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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

El encantador de perros (23 page)

La agresividad de Emily era tan grave que me la traje al Centro de Psicología Canina durante seis semanas, en las que estuvo sometida a una intensiva terapia en lo que llamo Campamento Base. No cabía duda de que estaba en contacto con la parte de sí misma que era pitbull, así que necesitaba que estuviera con la manada para que pudiera volver a entrar en contacto con la parte más profunda de su mente en la que seguía siendo animal y perro.

Estar con animales de su misma especie tiene un profundo valor terapéutico para los perros. Aunque no tienen ningún problema en aceptarnos como miembros de la manada, estamos condenados a hablarles para siempre en una lengua extranjera. Los perros se hablan por instinto. Para conseguir el equilibrio, necesitan estar con otros perros que posean una energía equilibrada. Emily necesitaba estar con otros perros para volver a aprender a ser un perro.

Cuando llegó por primera vez al Centro y vio a mi manada de cuarenta perros que la miraban desde el otro lado de la valla, su pose de chica dura se evaporó como por encanto. ¿Qué haría? ¿Pelear, huir, evitar o someterse? La agresiva Emily estaba paralizada. Su nivel de estrés era tan alto que vomitó tres veces antes de pasar al otro lado de la valla. La hice pasar entre todos ellos y permitió que la olisquearan por primera vez. Estaba aterrorizada. Pero, cuando la dejé sola en una zona aislada y vallada, se relajó. Tardó tan poco en mostrarse serena y sumisa que supe que se marcharía del Centro siendo una chica totalmente nueva.

Durante las seis semanas que pasó con nosotros trabajé con ella a diario. En un principio la mantuve aislada, dejando que observara a la manada y los viera interactuar los unos con los otros. Los perros aprenden mucho observando a otros perros y calibrando su energía. Después, tras una intensa sesión de carrera o patinaje para agotar su energía, empecé a meterla con la manada durante una hora al día, después dos, luego tres y así en adelante. Durante las primeras semanas siempre la supervisaba cuando estaba en el grupo por si era necesario intervenir en caso de pelea. Al principio instigó una pequeña refriega, tras la cual la hice tumbarse y le pedí que se sometiera al otro perro. Después de eso empezó a acostumbrarse a la rutina. Cada vez que iba a trabajar con ella primero hacíamos ejercicio, ya que una mente cansada está más dispuesta a someterse. Emily era una perra con una gran cantidad de energía y llevaba a la espalda años de energía contenida que exacerbaba su agresividad, de modo que con ella hicimos sesiones extra de carrera y patinaje. Habían transcurrido dos semanas cuando comenzó a relajarse estando con el resto de la manada.

A mitad del programa de Emily invité a Dave y a Jessica a venir a visitarla. Quería observar el efecto de su presencia en sus progresos. Por su forma de andar al pasar entre la manada me di cuenta de que estaban tensos. Acto seguido, como yo me temía, mientras Dave la estaba paseando, Emily atacó de pronto a Oliver, uno de los dos springer spaniel de la manada. Corté la pelea en cuestión de segundos, pero el resultado me había confirmado lo que yo me temía desde un principio. La energía dubitativa de Dave, el modo que tenía de tratar a Emily como manteniendo las distancia y la enorme ansiedad que experimentaba Jessica por la agresividad de su perra volvieron a poner al animal en el estado dominante que siempre había experimentado estando con ellos. Emily iba a necesitar más trabajo y paciencia por mi parte, además de otra gran cantidad de trabajo que había que realizar con sus dueños. Tenía que hacerles comprender lo mucho que estaban contribuyendo a la inestabilidad de Emily. Fue duro para ellos oírlo porque de verdad querían al animal, y su reacción inicial fue sentirse culpables por lo ocurrido. Por el bien de su perra les pedí que se olvidaran del pasado e intentaran vivir el presente, ¡el único lugar en el que vivía Emily! Sus deberes fueron preparase para la posición de liderazgo serena y firme que iban a tener que adoptar en cuanto se llevaran a casa a Emily.

Antes de que la perra llegase al Centro realmente existía el peligro de que atacase y matara a otro perro. Estaba en un estado constante de tensión. Y cuando se la devolví a Dave y Jessica seis semanas más tarde, casi no reconocían a la relajada y tranquila pitbull que caminaba a mi lado. Lo más duro para ellos fue no recibirla con un efusivo abrazo para darle la bienvenida a casa. Intenté hacerles ver cómo conteniendo sus emociones estaban dándole la oportunidad de ser más tranquila. Emily no se preguntaba «¿por qué no se volverán locos al ver que estoy en casa?». Recuerden que los perros presienten cuando estamos contentos y, sobre todo, cuando lo estamos con ellos. La clase de energía emocional y excitada que Jessica y Dave solían compartir con la perra debía ser atemperada porque sólo servía para crearle más excitación, y la excitación en un perro de gran energía crea un exceso que hay que liberar. Una vez que se acostumbró a estar en casa y se mostró serena y sumisa Dave y Jessica pudieron darle todo el afecto que guardaban para ella. La tarea diaria que les propuse fue pasar a diario con Emily por delante de la casa de su viejo enemigo: el doberman vecino. Necesitarían paciencia y una estricta rutina. Tendrían que acostumbrarse a corregir a la perra correctamente si volvía a mostrarse agresiva.

