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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

El encantador de perros (13 page)

Los biólogos y otros expertos creen que hace un tiempo, entre diez y doce mil años, las primeras protoperras aprendieron que estar cerca de los humanos era un camino más corto hacia la supervivencia que todas aquellas frustrantes cacerías. Empezaron a complementar sus cacerías rebuscando restos de comida en los asentamientos humanos. Pero los primeros humanos no se lo ponían fácil a aquellas perras. Explotaron la capacidad natural de las perras para olisquear y capturar presas y, más tarde, para mantener a raya a los animales de granja y arrastrar materiales demasiado pesados para los humanos. Así pues, las perras llevan trabajando miles de años: ya sea para nosotros o para ellas mismas.

Al igual que los demás animales de la tierra, una perra necesita trabajar. La naturaleza las diseñó con una finalidad, y ese deseo innato de cumplir con esa finalidad no desaparece cuando las traemos a nuestras casas. Tampoco las tareas específicas que los humanos les hemos inculcado selectivamente: tareas como cazar, recuperar piezas, guardar rebaños, correr. Pero al domesticarlas a menudo les arrebatamos sus trabajos. Las mimamos con camas cómodas, montones de juguetes chillones, platos con comida suculenta y gratuita y toneladas de afecto. Pensamos: «¡Cómo viven estas perras!». De hecho tal vez sea una vida agradable para un contable jubilado que descansa en una urbanización de apartamentos en Florida tras cuarenta años de trabajo. Pero los genes de un can le reclaman que salga y vague por ahí con su manada, que explore nuevos territorios, que corra y busque comida y agua. Imagínese qué sentiría si tuviera esas antiguas necesidades firmemente arraigadas dentro de usted y tuviera que vivir encerrado a solas todo el día en un apartamento de dos habitaciones. Millones de perras viven así en las ciudades. Sus propietarios piensan que con sacar a la perra a un paseo de cinco minutos hasta la esquina para hacer sus necesidades ya es suficiente para ella. Imagine qué sienten en su alma dichas perras. Su frustración tiene que salir por algún lado. Es entonces cuando aparecen las dificultades y ésa es una de las razones por las que tengo tantos clientes.

Mientras las perras vivan con los humanos su mundo estará cabeza abajo en este y en innumerables sentidos. Es responsabilidad nuestra —si queremos perras felices— tratar de recordar quiénes son en su interior, quiénes tienen que ser según las intenciones de la Madre Naturaleza al crearlas. Cuando una perra tiene un problema, no podemos solucionarlo si conectamos con la perra por su nombre. Hemos de ver a la perra primero como un animal y luego como una perra, antes de empezar a tratar con cualquier dificultad que presente.

El mito de la «raza problemática»

Cuando voy a ver a un cliente por primera vez, a veces no sé con qué problema tendré que enfrentarme. A menudo ni siquiera sé de qué raza es la perra. Me gusta llegar sin ideas preconcebidas y fiarme de mi instinto y observación, porque lo que el dueño me cuenta suele distar mucho del origen del auténtico problema. Lo primero que hago es sentarme con el dueño y escuchar su versión de la historia. No recuerdo la cantidad de veces que alguien que ha leído demasiados libros sobre razas caninas me dice: «Bueno, como es dálmata, es nerviosa por naturaleza», o «Es una mezcla de collie y pitbull, y el problema radica en su parte de pitbull», O «Las tejoneras siempre son una raza problemática».

He de explicar a esos clientes que están cometiendo un error fundamental al culpar a la raza por los problemas de comportamiento de su perra. Pasa lo mismo cuando la gente generaliza sobre las razas y etnias humanas: que todos los latinos son perezosos, que todos los irlandeses son borrachines o que todos los italianos son mafiosos. A la hora de tratar de comprender y corregir la conducta de una perra, la raza siempre es el tercer elemento en importancia, por detrás de animal y perra. En mi opinión no existe una «raza problemática». Sin embargo, abundan los «dueños problemáticos».

La raza es algo creado por los humanos. Los genetistas y los biólogos creen que los primeros humanos que convivían con las perras seleccionaron lobos con el cuerpo y dientes más pequeños: quizá porque esos animales nos harían menos daño y sería más fácil controlarlos
[9]
. Entonces, hace cientos, tal vez miles de años empezamos a emparejar perras para crear descendientes que sobresalieran en determinadas tareas. Criamos sabuesos para intensificar sus capacidades olfativas. Criamos pitbull para luchar contra los toros. Criamos perras pastoras no sólo para cuidar de las ovejas sino también para que se parecieran a ellas. De este modo, hoy en día tenemos pastoras alemanas, tenemos bóxer, tenemos chihuahuas, tenemos Ihasa, tenemos doberman. Tenemos para elegir entre cientos y cientos de distintas razas
[10]
. Si va a seleccionar una perra, está claro que es importante tener en cuenta la raza, y más adelante profundizaremos en este tema. Pero es vital recordar que cada raza sigue siendo en primer lugar un animal/una perra. La raza no es más que la indumentaria que viste ese can en particular, y a veces un conjunto de necesidades especiales que pudiera tener. No podremos comprender o controlar el comportamiento de nuestra perra si la consideramos simplemente como una «víctima» de una raza.

