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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (30 page)

Los objetos eternos son… en su naturaleza, abstractos. Por «abstracto» entiendo aquello que un objeto eterno es en sí mismo — esto es, su esencia—, lo que es comprensible sin referencia a alguna experiencia particular. Ser abstracto es trascender la ocasión particular del acontecer actual. Pero trascender una ocasión actual no quiere decir estar desconectado de ella. Al contrario, yo sostengo que cada objeto eterno tiene su propia conexión con cada una de tales ocasiones, a la que yo llamo su forma de incorporación en esa ocasión… Así, el
status
metafísico de un objeto eterno es el de una posibilidad para una realidad. Cada ocasión real se define de acuerdo con su carácter según cómo sean actualizadas esas posibilidades para aquella ocasión.

Los elementos de experiencia, proyección y anticipación de posibilidades reales entran dentro de la síntesis conceptual: con una forma respetable como hipótesis, con una forma desprestigiada como «metafísica». En diversos grados, son irreales porque van más allá del universo establecido de conducta y pueden ser incluso indeseables en nombre del a limpieza y la exactitud. Sin duda, en el análisis filosófico,

Pocos avances reales… pueden esperarse ampliando nuestro universo para incluir las llamadas entidades posibles
176
,

pero todo depende de cómo se utiliza la navaja de Ockham; esto es, qué posibilidades deben ser cortadas. La posibilidad de una organización social de la vida enteramente diferente no tiene nada en común con la «posibilidad» de un hombre con un sombrero verde que aparecerá mañana en todos los zaguanes, pero tratarlos con la misma lógica puede ser útil para la difamación de posibilidades indeseables. Criticando la introducción de entidades posibles, Quine escribe que semejante

universo superpoblado es en muchos sentidos desagradable. Ofende el sentido estético de los que gustamos de los paisajes desérticos, pero esto no es lo peor. [Tal] acumulación de posibles es un campo abierto para los elementos del desorden.
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Raramente ha alcanzado la filosofía contemporánea una formulación más auténtica del conflicto entre su objeto y su función. El síndrome lingüístico de «agradable», «sentido estético» y «paisaje desértico» evoca el aire liberador del pensamiento de Nietzsche, que destroza la Ley y el Orden, mientras el «campo abierto para los elementos del desorden» pertenece al lenguaje hablado por las autoridades judiciales y de información. Lo que aparece desagradable y desordenado desde el punto de vista lógico, puede comprender muy bien los elementos agradables de un orden diferente y puede ser así una parte esencial del material con el que se construyen los conceptos filosóficos. Ni el sentido estético más refinado, ni el más exacto concepto filosófico son inmunes contra la historia. Los elementos de desorden figuran entre los puros objetos del pensamiento. También ellos están separados de una base social y los contenidos de los que se abstraen guían la abstracción.

De este modo, se levanta el espectro del «
historicismo»
. Si el pensamiento procede de condiciones históricas que siguen operando en la abstracción, ¿hay alguna base objetiva sobre la que se puede hacer la distinción entre las varias posibilidades proyectadas por el pensamiento, entre formas de trascendencia conceptual diferentes y en conflicto? Es más, la cuestión no puede ser discutida sólo con referencia a diferentes proyectos
filosóficos
.
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En la medida en que el proyecto filosófico es
ideológico
, es parte de un proyecto
histórico
; esto es, pertenece a una etapa y un nivel específicos del desarrollo social, y el concepto crítico filosófico se refiere (¡no importa cuán indirectamente!) a posibilidades alternativas de este desarrollo.

La búsqueda de criterios para juzgar entre diferentes proyectos filosóficos lleva así a la búsqueda de criterios para juzgar entre diferentes proyectos y alternativas históricas, entre diferentes modos actuales y posibles de entender y cambiar al hombre y a la naturaleza.

Mencionaré sólo unas cuantas proposiciones que sugieren que el carácter histórico interno de los conceptos filosóficos, lejos de impedir la validez objetiva, define la base para su validez objetiva.

Hablando y pensando para sí mismo, el filósofo habla y piensa desde una posición particular en su sociedad, y lo hace con el material transmitido y utilizado por esta sociedad. Pero al hacer ésta, habla y piensa dentro de un universo común de hechos y posibilidades. A través de los diversos agentes y soportes individuales de la experiencia, a través de los diferentes «proyectos» que guían las formas del pensamiento desde los asuntos de la vida cotidiana hasta la ciencia y la filosofía, la interacción entre el sujeto colectivo y un mundo común persiste y constituye la validez objetiva de los universales. Es objetivo:

En virtud de la materia (el material) opuesta al sujeto que aprehende y comprende. La formación de conceptos permanece determinada por la estructura de la materia que no se disuelve en subjetividad (incluso si su estructura es totalmente lógico-matemática). No puede ser válido ningún concepto que defina su objeto por medio de propiedades y funciones que no pertenecen al objeto (por ejemplo, el individuo no puede ser definido como capaz de llegar a ser idéntico a otro individuo ; el hombre como capaz de permanecer eternamente joven). Sin embargo, la materia confronta al sujeto en un universo histórico, y la objetividad aparece bajo un horizonte abierto; es transformable.

