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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

El encantador de perros (20 page)

Obsesiones/fijaciones

Otra posible consecuencia de la energía no liberada puede ser que la perra se obsesione con algo, cualquier cosa, desde una pelota de tenis hasta el gato, pero no es algo natural ni bueno para el animal.

Una fijación es energía desperdiciada. Una perra necesita canalizar su energía de algún modo para sentirse equilibrada y serena. Un animal que viva con una persona sin hogar pasa el día caminando y de ese modo gasta su energía. Una perra que viva con un minusválido tiene el reto psicológico y físico de cuidar de la seguridad de su dueño, que es otro modo de quemar energía. Los propietarios que corren o caminan con sus perras de modo regular ayudan a esos animales a canalizar su energía.

Muchas personas creen que si le abren la puerta del jardín de su casa la perra trabajará lo suficiente persiguiendo a una ardilla por todo el jardín, una ardilla que, en el 99 por ciento de las ocasiones, nunca logrará cazar, de modo que la perra se pasará el día entero al pie del árbol mirando a la ardilla, fijándose en un animal al que le importa un bledo la perra. (¿Alguna vez han visto a una ardilla con problemas de ansiedad?). La única que se está volviendo loca es la perra. Toda su energía está concentrada en la ardilla. Ése es el modo de crearle una fijación.

Otro modo es dejando que la perra se siente sin más a contemplar al gato, al pájaro o a cualquier otro animal que haya en la casa. Como la perra ni muerde, ni ladra, ni gruñe, su dueño piensa que todo va bien, pero estar así no es natural en una perra. Los ojos del animal están fijos en un punto, las pupilas dilatadas, y a veces incluso babea. El lenguaje corporal habla de tensión. Si el propietario le da una orden estando en esa actitud, la perra no obedecerá. Ni siquiera moverá las orejas en señal de reconocimiento de la voz de su amo. Cuando se lleva a una perra al parque y el animal corre constantemente de aquí para allá, persiguiendo a los perros más pequeños, no se trata de un juego, sino de una fijación. Aunque no llegue a morder, las fijaciones son peligrosas porque pueden terminar en zona roja.

Otra clase de fijación es cuando una perra se obsesiona, o si queda fija en un juguete o una actividad. ¿Alguna vez se ha encontrado con una perra que se vuelve literalmente loca con una pelota de tenis, que no deja de pedirle que se la lance una y otra vez, hasta que le desespera de tal modo que le dan ganas de arrancarse los pelos de la cabeza? Muchas veces los dueños de una perra piensan que pueden sustituir llevar a su perra a dar un largo paseo por salir a jugar con ella a lanzarle cosas y que el animal se las traiga. Pues bien: eso no funciona. Sí, es ejercicio, pero no la clase de actividad primaria que proporciona estar con el líder de la manada. Me gusta compararlo con los parques de diversión en los que los niños juegan en piscinas de bolas, toboganes, camas elásticas, etc. Ese tipo de actividad frente a llevarlos a cIases de piano. Las piscinas de bolas los tendrán subiéndose por las paredes. Eso es excitación. Las lecciones de piano les proporcionarán un desafío psicológico. Eso es sumisión serena. Jugar a lanzar cosas a nuestra perra es excitación; un paseo es sumisión serena. Si el dueño no sale a pasear con su perra y se limita a lanzarle cosas, el animal tendrá que apurar ese rato de juegos porque es su único modo de deshacerse de la energía que le sobra. Hará ejercicio, pero su mente permanecerá ansiosa y excitada. Jugará hasta caer rendida, lo que ocurrirá mucho después de que su dueño se agote y, al mismo tiempo, se acelerará de un modo que nunca le habría ocurrido en estado salvaje. Cuando los lobos o los perros salvajes cazan, están muy organizados. Muy serenos. No se obsesionan con lo que están cazando. Se concentran, eso sí, pero no se obsesionan. La concentración es un estado natural. La obsesión, no.

