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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (18 page)

BOOK: El hombre unidimensional
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Yo creo que estas definiciones describen con bastante exactitud el estado real de los asuntos en las elecciones americanas de 1952, que son el sujeto del análisis. En otras palabras, los criterios para juzgar un estado de cosas dado son aquellos ofrecidos por (o, puesto que estos son los de un orden social que funciona bien y firmemente establecido, impuestos por) el estado de cosas dado. El análisis es «cerrado»; el campo de juicio se confina dentro de un contexto de hechos que excluye la posibilidad de juzgar el contexto en que se forman los hechos, obra del hombre, y en el que su sentido, su función y su desarrollo están determinados.

Encerrada en este marco, la investigación se hace circular y se da validez a sí misma. Si lo «democrático» se define en los limitados pero realistas términos del proceso actual de elección, este proceso es democrático antes de conocer los resultados de la investigación. Desde luego, el marco operacional todavía permite (e incluso pide) que se distinga entre consentimiento y manipulación; la elección puede ser más o menos auténtica según el grado que se hallare de consentimiento y manipulación. Los autores llegan a la conclusión de que la elección de 1952 «se caracterizó por un proceso de consentimiento auténtico en un grado mayor del que las suposiciones impresionistas podían llevar a suponer»;
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aunque sería un «grave error» ignorar las «barreras» al consentimiento y negar que «existieron presiones de manipulación».
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El análisis operacional no puede ir más allá de esta declaración difícilmente ilustrativa. En otras palabras, no puede plantear la cuestión decisiva, sobre si el mismo consentimiento no fue obra de la manipulación; una pregunta para la que el estado actual de cosas provee una amplia justificación. Y el análisis no puede dar lugar a esta pregunta porque trascendería sus términos hacia un sentido transitivo; hacia un concepto de la democracia que revelaría la elección democrática como un proceso democrático bastante limitado.

Este concepto no operacional es precisamente el que es rechazado por los autores como «no realista», porque define la democracia en un nivel demasiado articulado, como control terminante de la representación por el electorado: el control popular como soberanía popular. Y este concepto no operacional no es en modo alguno inadecuado. No es de ninguna manera una invención de la imaginación o la especulación, sino que tiende a definir la intención histórica de la democracia, las condiciones por las que la lucha por la democracia se sostuvo, y que todavía están por realizarse.

Más aún, el concepto es impecable en su exactitud semántica porque significa exactamente lo que dice, esto es: que el electorado es realmente el que impone sus directrices a los representantes, y no los representantes los que imponen sus directrices al electorado que, luego, selecciona y reelige a los representantes. Un electorado autónomo, libre porque está libre del adoctrinamiento y la manipulación, estaría en realidad en un «nivel de opinión e ideología articuladas» que no es probable encontrar. Por tanto, el concepto tiene que ser rechazado como no realista; tiene que serlo si uno acepta el nivel de opinión e ideología prevaleciente de hecho, como capaz de prescribir el criterio válido para el análisis sociológico. Y si el adoctrinamiento y la manipulación han alcanzado el estado en el que el nivel prevaleciente de opinión ha llegado a ser un nivel de falsedad, en el que el estado actual de cosas ya no es reconocido como lo que es, un análisis que está metodológicamente comprometido con el rechazo de los conceptos transitivos, se compromete a sí -mismo con una falsa conciencia. Su mismo empirismo es ideológico.

Los autores se dan perfectamente cuenta de este problema. La «rigidez ideológica» presenta una «seria implicación» al fijar el grado de consentimiento democrático. En realidad, ¿consentimiento a qué? A los candidatos políticos y su política, naturalmente. Pero esto no es suficiente, porque entonces el consentimiento de un régimen fascista (y puede hablarse de consentimiento genuino de tal régimen) sería un proceso democrático. Así, el consentimiento mismo tiene que fijarse —fijarse en términos de su contenido, su objetivo, sus «valores»— y este camino parece envolver el carácter transitivo del significado. Sin embargo, tal paso «acientífico» puede evitarse si la orientación ideológica a fijar no es otra que aquella de los dos partidos existentes y que «efectivamente» compiten, más la orientación «ambivalenteneutralizada» de los votantes.
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La tabla que da los resultados de los votos de orientación ideológica muestra tres grados de adhesión a las ideologías de los partidos republicano y demócrata y a las opiniones «ambivalentes y neutralizadas».
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Los mismos partidos establecidos, sus políticas y sus maquinaciones no son puestos en cuestión, ni tampoco la diferencia real entre ellos examinada con respecto a los problemas vitales (como los de la política atómica y la preparación para la guerra total), cuestiones que parecen indispensables para fijar el proceso democrático, a no ser que el análisis opere con un concepto de la democracia que meramente reúne las características de la
forma establecida
de democracia. Un concepto operacional de este tipo no es tampoco totalmente inadecuado para la materia objeto de la investigación. Apunta con suficiente claridad las cualidades que, en el período contemporáneo, distinguen a los sistemas democráticos y los no democráticos (por ejemplo, la efectiva competencia entre candidatos que representan a los distintos partidos; la libertad del electorado para elegir entre estos candidatos), pero su adecuación no basta si la tarea de los análisis teóricos es algo más que descriptiva; si la tarea es
comprender, reconocer
los hechos por lo que son, por lo que «significan» para aquellos a quienes les son dados como hechos y tienen que vivir con ellos. En la teoría social, el reconocimiento de los hechos es crítica de los hechos.