Por la estructura de la sociedad específica en la que tiene lugar el desarrollo del concepto. Esta estructura es común a todos los sujetos en el universo respectivo. Existen bajo las mismas condiciones naturales, el mismo régimen de producción, el mismo modo de explotar la riqueza social, la misma herencia del pasado, el mismo grado de posibilidades. Todas las diferencias y conflictos entre clases, grupos e individuos se despliegan dentro de este marco común.

Los objetos del pensamiento y la percepción, tal como aparecen ante los individuos anteriormente a toda interpretación «subjetiva», tienen en común ciertas cualidades primarias que pertenecen a estos dos soportes de la realidad: 1) a la estructura física (natural) de la materia, y 2) a la forma que ha adquirido la materia en la práctica histórica colectiva que ha hecho de ella (materia) objeto
para un sujeto
. Los dos soportes o aspectos de la objetividad (físicos e históricos) están interrelacionados de tal modo que no pueden ser aislados uno del otro; el aspecto histórico no puede eliminarse nunca tan radicalmente que sólo permanezca el soporte físico «absoluto».

Por ejemplo, he intentado mostrar que, en la realidad tecnológica, el mundo-objeto (incluyendo los sujetos) se experimenta como un mundo de
instrumentos
. El contexto tecnológico define previamente la forma en que aparecen los objetos. Para el científico aparecen
apriori
como elementos libres de valor o complejos de relaciones, susceptibles de ser organizados en un sistema lógico- matemático; y para el sentido común aparecen como el material de trabajo o placer, producción o consumo. El mundo-objeto es así el mundo de un proyecto histórico específico y nunca es accesible fuera del proyecto histórico que organiza la materia, y la organización de la materia es al mismo tiempo una empresa teórica y práctica.

He usado el término «proyecto» tan repetidamente, porque me parece que acentúa más claramente el carácter específico de la práctica histórica. Es el resultado de una determinada elección, una medida, entre otras posibles, para comprender, organizar y transformar la realidad. La elección inicial define el rango de posibilidades abiertas de este modo e impide las posibles alternativas incompatibles con ella.

Propondré ahora algunos criterios para acercarnos al verdadero valor de los diferentes proyectos históricos. Estos criterios tienen que referirse a la manera en que un proyecto histórico realiza posibilidades dadas; no posibilidades formales, sino aquellas que envuelven las formas de existencia humana. Tal realización está de hecho en movimiento bajo toda situación histórica. Toda sociedad establecida
es
tal realización; más aún, tiende a prejuzgar la racionalidad de proyectos
posibles
, a conservarlos dentro de su marco. Al mismo tiempo, toda sociedad establecida se enfrenta con la actualidad o posibilidad de una práctica histórica cuantitativamente diferente que puede destruir el marco institucional existente. La sociedad establecida ha demostrado ya su verdadero valor como proyecto histórico. Ha tenido éxito en la organización de la lucha del hombre con el hombre y con la naturaleza; reproduce y protege (más o menos adecuadamente) la existencia humana (siempre con la excepción de aquellos que son declarados proscritos, enemigos extraños u otras víctimas del sistema).

Pero contra este proyecto en plena realización emergen otros proyectos, y entre ellos, aquellos que cambiarían el proyecto establecido en su totalidad. Los criterios sobre la verdad histórica objetiva pueden ser formulados mejor como criterios de su racionalidad con referencia a tal proyecto trascendente:

El proyecto trascendente debe estar de acuerdo con las posibilidades reales abiertas en el nivel alcanzado de la cultura material e intelectual.

El proyecto trascendente, para refutar la totalidad establecida, debe demostrar su propia racionalidad
más alta
, en el triple sentido de que:

a
) ofrece la perspectiva de preservar y mejorar los logros productivos de la civilización

b
) define la totalidad establecida en sus mismas estructuras, tendencias básicas y relaciones;

c
) su realización ofrece una mayor oportunidad para la pacificación de la existencia, dentro del marco de las instituciones que ofrecen una mayor oportunidad para el libre desarrollo de las necesidades y las facultades humanas.