Todas las perras comparten las mismas capacidades innatas, pero determinadas razas fueron seleccionadas para acentuar dichas características. Tenemos tendencia a confundir esas habilidades condicionadas con la personalidad de la perra. Una habilidad condicionada es la capacidad de seguir unas huellas. Por cómo han sido criadas, naturalmente a los sabuesos se les dará mejor. Podrán mantenerse en el terreno durante periodos de tiempo más largos. ¡No les preocupa si puede tomarse un descanso para comer o no, mientras persiguen ese olor! ¿Acaso todas las perras pueden seguir unas huellas, pueden todas las perras encontrar cosas con su nariz? Absolutamente. Todas reconocen el mundo por los olores y todas usan su nariz igual que nosotros usamos los ojos, pero a algunas de ellas se les da mejor que a otras olisquear un objetivo.

No estoy diciendo que la raza no afecte al grado de sensibilidad que una perra desarrolle ante determinadas condiciones y entornos. De hecho, las necesidades especiales que pueda tener una perra por pertenecer a una raza en concreto es una de las cosas más importantes que un propietario novato debería tener en cuenta al seleccionar una raza de perra como compañera. Por ejemplo, en la naturaleza todas las perras viajan, pero las husky siberianas fueron criadas para viajar durante periodos de tiempo más largos. Como raza, las husky siberianas pueden viajar durante días sin parar: ése es su «trabajo» natural. Sin embargo, esta capacidad innata hace que a una husky siberiana le resulte más difícil vivir en la ciudad porque sus genes le están diciendo que recorra distancias más largas y dé paseos más largos para quemar la energía sobrante. Si no hace suficiente ejercicio se frustrará más fácilmente que, por ejemplo, una dachshund. Pero cuando una husky siberiana se frustra, desarrolla los mismos síntomas y efectos colaterales que una dachshund frustrada. O una pitbull frustrada. O una galgo frustrada. Nerviosismo, miedo, agresividad, tensión, conducta territorial: todas estas dificultades y enfermedades surgen cuando el animal y la perra que hay en él se frustran. No importa de qué raza sea. Por eso es un error obsesionarse con la raza cuando nos estamos enfrentando a un comportamiento problemático.

Una vez más volvemos a la
energía
como origen del comportamiento. Todos los animales, como individuos, nacen con un determinado nivel de energía. Hay cuatro niveles de energía, independientemente de la raza: bajo, medio, alto y muy alto. Esto es cierto para todas las especies, entre ellas la humana. Piense en la gente que conoce. Independientemente de su raza, independientemente de su edad o sus ingresos, ¿no conoce a nadie que tenga una energía muy baja por naturaleza? ¿Que sea un «experto en sillón-ball»? ¿Y qué me dice de esa gente que parece que nunca deja de correr a todas horas y todos los días? ¿O esa gente que va al gimnasio durante dos horas al día, toda la semana? Yo tengo dos hijos maravillosos. El mayor, Andre, tiene una energía media, como mi esposa: siempre está pensativo, pero se concentra como un láser cuando está realizando un trabajo. Por otro lado, mi hijo pequeño, Calvin, se parece más a mí: tiene una energía muy alta. Es como una bola de fuego, por naturaleza, y a veces nada puede frenarlo. No hay niveles de energía mejores o peores que otros, pero a la hora de escoger una perra es una buena idea intentar que su nivel de energía y el de usted sean similares, y viceversa. A mis clientes les digo que jamás deberían elegir una perra a sabiendas de que el nivel de energía de ésta es mayor que el de ellos. Si usted es una persona relajada, no le recomiendo que elija una perra que no pare de saltar como loca en su jaula del refugio. En mi opinión, escoger un nivel de energía compatible entre perra y propietario es mucho más importante que escoger una raza: especialmente si busca una perra mestiza o rescata a una perra de un refugio.

Una perra por otro nombre

Ahora nos queda el tema favorito de todo el mundo: los nombres. Éste es Billy, éste es Max, éste es Rex, ésta es Lisa. El nombre es algo que nosotros —los seres humanos— creamos. Somos la única especie que pone nombres a sus miembros. Una perra no mira una revista y reconoce a Will Smith, Halle Berry, Robert De Niro, toda esa gente maravillosa. No ve a los humanos de ese modo. Pero nosotros tendemos a ver a las perras así.

El nombre va ligado a la personalidad. También somos la única especie que identifica a sus miembros por su personalidad. Se puede ser un encantador presentador de las noticias o un taimado político. Se puede ser el profesor que es paciente y dulce o el profesor que es severo y estricto. Son personalidades. Aunque las perras no se reconocen entre ellas de este modo, tendemos a proyectar en ellas nuestro concepto humano de personalidad.