El problema es que a los dueños de las perras esas fijaciones les parecen «graciosas» o «divertidas». «¡Cómo le gusta jugar al Frisbee!», «Le encanta jugar con esa pelota». Eso no es saludable. Una fijación canina es igual que una adicción en un humano y puede resultar igual de peligrosa. Imagínese a un adicto al juego en Las Vegas: sentado toda la noche ante una máquina metiendo monedas por una ranura y tirando del brazo mecánico durante horas sin fin. Eso es una fijación. Fumar, beber, cualquier cosa que no se pueda controlar y en la que no haya límites, es una fijación. Una situación en la que usted ya no tiene el control. En el caso que nos ocupa, es la pelota la que controla a la perra. O el gato. O la ardilla. Algunas perras se fijan de tal modo con un objeto que morderán o atacarán a otra perra o persona que intente quitárselo. Es decir: que si no se anda con cuidado, irá de cabeza a la zona roja.

En el Centro de Psicología Canina, si vamos a jugar con una pelota, me aseguro de que antes todo el mundo esté tranquilo. Si he de darles la comida, todos han de estar tranquilos. Si voy a darles afecto, primero, todos deben estar tranquilos. Nunca les doy algo si antes no están sumisas. Así es como consigo que una perra recupere la normalidad, porque sabe que no conseguirá nada si no lo está. Así es como consigo que cincuenta perras jueguen con una pelota pequeña sin que nadie resulte herido. Del mismo modo, nunca jugamos ni comemos sin haber hecho antes algún ejercicio vigoroso: caminar, correr o patinar. Dar antes rienda suelta a la energía es vital.

Las perras con fijaciones pueden agotar nuestra paciencia. Mucha gente intenta razonar verbalmente con la perra cuando está obsesionada con su juguete favorito o con una pelota de tenis. Del razonamiento se pasa a las órdenes del tipo «No, déjalo. Suéltalo. ¡Suéltalo!». Eso sólo sirve para crear más excitación e inestabilidad en el animal porque, cuando se llega a ese punto, el humano ya está frustrado y enfadado porque la perra no ha escuchado ni una palabra de lo que le ha dicho en los diez minutos precedentes. Entonces el dueño toma la decisión de agarrar a la perra físicamente y quitarle el objeto en cuestión, de modo que lo que está haciendo es proyectar una cantidad tal de energía frustrada e inestable que la fijación del animal empeora.

Desenfadando a Jordan

El caso más físicamente agotador que he tenido en la primera temporada de mi programa televisivo fue el de Jordan, un bulldog con múltiples obsesiones. El dueño de Jordan, Bill, buscaba un bulldog tranquilo y de poca energía, y así parecía ser Jordan cuando lo escogió en su camada, pero al crecer el animal se convirtió en un can hiperactivo, dominante y obsesivo. Tenía fijación por cualquier cosa que pudiera quedar a su alcance: un monopatín, un balón de baloncesto, la manguera… Cogía el objeto con la boca y no había manera de que lo soltase. Bill y su familia habían intentado hacer precisamente lo peor que se puede hacer con un animal que tiene un objeto en la boca: tirar de él. Al intentar quitarle el monopatín o el balón, estaban activando su instinto de presa, lo que lo hacía volverse aún más loco. La energía de Bill tampoco ayudaba mucho al caso. La paciencia es una virtud cuando hay que tratar con una mente obsesiva. Por su puesto también lo es la energía asertiva y serena. Exteriormente Bill parecía un muchacho tranquilo y acomodadizo, pero en el fondo era un ser siempre tenso y propenso a la frustración. ¿Recuerdan cuando les dije que la energía no se destruye? Bill no consiguió engañar a Jordan. Su energía frustrada y pasivo-agresiva se reflejaba en las obsesiones de Jordan.

