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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (32 page)

Esto significaría una inversión de la relación tradicional entre la ciencia y la metafísica. Las ideas que definen la realidad en otros términos que los de las ciencias exactas o que estudian la conducta, perderían su carácter metafísico o emotivo como resultado de la transformación científica del mundo; los conceptos científicos podrían proyectar y definir las realidades posibles de una existencia libre y pacífica. La elaboración de tales conceptos significaría mucho más que la evolución de las ciencias prevalecientes. Implicaría la racionalidad científica como totalidad, que hasta ahora ha estado comprometida con una existencia sin libertad, suponiendo una nueva idea de la ciencia, de la Razón.

Si la consumación del proyecto tecnológico presupone una ruptura con la racionalidad tecnológica dominante, la ruptura depende a su vez de la existencia continuada de la base técnica misma, porque es esta base la que ha hecho posible la satisfacción de las necesidades y la reducción del esfuerzo: permanece como la base misma de todas las formas de libertad humana. El cambio cualitativo reside más bien en la reconstrucción de esta base; esto es, en su desarrollo con la mira de diferentes fines.

He subrayado que esto no implica el resurgimiento de «valores» espirituales o de otro tipo que deberán suplementar la transformación científica y tecnológica del hombre y la naturaleza.
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Por el contrario, el logro histórico de la ciencia y la técnica ha hecho posible la
conversión de los valores en tareas técnicas
: la materialización de los valores. Por consiguiente, lo que está en juego es la redefinición de los valores en
términos técnicos
, como elementos del proceso tecnológico. Los nuevos fines, como fines técnicos, operarán entonces en el proyecto y en la construcción de la maquinaria y no sólo en su utilización. Más aún, los nuevos fines pueden afirmarse incluso en la construcción de hipótesis científicas; en la teoría científica pura. De la cuantificación de las cualidades secundarias, la ciencia procederá a la cuantificación de los valores.

Por ejemplo, lo que es calculable es el mínimo de trabajo con el que las necesidades vitales de todos los miembros de la sociedad pueden ser satisfechas, suponiendo que los recursos disponibles son empleados para este fin, sin ser restringidos por otros intereses y sin impedir la acumulación de capital necesario para el desarrollo de la sociedad respectiva. En otras palabras, lo que es cuantificable es el grado disponible de liberación de la necesidad. O lo que es calculable es el grado en el que bajo las mismas condiciones, se puede procurar el cuidado de los enfermos, los inválidos y los viejos. Esto quiere decir que lo que es cuantificable es la posible reducción de la angustia, la posible liberación del temor.

Los obstáculos que se levantan en el camino de la materialización de estas posibilidades son obstáculos políticos que se pueden definir. La civilización industrial ha alcanzado el punto en el que, con respecto a las aspiraciones del hombre por una existencia humana, la abstracción científica de las causas finales se vuelve anticuada en los propios términos de la ciencia. La misma ciencia ha hecho posible que las causas finales sean el dominio propio de la ciencia. La sociedad.

«mediante una elevación y una ampliación del dominio técnico, debe poner en su lugar,
como técnicos
, los problemas de finalidad, considerados equivocadamente como éticos y algunas veces como religiosos. El carácter
inacabado
de las técnicas sacraliza los problemas de la finalidad y somete al hombre en relación a fines que se representa como absolutos».
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Bajo este aspecto, el método científico y la tecnología «neutrales» se convierten en la ciencia y la tecnología de una fase histórica que está siendo sobrepasada por sus propios logros; que ha alcanzado su negación determinada. En lugar de estar separadas de la ciencia y el método científico, y abandonadas a la preferencia subjetiva y la sanción irracional y trascendente, las antiguas ideas metafísicas de liberación pueden llegar a ser el objeto propio de la ciencia. Pero este desarrollo enfrenta a la ciencia con la desagradable tarea de hacerse
política
: de reconocer la conciencia científica como conciencia política y la empresa científica como empresa política. Porque la transformación de valores en necesidades, de causas finales en posibilidades técnicas es una nueva etapa en la conquista de las fuerzas opresivas, no dominadas, tanto en la sociedad como en la naturaleza. Es un acto de
liberación
:

