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Authors: Patrick Graham

El evangelio del mal (41 page)

—Dios está en el Infierno. Manda sobre los demonios. Manda sobre las almas condenadas. Manda sobre los espectros que vagan por las tinieblas. Todo es falso. ¡Oh, Señor! ¡Todo lo que nos han dicho es falso!

Ballestra se estremece al oír cómo su propia voz susurra esas palabras. Las mismas que Robert de Sablé murmuró al perder la razón en los sótanos de San Juan de Acre. Cuatro días más tarde, recibía el correo enviado desde las grutas del monte Hermón por Hubertin de Clairvaux. De ese triste relato solo quedan unas líneas difuminadas por el tiempo que Ballestra termina de leer.

Clairvaux escribe que, en el momento en que los miembros de la expedición intentaron llevarse el esqueleto de Janus, las paredes de la cueva se pusieron a vomitar miríadas de escorpiones y de arañas venenosas que se abalanzaron sobre los profanadores. Describe los abominables alaridos de los templarios, que durante mucho tiempo retumbaron en las profundidades de la Tierra mientras él se dirigía hacia la salida sintiendo cómo el veneno corrompía su sangre.

Al llegar al aire libre, encontró fuerzas para garabatear unas líneas y las metió en el zurrón de su montura antes de azotar los flancos de esta confiando en que encontrará el camino de Acre. Luego, desesperado por lo que acababa de ver, Clairvaux clavó la punta de su espada contra su esternón y se dejó caer sobre ella.

En esa posición encontraron los templarios de Acre su cadáver. Por orden de Sablé, provocaron un desprendimiento de tierra para tapar la entrada de la cueva donde dormitaban los restos de Janus. Después de esto, el Temple sobrevivió a un siglo de cruzadas y de matanzas, un siglo de miseria y de sangre durante el cual su única obsesión fue acumular suficientes tesoros para sobornar a los cardenales de los cónclaves y poder poner a un papa a la cabeza de la Iglesia. Un papa anticristo para destruir la cristiandad y sustituir el reinado de Jesucristo por el de la Bestia. El embajador de Janus.

Capítulo 124

Ballestra comprueba las pilas de su grabadora digital; luego empieza a susurrar junto al micro mientras pasa revista a las órdenes de arresto y a las actas de acusación contra los templarios firmadas por Clemente V.

El 13 de octubre de 1307, al amanecer, mientras tres mil arqueros derriban las puertas de las moradas templarias repartidas por el reino, los espías del rey de Francia infiltrados en el Vaticano degüellan a los cardenales que se han convertido a la regla maldita de la orden, con excepción de un puñado cuya pertenencia al Temple se desconoce. Esos cardenales fundan entonces, en la clandestinidad, una cofradía secreta que bautizan con el nombre de Humo Negro de Satán. Puesto que en aquella época los papas se habían trasladado de Roma a Aviñón, dicha cofradía continuó extendiéndose en el Vaticano.

Ballestra desenrolla a continuación un pergamino de Bérgamo en el que un iluminador de Clemente V reprodujo el blasón de la cofradía del Humo Negro: una cruz rojo sangre rodeada de llamas cuyos extremos se entrelazan para formar las cuatro letras del titulus maldito de Janus. El símbolo arameo de la condena eterna, el emblema de los Ladrones de Almas.

Coge otros dos rollos de los archivos secretos del Temple y los lee en voz baja ante el micro.

18 de marzo de 1314. Al término de un proceso cuya sentencia estaba escrita de antemano, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden del Temple, es condenado a la hoguera purificadora por haberse retractado de sus anteriores confesiones. Inmóvil en medio de las llamas, maldice al rey y al Papa, al que llama a comparecer antes de un año ante el tribunal de Dios. Nadie se toma esa amenaza en serio salvo Clemente V, a quien se debe la primera advertencia dirigida a sus sucesores mediante el procedimiento del sello pontificio. Esa carta, fechada el 11 de abril de 1314, es la que Ballestra acaba de encontrar en el cubículo del papa Inocencio VI. El ilustre predecesor de este último afirma en ella que en el Vaticano ha empezado a extenderse una logia secreta y que unos cardenales convertidos al culto de Satán conspiran contra la Santa Sede. En su correo, Clemente V relata el arresto de los templarios, el hallazgo del evangelio maldito en una de sus guaridas y la maldición que el último de los grandes maestres de la orden profirió en la hoguera. Clemente advierte también que el poder del Humo Negro de Satán en el Vaticano va en aumento y que los papas venideros deben vigilar los signos anunciadores del regreso de la Bestia. A guisa de conclusión, decreta la puesta en marcha de una investigación interna que se prolongará durante varios siglos, pues cada papa recibe el encargo de engrosar el expediente con sus propias investigaciones antes de trasladar el contenido a su sucesor mediante el sello pontificio.