He de decir que no sólo le va bien a Emily en su casa, sino que ha vuelto al Centro cuando sus dueños salen de la ciudad. Me ha alegrado el corazón volver a verla y presenciar la bienvenida que le dedicó todo el mundo como si fuera un miembro más de la manada.

Animales que han llegado demasiado lejos

Aunque algunos entrenadores y etólogos no están de acuerdo conmigo, creo que hay muy pocos perros que no puedan ser rehabilitados, aunque hayan llegado a la zona roja. En mi opinión los perros de mi manada son la prueba viviente de que, si las necesidades de un can se satisfacen diariamente, su instinto natural se inclina hacia el equilibrio. Aun así, de los miles de perros con los que he trabajado, hubo dos casos en los que no pude permitir honradamente que volvieran a integrarse en sociedad. Nunca olvidaré a esos dos animales ni dejaré de desear haber podido hacer algo más por ellos. Trabajando con esos animales aprendí que existe la posibilidad de que un perro llegue demasiado lejos y sea imposible ayudarlo. También me mostró el daño terrible e imperdonable que un ser humano puede causar a un animal que confía ciegamente en nosotros.

El primer perro era Cedar, una hembra de 2 años pura sangre pitbull. Cedar no era un perro de pelea, pero la persona que la crio la maltrató horriblemente. Recibió enormes palizas y crueldades físicas, y era obvio que su agresividad había sido alimentada y alentada. También había sido entrenada o condicionada para atacar a los humanos. No intentaba morder las piernas o los brazos, sino el cuello. Sus ataques pretendían ser mortales. Esto no es natural en un pitbull, una raza que no fue creada para atacar al hombre. A gatos, cabras, otros perros… sí, pero en su naturaleza está huir de un humano o atacar sólo cuando se siente acorralado o el enemigo es muy numeroso. Resultaba evidente que un humano había reconducido la agresividad de Cedar y le había enseñado a atacar a las personas, hasta un punto en el que Cedar ya no quería saber nada de ningún ser humano. Sus anteriores propietarios la consideraban un arma, no un ser vivo. Hasta que, por la razón que fuera, decidieron abandonarla.

Un buen hombre de una organización de rescate la encontró vagando por las calles. Cedar se encariñó con él. Aun los perros agresivos hacia los humanos necesitan formar una manada y crean lazos con una sola persona. Sin embargo, si alguien que no sea esa persona se acerca al perro, cuidado. Enseguida quedó claro que Cedar consideraba al resto de humanos el enemigo. Atacaba a cualquiera que se acercase a ella. El hombre que la rescató pretendía hacerle un bien, pero hizo lo que todo el mundo hace en ocasiones semejantes: alimentó su agresividad con cariño y compasión. Pensaba «A mí me quiere. A mí no me hace nada». Desgraciadamente la perra atacaba a todos los demás. El refugio contactó conmigo y me preguntó si podría rehabilitar a Cedar.

En cuanto me acerqué a su cesta de transporte me di cuenta de que miraba fijamente mi cuello sin dejar de gruñir. Conseguí ponerle la correa y trabajé con ella durante horas y a diario, una y otra vez, hasta que los dos quedábamos exhaustos. Tras poco más de dos semanas conseguí que se mostrara serena y sumisa conmigo, pero con nadie más. Si uno de mis ayudantes se le acercaba, Cedar cambiaba a la posición de ataque inmediatamente, lanzándose directamente al cuello. En ese momento el refugio quiso saber si hacíamos progresos y no me quedó otro remedio que decirles que Cedar no podría volver a integrarse en la sociedad con garantías. Estaba demasiado dañada y era un verdadero peligro. Cedar sigue viva, pero está confinada con el único hombre en el que confía. Ningún otro humano puede estar en la misma habitación que ella. Fue mi primer «fracaso». En toda una vida viviendo y trabajando con perros, nunca había visto un caso así. Cedar me hizo comprender hasta qué punto se puede destrozar a un perro.

El segundo can al que no pude rehabilitar era un cruce de chow chow con golden retriever de 5 años al que llamaré Brutus. Había sido rescatado por una mujer y se mostraba posesivo con ella hasta un punto enfermizo. Tras atacar e intentar matar a su esposo la mujer acudió a mí. Brutus permaneció conmigo mucho tiempo y durante una época pareció que iba mejorando. Pero de vez en cuando, si le regañaba, esperaba a que me diera la vuelta e intentaba atacarme. A diferencia de Cedar, que atacaba directamente a la yugular, Brutus atacaba más bajo, pero lo hacía con todas sus fuerzas. No soltaba ni se rendía ni era predecible. Cuando la mujer que lo rescató vino al centro, le dije que, aunque estaba más tranquilo que cuando llegó, no me parecía completamente rehabilitado. No podía predecir sus reacciones y después de todo el tiempo que había pasado con él seguía sin sentirme satisfecho de sus progresos. A pesar de mis advertencias su dueña quiso llevárselo, y una semana más tarde, cuando la llamé para preguntarle qué tal iba, me contó encantada todos los progresos que había hecho. Un mes después poco más o menos atacó a otro hombre.