Cuando se está rehabilitando a una perra, suele ser más fácil corregir un estado mental dominante y agresivo que otro hiperactivo-obsesivo. Jordan no fue una excepción. Empecé con el monopatín. Ya que los bulldog suelen acalorarse y cansarse fácilmente me imaginé que no necesitaría esforzarme mucho para agotar la energía de Jordan, pero me demostró que me equivocaba y mucho. El bulldog era un can pequeño, pero firme. Con cada objeto, en lugar de arrebatárselo, lo desafiaba a alejarse de él y luego me lo quedaba yo. Cada vez que hacía ademán de avanzar, yo le respondía con un tirón de la correa. Con ello consigo enviar un mensaje al cerebro que le haga comprender que lo que quiero es sumisión. Me acercaba a él en lugar de alejarme, y seguía proyectándole la misma energía asertiva y serena hasta que por fin conseguía entenderlo, pero después de haber vivido tanto tiempo en ese estado obsesivo no le resultaba nada fácil. Al final de cada sesión yo terminaba sudando como un pollo.

Trabajar con Bill, el dueño de Jordan, era la siguiente tarea. Tenía que hacerle comprender cuál era su parte en la ecuación. Necesitaba ser más paciente y mostrarse más sereno y más firme. Tengo la convicción, corroborada por la experiencia, de que los animales llegan a nuestra vida por algún motivo: para enseñarnos lecciones importantes y hacer de nosotros mejores personas. Jordan desde luego estaba tocando todos los puntos flacos de Bill. Quizá si Bill hubiera tenido un perro menos energético y más apacible, nunca se habría enfrentado al reto de cambiar. Bill adoraba a Jordan, y estaba muy motivado para transformarse en una persona más equilibrada y que de ese modo Jordan se transformase en un perro más equilibrado.

Un can obsesivo necesita encontrar una salida para toda su energía contenida, y ese cauce es el paseo. También necesita un dueño que esté ahí y que sepa apartarlo de ese estado cuando el animal empiece a obsesionarse con algo. No se puede esperar a que llegue a fijarse con algo, y reconocerá sin dificultad cuando empieza su perro a entrar en esa situación. Su lenguaje corporal cambiará. Lo notará tenso, con las pupilas dilatadas. Cuando esto ocurra, tendrá que devolverlo inmediatamente a un estado tranquilo y sereno con la corrección adecuada. Aconsejé a Bill que primero le diera un largo paseo a su perro y que después le pusiera delante el objeto en cuestión y no le permitiera ir a por él. Si el perro ha estado sumido en esa situación durante mucho tiempo, tendrá que repetir el ejercicio una y otra vez, y otra… quizá durante un mes si la fijación está verdaderamente enquistada. Como dicen en Alcohólicos Anónimos: día a día. Si uno hace cosas negativas de manera continua en su vida (fumar, beber, comer en exceso), hay que emplear la misma coherencia cuando se pretende reemplazar esas cosas con actividades positivas. Rehabilitar a un perro obsesivo puede parecer muy trabajoso, y verdaderamente puede serlo, pero debemos hacer el esfuerzo necesario para recuperar el equilibrio. Se lo debemos a nuestros perros.

Fobias

¿Se acuerdan de Kane, el gran danés que tenía miedo de los suelos brillantes? Su ejemplo ilustra perfectamente lo que es una fobia. Una perra puede desarrollar una fobia casi por cualquier cosa, desde un par de botas en particular, pasando por otro animal, hasta un tipo determinado de persona. Las fobias son, simplemente, temores que la perra no ha podido superar. Si la mente de una perra no es capaz de pasar página tras haber sufrido un incidente aterrador para ella, ese miedo puede transformarse en una fobia. En el mundo salvaje un animal aprende del miedo. Un lobo aprende a evitar las trampas. Un gato aprende a no jugar con serpientes. Pero los animales no conceden gran importancia a las cosas que los asustan. No les hacen perder el sueño. Experimentan la emoción, aprenden de ella y siguen adelante con su vida. Los humanos les creamos las fobias con nuestras reacciones ante sus miedos. Los bloqueamos. Marina, la dueña de Kane, alborotó mucho cuando su perro se escurrió por primera vez en un suelo brillante, y después cometió el error de confortarlo cada vez que el animal estaba cerca del objeto de su fobia.