Usted me preguntará: «¿Qué? ¡Mi perra, Skipper, tiene una personalidad muy definida!». En este campo tengo muchas discusiones, y advierto cierto resentimiento por su parte, con dueños de perras que creen que la suya es la mejor de todas, la más singular y original que haya habido jamás. Estoy de acuerdo en que cada animal, al igual que cada copo de nieve, es único. Pero le desafío a que acepte una nueva forma de pensar: que la personalidad de su perra puede ser algo que usted haya proyectado en ella. Puede que esté confundiendo una condición natural, una habilidad o un comportamiento con los que a nosotros los humanos nos parece «personalidad». Puede que incluso esté llamando «rasgo de la personalidad» a la neurosis o cualquier problema: lo cual no tiene por qué ser necesariamente bueno para su perra.

Permítame poner un ejemplo. Digamos que un hombre tiene dos terriers. Una llamada Dama y el otro Colón. Su dueño le puso Colón porque le encanta explorar. Dama es tranquila y tímida, y nunca explora, por lo que es más «como una dama». Tiene sentido, ¿no? ¿Un pequeño terrier que tira de la correa porque le encanta explorar? ¿Y otra terrier que se queda en un rincón y actúa como una damisela? Según el propietario, puso los nombres según las «personalidades». Pero la verdad es que a todas las perras les encanta explorar. La exploración forma parte de su naturaleza, y cuando veo una perra a la que parece no gustarle investigar nuevas cosas —es insegura, asustadiza— inmediatamente sé que tiene un problema. Lo que ese dueño está haciendo es acentuar elementos del comportamiento de sus perras y etiquetar esos elementos como su personalidad. En el mundo animal existe la dominación y existe la sumisión (que pronto veremos más detalladamente). Está claro que Dama es la más sumisa de la pareja, y probablemente tenga un nivel de energía más bajo. Pero si trabajamos su autoestima, espero que al final se vuelva tan curiosa como Colón.

Por supuesto en el mundo natural una perra reconoce a otra como individuo, pero del mismo modo que nosotros. Sus madres no les ponen nombres. Una madre verá a sus cachorras como energía fuerte, energía media o energía baja: ésas son sus crías. Sus crías son energía. Sus crías son un olor muy distinto y reconocible. Más tarde, cuando crezcan, los demás miembros de la manada también las identificarán por su olor y energía, y su «personalidad» y «nombre» corresponderán al lugar que ocupen en la jerarquía del grupo. Es un concepto que nos resulta difícil de asimilar, pero recuerde el punto principal de este capítulo: una perra ve el mundo de una forma totalmente diferente a la nuestra —ni mejor ni peor— y los propietarios han de aprender a apreciar la singular psicología que surge de esa visión del mundo tan diferente.

La mayor parte del tiempo, la personalidad y nombre de nuestra mascota existen porque creemos en ello. Nuestro deseo hace que ocurra y asociarnos con ella de ese modo hace que nos sintamos mejor. Es algo muy bonito y terapéutico para nosotros, los humanos: esto es, cuando no interfiere con el hecho de que la perra siga siendo una perra. Pero, si una perra tiene dificultades, no podemos empezar a solucionarlas tratando con «Colón». Hay que empezar con el animal, luego con la perra, luego con la raza y luego seguir avanzando hasta llegar al nombre grabado en su plato de la comida.

No analice esto

Desgraciadamente para nosotros, los humanos, una perra no puede tumbarse en un diván y ser analizada. No puede hablar y contarnos qué quiere o necesita en un momento dado. Pero, en realidad, nos lo están contando todo el tiempo con la energía y el lenguaje corporal. Y si entendemos su psicología, al atender sus instintos realmente podemos satisfacer sus necesidades más profundas.

A menudo me encuentro con clientes que han adoptado una perra con dificultades de un refugio, y se han pasado meses preguntándose qué suceso tan terrible pudo pasarle de cachorra para haberle causado sus problemas actuales. Suelen decir, hablando de una perra problemática: «Seguro que la pateó una mujer con zapatos de tacón alto, porque ahora le dan miedo las mujeres con zapatos de tacón alto». O «El basurero la asustaba y ahora se vuelve loca cada vez que pasa el camión». Puede que todas esas cosas sean ciertas. Pero estos dueños están hablando de los miedos y fobias de sus perras como si fueran miedos y fobias humanas. Como si una perra se sentara y se pasara el día obsesionada con una infancia traumática, o se pasara el tiempo libre preocupada por los basureros y los zapatos de tacón alto. Pues no. Las perras no piensan como nosotros. Dicho de una manera simplista, reaccionan. Esos miedos y fobias son respuestas condicionadas. Y toda respuesta condicionada en una perra puede dejar de serlo si entendemos las bases de la psicología canina.

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