«El hombre se libera de su situación de estar sometido por la finalidad del todo, aprendiendo a crear la finalidad, a organizar una totalidad con fines que él juzga y aprecia»… «El hombre supera la servidumbre organizando conscientemente la finalidad.»
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Sin embargo, al constituirse
metódicamente
como empresa política, la ciencia y la tecnología
sobrepasarían
la etapa en que se encontraban, por su neutralidad,
sometidas
a la política y funcionando contra su intención como instrumentos políticos. Porque la definición tecnológica y el dominio técnico de las causas finales
es
la construcción, el desarrollo y la utilización de los recursos (materiales e intelectuales)
liberados
de todos los intereses
particulares
que impiden la satisfacción de las necesidades humanas y la evolución de las facultades humanas. En otras palabras, es la empresa racional del hombre como hombre, de la humanidad. Así, la tecnología puede proveer la corrección histórica de la prematura identificación entre Razón y Libertad, de acuerdo con la cual el hombre sólo puede llegar a ser libre y seguir siéndolo mediante el progreso de la productividad que se autoperpetúa sobre la base de la opresión. En el grado en que la tecnología se ha desarrollado sobre esta base, la corrección no puede ser nunca resultado del progreso técnico por sí mismo. Supone una inversión política.

La sociedad industrial posee los instrumentos para transformar lo metafísico en físico, lo interior en lo exterior, las aventuras de la mente en aventuras de la técnica. Las terribles frases (y realidades) «ingenieros del alma», «reductor de cerebro»,
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«gestión científica», «ciencia de la destrucción», compendian (en una forma miserable) la racionalización progresiva de lo irracional, de lo «espiritual»: la negación de la cultura idealista. Pero la consumación de la racionalidad tecnológica, al tiempo que trasciende la ideología a la realidad, trascenderá la antítesis materialista a esta cultura. Porque la conversión de valores en necesidades es el doble proceso de: 1) la satisfacción material (la materialización de la libertad); y 2) el libre desarrollo de las necesidades sobre la base de la satisfacción (la sublimación no represiva). En este proceso, la relación entre las facultades y las necesidades materiales y las intelectuales sufre un cambio fundamental. El libre juego del pensamiento y la imaginación asume una función racional y directiva en la realización de una existencia pacífica del hombre y la naturaleza. Y las ideas de justicia, libertad y humanidad obtienen entonces su verdad y buena conciencia sobre la única base en la que siempre pudieron ser verdad y buena conciencia: la satisfacción de las necesidades materiales del hombre, la organización racional del reino de la necesidad.

«Existencia pacífica». La expresión indica pobremente el intento de resumir, en una idea guía, el oculto y ridiculizado
fin
de la tecnología, la causa final reprimida detrás de la empresa científica. Si esta causa final llega a materializarse y hacerse efectiva, el Logos de las técnicas abriría un universo de relaciones cualitativamente diferentes entre el hombre y el hombre, y el hombre y la naturaleza.

Pero en este punto, un fuerte impedimento debe enunciarse: la advertencia contra todo fetichismo tecnológico. Tal fetichismo ha sido exhibido recientemente, sobre todo entre los críticos marxistas de la sociedad industrial contemporánea, y se expresa a través de ideas sobre la futura omnipotencia del hombre tecnológico, de un «Eros tecnológico», etc. El duro centro de verdad en estas ideas exige una resuelta denuncia de la mixtificación que expresan. La técnica, como universo de instrumentos, puede aumentar tanto la debilidad como el poder del hombre. En la presente etapa, está quizás más indefenso ante su propio aparato que nunca antes.

La mixtificación no se anula transfiriendo la omnipotencia técnica de los grupos particulares al nuevo Estado y el plan central. La tecnología conserva por completo su dependencia en todo lo que no sea los fines tecnológicos. Conforme más libre se encuentre la racionalidad tecnológica de sus aspectos de explotación y más determine la producción social, más dependiente será de la dirección política; del esfuerzo colectivo por alcanzar una existencia pacífica, con las metas que los individuos libres deben establecer para sí mismos.

La «pacificación de la existencia» no sugiere una acumulación de poder, sino más bien lo contrario. ¡Paz y poder, libertad y poder, Eros y poder pueden muy bien ser contrarios! Trataré de mostrar ahora que la reconstrucción de la base material de la sociedad con vistas a la pacificación puede implicar una
reducción
del poder tanto cualitativa como cuantitativa, para poder crear el espacio y el tiempo necesarios para el desarrollo de la productividad como incentivos autodeterminados. La noción de la inversión del poder es un fuerte motivo en la teoría dialéctica.