Aun en el caso de que desconozcamos la causa de la fobia de una perra, ¿adivina qué puede provocar o intensificar su fobia? Lo ha adivinado: una vez más, darle afecto en el momento equivocado. Cuando un niño tiene miedo, lo consolamos y le damos amor y cariño. Eso es psicología humana. Cuando una perra tiene miedo, la consolamos y le damos amor y cariño. Eso es psicología humana, y no canina. ¡Una perra no le mostraría cariño a otra perra que tiene miedo! La respuesta correcta a la fobia de una perra es mostrarle nuestro liderazgo. En primer lugar hay que vaciar a la perra de su energía, puesto que una fobia es el trastorno contrario a la obsesión y hay que aplicar los mismos principios. Si una perra está cansada y relajada, es mucho menos propensa a la fobia, y mucho más receptiva a un líder de la manada que la ayude a superar sus miedos.

Baja autoestima

La autoestima no es una dificultad, pero forma parte de muchos de los problemas que padecían las perras a las que he tenido que tratar. Lo que quiero decir al hablar de la autoestima de una perra no es lo que el animal pueda pensar sobre su aspecto o si es popular en su entorno o no lo es. Para mí la autoestima en una perra está relacionada con la energía, la dominación y la sumisión. Las perras con baja autoestima son sumisas, débiles tanto corporal como psicológicamente y pueden padecer miedos, pánico o fobias. Normalmente suelen mostrar ansiedad o comportamientos agresivos inducidos por el miedo (como en el caso de Josh o Pinky) o pueden resultar ser simplemente tímidas irrecuperables.

Los canes con baja autoestima pueden desarrollar obsesiones, pero de un modo distinto que un perro dominante y energético como Jordan. Tomemos el ejemplo de Brooks, un entlebucher o perro de montaña suizo. De cachorro, Brooks era un perro muy tímido y, como consecuencia de la mordedura de un perro vecino, se volvió todavía más temeroso. Se acobardaba e intentaba esconderse cuando alguien pretendía acariciarlo. Al tener baja su autoestima, se siente como si todo el mundo fuera a atacarlo y siente miedo. Un día alguien jugó con él a perseguir la luz de un apuntador láser, uno de esos chismes que envían un punto de luz al otro lado de la habitación. El juego le encantó, porque era su única oportunidad de perseguir algo. ¡Algo huía de él para variar! Experimentó lo que era dominar algo y sentirse bien consigo mismo, y pudo dar rienda suelta a toda la energía que tenía almacenada en sus inseguridades persiguiendo la luz. A partir de aquel momento Brooks empezó a obsesionarse con la luz. Se distraía constantemente con rayos de sol, reflejos, patrones de luz y sombra. Sus dueños, Lorain y Chuck, ni siquiera podían sacarlo de paseo sin que el animal saliera disparado tras el primer reflejo que se le apareciera. En la mente de Brooks la luz se convirtió en el único modo de liberar energía. En su inseguridad la luz era algo que podía intentar controlar, una obsesión creada directamente por su falta de ejercicio físico y su baja autoestima.

A diferencia del dominante y energético Jordan, Brooks era un débil mental, un can sumiso, de modo que apartarlo de su obsesión me costó menos de cinco minutos. Sólo tuve que tirar de su correa unas cuantas veces para que lo comprendiera. Por supuesto sus dueños iban a tener que seguir corrigiéndolo cada vez que empezara su fijación, pero no tardé mucho en conseguir que su obsesión quedara reducida a un recuerdo distante.

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