Brutus tendrá que vivir toda su vida bajo estrecha supervisión en un refugio, y como Cedar, ha quedado condenado a esa clase de vida por los humanos que lo maltrataron.

Ojalá llegue el día en que pueda ver con mis propios ojos santuarios creados para los perros que no pueden conseguir rehabilitarse y que no pueden convivir con humanos. En mis sueños imagino campos de golf transformados en santuarios, con profesionales que cuidan de estos perros y que los estudian. Estos animales pueden enseñarnos mucho. Puede enseñarnos qué clase de abusos crean los perros asesinos, lo perjudicial que es para ellos vivir desequilibrados, y pueden ayudarnos a diferenciar entre perros inestables que no pueden recuperarse y aquellos que tienen la capacidad de recuperar su equilibrio. Podemos empezar a aprender qué signos hay que reconocer en un perro que no puede rehabilitarse. En mi opinión no se debería dormirlos. Son animales que mueren por lo que los humanos les hacemos y creo que deberíamos ser lo suficientemente creativos para poder encontrar el modo en el que puedan vivir el resto de su vida tan cómodamente como sea posible.

Un perro no es un arma

En el mundo en que vivimos todos estamos preocupados por la delincuencia y el modo en que puede afectar a nuestras familias. Durante miles de años los humanos han venido utilizando a los perros como guardas y armas, tanto contra otros animales como contra otros humanos. En la actualidad parece que a lo que más tememos es a nuestros semejantes. Los perros, y particularmente las razas más poderosas, pueden ser guardianes efectivos para una familia. Sin duda sirven como medida disuasoria. Las estadísticas demuestran que el 75 por ciento de las propietarias de perros pretenden que sus animales actúen como protectores de sus hogares
[13]
. Pero, cuando insistimos en que un perro debe ser nuestro compañero leal y adorable
y, además
, un arma protectora, quizá estemos pidiéndole demasiado.

Algunos de los animales en zona roja que he descrito estaban encadenados y confinados en pequeñas áreas como «perros guardianes» y, aunque no sufrieran ninguna otra clase de abuso, la frustración que fue creciendo en su interior era potencialmente letal para cualquier intruso, incluyendo al cartero, un pariente o un inocente chiquillo que pasara cerca. Si su perro ataca a alguien, pueden interponer contra usted una denuncia en la que pierda hasta la camisa y, como ocurrió en el caso de Diane Whipple, puede incluso acabar siendo condenado a pena de cárcel. Por otro lado está el perro: la mayoría de canes que atacan a personas terminan recibiendo la eutanasia. Tanto la policía como la agencia de control animal no quieren arriesgar algo tan importante como la seguridad pública (o la opinión pública). Si está usted utilizando a su perro como arma de defensa personal, es lo que podría ocurrirle.

Aunque la mayor parte de mi trabajo se centra ahora en la rehabilitación de perros, me he dedicado y sigo haciéndolo al entrenamiento de perros de guarda, perros policía y perros de ataque. El entrenamiento de estos animales es todo un arte y sólo debe hacerlo un profesional. Si usted quiere que una raza poderosa de perro sirva como protección para su casa, debe hacerlo del modo adecuado, es decir, aprendiendo usted también a ser un líder sereno y firme para su perro. Sin embargo, lo primero que debe hacer es calibrar cuidadosamente todos los pros y los contras de que su perro lleve una doble vida: guardián y amigo.

Una responsabilidad

Como propietarias de un perro, tenemos una responsabilidad tanto hacia nuestro perro como hacia nuestros congéneres en cuanto al comportamiento de nuestro animal. Si poseemos un perro que no ha sido debidamente socializado o rehabilitado, y que resulta peligroso para nuestros vecinos o sus perros, estamos cometiendo una imprudencia dejando que ese perro conviva en sociedad. Hay etólogos y veterinarios que creen que el refuerzo positivo y las alabanzas son apropiados para cualquier perro, en cualquier momento y en cualquier situación. En mi opinión, si el comportamiento de un perro puede ser condicionado utilizando premios y refuerzos positivos, es que se trata de una situación ideal. Siempre es más fácil para los humanos plantearse el entrenamiento y el comportamiento de un perro con un enfoque positivo y compasivo, y nunca, bajo ningún concepto, está justificado castigar a un perro físicamente por rabia. Los perros, como todos los animales, deben ser tratados siempre con humanidad, pero también debemos recordar que la agresividad de los canes en zona roja sigue creciendo hasta que llegan a matar o mutilar a otros perros o, en el peor de los casos, a un ser humano. Un perro en zona roja está peligrosamente desequilibrado, y ni el amor ni las alabanzas ni las galletas conseguirán evitar que sea potencialmente peligroso.

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