Pergamino siguiente. El 20 de abril de 1314, nueve días después de haber ordenado esta investigación, Clemente V muere en Roquemaure tras una agonía tan extraña como fulminante. Según las notas del camarlengo de la época, encontraron a Su Santidad inánime en la cama, con los ojos muy abiertos y las ventanas de la nariz impregnadas de una misteriosa pasta de aspecto extrañamente parecido al de la ceniza.

—Jesús bendito…

Aterrado por lo que acaba de leer, Ballestra rompe los sellos de cera de una decena de pergaminos cogidos al azar de la masa de los archivos del sello pontificio. Descubre, en un documento que data del 11 de abril de 1835, una lista de papas muertos en las mismas extrañas circunstancias que Clemente V: veintiocho papas encontrados inánimes en su cama, con los ojos desorbitados y las ventanas de la nariz cubiertas por una costra de ceniza.

Además de esta lista mortuoria, un documento redactado por Gregorio XVI expone los síntomas silenciosos de ese extraño mal que parece repetirse a través de los siglos: la piel tibia, los ojos muy abiertos del «difunto» y la impresión que han tenido todos los que han ido a rendirle un último homenaje de que su alma todavía se hallaba presente.

—Oh, Señor, te lo suplico, haz que no sea eso…

Tres días después de la redacción de este pergamino, el camarlengo de Gregorio XVI encuentra a Su Santidad inánime, con los ojos muy abiertos y las ventanas de la nariz cubiertas de ceniza. Entonces se le ocurre la idea de tomar una muestra de esa pasta nasal y meterla en un bote herméticamente cerrado que atraviesa los siglos en la oscuridad de los archivos de la Cámara de los Misterios.

Enjugándose el sudor que baña su rostro, Ballestra abre los últimos cubículos y desenrolla unos pergaminos que quedan diseminados por el suelo a medida que los tira con furia por encima del hombro. Finalmente encuentra el que busca: en un sobre marrón cerrado con el sello de Pío X, tres hojas que el archivista despliega cuidadosamente.

Julio de 1908. El soberano pontífice reanuda la investigación emprendida por Clemente V y añade a la lista de papas asesinados un informe elaborado en el más estricto secreto por un gabinete de médicos suizos a partir de la muestra de ceniza tomada un siglo atrás por el camarlengo de Gregorio XVI. En el informe se afirma que se trata del depósito que crea un veneno lento que tiene la propiedad de sumir a la víctima en un estado de letargo consciente asimilable a un coma profundo. Tan profundo que cualquiera que ausculte al desdichado forzosamente debe concluir que ha fallecido. Un veneno cataléptico. De esa forma es como los cardenales de la cofradía del Humo Negro asesinan a los sumos pontífices desde hace siglos. Ballestra siente que su razón se tambalea. ¿Cuántos papas han sido enterrados vivos, han muerto de hambre y de sed con los ojos abiertos en las tinieblas? Y, tras pasar el efecto del veneno, ¿cuántos espectros han despertado gritando y han muerto finalmente arañando la pesada losa de granito que los cubría? Peor aún, ¿a cuántos desdichados todavía vivos les han extraído las entrañas desde que se instituyó el embalsamamiento en el rito funerario de los papas?

Ballestra deja caer la linterna y retrocede unos pasos en la oscuridad de la Cámara de los Misterios. Tiene que salir como sea de allí para alertar al camarlengo de que la cofradía del Humo Negro de Satán se dispone a tomar el control del cónclave. No, al camarlengo no, mejor al jefe de redacción de L'Osservatore romano. Mejor aún, al Corriere della Sera o La Stampa, o a cualquier gran diario norteamericano, el Washington Post o el New York Times. Sí, eso es lo que hay que hacer, aun a riesgo de que salga a la luz un secreto que puede firmar la sentencia de muerte de la Iglesia. Lo que sea antes que permitir que los miembros del Humo Negro designen a uno de los suyos para la sucesión del trono de san Pedro.

Ballestra se agacha para recoger la grabadora de bolsillo cuando nota una corriente de aire en la nuca. Se dispone a volverse, pero no tiene tiempo de hacerlo. Un brazo dotado de una fuerza sobrehumana se cierra alrededor de su cuello. La hoja de un puñal penetra en su espalda y un destello de luz blanca lo deslumbra. Mientras la hoja sale de su carne para golpearlo de nuevo, Ballestea busca una oración para dirigir a ese Dios en el que tanto ha creído. Pero se da cuenta con inmensa pena que su fe ha muerto tan indudablemente como que él mismo está muriendo; el anciano profiere un sonido ronco cuyo eco se pierde bajo las bóvedas de la Cámara de los Misterios.

Capítulo 125

Sótanos de Bolzano. El padre Carzo acaba de soltar la mano de Marie. Continúa corriendo. Ella grita su nombre, tiende la mano hacia él. El sacerdote se aleja. Marie corre con todas sus fuerzas, pero le duelen las piernas, no puede más, aminora la marcha. Detrás de ella, la respiración de la madre Abigaïl se acerca.

