba la estatua, exagerando las alabanzas para compensar por la anterior descortesía del sacerdote.
—No es mérito mío —respondió Taro—. Soy un artista mediocre. Mis manos escuchan lo que hay dentro de la madera, y lo ayudan a salir al exterior.
Kaede trató de traducir sus palabras lo mejor que pudo. Taro, con gestos y bocetos, mostró a don Carlo la construcción interior del tejado, cómo los puntales se soportaban entre sí. Entonces el sacerdote sacó su propio cuaderno y dibujó lo que veía, preguntando los nombres de las diferentes maderas y cómo se denominaba cada uno de los empalmes.
Don Carlo posaba reiteradamente sus ojos en la diosa y luego en el rostro de Kaede.
Mientras se marchaban, murmuró:
—Nunca creí que encontraría una
Madona
en el Oriente.
Era la primera vez que Kaede escuchaba cualquiera de las dos palabras, cuyo significado desconocía; pero notó que algo había acrecentado el interés de don Carlo hacia ella. La situación la inquietaba. Notó que el niño le daba patadas en el vientre y anheló que Takeo volviera.
Cuando Takeo regresó a Hagi a finales del tercer mes, las marcas de las garras en su rostro casi habían desaparecido. La nieve acababa de derretirse; había sido un invierno largo y crudo. Todos los puertos de montaña entre las ciudades de los Tres Países habían estado cerrados, por lo que no le fue posible recibir cartas y su ansiedad por Kaede había sido extrema. Se alegraba de que Ishida hubiera permanecido junto a ella durante el embarazo, aunque también había lamentado la ausencia del médico cuando las inclemencias del tiempo le provocaban dolores en sus antiguas heridas y las hierbas balsámicas se hubieron terminado.
Takeo había pasado la mayor parte de su forzada estancia en Yamagata junto a Miyoshi Kahei, discutiendo la estrategia para la siguiente primavera y los detalles de la visita a la capital, así como repasando los informes administrativos de los Tres Países; ambos asuntos le levantaban el ánimo. Se sentía preparado para lo que pudiera suceder durante su visita a Miyako; acudiría en son de paz, pero no dejaría su país desprotegido. En cuanto a los informes administrativos, éstos confirmaban una vez más la fortaleza del país entero, hasta de las aldeas más pequeñas, en donde el sistema de decanos y de jefes elegidos por los propios campesinos para representarles podía movilizarse para defender las tierras y la población.
El tiempo primaveral, la perspectiva de regresar a casa y la alegría de cabalgar a través de la campiña, que empezaba a despertarse, contribuían al sentimiento de bienestar que le embargaba.
Tenba
había pasado bien el invierno; apenas había perdido peso o condiciones físicas. Los mozos de cuadra, que lo apreciaban tanto como el propio Takeo, habían cepillado a fondo el pelaje negro que ahora relucía como la laca. El regocijo del caballo al encontrarse de nuevo en la carretera, en dirección a su lugar de nacimiento, le hacía encabritarse y corcovear; abría los ollares y agitaba en el aire las crines y la cola.
* * *
—¿Qué te ha pasado en la cara? —preguntó Kaede a su marido, recorriendo con sus dedos las pálidas heridas cuando se encontraron a solas.
Había llegado aquella mañana. El aire aún era fresco y corría un viento frío. A lo largo del viaje se había topado con muchas carreteras cubiertas de barro y, a menudo, inundadas. Takeo se había dirigido directamente a la antigua casa, donde Chiyo y Haruka le recibieron con entusiasmo; se dio un baño y almorzó con Kaede, Ishida y los dos niños. Ahora el matrimonio se encontraba en la sala de la planta superior, con las ventanas abiertas. Se escuchaba el murmullo del río y el aroma de la primavera flotaba en el ambiente.
"¿Cómo podría explicárselo?" Takeo miró a Kaede con preocupación. Le quedaba poco tiempo para dar a luz; no más de tres o cuatro semanas. Recordó las palabras de Shigeko: "Se lo tendrías que contar a mi madre. No deberías ocultarle nada. Cuéntaselo todo".
—Me choqué contra una rama. No tiene importancia —respondió.
—Parece el arañazo de un animal. Ya lo entiendo: te encontrabas solo en Yamagata y encontraste una mujer apasionada —Kaede bromeaba por el puro placer de volver a tener en casa a su esposo.
—No —negó Takeo con tono serio—. Ya te he dicho muchas veces que nunca yaceré con nadie más que contigo.
—¿Durante el resto de tu vida?
—Durante el resto de mi vida.
—¿Incluso si me muero antes que tú?
Con delicadeza, Takeo le colocó una mano sobre los labios.
—No digas eso.
La arrastró hacia sus brazos y la mantuvo junto a sí durante un rato, sin pronunciar palabra.
—Cuéntamelo todo —dijo Kaede, por fin—. ¿Cómo está Shigeko? Me gusta pensar en ella como "la señora Maruyama".
—Shigeko se encuentra perfectamente. Ojalá la hubieras visto en la ceremonia; me recordó mucho a Naomi. Pero también me di cuenta, al observarlos, de que Hiroshi está enamorado de ella.
