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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (92 page)

Empezó a llover justo antes de que Vin llegara a Luthadel. Una llovizna fría y tranquila que humedeció la noche, pero no expulsó las brumas.

Avivó su bronce. En la distancia, pudo sentir alománticos. Nacidos de la bruma. La perseguían. Había al menos una docena rastreando su posición.

Aterrizó en la muralla de la ciudad, rozando apenas las piedras con sus pies descalzos. Ante ella se extendía Luthadel, orgullosa incluso ahora. Fundada mil años antes por el Lord Legislador, estaba construida encima del mismísimo Pozo de la Ascensión. Durante los diez siglos de su reinado, Luthadel había florecido, convirtiéndose en el lugar más importante y más poblado de todo el imperio.

Y estaba agonizando.

Vin se irguió, contemplando la enorme ciudad. Bolsas de fuego ardían donde los edificios se habían incendiado. Las llamas desafiaban a la lluvia, iluminando los diversos suburbios y otros barrios como bengalas en la noche. Con su luz, pudo ver que la ciudad era un caos. Franjas enteras habían sido destruidas, los edificios, demolidos o quemados. Las calles estaban completamente vacías: nadie intentaba sofocar los incendios, nadie transitaba por las callejas.

La capital, antaño hogar de cientos de miles de personas, parecía vacía. El viento acarició el pelo de Vin, mojado por la lluvia, y sintió un escalofrío. Las brumas, como de costumbre, permanecían apartadas de ella, repelidas por su alomancia. Estaba sola en la ciudad más grande del mundo.

No. Sola no. Podía sentir que se acercaban, los sicarios de Ruina. Los había conducido hasta aquí, les había hecho creer que los traía a donde estaba el atium. Habría muchos más de los que podría combatir. Estaba condenada.

Ésa era la idea.

Saltó de la muralla, impulsándose a través de la bruma, la ceniza y la lluvia. Llevaba su capa de bruma, más por nostalgia que por utilidad. Era la misma de siempre, la que Kelsier le había dado su primera noche de entrenamiento.

Aterrizó con una salpicadura en lo alto de un edificio, y luego volvió a saltar, recorriendo la ciudad. No estaba segura de que fuera poético u ominoso que estuviera lloviendo esta noche. Había visitado Kredik Shaw otra noche lluviosa. Una parte de ella aún pensaba que tendría que haber muerto entonces.

Aterrizó en la calle, luego se irguió, los borlones de su capa de bruma cayéndose a su alrededor, ocultando sus brazos y su pecho. Contempló el silencio Kedrik Shaw, la Colina de las Mil Torres. El palacio del Lord Legislador, el emplazamiento del Pozo de la Ascensión.

El edificio era una mezcla de varias alas bajas rematadas por docenas de torres, agujas y chapiteles. La terrible cuasisimetría de la amalgama se volvía aún más inquietante por la presencia de las brumas y la ceniza. El edificio llevaba abandonado desde la muerte del Lord Legislador. Las puertas estaban rotas, y pudo ver ventanas destrozadas en los muros. Kedrik Shaw estaba tan muerta como la ciudad que había dominado antaño.

Una figura apareció junto a ella.

—¿Aquí? —dijo Ruina—. ¿Aquí es donde me traes? Hemos registrado este lugar.

Vin permaneció en silencio, contemplando las torres. Dedos negros de metal hurgando en un cielo aún más negro.

—Vienen mis inquisidores —susurró Ruina.

—No deberías haberte revelado —dijo Vin, sin mirarlo—. Tendrías que haber esperado a que recuperara el atium. Ahora jamás lo conseguiré.

—¡Ah!, pero ya no creo que lo tengas —dijo Ruina con su voz paternal—. Niña… niña. Te creí al principio. De veras. Hice acopio de mis poderes, dispuesto a enfrentarme a ti. Sin embargo, cuando viniste aquí, supe que me habías despistado.

—No lo sabes seguro —repuso Vin suavemente, la voz complementada por la silenciosa lluvia.

Silencio.

—No —dijo Ruina por fin.

—Entonces tendrás que intentar hacerme hablar —susurró ella.

—¿Intentar?
¿Te das cuenta de las fuerzas que puedo usar contra ti, niña? ¿Te das cuenta del poder que tengo, de la destrucción que represento? Soy montañas que aplastan. Soy olas que rompen. Soy tormentas que quiebran.
Soy el final.

Vin continuó contemplando la lluvia. No cuestionaba su plan: no lo tenía por costumbre. Había decidido qué hacer. Era hora de poner en marcha la trampa.

Estaba cansada de ser manipulada.

—¡Nunca lo conseguirás! —exclamó—. No mientras yo viva.

Ruina gritó, un sonido de ira primigenia, de algo que
tenía
que destruir. Luego, se desvaneció. Restalló un relámpago, y su luz fue una oleada de poder que atravesó la bruma. Iluminó figuras ataviadas con túnicas en la lluvia ennegrecida que caminaban hacia ella, rodeándola.

