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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Ensayo

El encantador de perros (11 page)

Los humanos son de Saturno, las perras son de Plutón

Una relación, para alcanzar realmente la armonía, tiene que ser bilateral. Hay que satisfacer las necesidades de ambas partes. Piense en las relaciones hombre-mujer. Nada más casarme tardé mucho tiempo en comprender que el modo en que veía el mundo como hombre era muy distinto del modo en que mi esposa veía el mundo como mujer. Las cosas que me causaban alegría y felicidad en la relación no siempre eran las mismas cosas que le causaban alegría y felicidad a ella: y mientras yo satisficiera sólo mis propias necesidades, tendríamos auténticos problemas. Era a mi manera o la carretera, en parte porque yo era egoísta, pero sobre todo porque no sabía que existía otra manera.

Si no entiendo la psicología de la mujer más importante de mi vida, entonces ¿cómo vamos a poder comunicarnos de verdad? Nunca podremos conectar entre nosotros, y una relación sin conexión es vulnerable ante el divorcio. Tuve que leer un montón de libros sobre la psicología de las relaciones para aprender a ver el mundo a través de los ojos de Ilusión, y créame, hacerlo supuso una enorme diferencia en nuestro matrimonio.

Mi meta aquí consiste en ayudarlo a llevar a cabo el mismo tipo de cambios positivos en su «matrimonio» con su perra, basados en un nuevo entendimiento de la auténtica naturaleza de su perra. Sólo mediante este conocimiento podrá conseguir el tipo de conexión entre las especies —la auténtica conexión entre el hombre y el animal— que desea de corazón.

El primer error que muchos de mis clientes cometen en su relación con sus perras es similar al que muchos hombres cometen en relación con las mujeres: dan por sentado que ambos cerebros funcionan exactamente del mismo modo. La mayoría de los amantes de los animales insisten en tratar de relacionarse con sus perras utilizando la psicología humana. Da igual la raza —pastor alemán, dálmata, cocker spaniel, perdiguero— realmente ven a todas las perras como personas peludas de cuatro patas. Supongo que es natural humanizar a un animal, porque la psicología humana es nuestro primer marco de referencia. Hemos sido educados para creer que el mundo nos pertenece y que debería funcionar tal como queremos. Sin embargo, por inteligentes que seamos los humanos, no somos lo suficientemente inteligentes como para anular por completo a la Madre Naturaleza. La humanización de una perra, fuente de muchos de los problemas de comportamiento que me encargan corregir, crea desequilibrio, y una perra que está desequilibrada es una perra insatisfecha y, las más de las veces, problemática. Una y otra vez me llaman para trabajar con una perra que esencialmente está gobernando la vida de su dueño, exhibiendo un comportamiento dominante, agresivo u obsesivo, y creando un hogar trastornado. A veces estas dificultades se han dado durante años. A menudo un dueño desconcertado dirá: «El problema es que se cree que es una persona». No, ella no. Se lo prometo, su perra sabe muy bien que es una perra. El problema es que usted no lo sabe.

Diferentes pasados, diferentes presentes

Los animales y los seres humanos evolucionaron de forma diferente, a partir de ancestros diferentes y con diferentes fuerzas y debilidades que los ayudaron a sobrevivir en el mundo. En su libro
Wild Minds: What Animals Really Think
el profesor Marc D. Hauser describe cómo los animales tienen distintos «juegos de herramientas mentales» incorporados para su supervivencia
[1]
. Me gusta esta analogía del «juego de herramientas» porque es una forma sencilla de empezar a comprender la gran diversidad de la naturaleza. Hay herramientas que todos tenemos, como el lenguaje universal de la energía, que describí anteriormente. Hay herramientas específicas de una especie. Muchas herramientas son iguales en más de una especie —el olfato, por ejemplo— pero quizá desempeñan un papel más importante en la supervivencia de una especie en concreto. Cada una de estas «herramientas» evolutivas se convierte en una caja de herramientas del cerebro de un animal, por lo que cada especie tiene una psicología que es en cierto sentido específica y única. Las jirafas tienen su propia psicología. Los elefantes tienen su propia psicología. Jamás pensaría que un lagarto tiene la misma psicología que un humano, ¿verdad? Claro que no. Porque el lagarto evolucionó en un entorno diferente y su vida es totalmente distinta de la del humano. Un lagarto está «construido» para llevar a cabo unas funciones totalmente diferentes de las nuestras. Volviendo a la analogía del «juego de herramientas», usted jamás esperaría que un médico llevara al quirófano el juego de herramientas de un programador informático. No esperaría que un fontanero llevara las herramientas de un violinista para arreglarle el lavabo. Todos ellos cuentan con herramientas diferentes porque todos desempeñan trabajos diferentes. Aunque las perras y los humanos se han relacionado íntimamente durante miles de años —tal vez incluso con relaciones de interdependencia— las perras también fueron «construidas» para desempeñar tareas muy distintas de los trabajos para los que la naturaleza nos diseñó a los humanos. Piense en ello. Teniendo en cuenta sus distintos trabajos y juegos de herramientas, ¿por qué iba a esperar usted que el cerebro de su perra funcionara del mismo modo que el suyo?