—¿Hiroshi? No es posible. Siempre la ha tratado como a una hermana pequeña. ¿Te lo ha confesado él?
—No explícitamente, aunque no me cabe duda de que ése es el motivo por el que no se ha casado.
—¿Acaso confía en contraer matrimonio con Shigeko?
—¿Tan malo sería? Creo que Shigeko le tiene mucho cariño.
—¡Aún es una niña! —exclamó Kaede. Por su tono, parecía que la idea le indignaba.
—Tiene la edad que tenías tú cuando nos conocimos —le recordó Takeo.
Se quedaron mirándose unos instantes. Luego Kaede dijo:
—No deberían estar juntos en Maruyama. ¡Sería esperar demasiado de ellos!
—Hiroshi es mucho mayor de lo que yo era; seguro que sabrá controlarse mejor. Y ellos no esperan morir en cuestión de horas, como nos ocurrió a nosotros.
"Nuestro amor fue una pasión ciega. Apenas nos conocíamos. Nos vimos poseídos por la locura que la constante expectativa de la muerte trae consigo. Shigeko e Hiroshi se conocen como hermanos. No es una mala base para el matrimonio", pensó Takeo.
—Kono hizo alusión a una posible alianza a través del matrimonio con Saga Hideki, el general del Emperador —le dijo a Kaede.
—Es una idea que no podemos rechazar a la ligera —repuso ella con un hondo suspiro—. Estoy segura de que Hiroshi sería un marido excelente, pero esa boda supondría desperdiciar a Shigeko, y no nos aportaría las ventajas que ahora necesitamos.
—Ella me acompañará a Miyako. Conoceremos a Saga y entonces, decidiremos.
Takeo prosiguió explicándole cómo estaban las cosas con Zenko, y decidieron invitar a Hana a pasar el verano en Hagi. Podría disfrutar una temporada con sus hijos y hacer compañía a su hermana una vez que el niño hubiera nacido.
—Supongo que ya hablarás bien el idioma extranjero —comentó Takeo.
—He hecho progresos —respondió Kaede—. Don Carlo y tu hermana son buenos profesores.
—¿Se encuentra bien mi hermana?
—Sí, muy bien. Ha estado constipada, como todos nosotros; pero no ha sido nada de importancia. Me agrada; es una buena persona e inteligente, a pesar de no haber recibido formación.
—Me recuerda a nuestra madre —observó Takeo—. ¿Mantienen los extranjeros correspondencia con Hofu o con Kumamoto?
—Sí, escriben a menudo. De vez en cuando les ayuda el doctor Ishida, y naturalmente leemos todas las cartas.
—¿Las entiendes bien?
—Resulta muy complicado. Incluso aunque conozca todos los términos, el significado general a veces se me escapa. Tengo que ser muy cuidadosa para que don Carlo no se dé cuenta. Se interesa muchísimo por todo lo que digo, y sopesa cada una de mis palabras. Escribe mucho acerca mí, de la influencia que ejerzo sobre ti y mi inaudito poder como mujer. —Se quedó en silencio unos segundos—. Creo que confía en convertirme a su religión, y así poder llegar a ti. Madaren debe de haberle hablado de tu nacimiento entre los Ocultos. Don Carlo sospecha que eres un creyente como ellos, y que les permitirás a él y a don Joao comerciar libremente en los Tres Países.
—Una cosa es el comercio, que es deseable siempre que lo controlemos y se lleve a cabo según nuestras reglas; pero no les permitiré predicar su religión ni viajar de un lado a otro.
—¿Sabías que hay extranjeros en Kumamoto? —preguntó Kaede—. Don Joao recibió una carta de uno de ellos. Al parecer hacían negocios juntos, en su país.
—Lo sospechaba.
Takeo le habló a Kaede del espejo que le habían enseñado en Maruyama.
—¡Yo tengo uno igual!
Kaede llamó a Haruka y la criada trajo el espejo, envuelto en un grueso paño de seda.
—Me lo regaló don Carlo —explicó Kaede, desenvolviéndolo.
Takeo lo cogió y lo miró con la misma sensación de extrañeza y conmoción que la primera vez.
—Me preocupa —declaró—. ¿Con qué más se estará comerciando en Kumamoto sin nuestro conocimiento?
—Otra buena razón para traer a mi hermana a Hagi —repuso Kaede—. No puede resistir hacer ostentación de sus nuevas adquisiciones, y se jactará de la superioridad de Kumamoto. Seguro que puedo sonsacarle más información.
—¿No está aquí Shizuka? Me gustaría comentar la cuestión con ella, y también hablar de Zenko.
—Se marchó a Kagemura en cuanto empezó el deshielo. He estado preocupada por Miki a causa de este tiempo tan frío, y Shizuka tenía asuntos que tratar con la familia Muto.
—¿Regresará Miki con ella? —Takeo sintió una punzada de añoranza por su hija menor.
—Aún no está decidido —respondió, y a continuación Kaede dio unas palmadas al pequeño perro león que yacía a su lado, hecho un ovillo—.
Kin
se alegrará cuando vuelva; extraña a las gemelas. ¿Viste a Maya?