Marie profiere un grito de terror cuando las manos de la religiosa se cierran alrededor de su cuello. Sus dedos se clavan en su carne, y Marie cae de rodillas. Nota el aliento de la recoleta en su cara, y sus colmillos en la garganta. Un líquido caliente resbala por la barbilla de la vieja loca. Marie intenta gritar de nuevo, pero la sangre que se extiende por sus pulmones ahoga su grito. Las demás recoletas se abalanzan sobre ella. Gruñen, ladran, muerden. Van a devorarla. Marie tiende la mano en dirección a la salida del túnel. A lo lejos, el padre Carzo acaba de llegar a la luz. Se vuelve. Sonríe.

* * *

Parks se despierta sobresaltada y se aferra al siseo de los reactores. Contempla su reflejo en el ojo de buey. A mucha distancia por debajo del aparato, las aguas heladas del Atlántico Norte brillan a la luz de la luna llena. Consulta su reloj. Hace poco más de siete horas que están volando y el horizonte ya clarea: un filamento rosa que abraza la curvatura de la Tierra. Se vuelve hacia el padre Carzo; sus ojos bien abiertos parecen escrutar la oscuridad. Se diría que no se ha movido ni un milímetro desde el despegue. Parks se muerde un labio pensando en la pesadilla, pero su recuerdo se deshace lentamente. Se despereza.

—Bien, padre, o me explica exactamente qué vamos a hacer a Suiza o salto en pleno vuelo.

Carzo se sobresalta ligeramente, como si las palabras de Parks lo hubieran arrancado de una profunda reflexión.

—¿Qué quiere saber?

—Todo.

Se vuelve y examina atentamente la cabina. Arrellanados en sus asientos, los pasajeros duermen. El sacerdote se relaja.

—Como ya le he dicho, han estado enviándome de una punta a otra del planeta para investigar casos de posesiones múltiples que parecían acompañar los asesinatos de recoletas.

—¿Casos de qué?

—De posesiones múltiples: posesos dispersos por el mundo, que presentaban los mismos síntomas y proferían exactamente las mismas palabras en el mismo momento sin haberse visto jamás.

—¿Quiere decir como si un mismo demonio los poseyera al mismo tiempo en diversos países a la vez?

—Algo así. Con la particularidad de que se trataba de demonios de la séptima jerarquía: la guardia personal de Satán. Son casos de posesión extraordinariamente raros, sobre todo si tenemos en cuenta que a cada una de esas posesiones demoníacas respondían otros casos en los que la persona parecía, por el contrario, estar habitada por un ángel, pues un espíritu de Dios se expresaba a través de sus labios mientras su cuerpo parecía profundamente dormido. Todos estos casos de posesiones benéficas presentaban los estigmas de la Pasión de Cristo: llagas en las manos, en los pies y en un costado, así como las heridas de la corona de espinas en la frente, el cráneo y el arco sobreciliar. Unas manifestaciones que nosotros, los exorcistas, llamamos casos de presencia.

—¿Son frecuentes?

—La última vez que la Iglesia registró un fenómeno semejante fue en enero de 1348 en Venecia. En el cuerpo de una niña llamada Toscana habían aparecido de repente los estigmas de la Cruz. Con una voz grave y llorosa, Toscana anunciaba la llegada inminente de la peste negra. Se afirma que de su cuerpo martirizado emanaba olor de rosas. Ese detalle también diferencia estas manifestaciones: los seres enfrentados a un caso de presencia huelen a rosas, mientras que el aliento de los posesos apesta a violetas.

Tras un silencio, Parks pregunta:

—¿Y son esos casos de posesión los que le hacen creer en el cumplimiento inminente de una profecía de la Iglesia?

—Sabemos que esa profecía está cumpliéndose y debemos impedir a toda costa que logre hacerlo hasta el final. Pero, para poder frenarla, primero tenemos que intentar comprenderla. Por eso es preciso encontrar el evangelio de Satán.

—¿Y qué pinto yo en todo este asunto?

—Se ha enterado de secretos que no debería haber descubierto, agente especial Marie Parks. A lo largo de los siglos, pocas personas han sobrevivido más de una hora sabiendo lo que usted sabe.

—De no ser por su intervención estaría muerta.

—Tal vez no. De todas formas, debería haber muerto mucho antes de llegar al convento de las recoletas. Una proeza que hay que atribuir a su obstinación. Y también a su don.

—¿Cómo?

—Usted ve cosas que los demás no pueden ver, Marie. Por eso ha conseguido seguir hasta tan lejos la pista de los Ladrones de Almas. Y también por eso Caleb no la mató cuando la tenía a su merced en las tinieblas de la cripta.

Parks se concentra para no dejar traslucir su turbación, aunque para el exorcista es como un libro abierto.

—¿Cómo sabe todas esas cosas sobre mí?

—La Iglesia es una institución particularmente bien informada.

—¿Qué más sabe?

—Casi todo.

—O sea…

—Sé que trabaja en el departamento del FBI especializado en la busca y captura de asesinos itinerantes. Sé que es la mejor persiguiendo a ese tipo de criminales. Se mete en su piel, se apropia de su razonamiento, se convierte en ellos.

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