Cuando humanizamos a una perra, le creamos una desconexión. Al humanizarla, podremos quererla del modo que querríamos a un humano, pero nunca lograremos una profunda comunión con ella. Jamás aprenderemos realmente a amarla por quien y por lo que realmente es.

Puede que le parezca, al leer este libro o ver mi programa de televisión o asistir a alguno de mis seminarios, que una y otra vez toco los mismos puntos: «Una perra no piensa como un humano». «La psicología canina no es la psicología humana». Si ya ha oído suficiente y está preparado para empezar a relacionarse con su perra como una perra, ¡felicidades y que tenga éxito! Pero le alucinaría la cantidad de clientes que tengo, y los cientos de personas con las que hablo o que me escriben, que se muestran reacios y a veces directamente contrarios a la idea de olvidarse de la imagen que tienen en su cabeza de sus perras como personitas adorables. Sus perras son sus «bebés» y, al pensar de otro modo, los dueños temen perder en cierto modo la conexión con ellos, en lugar de fortalecerla. Durante un periodo de dudas y preguntas al final de uno de mis seminarios una mujer claramente desanimada se levantó y dijo: «¿Se da cuenta de que todo lo que nos está contando va totalmente en contra de todo cuanto hemos pensado siempre sobre nuestras perras?». Tuve que decir al público: «Lo siento, humanos». Algunos de mis clientes quedan destrozados y rompen a llorar cuando les digo que, para solucionar los problemas de su perra, han de empezar a percibir y tratar a sus acompañantes caninas de un modo totalmente distinto al que las han percibido, a veces durante años. A menudo, cuando acabo una consulta, temo que la perra a la que acabo de conocer jamás tendrá ocasión de llevar una vida pacífica y equilibrada porque parece poco probable que su dueño esté por la labor de cambiar. Si usted está leyendo esto y teme ser una de esas personas, por favor, anímese. ¡Piense que llegar a conocer a su perra
tal y como realmente es
, es una aventura emocionante! ¡Considere el enorme privilegio que le ha sido concedido: poder vivir codo con codo y aprender a ver el mundo a través de los ojos de un miembro muy especial de una especie completamente diferente! Recuerde que al comprometerse a cambiar, se está comprometiendo con su perra. Le está dando a su perra una oportunidad de alcanzar su potencial natural. Le está ofreciendo a otra criatura viva la forma más elevada de
respeto
, permitiendo que dicha criatura sea lo que se supone que tiene que ser. Está sentando las bases de una nueva conexión que lo acercará aún más a su perra.

Así pues, ¿exactamente en qué se diferencia tanto la psicología canina? Para empezar a entenderlo hemos de observar nuevamente cómo viven los canes en la naturaleza, cuando no hay ni rastro de los humanos. Una perra comienza su vida de una forma muy distinta de la de los humanos. Incluso nuestros sentidos más básicos son diferentes.

Nariz, ojos, oídos: ¡en ese orden!

Cuando una perra da a luz, sus cachorros nacen con la nariz abierta pero con los ojos y oídos cerrados. Lo más vital y temprano en la vida de una perra —su madre— le llega primero como un olor. La madre es, fundamentalmente, olor y energía. Un bebé humano también puede distinguir entre el olor de su madre y el de otros humanos, por lo que el olfato también es importante para nosotros
[2]
. Pero no es nuestro sentido más importante. Si le dicen que un tipo llamado César Millán puede controlar una manada de cuarenta perras sin una correa, no se lo va a creer hasta que me vea hacerlo. Bueno, para una perra oler es creer. Si no lo huele, no puede descifrarlo. Y qué le parece esta comparación: mientras que los humanos sólo tenemos unos cinco millones de receptores olfativos en nuestra nariz, una perra adulta tiene unos 220 millones. De hecho, como le diría un adiestrador de perras especializadas en buscar cadáveres, una perra puede olisquear olores que nosotros ni siquiera podemos registrar utilizando sofisticados equipos científicos
[3]
. En pocas palabras un cachorro crece «viendo» el mundo, usando su nariz como órgano sensorial principal.

Junto con el olfato y la energía una cachorra experimentará el tacto al culebrear junto a su madre para mamar de ésta, mucho antes de que sepa qué aspecto tiene. Sólo cuando hayan pasado quince días desde su nacimiento abrirá los ojos y empezará a percibir el mundo por la vista. Y cuando hayan transcurrido unos veinte días desde su nacimiento, sus oídos empezarán a funcionar
[4]
. Pero ¿cómo tratamos de comunicarnos con nuestras perras la mayoría de las veces? ¡Hablándoles como si nos entendieran, o gritándoles las órdenes!