—Sí.
Takeo no sabía cómo continuar.
—¿También estás preocupado por ella? ¿Se encuentra bien?
—Sí. Taku la está entrenando. Parece que va aprendiendo disciplina y autocontrol. Pero Taku se ha enredado en una aventura amorosa con esa muchacha.
—¿Con Sada? ¿Acaso se han vuelto locos estos jóvenes? ¡Sada! Jamás se me habría ocurrido que Taku pudiera perder la cabeza por ella. Creía que no le gustaban los hombres; ella misma parece uno de ellos.
—No tendría que habértelo contado, no quiero que te disgustes. Debes pensar en tu salud.
Kaede se echó a reír.
—Estoy más sorprendida que disgustada. Mientras no afecte a su trabajo, dejemos que se quieran el uno al otro. ¿Qué daño puede hacer? Esa clase de pasión es imparable; pero se irá apagando con el paso del tiempo.
—En nuestro caso no ha sido así —argumentó Takeo.
Kaede le cogió la mano y la colocó sobre su vientre.
—Nuestro hijo está dando patadas —comentó mientras sentía que la criatura se removía con fuerza en su interior.
—Preferiría no hablar de ello, pero debemos tomar una decisión sobre los rehenes que mantenemos en Inuyama, los que os atacaron el año pasado —dijo Takeo—. A su padre le mataron sus propios parientes hace varios meses, y no creo que los Kikuta acepten negociar conmigo. La justicia demanda que sean sentenciados por su crimen. Creo que ha llegado la hora de escribir a Sonoda. La ejecución ha de entenderse como el cumplimiento de la ley, no como un acto de venganza. Tal vez yo debería estar presente como testigo; estoy considerando la posibilidad de que se lleve a cabo cuando pasemos por Inuyama camino a la capital.
Kaede sintió un escalofrío.
—Es un mal presagio para el viaje. Di le a Sonoda que se encargue personalmente; él y Ai son nuestros representantes en Inuyama, pueden ejercer de testigos en nuestro nombre. Hay que actuar inmediatamente; no debe retrasarse más.
—Minoru escribirá esta misma tarde —concluyó Takeo, quien se sentía agradecido por la capacidad de decisión de su mujer.
—Por cierto, hemos recibido noticias de Sonoda hace poco. Tu séquito de mensajeros ha regresado a Inuyama. Los recibió el Emperador en persona y les trató con notable respeto.
Pasaron el invierno alojados en la residencia del señor Kono, quien al parecer hace incesantes alabanzas de tu persona y de los Tres Países.
—En efecto, su actitud para conmigo pareció cambiar a mejor —observó Takeo—. Sabe cómo mostrarse encantador, cómo adular. No me fío de él, pero aun así debo viajar a Miyako como si lo hiciera.
—La alternativa es demasiado terrible como para considerarla —murmuró Kaede.
—Entiendes muy bien cuál es la alternativa.
—En efecto: atacar y derrotar a Zenko en el Oeste y prepararnos para la guerra contra el Emperador en el Este. Piensa en el precio que tendríamos que pagar. Aunque pudiéramos ganar dos campañas tan difíciles, llevaríamos la guerra a dos terceras partes de nuestro país. En cuanto a nuestra familia, destruiríamos a nuestros propios parientes y dejaríamos huérfanos a Sunaomi y Chikara. Soy hermana de su madre, y quiero a los tres con todo mi corazón.
Takeo atrajo de nuevo a su mujer hacia sí y con los labios le rozó la nuca, que aunque mostraba las cicatrices después de tantos años, le seguía pareciendo igual de hermosa.
—Nunca permitiré que suceda, te lo prometo.
—Pero existen fuerzas en marcha que ni siquiera tú, querido Takeo, eres capaz de controlar.
Kaede se acurrucó contra él. La respiración de ambos sonaba al unísono.
—Ojalá pudiéramos quedarnos así, para siempre —dijo ella con un hilo de voz—. En este momento me siento feliz, pero me asusta lo que el futuro nos depara.
* * *
Ahora todos esperaban el nacimiento del niño; pero antes de que Kaede se recluyera, Takeo quiso tener al menos un encuentro con los extranjeros para aclarar las cosas con ellos, llegar a algún acuerdo comercial mutuamente satisfactorio y recordarles quién estaba al mando en los Tres Países.
Le preocupaba el hecho de que durante su ausencia y mientras Kaede estuviera ocupada con el recién nacido, los extranjeros consiguieran acceso a otros territorios y a otros recursos desde la ciudad de Kumamoto.
Los días se fueron haciendo más cálidos y las hojas de los gingos y los arces volvieron a brotar, frescas y brillantes. De repente, las flores de los cerezos se encontraban por todas partes: estallidos de color blanco en las laderas de las montañas, de rosa oscuro en los jardines... Las aves regresaron a los arrozales inundados y el croar de las ranas resonaba en el aire. El acónito y las violetas florecían en los bosques y jardines, seguidos por el diente de león, las anémonas, las margaritas y la arveja. Se escucharon las primeras cigarras y el penetrante reclamo de las currucas.