En la medida en que la meta de la pacificación determina el Logos de la técnica, altera las relaciones entre la tecnología y su objeto primario, la naturaleza. La pacificación presupone el dominio de la naturaleza, que es y sigue siendo el objeto opuesto al sujeto en desarrollo. Pero hay dos clases de dominio: uno represivo y otro liberador. Este último comprende la reducción de la miseria, la violencia y la crueldad. Tanto en la naturaleza como en la historia, la lucha por la existencia es el signo de la escasez, el sufrimiento y la necesidad. Estas son las cualidades de la materia ciega, del campo de la inmediatez en el que la vida sufre pasivamente su existencia. Este campo es mediatizado gradualmente en el curso de la transformación histórica de la naturaleza; se convierte en parte del mundo humano y, en esta medida, las cualidades de la naturaleza son cualidades históricas. En el proceso de la civilización, la naturaleza deja de ser mera naturaleza en la medida en que la lucha de fuerzas ciegas es comprendida y dominada a la luz de la libertad.
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La historia es la negación de la naturaleza. Lo que es sólo natural es superado y recreado por el poder de la Razón. La noción metafísica de que la naturaleza se realiza en la historia señala los límites no conquistados de la razón. Los señala como límites históricos: como una tarea que debe cumplirse o, más bien, que debe emprenderse. Si la naturaleza es en sí misma un objeto legítimo, racional de la ciencia, es entonces no sólo el objeto legítimo de la Razón como poder, sino también de la Razón como libertad; no sólo como dominación, sino también como liberación. Con la aparición del hombre como
animal rationale
—capaz de transformar la naturaleza de acuerdo con las facultades de la mente y las capacidades de la materia— lo meramente natural, como lo sub-racional, asume un
status
negativo. Se convierte en un campo que debe ser comprendido y organizado por la Razón.

Y en la medida en que la Razón tenga éxito en someter la materia a niveles y aspiraciones racionales, toda la existencia sub-racional parece ser necesidad y privación, y su reducción se convierte en tarea histórica. El sufrimiento, la violencia y la destrucción son categorías de la realidad natural tanto como de la humana, de un universo impotente y despiadado. La terrible noción de que la vida sub-racional de la naturaleza está destinada a permanecer para siempre como un universo semejante, no es una noción filosófica ni científica; fue proclamada por una autoridad diferente:

Cuando la Sociedad Protectora de Animales le pidió apoyo al Papa, él se negó sobre la base de que los seres humanos no tienen deberes con los animales y que tratar mal a los animales no es pecado. Esto se debe a que los animales no tienen alma.
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El materialismo, que no está afectado por semejante abuso ideológico del alma, tiene un concepto de la salvación más universal y realista. Admite la realidad del Infierno sólo como un lugar definido, aquí en la tierra, y afirma que este Infierno fue creado por el hombre (y por la naturaleza). Parte de este Infierno es el maltrato a los animales; la obra de una sociedad humana cuya racionalidad es todavía lo irracional.

Todo el placer y toda la felicidad derivan de la capacidad de trascender la naturaleza —una trascendencia en la que el dominio de la naturaleza es subordinado en sí mismo a la liberación y la pacificación de la existencia. Toda tranquilidad, todo gozo es el resultado de la
mediación
consciente, de la autonomía y la contradicción. La glorificación de lo natural es parte de una ideología que protege a una sociedad no natural en su lucha contra la liberación. La difamación del control de la natalidad es un ejemplo directo. En algunas áreas retrasadas del mundo también es «natural» que las razas negras sean inferiores a la blanca y que los perros sean lo más bajo, porque así debe ser. También es natural que el pez grande se coma al chico; aunque tal vez esto no le parezca natural al chico. La civilización produce los medios para liberar a la naturaleza de su propia brutalidad, su propia insuficiencia, su propia ceguera gracias al poder cognoscitivo y de transformación de la razón. Y la razón puede satisfacer esta función sólo como racionalidad postecnológica, en la que la técnica es en sí misma el instrumento de pacificación, el
organon
del «arte de la vida». La función de la Razón converge entonces con la del
arte.

La noción griega de la afinidad entre el arte y la técnica puede servir como una ilustración preliminar. El artista posee las ideas que, como causas finales, guían la construcción de ciertas cosas; del mismo modo que el ingeniero posee las ideas que guían, como causas finales, la construcción de una máquina. Por ejemplo, la idea de una morada para seres humanos determina la construcción de una casa por el arquitecto. La idea de una explosión nuclear total determina la construcción del artefacto que servirá a este propósito. El énfasis en la relación esencial entre el arte y la técnica señala la racionalidad
específica
del arte.

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