Nariz, ojos, oídos. Mis clientes acaban cansados de que se lo repita, pero lo diré otra vez. Nariz, ojos, oídos. Apréndanselo de memoria. Es el orden natural en los sentidos de las perras. Lo que quiero decir es que desde el principio —desde el desarrollo de sus primeras herramientas básicas de supervivencia— las perras experimentan el mundo de una forma totalmente diferente de la nuestra. En esencia, experimentan un mundo diferente.

Incluso la experiencia del nacimiento para una cachorra no tiene nada que ver con la de un bebé humano. Para una perra la energía firme y tranquila de la madre lo empapa todo. Piense en una escena típica de nacimiento para un humano. Imagine el papel del estereotipo masculino en la sala de partos: «¡Respira, cariño, respira!» Piense en su telecomedia favorita, con el marido yendo de un lado para otro en la sala de espera o desmayándose ante la visión de la sangre durante el parto. ¿Recuerda aquel famoso episodio de la serie
I Love Lucy
en el que Ricky y los Mertz lo ensayan todo para el viaje de Lucy al hospital pero, cuando por fin llega el momento, se desmoronan?

Para unos padres primerizos un parto es normalmente estresante y frenético. En el mundo animal es una historia diferente. En su entorno natural una perra no tendrá miedo de dar a luz, ni necesitará médicos, enfermeras, matronas ni instructores de Lamaze que la animen. Construye su nido, lo hace todo sola y en muchos casos se vuelve muy territorial en cuanto a esa experiencia. ¿Ha visto alguna vez a una perra llevar a sus recién nacidas a un armario o debajo de una cama, donde las limpia de los restos de placenta y empieza a amamantarlas? Para ella es algo íntimo. Eso ya supone, inmediatamente, otra diferencia entre los humanos y las perras. Nosotros traemos a toda la familia a la sala de partos: la abuela, el abuelo, los primos, además de las cámaras de vídeo, puros, flores, globos. ¡Hacemos una fiesta del hecho de tener un bebé! Es un maravilloso ritual para nosotros, pero, una vez más, otra distinción entre los humanos y las perras es el mismo modo en que la vida comienza para nosotros. Ser una perra no es ni más ni menos que ser un humano. Pero la vida para una perra es fundamentalmente una experiencia muy diferente desde el primer día.

Pensemos en el temprano desarrollo de las perras como si fuera una ventana a su cerebro. Mientras las cachorras son diminutas, su madre se presenta en la guarida y las cachorras han de encontrarla, han de ir hacia ella. Ella no va hacia ellas. A medida que van creciendo, a veces se aleja de ellas —incluso las aparta cuando se acercan a ella para mamar. En la naturaleza empiezan la disciplina y la selección natural. Las cachorras débiles serán las que más problemas tengan para encontrarla y no podrán competir a la hora de comer. Si una perra percibe debilidad en una de sus cachorras, no irá a buscarla. Puede que incluso muera. Podemos ver ya en ese momento la enorme diferencia entre los humanos y las perras. Somos la única especie del reino animal que cuida especialmente de un bebé débil. No hay unidad de cuidados intensivos de natalidad en una manada de perras. No es que la madre no se preocupe de sus retoñas, es sólo que, en el mundo natural de las perras, «cuidar de» significa asegurarse de la supervivencia del grupo, y de futuras generaciones. Una cachorra débil que se quede rezagada pone en peligro no sólo a toda la manada al obligarla a ir más despacio, sino que, en términos generales, es probable que también crezca débil y dé a luz cachorras más débiles. A nosotros nos parece cruel, pero en el mundo natural las débiles siempre son eliminadas pronto.

Para una cachorra su madre empieza siendo un olor y una energía: la misma energía firme y tranquila sobre la que tanto leerá usted en este libro. La hormona progesterona, que sigue siendo fuerte en la madre por el embarazo, ayuda a intensificar esta energía tranquila, inhibiendo su respuesta de pelea o huida para que pueda concentrarse en criar a sus cachorras
[5]
. La energía firme y tranquila es la primera energía que experimentan las cachorras y será dicha energía la que asociarán al equilibrio y la armonía durante el resto de su vida. Desde el comienzo mismo de su vida aprenden a seguir a un líder firme y tranquilo. También aprenden la sumisión tranquila, el papel natural de los
seguidores
en el reino animal y especialmente en el mundo de las perras. Aprenden paciencia. La comida de las perras no llega en un camión de Federal Express; tiene que esperar a que la madre regrese a la guarida para alimentarse. Aprenden que sobrevivir significa competir con sus compañeras de camada por la comida y cooperar con su madre: por defecto, su primer líder de la manada.

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