Obviamente, esta noción de la racionalidad contiene, especialmente en la última declaración, un juicio de valor y yo repito lo que he declarado antes: creo que el mismo concepto de Razón se origina en este juicio de valor, y que el concepto de verdad no puede separarse del valor de la Razón.

«Pacificación», «libre desarrollo de las necesidades y facultades humanas», son conceptos que pueden ser definidos empíricamente en términos de los recursos y capacidades intelectuales y materiales disponibles, y de su uso sistemático para atenuar la lucha por la existencia. Ésta es la base objetiva de la racionalidad histórica.

Si la misma continuidad histórica provee la base objetiva para determinar la verdad de diferentes proyectos históricos, ¿determina también su orden de sucesión y sus límites? La verdad histórica es comparativa; la racionalidad de lo posible depende de la de lo actual, la verdad del proyecto trascendente depende de la del proyecto en realización. La ciencia aristotélica fue refutada sobre la base de sus logros; si el capitalismo es refutado por el comunismo, será gracias a sus propios logros. La continuidad se preserva a través de la ruptura: el desarrollo cuantitativo se convierte en cambio cualitativo si alcanza la estructura misma de un sistema establecido; la racionalidad establecida se hace irracional cuando, en el curso de su desarrollo
interno
, las posibilidades del sistema superan a sus instituciones. Tal refutación interna pertenece al carácter histórico de la realidad y el mismo carácter le confiere su intención crítica a los conceptos que comprenden esta realidad. Reconocen y anticipan lo irracional en la realidad establecida: proyectan la negación histórica.

¿Es «determinada» esta negación? Esto es, ¿la sucesión interna de un proyecto histórico, una vez que ha llegado a ser una totalidad, está necesariamente predeterminada por la estructura de su totalidad? Si es así, el término «proyecto» sería falaz. Aquello que es una posibilidad histórica llegaría tarde o temprano a ser real; y la definición de libertad como necesidad comprendida tendría una connotación represiva que no tiene. Todo esto puede no ser importante. Lo que importa es que tal determinación histórica (a pesar de toda ética, de toda psicología sutil) absolvería los crímenes contra la humanidad que la civilización sigue cometiendo y así facilitaría su continuación.

Sugiero la frase «elección determinada» para subrayar la inserción de la libertad en la necesidad histórica; la frase no hace más que condensar la proposición de que los hombres hacen su propia historia, pero la hacen bajo condiciones dadas. Son determinadas: 1. Las contradicciones específicas que se desarrollan dentro de un sistema histórico como manifestaciones del conflicto entre lo potencial y lo actual; 2. los recursos materiales e intelectuales disponibles para el sistema respectivo; 3. el grado de libertad práctica y teórica compatible con el sistema. Estas condiciones dejan abiertas posibilidades alternativas de desarrollar y utilizar los recursos disponibles, posibilidades alternativas de «hacer una vida», de organizar la lucha del hombre con la naturaleza.

Así, dentro del marco de una situación dada, la industrialización puede proceder de diferentes maneras, bajo control privado o colectivo, e incluso, bajo control privado, en diferentes direcciones de progreso y con diferentes metas. La elección es primariamente (¡pero sólo primariamente!) privilegio de aquellos grupos que han obtenido el control sobre el proceso productivo. Su control protege la forma de vida de la totalidad, y la necesidad de esclavitud es el resultado de su libertad. La posible abolición de esta necesidad depende de una nueva inserción de la libertad: no cualquier libertad, sino la de los hombres que comprenden la necesidad dada como dolor insufrible e innecesario.

Como proceso histórico, el proceso dialéctico comprende a la conciencia: el reconocimiento y el dominio de las potencialidades liberadoras. Así, comprende la libertad. En el grado en que la conciencia esté determinada por las exigencias e intereses de la sociedad establecida, «carece de libertad»; en el grado en que la sociedad establecida es irracional, la conciencia llega a ser libre para la más alta racionalidad histórica sólo en la lucha
contra
la sociedad establecida. La verdad y la libertad del pensamiento negativo tienen su base y su razón en esta lucha. Así, según Marx, el proletariado es la fuerza histórica liberadora sólo como fuerza revolucionaria; la negación determinada del capitalismo ocurre
si y cuando
el proletariado ha llegado a ser consciente de sí mismo y de las condiciones y procesos que configuran su sociedad. Esta toma de conciencia es un prerrequisito tanto como un elemento de la práctica de la negación. Este «si» es esencial al progreso histórico: es el elemento de la libertad (¡y de la oportunidad!) que abre las posibilidades de conquistar la necesidad de los hechos dados. Sin él, la historia recae en la oscuridad de la naturaleza inconquistada.

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