Pero los conceptos operacionales no son siquiera suficientes para
describir
los hechos. Sólo tocan ciertos aspectos y segmentos de los hechos que, si son tomados como la totalidad, privan a su descripción de su carácter objetivo y empírico. Como ejemplo, permítasenos examinar el concepto de «actividad política» en el estudio sobre «Actividad política de los ciudadanos americanos» de Julian L. Woodward y Elmo Roper.
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Los autores presentan una «definición operacional del término 'actividad política'» constituida por «cinco formas de conducta»: 1) votar en las elecciones; 2) apoyar posibles grupos de presión… 3) comunicarse directa y personalmente con legisladores; 4) participar en la actividad política de partido… 5) comprometerse en la diseminación habitual de opiniones políticas a través de la comunicación verbal…

Sin duda, estos son «posibles canales de influencia en los legisladores y los funcionarios del gobierno», pero su medida, ¿puede proporcionar realmente «un método para separar a la gente relativamente activa en relación con los asuntos políticos nacionales de aquella relativamente inactiva»? ¿Incluyen actividades tan decisivas «en relación con los asuntos nacionales» como los contactos técnicos y económicos entre el capital y el gobierno, y entre las mismas grandes empresas? ¿Incluyen la formulación y diseminación de opinión, información, diversión «apolítica» por los grandes medios publicitarios? ¿Toman en cuenta el diferente peso político de las diversas organizaciones que intervienen en los asuntos públicos?

Si la respuesta es negativa (y yo creo que lo es), los hechos de la actividad política no son descritos ni investigados adecuadamente. Muchos hechos constitutivos —y yo creo que los determinantes— permanecen fuera del alcance del concepto operacional. Y gracias a esta limitación —el entredicho metodológico contra los conceptos transitivos que pueden mostrar los hechos bajo su verdadera luz y llamarlos por su verdadero nombre— el análisis descriptivo de los hechos impide la aprehensión de los hechos y se convierte en un elemento de la ideología que mantiene los hechos. Al proclamar la realidad social existente como su propia norma, esta sociología fortalece en los individuos la «fe sin fe» en una realidad de la que son víctimas: «No queda nada de la ideología más que el reconocimiento de aquello que es: un modelo de conducta que se somete al poder abrumador de la realidad establecida.»
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Contra este empirismo ideológico, la franca contradicción reafirma su derecho: …«aquello que es no puede ser verdad».
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5. EL PENSAMIENTO NEGATIVO: LA LÓGICA DE PROTESTA DERROTADA

«…Aquello que es no puede ser verdad». Para nuestros bien entrenados ojos y oídos, esta declaración es petulante y ridícula, o tan ofensiva como esa otra declaración que parece decir lo opuesto: «Lo que es real es racional.» Y sin embargo, dentro de la tradición del pensamiento occidental, ambas revelan, dentro de una formulación provocativamente sintética, la idea de razón que ha guiado su lógica. Más aún, ambas expresan el mismo concepto, o sea, la estructura antagónica de la realidad y del pensamiento que trata de comprender a la realidad. El mundo de la experiencia inmediata —el mundo en el que nos encontramos viviendo— debe ser comprendido, transformado, incluso subvertido para poder llegar a ser aquello que realmente es.

En la ecuación Razón = Verdad = Realidad, que une los mundos subjetivo y objetivo en una unidad antagónica, la razón es el poder subversivo, el «poder de lo negativo» que establece, como razón teórica y práctica, la verdad para los hombres y las cosas; o sea, las condiciones dentro de las que los hombres y las cosas llegan a ser lo que son realmente. El intento de demostrar que esta verdad teórica y práctica no es una condición subjetiva sino objetiva fue la preocupación original del pensamiento occidental y el origen de su lógica, no en el sentido de una disciplina especial de la filosofía, sino como la forma de pensamiento apropiada para aprehender lo real como racional.