Vin se volvió hacia un edificio derruido cercano, viendo cómo una figura se encaramaba sobre los cascotes. Iluminada ahora sólo por la luz de las estrellas, la figura tenía el pecho desnudo, la caja torácica marcada y los músculos tensos. La lluvia le corría por la piel, goteando desde los clavos que le sobresalían en el pecho. Uno entre cada grupo de costillas. Tenía clavos en los ojos, uno de los cuales le había aplastado la cuenca de un ojo al ser clavado en su cráneo.

Los inquisidores normales tenían nueve clavos; el que ella había matado con Elend, diez. Marsh parecía tener más de veinte. Gruñó en voz baja.

Y la lucha empezó.

Vin se echó atrás la capa chorreando agua por los borlones, y se empujó hacia delante. Trece inquisidores volaron hacia ella a través del cielo nocturno. Vin esquivó una andanada de hachazos, luego envió un empujón hacia un par de inquisidores, quemando duralumín. Las criaturas fueron impelidas hacia atrás por sus clavos, y Vin aceleró en un súbito salto a un lado.

Golpeó a otro inquisidor, los pies contra el pecho. Salpicó agua, mezclada con ceniza, cuando Vin agarró uno de los clavos de los ojos del inquisidor. Entonces se impelió hacia atrás y avivó peltre.

Tiró, y el clavo se soltó. El inquisidor gritó, pero no cayó muerto. La miró, un lado de la cabeza convertido en un agujero abierto, y siseó. Quitarle un clavo del ojo, al parecer, no bastaba para matarlo.

Ruina se rio en su cabeza.

El inquisidor intentó agarrarla, y Vin se impulsó al cielo, tirando de una de las torres de metal de Kedrik Shaw. Apuró el contenido de un frasquito de metales mientras volaban, restaurando su acero.

Una docena de figuras con túnicas oscuras saltó a través de la lluvia para seguirla. Marsh se quedó abajo, observando.

Vin apretó los dientes, y entonces sacó un par de dagas y se empujó hacia abajo, directamente hacia los inquisidores. Pasó entre ellos, sorprendiendo a varios, quienes probablemente esperaban que se apartara de un salto. Golpeó directamente a la criatura a la que le había quitado el clavo, haciéndolo girar en el aire, clavándole las dagas en el pecho. Él rechinó los dientes, riendo, y luego la obligó a abrir los brazos y la envió al suelo de una patada.

Vin cayó con la lluvia.

Golpeó el suelo con fuerza, pero consiguió aterrizar de pie. El inquisidor golpeó el empedrado de espaldas, las dagas todavía en el pecho. Pero se incorporó con facilidad, apartando las dagas, rompiéndolas contra el suelo de piedra.

Entonces se movió. Demasiado rápido. Vin no tuvo tiempo de pensar mientras se abría paso a través de la lluvia brumosa y la agarraba por la garganta.

He visto antes esa velocidad
, pensó mientras se debatía.
No sólo en los inquisidores. En Sazed. Es un poder feruquímico. Igual que la fuerza que Marsh empleó.

Ése era el motivo de los nuevos clavos. Estos inquisidores no tenían tantos como Marsh, pero obviamente tenían algunos poderes nuevos. Fuerza. Velocidad. Cada una de estas criaturas era, esencialmente, otro Lord Legislador.

¿Lo ves?
, preguntó Ruina.

Vin gritó, empujando con duralumín contra el inquisidor, liberándose de su garra. El movimiento le marcó el cuello con sus uñas, y tuvo que apurar otro frasco de metales (el último) para restaurar su acero mientras resbalaba por el suelo mojado.

Los depósitos feruquimistas se agotan
, se dijo.
Incluso los alománticos cometen errores. Puedo vencer.

Sin embargo, se tambaleó, respirando entrecortadamente mientras hacía una pausa, una mano en el suelo, hundida hasta la muñeca en la fría agua de lluvia. Kelsier había tenido que esforzarse para luchar contra un inquisidor. ¿Qué hacía ella luchando contra trece?

Las figuras empapadas aterrizaron a su alrededor. Vin pataleó, clavando un pie en el pecho de un inquisidor, y luego se impulsó para apartarse de otro. Rodó por los resbaladizos adoquines, y un hacha de obsidiana casi le cortó la cabeza cuando se alzó y lanzó dos pies amplificados por el peltre contra las rodillas de un oponente.

Los huesos crujieron. El inquisidor gritó y cayó. Vin se puso en pie apoyándose en una mano, y luego tiró de las torres, lanzándose al aire tres metros para esquivar la multitud de golpes que caían en su búsqueda.

Se posó en el suelo, agarró el mango del hacha del inquisidor caído. Blandió el arma, chorreando agua, la piel manchada con ceniza húmeda mientras bloqueaba un golpe.

