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Authors: John Allen Paulos

Tags: #Ensayo, Ciencia

El hombre anumérico (21 page)

Significan una burla a los sentimientos normales de que la vida de un ser humano no tiene precio. Las vidas humanas no tienen precio en muchos sentidos, pero para llegar a compromisos razonables, a veces se les debe asignar, efectivamente, un valor económico finito. Al hacerlo, sin embargo, con demasiada frecuencia lo acompañamos de una sonora algarabía piadosa cuya única finalidad es ocultar lo bajo del precio fijado. Yo preferiría menos falsa piedad y que el valor económico asignado a las vidas humanas fuera considerablemente mayor. En una situación ideal, este valor debería ser infinito, pero cuando no puede ser, nos hemos de guardar los sentimientos empalagosos. Si no somos plenamente conscientes de entre qué opciones estamos eligiendo, difícilmente podremos hacerlo bien.

Conclusión

Navegamos en una inmensa esfera, llevados sin querer a la incertidumbre, empujados de un extremo a otro.

Pascal.

El hombre es una cosa pequeña, y la noche es muy grande y llena de prodigios.

Lord Dunsany.

La probabilidad entra en nuestras vidas en una serie de modos distintos. A menudo, la primera vía la constituyen los artilugios aleatorios como los dados, las cartas y la ruleta. Luego nos damos cuenta de que los nacimientos, las defunciones, los accidentes, las transacciones económicas, e incluso las personales, admiten una descripción estadística. A continuación llegamos a la conclusión de que cualquier fenómeno lo bastante complejo, aun en el caso de que sea totalmente determinista, a menudo sólo podrá ser tratado mediante una simulación probabilística. Por fin, la mecánica cuántica nos enseña que los procesos microfísicos fundamentales son esencialmente probabilísticos.

No es sorprendente entonces que una apreciación de la probabilidad tarde bastante tiempo en desarrollarse. De hecho, dar la importancia debida a la naturaleza accidental del mundo es, en mi opinión, una señal de madurez y equilibrio. Los fanáticos, los creyentes auténticos y los fundamentalistas de toda clase, habitualmente no quieren tener nada que ver con algo tan débil como la probabilidad. Que se quemen en el infierno todos ellos por 10¹¹ años (es una broma), o que les obliguen a tomar un curso sobre teoría de la probabilidad.

En un mundo cada vez más complejo, lleno de coincidencias sin sentido, lo que hace falta en muchas situaciones no son más hechos verídicos ya hay demasiados sino un dominio mejor de los hechos conocidos, y para ello un curso sobre probabilidad es de un valor incalculable. Los tests estadísticos y los intervalos de confianza, la diferencia entre causa y correlación, la probabilidad condicional, la independencia y la regla del producto, el arte de hacer estimaciones y el diseño de experimentos, los conceptos de valor esperado y de distribución de probabilidad, así como los ejemplos y contraejemplos más comunes de todo lo anterior, deberían ser más conocidos y divulgados. La probabilidad, como la lógica, ya no es algo exclusivo de los matemáticos. Impregna nuestra vida.

Cualquier libro está motivado, por lo menos en parte, por la indignación, y éste no es una excepción. Me angustia y aflige una sociedad, la mía, que depende tanto de la matemática y la ciencia y que, sin embargo, parece tan indiferente al anumerismo y al analfabetismo científico de tantísimos de sus ciudadanos; con un ejército que gasta más de un cuarto de billón de dólares anuales en armas cada vez más inteligentes para soldados cada vez peor instruidos; y con unos medios informativos que invariablemente se obsesionan con estos rehenes en un avión, o ese bebé que ha caído en un pozo, y que tratan con cierta tibieza problemas tales como la delincuencia urbana, el deterioro del medio ambiente o la pobreza.

Me duele también el falso romanticismo inherente a la manida frase «fríamente racional» (como si «cálidamente racional» fuera alguna especie de contrasentido); la estupidez rampante de la astrología, la parapsicología y otras pseudociencias; y la creencia de que la matemática es una disciplina esotérica poco relacionada con el mundo «real».

Sin embargo, la irritación con estos temas fue sólo una parte de mi motivación. Las discrepancias entre nuestras pretensiones y la realidad normalmente son bastante grandes, y como el número y el azar están entre nuestros principios de realidad últimos, los que tengan una idea clara de estos conceptos podrán ver estas discrepancias e incongruencias con mayor claridad, cosa que les hará más propensos al sentimiento de lo absurdo. En mi opinión, este sentimiento de lo absurdo de nosotros mismos tiene algo de divino, y por ello hay que mimarlo en vez de evitarlo. Nos da una perspectiva de nuestra, a la vez insignificante y elevada, posición en el mundo, y es lo que nos hace distintos de las ratas. Y hay que combatir cualquier cosa que nos rebaje al nivel de éstas, incluido el anumerismo. Pero más que la indignación, la motivación principal del libro fue, sobre todo, el deseo de fomentar el sentido de la proporción numérica y la apreciación de la naturaleza irreduciblemente probabilística de nuestra vida.

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