El universo totalitario de la racionalidad tecnológica es la última transmutación de la idea de Razón. En este capítulo y el siguiente trataré de identificar algunas de las etapas principales en el desarrollo de esta idea: el proceso mediante el cual la lógica llegó a ser la lógica de la dominación. Tal análisis ideológico puede contribuir a la comprensión del desarrollo real en tanto que esté centrado en la unión (y la separación) de la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción, en el proceso histórico; en tanto que desenvuelva la razón teórica y la práctica como una sola.

El cerrado universo operacional de la civilización industrial avanzada, con su aterradora armonía entre la libertad y la opresión, la productividad y la destrucción, el crecimiento y la regresión es prefigurado en esta idea de la razón como un proyecto histórico específico. Las etapas tecnológicas y pretecnológicas comparten ciertos conceptos básicos sobre el hombre y la naturaleza que expresan la continuidad de la tradición occidental. Dentro de esta continuidad, diferentes modos de pensamiento se enfrentan entre sí; pertenecen a diferentes maneras de aprehender, organizar, cambiar la sociedad y la naturaleza. Las tendencias establecidas chocan con los elementos subversivos de la razón, el poder del pensamiento positivo con el del negativo, hasta que los logros de la civilización industrial avanzada llevan al triunfo de la realidad unidimensional sobre toda contradicción.

Este conflicto data de los mismos orígenes del pensamiento filosófico y encuentra estricta expresión en el contraste entre la lógica dialéctica de Platón y la lógica formal del Organon aristotélico. El planteamiento siguiente del modelo clásico de pensamiento dialéctico puede preparar el terreno para un análisis de los aspectos en contraste de la racionalidad tecnológica.

En la filosofía clásica griega, la Razón es la facultad cognoscitiva para distinguir lo que es verdadero y lo que es falso, en tanto que la verdad (y la falsedad) es originalmente una condición del ser, de la realidad, y sólo en este sentido es una propiedad de las
proposiciones
. El verdadero razonamiento, la lógica, revela y expresa aquello que realmente
es
, separado de aquello que
parece
ser (real). Y gracias a esta ecuación entre verdad y ser (real), la verdad es un valor, porque ser es mejor que no-ser. Lo último no es simplemente la nada; es una potencialidad y una amenaza al ser: la destrucción. La lucha por la verdad es una lucha contra la destrucción, en favor de la «salvación» (σώζειν) del ser (un esfuerzo que parece ser en sí mismo destructivo si ataca una realidad establecida como «falsa»: Sócrates contra la ciudad-estado ateniense). En tanto que la lucha por la verdad «salva» a la realidad de la destrucción, la verdad empeña y compromete la existencia humana. Es el proyecto esencialmente humano. Si el hombre ha aprendido a ver y saber lo que realmente
es
, actuará de acuerdo con la verdad. La epistemología es en sí misma ética, y la ética es epistemología.

Esta concepción refleja la experiencia de un mundo antagónico en sí mismo: un mundo afligido por la necesidad y la negatividad, constantemente amenazado con la destrucción, pero también un mundo que es un
cosmos
, estructurado de acuerdo con causas finales. En el grado en el que la experiencia de un mundo antagónico guía el desarrollo de las categorías filosóficas, la filosofía se mueve en un universo que está roto en sí mismo (
déchirement ontologique
): bidimensional. La apariencia y la realidad, lo falso y lo verdadero (y, como veremos, la libertad y la falta de libertad) son condiciones ontológicas.

Esta distinción no se debe a las virtudes o los errores del pensamiento abstracto; está más bien enraizada en la experiencia del universo en la que el pensamiento participa de la teoría y la práctica. En este universo hay formas de ser en las que los hombres y las cosas son «por sí mismos» y «como sí mismos», y formas en las que no lo son; o sea, en las que existen distorsionando, limitando o negando su propia naturaleza (esencia). Para vencer estas condiciones negativas está el proceso del ser y del pensamiento. La filosofía se origina en la dialéctica; su universo del discurso responde a los hechos de una realidad antagónica.

¿Cuáles son los criterios para esta distinción? ¿Sobre qué base se asigna el estatuto de «verdad» a una forma o condición antes que a otra? La filosofía clásica griega se apoya principalmente en lo que luego fue llamado (en un sentido bastante peyorativo) «intuición», esto es, una forma de conocimiento en la que el objeto del pensamiento aparece claramente como aquello que realmente es (en sus cualidades esenciales) y en relación antagónica con su situación contingente, inmediata. En realidad, esta evidencia de la intuición no es muy diferente de la cartesiana. No es una misteriosa facultad de la mente, ni una extraña experiencia inmediata, ni tampoco está separada del análisis conceptual. La intuición es más bien el término (preliminar) de tal análisis: el resultado de una mediación intelectual metódica. Como tal, es la mediación de la experiencia concreta.

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