No puedes luchar
, dijo Ruina.
Cada golpe no hace sino ayudarme.

Soy Ruina.

Vin gritó, lanzándose a por todas al ataque, apartando con el hombro a un inquisidor y luego clavando el hacha en el costado de otro. Las criaturas gruñeron y atacaron, pero ella se mantuvo siempre un paso por delante, esquivando por los pelos sus mandobles. Aquel al que había derribado se volvió a incorporar, sanadas las rodillas. Sonreía.

Un golpe que no vio la alcanzó en el hombro, empujándola hacia delante. Sintió que la sangre caliente le corría por la espalda, pero el peltre mató el dolor. Se lanzó a un lado, recuperando el equilibrio, hacha en mano.

Los inquisidores avanzaron. Marsh observaba en silencio, la lluvia le corría por la cara, los clavos sobresalían de su cuerpo como las agujas de Kedrik Shaw. No se unió a la lucha.

Vin gimió, luego volvió a lanzarse al cielo. Voló por delante de sus enemigos, y rebotó de torre en torre, usando su metal como anclaje. Los doce inquisidores la siguieron como una bandada de cuervos, saltando entre agujas, las túnicas ondeando, siguiendo rumbos distintos a ella. Vin se abalanzó entre las brumas, que continuaban girando a su alrededor, desafiando a la lluvia.

Un inquisidor aterrizó en la torre a la que se dirigía. Vin gritó, blandiendo el hacha con un revés mientras se posaba, pero él se empujó para repeler el golpe y luego tiró de sí mismo. Vin le dio una patada en los pies, lanzándose al aire junto a su oponente. Entonces le agarró la túnica mientras caían.

El inquisidor, con los dientes apretados en una sonrisa, le arrancó el hacha con una mano inhumanamente fuerte. Su cuerpo empezó a hincharse, ganando la masa innatural de un feruquimista al decantar fuerza. Se rio de Vin, y la agarró por el cuello. Ni siquiera se dio cuenta de que Vin tiró levemente de ambos mientras caían por el aire.

Golpearon una de las agujas de abajo, y el metal penetró el pecho del sorprendido inquisidor. Vin se lanzó a un lado, apartándose, pero se agarró a su cabeza, y su peso hizo que se clavara aún más en la aguja. No vio como el metal desgarraba el cuerpo de la criatura, pero cuando golpeó el suelo, sólo tenía la cabeza en las manos. Un clavo sin cuerpo salpicó en un charco ceniciento junto a ella, y Vin soltó junto a él la cabeza de la criatura muerta.

Marsh gritó de furia. Cuatro inquisidores más aterrizaron alrededor de Vin, que dio una patada a uno, pero éste se movió con velocidad feruquimista y le agarró el pie. Otro la agarró por un brazo y tiró de ella hacia un lado. Vin gritó, liberándose de una patada, pero un tercer inquisidor la sujetó, su tenaza amplificada por fuerzas alománticas y feruquimistas. Los otros tres lo imitaron, sujetándola con dedos como garras.

Tras inspirar profundamente, Vin apagó su estaño y quemó duralumín, acero, y peltre. Empujó hacia fuera con una súbita oleada de poder; los inquisidores fueron repelidos por sus clavos. Cayeron desparramados al suelo, maldiciendo.

Vin golpeó los adoquines. De repente, el dolor en su espalda y su cuello parecieron imposiblemente fuertes. Avivó estaño para despejar su mente, pero siguió tambaleándose, mareada, mientras se ponía en pie. Había agotado todo su peltre en aquel estallido.

Se dispuso a echar a correr, y encontró a una figura de pie ante ella. Marsh guardaba silencio, aunque otra andanada de relámpagos iluminó las brumas.

Vin se había quedado sin peltre. Sangraba por una herida que probablemente habría matado a cualquier otra persona. Estaba desesperada.

Muy bien. ¡Ahora!
, pensó mientras Marsh la abofeteaba. El golpe la arrojó al suelo.

No sucedió nada.

¡Vamos!
, pensó Vin, tratando de recurrir a las brumas. El terror se retorció en su interior mientras Marsh acechaba, una figura negra en la noche.
¡Por favor!

Cada vez que las brumas la habían ayudado, lo habían hecho en su momento de mayor desesperación. Ése era su plan, por débil que pareciera: meterse en más problemas que nunca, y luego contar con que las brumas la ayudaran. Como ya habían hecho anteriormente en dos ocasiones.

Marsh se arrodilló sobre ella. Las imágenes destellaban como estallidos de rayos a través de su mente cansada.

Camon alzaba una mano carnosa para golpearla. La lluvia caía sobre ella mientras se acurrucaba en un rincón oscuro, con el costado dolorido por un profundo tajo. Zane se volvía hacia ella en lo alto de la Fortaleza Hasting, una de las manos goteando un lento chorro de sangre.

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